Las elecciones universitarias
Al comienzo del curso 1954-1955 conocí a un personaje, Leonel Alonso, que supuestamente sería mi compañero de aula, quien de inmediato me anunció que aspiraba a ser el próximo Presidente de la FEU, algo que estuvo a punto de lograr. El primer paso hacia esa meta era ganar la presidencia de la Escuela lo que consiguió con el apoyo de la Juventud Socialista que controló nuestra Asociación.
Leonel, sin embargo, enfrentó un obstáculo insuperable: el sistema y los métodos de enseñanza de Filosofía y Letras que se apartaban bastante de los prevalecientes en el resto de la Universidad. Además de la calidad de su claustro, en nuestra Escuela existía la asistencia obligatoria a clases, las pruebas periódicas, los seminarios, talleres y conferencias que anticipaban lo que se generalizaría en 1962 con las Reformas Universitarias.
Nunca lo vi en alguna de esas actividades ni tampoco, por cierto, en las manifestaciones y actos de protesta contra la dictadura. Un día pasó lo que tenía que pasar. Leonel irrumpió bruscamente en un local, interrumpió y le faltó el respeto a una profesora y ésta, lógicamente, lo denunció ante la dirección de la Escuela la cual propuso al Consejo Universitario la suspensión de derechos de Leonel.
La Asociación de Estudiantes decidió ir a la huelga en respaldo de su líder y para llevarla a cabo organizó una asamblea general. Me senté en medio de mis compañeras. Arriba estaba Leonel, la vicepresidenta Amparo Chaple y la Secretaria de la Asociación.
Se me ocurrió pedir la palabra para oponerme a la huelga argumentando que la dirección de la Escuela había cumplido con su deber. Leonel me respondió con tono melodramático. “Las palabras del compañero”-dijo- “me han herido profundamente. Sus palabras me han llegado hasta la clavícula” y al decir esto movió el brazo en arco y posó su mano en la cadera. Se escucharon algunas risas. Las muchachas que lo acompañaban en la tribuna movieron sus manos indicándole que levantara la suya. Leonel repitió lo que había dicho y al hacerlo repitió también el mismo gesto. Así estuvo con su mano donde ya dije mirando asombrado a lo que ya era una carcajada generalizada. La “huelga” fracasó.
La campaña electoral se desarrolló con dos candidaturas, la nuestra y la de Amparo Chaple, y se caracterizó por la cordialidad que siempre existió entre nosotros.
Llegó el día en que concluiría la presentación de candidaturas ante Nantilde León, profesora de Lengua Griega y Secretaria General de la Escuela. Iba a terminar la mañana y con ella las inscripciones cuando llegó el jefe de la Juventud Socialista (JS) universitaria, Raúl Valdés Vivó, con los papeles correspondientes a Leonel. Nantilde se los devolvió señalando que el Consejo Universitario había ratificado la sanción contra él.
Raúl presentó entonces los de Adolfo Rivero, también de la JS y cuya aspiración nadie conocía. Nantilde miró al reloj, ya había pasado el mediodía y rechazó también tal candidatura.
Hubo protestas y algún grito, pero pronto todo estaba en calma. Salíamos del edificio cuando Raúl se quejó –“ustedes no tienen sportmanship” – y recibió la réplica inmediata, tajante, de Fructuoso: “aquí no estamos jugando a la pelota”.
Nuestra candidatura tuvo que enfrentar lo que en aquella Cuba se llamaba “voto negativo”, la convergencia de diversos factores, que pese a sus contradicciones, unían sus votos para derrotar a un enemigo común. En nuestro caso eran la oligarquía criolla (Laureano), los restos del bonchismo (Leonel) y la JS. Se unieron para derrotarnos a Eugenia Escalona Près (“Susa”) y a mí aunque en verdad su objetivo era derrotar a José Antonio y a Fructuoso.
Aunque perdimos la elección, la conducta valerosa, digna, de auténtica comunista, de Amparo, al votar por José Antonio convirtió el revés en victoria.
Leonel mantuvo el favor de sus aliados “de izquierda”. Después del 59 fue Embajador, hasta que un buen día se robó los fondos de su Misión Diplomática y se fue a Miami a luchar por la libertad de Cuba.
En cuanto a Valdés Vivó debo decir que aunque tuvimos grandes diferencias, antes y después del 59, también libramos juntos algunas batallas y con el andar del tiempo, aprendimos a respetarnos e incluso tratarnos cordialmente.
Sobre los vínculos entre el M-26-7 y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo
La mejor definición me la dio Fructuoso y la repito: “Es lo mismo”.
También di cuenta de que el 14 de marzo se escondió en la casa de Pepe Garcerán, uno de los jefes del Movimiento y amigo mío desde la infancia. Estoy seguro que hubo otros casos de ayuda a los perseguidos por el ataque a Palacio y la toma de Radio Reloj. Debo relatar uno que guardo siempre en la memoria.
Fue en la tarde del 13 de marzo, y en la calle 23 entre 24 y 26 no lejos de donde estaba el tenebroso Buró de Investigaciones. En ese lugar pudimos ubicar a Joe Westbrook y a Carlos Figueredo (“el Chino”), este último herido. El asunto fue materia de una de las primeras producciones del ICAIC (Historias de la Revolución).
Marcelo Pla, uno de los principales jefes de las Brigadas Juveniles del Movimiento que estudiaba Medicina logró curar al Chino en aquellas limitadísimas condiciones.
A modo de conclusión
Varias veces vi en la Plaza Cadenas (hoy Agramonte) a Juan Pedro y a Machadito ayudando a repartir textos del Partido Socialista Popular y la JS. Quien los haya conocido a ellos, a Joe y a Fructuoso, sabe que los mártires de Humboldt 7 estaban muy lejos del anticomunismo. Si no los hubieran asesinado ellos habrían estado a la vanguardia de nuestro pueblo en la brega por alcanzar el socialismo y la sociedad comunista.
Por aquellos años leí bastante a Jean Paul Sartre incluyendo “Materialismo y Revolución” donde encontré una advertencia iluminadora: para el estalinista el enemigo principal no es la burguesía sino el revolucionario que no pertenece al partido.
Creo además con William Faulkner: “the past is never dead. It is not even past”.