«Llamamos socialismo al movimiento real que transforma y humaniza la realidad existente» El principal problema de los pueblos «latinoamericanos» es la dominación extranjera. Los imperios nos dividieron durante 517 años para dominarnos y las oligarquías regionales fueron sus instrumentos. Recién empezamos a unirnos para quitarnos ese yugo. Esa es la principal tarea de las revoluciones […]
«Llamamos socialismo al movimiento real que transforma y humaniza la realidad existente»
El principal problema de los pueblos «latinoamericanos» es la dominación extranjera. Los imperios nos dividieron durante 517 años para dominarnos y las oligarquías regionales fueron sus instrumentos. Recién empezamos a unirnos para quitarnos ese yugo.
Esa es la principal tarea de las revoluciones que encabezan diferentes gobiernos en la actualidad. Ellas transitan por caminos civilistas, pacifistas, e institucionales, acudiendo – donde las condiciones están dadas – a Procesos Constituyentes. Para poder avanzar hay que unir a la inmensa mayoría de la población en cada país y construir la Patria Grande Latinoamericana.
Enfrentamos una «dualidad de poderes». Los nuevos gobiernos han heredado Estados minusválidos. La globalización neoliberal los despojó de muchos poderes, por lo que no cuentan con la fuerza que se quisiera. No es cuestión de voluntad. La fuerza del capital sigue ahí, representada en relaciones económicas, poder mediático, influencia cultural ( bancos, poder militar, religioso y estructuras clandestinas y paralelas).
Las políticas de los gobiernos han delimitado o afectado parcialmente el poder de las transnacionales y de algunos grupos económicos monopolistas. Se ha mejorado sustancialmente la inversión social y generado condiciones para estimular la participación ciudadana y popular.
Sin embargo, los procesos de cambio son relativamente débiles. Algunos de los gobiernos no tienen mayorías parlamentarias y su poder real es limitado. El apoyo del 50 o 60 % de los ciudadanos «votantes», a pesar de ser importante, no es suficiente para sustentar transformaciones estructurales. Debemos y estamos obligados a ir más allá. Pero hay que hacerlo con paciencia y sin voluntarismos vanos.
Lecciones e ilusiones
El anterior período de lucha de los pueblos latinoamericanos está representado por la revolución cubana. La «toma del poder» por la vía insurreccional generó ciertos espejismos. La reforma agraria democrática y la intervención de sectores estratégicos de la economía (nacionalización), unieron a las mayorías populares, y el camino parecía despejado.
Se intentó avanzar hacia fases superiores en la construcción de la nueva sociedad apoyándose en la URSS. Sin embargo, la lección es que la «apropiación colectiva de los medios de producción y de vida» necesita mayores condiciones materiales, geopolíticas y de desarrollo político y cultural. El socialismo en un solo país es un imposible histórico.
Es más, los hechos vienen demostrando que las políticas sociales equitativas y anti-monopólicas, volcadas al mercado interno de cada país, presentan resultados muy limitados.
En los procesos de cambio de la URSS y Europa Oriental la ilusión se hizo evidente. Una vez se superó la presión externa – que amenazaba la unidad nacional ( II Guerra mundial) -, las contradicciones internas se convirtieron en el problema central.
La enseñanza consiste en que los problemas endógenos exigen serios conocimientos de la sociedad y visión estratégica de largo plazo. El reto de mantener unidas a las mayorías populares, a los pueblos y a las nacionalidades que componen toda gran Nación, adquiere nuevas dimensiones. He allí el quid del asunto.
En el caso de Cuba, el bloqueo norteamericano «facilitó» – involuntariamente – esa tarea. No significa que los revolucionarios cubanos hubieran sucumbido frente a otra estrategia imperial. Eso no lo podemos afirmar, no somos adivinos.
Necesitamos, entonces, mayor claridad política para unificar a todo el pueblo y para consolidar la integración regional. La Patria Grande Latinoamericana es fundamental para avanzar con estabilidad y fuerza creciente.
El arte consiste en ganar aliados, neutralizar a las fuerzas vacilantes, debilitar al máximo al enemigo, escoger los terrenos favorables, concentrar las fuerzas en los momentos decisivos y cazar las peleas que podamos ganar. Claro está, todo ello responde a la caracterización que hagamos de lo que es «pueblo» para cada etapa de nuestras luchas.
