Imagina… que la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) tras varios años de investigación sobre el ex beatle John Lennon desde que este se instalara a vivir junto con su mujer Yoko Ono en 1973 en la Ciudad de Nueva York, decidiera y no es imaginar mucho: eliminarlo. El seguimiento policial […]
Imagina… que la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) tras varios años de investigación sobre el ex beatle John Lennon desde que este se instalara a vivir junto con su mujer Yoko Ono en 1973 en la Ciudad de Nueva York, decidiera y no es imaginar mucho: eliminarlo.
El seguimiento policial al que se le somete, se hace en base a las vinculaciones que mantiene con «gente peligrosa» y por sus continuas provocaciones y declaraciones contra los Estados Unidos, país que habría elegido como residencia.
Las amistades «peligrosas» de las que se rodea van desde la activista negra Angela Davis hasta el escritor y cineasta paquistaní comprometido con las causas izquierdistas Tariq Ali, con quien hizo buena amistad en Londres, pasando por otros variopintos y activos personajes: Abbie Hoffman, Michel X (líder del Black Power) o el manager (y fundador del Partido de los Panteras Blancas) del grupo norteamericano de rock combativo MC5.
Imagina también, sin mucho esfuerzo, que Lennon abraza la causa del pacifismo por su pasado hippie o simplemente por su talla digna ante el belicismo yanqui y su decidida acción, entre otras, contra la guerra de Vietnam (bed-in con Yoko Ono) y que por añadidura es en esos días una figura de culto con sobrada solvencia económica para poner en escena cualquier «capricho», sin olvidar su gran poder de convocatoria: podía movilizar a cientos de miles de jóvenes en sus apariciones y conciertos dentro de los EE.UU.
El espíritu provocador, ácido y brillante del que siempre hizo gala estaba agitando conciencias en el mismo suelo donde a la conciencia se le suele dar muerte.
Dice Noam Chomsky, en algún texto que no logro localizar, que en la lista de delitos y transgresiones que uno puede «cometer» en los Estados Unidos de Norteamérica, el primer puesto lo ocupa ¡el pacifismo! justo por delante del comunismo. Chomsky argumenta esta canallada junto con las investigaciones que él mismo reveló sobre la todopoderosa e incontestable mafia del llamado Complejo Militar-Industrial que gobierna, de facto, en el Imperio.
Imagina, por tanto, que los servicios de inteligencia deciden posar su mano negra sobre tanto «atropello» y el peligro para con la «educación» y adoctrinamiento de las generaciones jóvenes y venideras. Y opta, como tantas otras veces, por aplicar la perversión sofisticada de su tecnología y su falta de escrúpulos.
Mark David Chapman, psicópata (no se sabe bien, si antes o después de su «hazaña»), un infeliz «elegido» por su perfil es «robotizado» en un laboratorio de la Agencia. Enajenado, tal vez teledirigido, en la funesta tarde del ocho de diciembre de 1980, a la puerta del Edificio Dakota (72 St esquina con Central Park) donde reside el músico y en presencia de su compañera Yoko con la que regresa a casa tras dar los últimos retoques en el estudio de grabación al tema Walking on thin ice, descerraja el «supuesto loco» un revólver que acaba con la vida de aquel que en una ocurrente ocasión con su ironía y su ingenio sentenciara: «Todos somos el producto de una botella de whisky un sábado por la noche». Pero también, añado, todos somos la víctima, al fin, de un reducido Club de desalmados ciegos de pecunia y de poder.
Imagina que lo dicho anteriormente, fuese contrastable con los hechos reales. Si es que realmente se te «permite» imaginarlo.
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