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Hoy como ayer

Fuentes: Rebelión

Hace 70 años, el 27 de enero de 1945, el Ejército Soviético ingresó al campo de concentración de Auschwitz, luego de liberar Varsovia con un costo de más de medio millón de caídos. Auschwitz fue construido por los alemanes después de invadir Polonia durante la Segunda Guerra Mundial. A su entrada colgaba la consigna «El […]

Hace 70 años, el 27 de enero de 1945, el Ejército Soviético ingresó al campo de concentración de Auschwitz, luego de liberar Varsovia con un costo de más de medio millón de caídos. Auschwitz fue construido por los alemanes después de invadir Polonia durante la Segunda Guerra Mundial. A su entrada colgaba la consigna «El trabajo os hará libres», ahora se puede leer «Por siempre deja que este lugar sea un grito de desamparo, una advertencia a la humanidad, donde los nazis asesinaron alrededor de un millón y medio de hombres, mujeres y niños, en su mayoría judíos de distintos países de Europa».

Históricamente, Maidanek fue el primer campo de concentración liberado por los soviéticos en Polonia, y cuando se enviaron los primeros reportes sobre las atrocidades cometidas en estas factorías de genocidios, la BBC y otros medios de prensa se negaron a publicarlos porque imaginaron que se trataba de propaganda comunista. Para los rusos, que ya conocían de la matanza de Babi Yar, ejecutada por el actual héroe nacional de la junta nazi de Kiev, Stepan Bandera, el efecto fue devastador porque con toda crudeza se desvelaba ante ellos la verdadera naturaleza del nazismo, capaz de asesinar a millones de sus semejantes en orgías de sangre realizadas con sadismo profesional, como si se tratase de un trabajo común y corriente.

Las cámaras carecían de ventanas y en su interior eran amontonados, unos contra otros, para ser gaseados, doscientos «subhombres» desnudos. Cuando el aire estaba bien caliente, se vertía una lluvia de cristales azules de gas cyclon, que se evaporaba de inmediato causando en el transcurso de unos diez minutos la muerte de todos, luego los cadáveres eran conducidos rumbo al crematorio situado a medio kilómetro. Maidanek fue construido sobre el principio de que nada se debe desperdiciar, por eso, un experto examinaba los cadáveres antes de introducirlos en los hornos y les extraía los empastes de oro para ser remitidos a Alemania; en las bodegas del llamado «Almacén Chopin» se guardaban las pertenencias y los objetos personales de las víctimas, clasificados para su exportación, incluidos los cabellos, y en el departamento de contabilidad se encontraban los pedidos de tan macabras mercancías. En un extremo del campo se había sembrado numerosas hectáreas de coles que crecían gigantescas gracias a ser abonadas con las cenizas blanquecinas de las víctimas. A los nazis les encantaba comer esas coles cultivadas en sus granjas modelos, realizaban también el negocio sucio de vender urnas con las cenizas de nadie en particular; los polacos las compraban confiados de que eran las de sus parientes desaparecidos.

El Ejército Soviético, con la finalidad de que su pueblo jamás olvidase la esencia del nazismo, hizo recorrer a sus soldados todas estas tétricas instalaciones. El pueblo ruso y el ucraniano no la han olvidado; lastimosamente, algunos político de Occidente, sí. Por eso alimentan la ponzoña parda desarrollada en Kiev, que ahora amenaza con exterminar en una nueva ofensiva a los que llama subhombres del sureste de Ucrania.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.