Habrá quienes niegan la necesidad de las etapas porque la visión insurreccional induce una mirada delirante que niega toda táctica. Con ellos/as no hay posibilidades de discutir estos temas. Si no hay etapas, no hay estrategia.
Unidad y dominación imperial
Nuestro principal limitante es la falta de autonomía e independencia. Llevamos cinco siglos de invasión y de dominación imperial (ibérica, inglesa, estadounidense, holandesa ). Siempre lo decimos, pero pareciera que no lo interiorizamos.
Hay que insistir: ellos nos dominan porque nosotros – de alguna manera – se lo permitimos . Así de sencillo. No hay dominación sin sumisión; ni puede haber fuerza si no hay unión.
Nos separan «falsos» nacionalismos oficializados a principios del siglo XIX. En realidad son «precarias naciones» creadas por las clases hacendatarias, que por circunstancias geográficas y socio-históricas están en la tradición y el alma de nuestras gentes.
Quienes estimulan las contradicciones para incentivar envidias, recelos y prevenciones, lo hacen también al interior de cada país. Tratan de aprovechar la más mínima fisura.
Ellos saben que si las actuales revoluciones nacionalistas ganan fuerza para la Patria Grande , no sólo están perdidos, sino que las condiciones para retomar y renovar los ideales de transformación estructural pueden poner en peligro todo su sistema capitalista.
Así como los pueblos ideamos formas de unirnos y de lucha, los especialistas imperiales trabajan para debilitarnos. Desean enfrentar a Chile con Bolivia y Perú. Quieren incendiar Centroamérica, empezando por Honduras. Colombia es punta de lanza en Sudamérica. Planean más divisiones y pugnas. Ellos no duermen, saben lo que están perdiendo .
Hay que estar vigilantes. Nuevas aventuras están en la agenda del imperio. El momento es de quiebre. Por eso, nuestra acción debe ser calculada y precisa.
No debilitar el frente anti-imperialista
De acuerdo a nuestra visión, quienes impulsan el «socialismo» en sus diversas variantes, parecieran no percatarse de los peligros que ello implica.
Una cosa es que los sectores populares dirijan o «hegemonicen» (en el sentido «gramsciano» de la palabra) la lucha por la liberación nacional y la democracia participativa , y otra, que en forma inmediata tengamos la fuerza y la capacidad real de avanzar hacia «tareas socialistas» (hay quienes creen que de ipso facto podemos cambiar el modelo de producción imperante ).
Les hacemos un flaco favor a nuestros enemigos cuando debilitamos el frente anti-imperialista y anti-oligárquico.
Pretender pasar por encima de las condiciones reales es un error. Debemos tener en cuenta no sólo las bases materiales de nuestras sociedades sino la conciencia de los pueblos y su disposición a avanzar en una u otra dirección.
La unión de los empresarios medios, las clases medias y populares, incluyendo campesinos indígenas, mestizos y afrodescendientes, los trabajadores, y la gran masa de población vinculada a la economía informal, es indispensable para consolidar la lucha contra las elites y sus patrocinantes de afuera, el Partido Imperial. El método y la herramienta es la democracia siempre más participativa.
Debemos construir soberanía política para marchar hacia una efectiva autonomía. Es vital crear condiciones en donde los pueblos y los trabajadores vamos avanzando hacia nuevos escenarios. A esta tarea le llamamos construir «hegemonía social».
La hegemonía social
En el proceso de liberación, las clases históricamente explotadas y excluidas van abriendo la brecha y construyendo su emancipación. La hegemonía de una elite sobre los demás sectores de la sociedad, es determinada ciertamente por el control del poder político, pero esto no es todo. El problema sobrepasa la dimensión del determinismo económico.
Construir hegemonía implica que las clases dominadas de una sociedad logren apropiarse de espacios que tradicionalmente están en manos de las elites.
La apropiación del conocimiento, el afincamiento de culturas populares, la capacidad de elaboración simbólica, que hagan posible la expansión de su influencia hacia toda la sociedad, es algo fundamental en ese proceso.
En esa dinámica la conquista del poder político es fundamental para potenciar nuestros esfuerzos, evitar que los gérmenes populares sean destruidos, y todo ello permita la afirmación de un nuevo poder orgánico, capaz de inducir hasta un cambio de paradigmas.
