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Hoy, Pinochet aún no muere

Fuentes: Rebelion

 A cinco años de la muerte del peor tirano de la oligarquía agro-industrial-comercial chilena del siglo 20, acaecida en la cama el 10 de diciembre de 2006, sus crímenes reviven constantemente en acciones de tribunales que continúan investigando a casi 40 años de la ejecución de los delitos. Algunos ejecutores uniformados niegan estas violaciones, mientras […]

 A cinco años de la muerte del peor tirano de la oligarquía agro-industrial-comercial chilena del siglo 20, acaecida en la cama el 10 de diciembre de 2006, sus crímenes reviven constantemente en acciones de tribunales que continúan investigando a casi 40 años de la ejecución de los delitos. Algunos ejecutores uniformados niegan estas violaciones, mientras otros se vanaglorian y reivindican haber matado o hecho desaparecer gente «para salvar del comunismo a la patria». ¿Cuál patria? Obvio: ¡su «patria»! En la derrota política de Pinochet frente la historia, las elites civiles de la «patria» que lo instalaron en 1973 -con la decisiva ayuda de los EEUU de Richard Nixon- una vez más se «renovaron» como «demócratas» a través de los partidos que eligieron al presidente actual, pero cuando el anciano general aún vivía le dieron la espalda y terminaron arrojándolo a la parte más sucia del basurero de la historia política, en compañía de sus sicarios, torturadores y afines, civiles o uniformados. Lo arrojaron al tacho como el trapo sucio que les hizo la «limpieza física» del liderazgo social y político de los más desfavorecidos en el reparto de los frutos de la «patria», una nación rica en recursos naturales, como el cobre, y quiso extirpar de cuajo las ideas por el mejor mundo socio-económico y político que Allende quiso construir pacíficamente. Los derechistas civiles, incluido Sebastián Piñera, ya ni siquiera rescatan en su discurso lo que llamaron «exitosa reforma económica» neoliberal, que también algunos socialistas «renovados» devenidos tardíamente en socialdemócratas, aplaudieron silenciosamente y justificaron en privado, o en la intimidad de libros tan malos que nadie lee, como imperativo ineludible de la «post modernidad». Y después disfrutaron de dos décadas para «perfeccionarla» desde el gobierno. Tal reforma implantada con bayonetas hizo retroceder al capitalismo a la crueldad de los tiempos originarios del laissez faire (dejar hacer), extinguió al Estado regulador y «de bienestar» y destruyó las conquistas todavía inconclusas logradas por los trabajadores a lo largo del siglo 20 mediante la concientización, el aprendizaje de nuevas ideas y la lucha sindical, social y política.

