Son minutos pasadas las 19:00 horas, y el calor no afloja, en el atestado comando de Eduardo Frei, dispuesto en el primer piso de un céntrico hotel capitalino. El Subsecretario del Interior, Patricio Rosende, ha entregado recién el primer cómputo, correspondiente a aproximadamente un 60% de las mesas, y la mayoría de los presentes asume, […]
Son minutos pasadas las 19:00 horas, y el calor no afloja, en el atestado comando de Eduardo Frei, dispuesto en el primer piso de un céntrico hotel capitalino. El Subsecretario del Interior, Patricio Rosende, ha entregado recién el primer cómputo, correspondiente a aproximadamente un 60% de las mesas, y la mayoría de los presentes asume, tal como lo hacía el candidato, dos pisos más arriba, que la diferencia era irremontable.
La imagen de celebración en el comando de Piñera, traída por las pantallas gigantes montadas por los canales de televisión, ofrecía un agudo contraste con el ambiente que se respiraba y transpiraba bajo la carpa habilitada como centro de prensa.
Había desazón, desde luego, y tal vez algo de desconcierto. Pero a nivel de la sensación térmica, más allá del calor y más acá de los primeros bocinazos de los partidarios de Piñera que empezaban a escucharse desde Alameda, se percibía más resignación que drama; más preocupación que duelo.
Algunos, muy pocos, depositaban una remota esperanza en el segundo cómputo. Otros, menos todavía, destacan la hazaña de haber remontado un 18% respecto a la primera vuelta. Consuelo muy módico, a esa altura.
Con el paso de los minutos, el incremento de los bocinazos trae a la mente de muchos de los presentes, el fraudulento plebiscito del 11 de septiembre de 1980, la última vez que las huestes derechistas se tomaron las calles para celebrar. Y para qué hacerlo a pie, si para eso le sobran vehículos.
Tal vez alguno de los de más edad, recordó que la derecha no se imponía en comicios limpios y democráticos desde el triunfo de Jorge Alessandri, en el lejano 1958. Pero entonces, los ganadores no hinchaban los oídos y los genitales a bocinazos. Era el tiempo de los tres tercios, la moderación provincial y la democracia republicana.
De pronto, un tumulto concentra la atención de los presentes.
Algo parece moverse en el ojo del torbellino de cámaras, micrófonos y afanados periodistas, que tras un laborioso desplazamiento, como en las películas de dibujos animados, logra por fin instalarse en la tarima con el podio. Por un claro del confuso enjambre, alcanzan a divisarse las figuras de los presidentes de los partidos de la Concertación, que tuvieron la poco afortunada idea de aparecer antes del candidato. Ahí ardió Troya, o volaron plumas, de seguir con la metáfora de los dibujos animados.
Desde el público, compuesto por personas cuya credencial proclamaba la condición de invitado, surgieron airadas voces exigiéndoles la renuncia y culpándolos de la derrota, mientras las cámaras barrían el recinto, tratando de identificarlos.
Y lo logran en el caso de una mujer de baja estatura, lentes y edad más que mediana, que, atrincherada arriba de una silla, se las tomó con Camilo Escalona, recordándole que ella nunca se había ido al exilio, que se había quedado a luchar, que la habían violado y torturado, y que por eso sentía tanta rabia e impotencia, de tener que entregarle el Gobierno a los responsables de lo que le había sucedido. Y claro, más de alguien, en ese instante, recordó que la victoria tiene un solo padre, mientras la derrota, tantos como se quiera. Como fuere, el hecho es que los presidentes comprendieron que el horno no estaba para bollos, y estimaron que a veces la prudencia no es cobardía, de modo que abandonaron el lugar con mucho menos expectación de cómo entraron, porque otro tumulto, esta vez en sentido inverso, anunciaba la llegada del candidato.
En esta oportunidad, atinadamente, la organización se encargó de despejar la tarima, de modo que Eduardo Frei acompañado de su esposa e hijas, flanqueados por los ex presidentes Aylwin y Lagos, y por los miembros de su comando, Ricardo Lagos Weber, Carolina Tohá, de buen desempeño en el aplausómetro, Claudio Orrego y el senador Jorge Pizarro, pudo desarrollar su discurso sin dificultad. Fue una alocución digna, pronunciada con serenidad.
Junto al consabido reconocimiento al vencedor y al «ejemplar» comportamiento de los chilenos en un no menos ejemplar ejercicio de la democracia, también ejemplar, y tras advertir que «esto es sólo un alto en el camino», despachó el mensaje político: «quiero enviar un mensaje a las fuerzas de la centroizquierda, a todos los progresistas y demócratas: Hay que mantener la unidad alcanzada y seguir sosteniendo las banderas de la libertad y de la justicia social. El proyecto político de construir un país más solidario y más inclusivo sigue vigente». Y remató con una frase que según dijo, le escribió su padre: » hay que mirar los triunfos y las derrotas con la misma cara. Si lo logras, serás un hombre». El aplauso de la concurrencia pareció sincero. Tal vez el premio a uno de los pocos que no perdió la calma y siguió remando imperturbable, en medio de la debacle concertacionista.
Lo que siguió pudo o no estar en el libreto. Es casi seguro que, al menos una parte, no lo estuvo. De pronto, apareció hablando, sin que nadie lo anunciara, el ex Presidente Ricardo Lagos. Tras hacer una apología de lo logrado por los cuatro gobiernos de la Concertación, un claro tributo a los autocomplacientes, sorprendió con lo que inicialmente pareció una decisión cuidadosamente meditada: «El sueño no se interrumpe, continúa; la marcha tras la utopía está ahora a cargo de las nuevas generaciones de chilenos», lo que subrayó al agregar : » otra generación de chilenos toma el bastón y la posta de mando». Pero cualquiera que pensó que las frases anteriores anunciaban un retiro a los cuarteles de invierno, o al menos un paso al costado, tuvieron pronta ocasión de desengañarse, pues inmediatamente manifestó su disponibilidad para lo que le pidieran. «Podrán contar con este ex Presidente para la construcción del nuevo Chile», fue la frase textual, que más de alguno de los presentes, interpretó como el inicio de una soterrada competencia para «posesionarse», como se dice hoy, con ventaja para la próxima contienda presidencial, una de las prácticas que el propio Lagos, instantes antes, había reconocido entre las causas de la derrota.
Como fuere, y aparentemente para reafirmar aquello de la nueva generación, se alternaron en la palabra Lagos Weber, Carolina Tohá y Claudio Orrego.
No había mucho más que agregar, de modo que reiteraron los tópicos de los sueños vigentes, la gran labor cumplida y la necesidad de permanecer unidos. Una vez más, en el aplausómetro se impuso Carolina Tohá.
La jornada, y la prolongada campaña, llegaban a su fin. Con el bocineo atronador como telón de fondo, por Alameda las huestes piñeristas se dirigían hacia el cercano hotel donde la derecha había establecido su comando. A muchos de los presentes en el comando derrotado, les llamó la atención la composición popular de una buena parte de esa muchedumbre. Más de alguno debe haberse preguntado qué fue lo que se hizo mal, para desembocar en ese instante gria y amargo, pero inapelable.