«Deseo que no se me rinda ninguna clase de honores ni recordatorios oficiales póstumos, los que desde ya declino por completo», dispuso el escritor paraguayo Augusto Roa Bastos en su testamento. Autoridades y admiradores lo honran en muerte, ignorando ese deseo. Roa Bastos murió el martes por la tarde de un paro cardíaco tras una […]
«Deseo que no se me rinda ninguna clase de honores ni recordatorios oficiales póstumos, los que desde ya declino por completo», dispuso el escritor paraguayo Augusto Roa Bastos en su testamento. Autoridades y admiradores lo honran en muerte, ignorando ese deseo.
Roa Bastos murió el martes por la tarde de un paro cardíaco tras una operación en el cerebro. Tenía 87 años. Su novela «Yo el Supremo» fue una recreación intensa del autoritarismo en su país y en su región.
Escolares y estudiantes secundarios hicieron un cordón de honor en todo el trayecto del cortejo fúnebre que trasladó este miércoles los restos de Roa Bastos hasta el edificio del antiguo Cabildo, transformado en museo, donde fue recibido por los titulares de los tres poderes del Estado paraguayo.
El cuerpo permanecerá en el Cabildo hasta el viernes, cuando será trasladado al Palacio de Gobierno, y finalmente rumbo al cementerio de la Recoleta. El gobierno decretó duelo oficial de tres días.
«Se va el paraguayo que trazó la mayor, la más brillante metáfora del Paraguay, del hombre paraguayo y de su destino en sus obras, especialmente en ‘Yo, el Supremo'», dijo la escritora Susy Delgado al recordar la importancia de Roa Bastos para las letras nacionales.
«Nos quedamos terriblemente huérfanos. Perdimos a nuestro más grande escritor, el que más trascendió las fronteras del país por su propia cuenta» , dijo Fernando Pistilli, presidente de la Sociedad de Escritores del Paraguay.
«Los pequeños debiéramos callar ante la partida de un grande como él», puntualizó Carlos Colombino, considerado el artista plástico más importante del país.
El crítico literario Ticio Escobar dijo que «para un país pequeño, los hombres grandes son pocos; tenemos muy pocos hitos de nuestra historia, de nuestra memoria, figuras tan fuertes como Roa significan mucho por encima de los sentimientos, para una historia que se desmorona casi a diario como la nuestra».
Hijo de un brasileño de ascendencia francesa y de una paraguaya, Augusto José Antonio Roa Bastos nació el 13 de junio de 1917 en Asunción, pero pasó la mayor parte de su niñez en Iturbe, pequeño pueblo a 200 kilómetros de la capital, en el sudoriental departamento de Caazapá, donde su padre trabajaba en un ingenio azucarero.
Era aún adolescente cuando estalló, en 1932, la guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia, por un conflicto limítrofe. En 1933, con apenas 16 años, Roa Bastos y otros compañeros de colegio huyeron de sus casas y se dirigieron al frente bélico.
Las autoridades los detuvieron al llegar a destino y los obligaron a regresar a Asunción. Pero, considerando su deseo de colaborar, fueron aceptados como enfermeros en un hospital de campaña.
Al finalizar la guerra, en 1935, los estudios de Roa Bastos quedaron definitivamente truncos, y trabajó en Asunción como cartero, en el almacén de unos parientes y como funcionario administrativo en un banco, mientras iniciaba su carrera como periodista colaborando en forma esporádica con el diario local El País.
Años después fue nombrado jefe de redacción y enviado a Europa como corresponsal para cubrir la segunda guerra mundial (1939-1945).
El contenido de su trabajo periodístico y su participación en la revuelta civil de 1947 en Paraguay lo forzaron a un exilio que se prolongó por casi 40 años.
Vivió 20 años en Argentina, hasta 1976. También residió en Francia, España, Italia y Gran Bretaña. Regresó a Paraguay en 1996, siete años después del derrocamiento del dictador militar Alfredo Stroessner (1954-1989).
Sus denuncias de los abusos de poder del régimen de Stroessner y del azote de las dictaduras latinoamericanas en tribunas internacionales le valieron, en 1985, en Francia, el Premio de los Derechos Humanos. París le otorgó asimismo la ciudadanía francesa y lo nombró oficial de la Órden de las Artes y las Letras.
Pero fue 1989 el año que cobró un significado especial para Roa Bastos. En febrero, un golpe de Estado derrocó a Stroessner. Luego de casi medio siglo de exilio, el escritor pudo retornar a su país y recobrar los documentos que acreditaban su nacionalidad.
Ese mismo año recibió el galardón más importante de las letras iberoamericanas, el Premio Miguel de Cervantes, otorgado por la Real Academia Española y por las Academias de la Lengua de los países de habla hispana, en una ceremonia en la Universidad de Alcalá de Henares.
«La concesión del Premio Cervantes, en la iniciación de esta nueva época para mi patria oprimida durante tanto tiempo, es para mí un hecho tan significativo que no puedo atribuirlo a la superstición de una mera casualidad», dijo el escritor al recibir el galardón.
«Pienso que es el resultado, en todo caso el símbolo, de una conjunción de esas fuerzas imponderables, en cierto modo videntes, que operan en el contexto de una familia nacional con la función de sobrepasar los hechos anormales y restablecer su equilibrio, en la solidaridad y en el mutuo respeto de las similitudes y diferencias», añadió.
Roa Bastos consideró siempre a Argentina como su segunda patria y tuvo particular afecto por Buenos Aires, ciudad en la que escribió la mayor parte de su obra literaria.
«En Buenos Aires estaba atrapado por la necesidad, tuve que trabajar en varios oficios, desde empleado administrativo en una compañía de seguros hasta vendedor de baratijas en la calle», relató en una oportunidad.
Su nombre empezó a ganar reputación tras la publicación en 1953 de «El trueno entre las hojas», un libro de cuentos, y la novela «Hijo de hombre», escrita en 1960, por la que logró varios premios internacionales.
Pero su consagración fue en 1974, con «Yo el Supremo», su novela más famosa, que narra la vida del personaje más legendario y polémico de la historia paraguaya: José Gaspar Rodríguez de Francia (1766-1840) quien gobernó con mano férrea desde 1811 hasta su muerte, y se hacía llamar «el supremo dictador».
El déspota de la novela adquirió valor de metáfora de la opresión de Paraguay y muchos países de América Latina bajo diversos regímenes autoritarios.
Otros títulos publicados por Roa Bastos son «El ruiseñor y la aurora», «El naranjal ardiente», «El baldío», «Cuerpo presente» y «Contar un cuento y otros relatos», «Vigilia del almirante», «El fiscal», «Contravida» y «Madama Sui».
También se destacó como guionista, argumentista y autor en el cine argentino. Fue guionista de la película «El trueno entre las hojas», protagonizada por Isabel Sarli, y de «Castigo al traidor». También escribió los guiones de «La Madre María», «La boda», «El terrorista», «Alias Gardelito», «Shunko», «La sangre y la semilla» y «Sabaleros», entre otras.