La «reforma», o sea, el «capitalismo súper-salvaje» inspirado por el Nóbel Milton Friedman desde la Escuela de Economía de Chicago, usó a Chile por la fuerza de los fusiles como «conejillo» del nuevo modelo y luego expandió sus «éxitos» a la Inglaterra de Thatcher y a al resto del mundo -desarrollado o no- como dogma oficial de la política económica de los estados «post-modernos». La libertad de mercado se impuso con bayonetas que hicieron añicos las libertades democráticas, pero al cabo del tiempo, la exacerbación universal en la aplicación de la versión «chilena» del modelo pensado en Chicago condujo a la crisis actual -y quizás terminal- de un sistema que privilegia la especulación financiera sin producir bienes físicos reales y sustituye mano de obra por máquinas computarizadas que incrementan más riqueza ficticia para el capital financiero a costa del creciente «ahorro» de mano de obra en todas las esferas del trabajo, haciendo cundir el desempleo que, a su vez, limita el consumo de lo poco real y tangible que ese modelo produce mientras concentra más la riqueza en manos de unos pocos cárteles que sería demasiado benigno llamar hoy monopolios. Por lo menos en Chile sus habitantes sufren ahora los abusos del «cártel del pollo», «el cártel de las farmacias», los cárteles prestamistas del retail tipo La Polar, «el cártel del cerdo», «el cártel Wall Mart», etcétera. La explosión del desempleo desata revoluciones por doquier y estrangula al sistema mismo, como ocurre hoy en Europa. Ese legado de Pinochet hoy nadie lo reivindica porque no es «políticamente correcto» y tampoco da votos. Pinochet pervive también en el sufrimiento de sus víctimas sobrevivientes y como una suerte de «gurú espiritual» del hiperactivo puñado de afiebrados seguidores civiles y de uniforme que hicieron el trabajo sucio de torturar, matar y/o desaparecer gente contraria al nuevo modelo retrógrado de sociedad. Capturado por orden del español Baltasar Garzón y preso en Londres (1998-2000) por 503 días, fue rescatado por el gobierno de Chile en marzo de 2000, que logró su libertad extrajudicial con el premier social demócrata británico Tony Blair cuando Eduardo Frei le estaba entregando la silla a Ricardo Lagos. El pretexto fue traerlo a Chile para «juzgarlo» aquí, pero nunca hubo voluntad política para tal cosa. Despojado de la inmunidad parlamentaria, salió de la curul vitalicia del Senado porque ya era impresentable que siguiera siendo senador vitalicio tras haber sido senador. Fue procesado y sobreseído de sus crímenes en 2002 por una supuesta «demencia vascular subcortical leve» que los tribunales dieron por cierta y desde julio de 2002 disfrutó hasta su muerte el producto de sus robos al erario público más sus ahorros de coimas por compra de armas. En estos días, por el asesinato del periodista estadounidense Charles Horman (descrito en la película «Missing», de Costa Gavras), la Corte Suprema debatirá esta semana la extradición del capitán de navío estadounidense Ray E. David Charles, Comandante de Grupo de la Misión Militar de Estados Unidos en Chile y jefe de todos los servicios de inteligencia de EEUU (CIA, FBI, etc.) en el Chile de 1973. Los alegatos demostrarán que desde antes del golpe ya existía un estrecho entendimiento entre la inteligencia militar de ambos países. Y que tan temprano como en la segunda quincena de septiembre de 1973 -el golpe militar ocurrió el 11/9-, el verdugo de los ciudadanos norteamericanos Charles Horman y el estudiante Frank Teruggi fue el coronel de ejército chileno Pedro Octavio Espinoza Bravo -hoy preso por muchos otros crímenes- , quien cometió estos homicidios mucho antes de hacerse «famoso» por las muertes de Carlos Prats en Buenos Aires (1974) y el ex canciller Orlando Letelier en Washington (1976).

En otra señal de que «Pinochet aún vive», el ex coronel DINA Cristián Labbé, alcalde del rico municipio santiaguino Providencia, organizó un «homenaje» al archi asesino de la DINA Miguel Krassnoff (hijo de cosacos blancos rusos nacido en Austria en 1946, avecindado en Chile en 1948, condenado 144 años de prisión por 60 muertes y 23 casos judiciales), a quien hoy pretenden levantar como héroe. Estos militares retirados y activos, más su corte civil, piensan que fueron traicionados y olvidados por Piñera y los partidos de derecha que hoy están en el poder, e incluso tratan de levantar un nuevo y misterioso partido neo castrense. Con más certeza que cualquier analista, otro militar preso por asesinatos, el mayor de ejército Carlos Herrera Jiménez, que cumple cadena perpetua desde marzo 2004, dijo esta semana: «Los militares presos lo estamos por haber muerto a personas… Ciertamente fuimos el brazo armado de la derecha económica. Qué duda cabe. Quizás por ello ahora nos desprecian. Atávicamente este sector político se ha servido de los militares. La historia es pródiga en señalar los hechos que así los señalan»

(1). Nota: 1. http://www.cambio21.cl/cambio21/site/artic/20111206/pags/20111206172729.html

Ernesto Carmona, periodista y escritor chileno