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Ideas, música y otras metáforas

Fuentes: Rebelión

Cuenta el cronista Eginhardo que, ya viejo y comido por la artrosis, Alcuino de York, solía recorrer las estancias de la Biblioteca Palatina de Aquisgrán, que él mismo había contribuido a fundar. Con delectación y nostalgia el anciano, compendio de la sabiduría de su tiempo, acariciaba las tapas preciosas de los libros, muchos de ellos […]

Cuenta el cronista Eginhardo que, ya viejo y comido por la artrosis, Alcuino de York, solía recorrer las estancias de la Biblioteca Palatina de Aquisgrán, que él mismo había contribuido a fundar. Con delectación y nostalgia el anciano, compendio de la sabiduría de su tiempo, acariciaba las tapas preciosas de los libros, muchos de ellos escritos o copiados por su propia mano, y a veces ladeaba la cabeza y se embelesaba oyendo -decía- la música de las ideas allí encerradas: la siringa del Virgilio bucólico, las trompas guerreras de La Eneida, la dulzura de la cítara de Aquiles, sobrevolando el entrechocar de las espadas y el estrépito de los escudos de la Ilíada, o las siempre elegantes notas, -ora solemnes, ora frívolas- de aquel genial sinvergüenza que fue Horacio… «Ah, cuántas melodías entonan para nosotros», murmuraba el sabio como excusándose por su labilidad ante los otros monjes, «sus páginas nos cantan en silencio».

De toda la música de las ideas la más imaginativa y puramente ideológica ella misma es la armonía matemática de las esferas, que sólo a unos pocos elegidos de alma muy seráfica les es permitido escuchar alguna vez. Otro sabio más antiguo, Pitágoras, dice haber oído esa gran sinfonía cósmica de la que derivan todas las músicas del mundo. Los mortales corrientes debemos conformarnos con el sucedáneo melódico del llamado orden universal, puzzle ontológico a cuyo dictado nos devoramos con fruición unos a otros y en el que están exactamente complementados el terror lleno de ojos del cervatillo y la carrera acompasada y metódica del guepardo.

Para Platón, otro oidor de músicas celestiales, el alma residía en las ideas, mientras que la realidad era un simple espejo -a veces ovalado o convexo- donde aquellas se miraban. Este excelso error ha recorrido toda la historia de la humanidad y hoy podemos verlo reflejado en la deriva del sistema económico dominante, las jugadas de bolsa en las que se compra y se vende no la riqueza real sino la idea que se tiene de ella. Especulación se llama acertadamente ese tropo del imaginario económico, que nos retrotrae la imagen del espejo reflejándose esta vez a sí mismo. La ideología se disfraza de realidad y su música terrible y disonante, llena de gritos y rugidos, llega a veces hasta las insonorizadas estancias de los que habitamos este lado del sistema, que reproduce hasta el infinito, adoptando las más variadas formas sin dejar de ser el mismo siempre, el orden que determina que sea jaguar el jaguar y gacela la gacela.

No se si Alcuino, pero sí otros grandes personajes de la historia han luchado por cambiar esta situación que reparte ineluctablemente los papeles de víctima y victimario. Algunos se contentaron con que a veces el antílope, sacando fuerzas de su propia angustia, pudiera poner tierra por medio entre él y su feroz perseguidor; los más radicales incluso han imaginado una persecución a la inversa, en la que, tal vez cansados por la carrera, perseguidor y perseguido acaban reposando juntos en el mismo prado. Utopía es el nombre de esa idea llena de música esperanzada, y yo quiero detenerme para terminar en una noticia que recorre estos días la Red y que es ella misma una metáfora de los primeros compases de esa sinfonía reivindicativa. Según un video tomado por un turista de safari en un país africano, un grupo de leonas persigue y acorrala a una cría de búfalo, pero cuando están a punto de acabar con ella los restantes integrantes de la manada detienen su huida, se vuelven y atacan a las fieras, obligándolas a soltar su presa y a correr para salvar su propia vida. En Iraq y Afganistán, por ejemplo, los búfalos están haciendo lo mismo con los leones.