La hegemonía social – según Antonio Gramsci – se construye sobre la base de una nueva concepción del poder que, no es sólo, política más (+) economía, sino que un bloque social ha madurado la capacidad de dar respuesta propia a todos los problemas de la sociedad.
Esto será posible comenzando a utilizar de forma óptima, apropiada, democrática, participativa, las herramientas del poder político. Los movimientos sociales y la sociedad civil deben contar con absoluta autonomía para desarrollar un control social activo que haga posible y viable la construcción-transformación del nuevo Estado.
Se trata de avanzar y consolidar fuerzas. Midiendo, calculando, uniendo a las mayorías, copando espacios, superando nuestras propias limitaciones y derrotando a quienes nos adversan. Errando y corrigiendo, experimentando y aprendiendo.
La integración no homogenizante
En el caso de América Latina debemos avanzar en los procesos de integración nacional y regional. No se trata de homogeneizar a todo el mundo. A partir de respetar las diferencias, ir construyendo un nuevo tipo de identidad que implica reconocer – con toda claridad y plenitud -, las diversas y complejas identidades y realidades existentes.
Algunos pueblos originarios de América están recuperando a fondo sus coincidencias ancestrales. Otros, están más abiertos al mestizaje. Pueblos mestizos y afrodescendientes buscan caminos, variados, combinados; explorando, aprendiendo a reconocerse. Se nos negó la construcción de nuestra diversa identidad porque nunca se nos dejó ser nosotros mismos.
Ahora, la democracia popular participativa debe permitir que nuestros pueblos y comunidades se autoafirmen y determinen. Esa es la clave de nuestro futuro inmediato.
Por ahora, a las mayorías no les interesa el socialismo [1] . Eso debemos decirlo. Y no sólo eso; como no saben que es [2] , le temen. El lavado de cerebro (trabajo ideológico) realizado por la burguesía mundial ha sido eficaz. Lo hicieron aprovechando los fracasos del socialismo real del siglo XX.
Es revelador que sobre el cadáver del socialismo estatista construyeran su ideología neoliberal que se concreta en un Estado reducido a su mínima expresión, todo el poder al mercado, cero (0) planificación, eliminación de los sindicatos, ciudadanos transformados en consumidores, y especulación a todo nivel.
Algunos sectores creen que resuelven el problema con solo llamarse «socialistas» o repetir invocaciones al «socialismo». Hace parte de las ilusiones y auto-engaños.
Los pueblos originarios y el separatismo indigenista
En América Latina los pueblos originarios, raizales, y campesinos tradicionales (indígenas, mestizos y afros) han podido resistir en mejores condiciones a la avalancha de la globalización neoliberal porque cuentan con dos condiciones especiales:
a) Han mantenido una estructura organizacional de carácter comunitario que les ha permitido defender y/o recuperar territorio y autoridad propia.
b) Su cosmovisión ancestral les facilita mantener y desarrollar sistemas económicos que no agreden a la naturaleza y que refuerzan su unidad.
Son ventajas evidentes ante un capitalismo que fracasó en su intento de «dominar» y anexarse integralmente la vida y la naturaleza para su definitiva y fatal domesticación (especialmente la agricultura, pero también al mismo ser humano).
La naturaleza, incluida la humana, resistió sus prácticas estandarizadoras. La crisis ambiental, energética, alimentaria, e incluso, la crisis espiritual que sufre la humanidad, es la respuesta de esa «fuerza vital» a la agresividad capitalista.
Esas ventajas de los pueblos originarios y comunidades tradicionales frente a la población desarraigada se materializan en la conservación de sus ambientes «naturales», el apego y la defensa del territorio, la fuerza y el respaldo de sus familias, la cohesión de los lazos sociales locales, las formas de solidaridad de la vida comunitaria. Resisten en forma organizada y son un faro para el conjunto de la población. [3]
Pero mucho ojo, así como son punto de apoyo para nosotros, también pueden – en un momento y en condiciones particulares – ser referentes para quienes nos quieren dividir.
Los estrategas del imperio saben que las oligarquías regionales han perdido cualquier tipo de identidad nacional, si es que la tuvieron. Son apátridas, mentalmente colonizados. Sólo la colombiana y peruana, se sostienen en Sudamérica, más por nuestros errores que por sus aciertos.
La capacidad de esas oligarquías para dividir a los pueblos y naciones latinoamericanas está llegando a su fin. Por ello los imperios requieren con urgencia, nuevos motivos para enfrentar y fragmentar.
Los capitalistas imperialistas saben que en el tema étnico-cultural hay un potencial para explotar en su beneficio. Kosovo y los Balcanes fue su último experimento exitoso. Darle prioridad al tema étnico por encima de la unidad nacional y de las coincidencias de clase (campesina u otras), es fundamental para esa estrategia divisionista.
Los procesos de cambio y el multiculturalismo
Las actuales revoluciones democráticas se han alimentado – en gran medida – de las luchas de los pueblos y comunidades contra la depredación globalizante del neoliberalismo.
Ellos se apartan, en algunos aspectos, de la lógica del gran capital. Por ello, son un punto de partida y un potencial de la nueva nacionalidad Indo-afro-euro-americana, en construcción.
Esos pueblos mantienen una relación de «mutuo beneficio» con la naturaleza. Preservan, además, lazos familiares y tribales que los han protegido de la descomposición total. Son conservadores de biodiversidad en todo el sentido de la palabra.
Una ideología étnica (multiculturalismo) ha surgido al calor de esa resistencia. No es una idea sociológica o antropológica de carácter académico, sino un sentimiento real, presente en los actores mismos. Otros sectores sociales también lo perciben y reconocen. Algunos añoran lo que han perdido; otros admiran ese comportamiento y actitud presente y viviente en dichos pueblos. Es un acumulado histórico, político, cultural que se manifiesta también en formas económicas «populares».
El problema surge cuando estímulos externos influyen a los dirigentes para convertir esas potencialidades en una ideología «indigenista». Una especie de «separatismo originario» se configura en algunas mentes. Se elaboran categorías ahistóricas para justificar tal pretensión. Se conceptualiza el «derecho mayor».
Tal tipo de separatismo puede convertirse en una amenaza, no sólo para la unidad interna de los pueblos en cada país, sino para el proceso de integración regional. Además, de hecho debilita al movimiento indígena, porque lo aísla de sus amigos y aliados.
Por ejemplo, ya está planteada la consigna de la gran nación aymará-quechua. Ella se debería constituir con gran parte de los pueblos que estuvieron bajo la dominación incaica que hoy pertenecen a Ecuador, Perú, Bolivia, parte de Chile, Argentina y Paraguay. ¿Es esto posible? ¿Qué lo hace viable?
Esa idea de gran nación que reconfigure la región andina puede hacerse realidad, siempre y cuando se hayan derrotado las oligarquías de todos los Estados nacionales. Esa posibilidad no debe asustarnos. La última palabra la tendrán los mismos pueblos mediante una decisión plena, democrática, bien pensada y discutida.
El problema es el momento y la oportunidad. Si esa tarea debilita o se contrapone a los procesos de autodeterminación y de avance social de las naciones en su conjunto, puede convertirse en un factor de división y debilitamiento.
No podemos desconocer que el Imperio prepara una guerra a muerte en Suramérica. Necesitan recuperar los recursos energéticos que insensatamente ya agotaron en su territorio.
En esa guerra, la repetición del genocidio de las estirpes originarias es un riesgo de primer orden. Ya lo estamos viviendo. Los Estados Unidos se edificaron sobre la sangre de la población nativa masacrada. No lo olvidemos.
Así como se pretenden imponer «tareas socialistas» que desmejoran el frente anti-imperialista y anti-oligárquico, las «metas indigenistas» pueden también afectar las luchas nacionales por independencia y autonomía. [4]
La actitud ante el problema
Esta preocupación no es gratuita. En varias regiones de América Latina se empieza a percibir esa realidad. Y, el problema se puede agravar si no lo reconocemos.
Si la dirigencia de los procesos de cambio – revolución bolivariana (venezolana), ciudadana (ecuatoriana), del Buen Vivir (boliviana), y otras -, no es consciente de ese problema, puede alimentar las contradicciones y conflictos. Si se aplican concepciones autoritarias, «integristas», de «centralismo nacional», que son una amenaza para los pueblos originarios y comunidades étnicas tradicionales, estaremos haciéndole el mandado a nuestros peores enemigos .
Hay que recordar que los pueblos indígenas han sido los insuperables guardianes de la naturaleza. Donde hay pueblos originarios hay recursos naturales; donde ellos han sido arrasados, la biodiversidad ha desaparecido (EEUU y Europa). Se trata de una deuda histórica incuestionable.
En el manejo de las políticas económicas inmediatas y urgentes hay que evitar esos errores. La necesidad de mantener proyectos de explotación y extracción de recursos naturales en territorios indígenas puede – como está ocurriendo – estimular y agudizar serias confrontaciones y fisuras. L as comunidades han emitido un NO rotundo y absoluto a la minería a cielo abierto; los gobiernos deben obedecer. No debe haber ni siquiera discusión.
O, también, en la «prestación» de los servicios de educación y salud, en el diseño de las políticas ambientales, y en muchas de las acciones gubernamentales hacia los pueblos indígenas, si no se tiene claridad, se puede atentar contra las fortalezas que le han permitido resistir a dichos pueblos.
Se puede crear, sin necesidad, un conflicto de marca mayor que, por otro lado, afectaría nuestras mejores reservas y potencialidades.
Para garantizar una efectiva inclusión de los pueblos, n o basta el reconocimiento formal – constitucional y legal – de la pluri-etnicidad y la multi-culturalidad. Hay que ir más allá.
Debemos elaborar las políticas con ellos. Convenir que debe haber una etapa de transición para acumular fuerza económica y política. Su objetivo es acabar con una economía basada en la mono-exportación de los recursos naturales.
Tenemos la obligación de construir confianzas y compromisos. Que quede explícito que estamos decididos a acabar con las aberraciones del modelo capitalista neoliberal.
Si no consolidamos esas alianzas y acuerdos seguramente no vamos a poder contar con la fuerza de los pueblos indígenas para conquistar la 2ª independencia. Y eso es grave.
Y, el gringo está allí, esperando y promoviendo la división. Múltiples y numerosas ONGs, con importantes recursos y mucha experiencia, pueden ser herramientas – algunas sin saberlo – de un separatismo inducido. [5]
Las fuerzas del cambio y los gobiernos nacionalistas no deben perder la perspectiva. No pueden cortar sus raíces negando su origen. Todo está en nuestras manos, siempre y cuando nos sintonicemos con nuestros pueblos. No es posible saltar etapas ni coger atajos.
Si la soberbia, el autoritarismo, el burocratismo, se vuelven una traba y un obstáculo para avanzar, será necesario profundizar la revolución democrático-popular. No significa «socialismo» inmediato, pero sí mayor hegemonía popular.
El problema es saber sí tenemos las reservas y acumulados para hacerlo bien. Lo esencial es no dividirnos en el proceso. He allí los dilemas que tenemos al frente.
Conclusión: La lucha nacional por la Patria Grande indo-afro-euro-americana y la democracia participativa en ascenso, son el norte prevaleciente en esta etapa, que debe marcar el ocaso definitivo del partido imperial. Lo demás es forzar, dividir y debilitar.
[1] Que nos guste o no, inevitablemente asociados a la experiencia del «socialismo real» instaurado en la Europa oriental tras la avanzada de la Armada Roja hasta Berlín.
[2] Es una referencia intelectual y práctica eminentemente euro-céntrica.
[3] En este sentido estamos estudiando los aportes de Elinor Ostrom, Premio Nobel de Economía 2009. Ver su libro: «El gobierno de los bienes comunes – La evolución de las instituciones de Acción Colectiva». Fondo de Cultura Económica. 1990.
[4] Si el subcomandante Marcos y los neo-zapatistas han podido resistir hasta hoy (así sea replegados, y escasamente armados), es precisamente porque ondean sus banderas negras con estrella roja al lado del tricolor mexicano.
[5] Lo que ocurre en el Cauca es una lección. Parte del movimiento indígena lleva 25 años de indigenismo y está siendo cada vez más aislado y debilitado frente al conjunto de la sociedad. La estrategia de La Minga es un buen intento por rectificar. Internamente se desgasta por dos vías: una, jalonada por los que se «cierran» creyendo que es la mejor defensa; y la otra, por los que se «abren al mercado», pero lo hacen renunciando a lo que les da la fuerza. ¿Que es lo que les da fuerza? Su cosmovisión que los conecta a la naturaleza, que les da identidad y poder comunitario.
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