I En su obra El imperialismo, fase superior del capitalismo, Lenin dedica una «atención especial a la crítica del «kautskismo», esa corriente ideológica internacional que en todos los países del mundo representan los «teóricos más eminentes», los jefes de la II Internacional… y un sinfín de socialistas, reformistas, de pacifistas, de demócratas burgueses y de […]
I
En su obra El imperialismo, fase superior del capitalismo, Lenin dedica una «atención especial a la crítica del «kautskismo», esa corriente ideológica internacional que en todos los países del mundo representan los «teóricos más eminentes», los jefes de la II Internacional… y un sinfín de socialistas, reformistas, de pacifistas, de demócratas burgueses y de clérigos» («Prólogo a las ediciones francesa y alemana» de El imperialismo, fase superior del capitalismo, V. I. Lenin, Obras Escogidas, Editorial Progreso, 1981, p. 687).
Lenin avanza la conclusión de dicha crítica en el citado prólogo. La crítica debe responder a la pregunta marxista, materialista, que Lenin plantea en primer lugar con respecto al «socialchovinismo»: «¿Dónde está la base económica de este fenómeno histórico universal?» (p. 687); puesto que «sin haber comprendido las raíces económicas de ese fenómeno, sin haber alcanzado a ver su importancia política y social es imposible dar el menor paso hacia el cumplimiento de las tareas prácticas del movimiento comunista y de la revolución social que se avecina» (pp. 687-688). La respuesta, tal y como es adelantada en el prólogo, es la siguiente:
Es evidente que tan gigantesca superganancia [monopolista, financiera: imperialista] (ya que se obtiene por encima de la ganancia que los capitalistas exprimen a los obreros de su «propio» país) permite corromper a los dirigentes obreros y a la capa superior de la aristocracia obrera. Los capitalistas de los países «adelantados» los corrompen, y lo hacen de mil maneras, directas e indirectas, abiertas y ocultas.
Ese sector de obreros aburguesados o de «aristocracia obrera», enteramente pequeñoburgueses por su género de vida, por sus emolumentos y por toda su concepción del mundo, es el principal apoyo de la II Internacional; y, hoy en día, el principal apoyo social (no militar) de la burguesía [p. 668].
Hasta tal punto el imperialismo y la aristocracia obrera son dos objetos estrechamente relacionados. El imperialismo capitalista es la base material de la aristocracia obrera. El imperialismo y la aristocracia obrera determinaron la aparición de una serie de ideologías que pueden agruparse bajo la denominación leninista de «socialchovinismo» o de «socialimperialismo». No sólo la socialdemocracia, sino el fascismo y el nacional-socialismo, así como el estalinismo, son variantes del «socialimperialismo».
La actual crisis del imperialismo estadounidense implica una crisis mundial. El marxismo no es un discurso ideológico que pretenda ganar voluntades, sino, ante todo, una ciencia que tiene por objeto la sociedad capitalista. Al respecto, una de las cosas que sabe el marxismo es que la clase obrera no le prestará oídos en sus ratos de ocio, sino en momentos de crisis. Pero el marxismo no espera de la crisis el derrumbe inmediato del capitalismo. El capitalismo sólo pasará a la historia de manos del proletariado. La crisis mundial en curso hará perder su estatus a la aristocracia obrera primermundista, y le obligará a revivir su condición de clase. Mientras tanto vamos, con Lenin, a recordársela.
Lenin comienza señalando el sentido de la existencia de la aristocracia obrera tomando prestadas las siguientes palabras del empresario inglés y primer ministro, por entonces, de la colonia británica de Ciudad del Cabo, Cecil Rhodes, en 1895: «Ayer estuve en el East-End londinense (barriada obrera) y asistí a una asamblea de parados. Al oír allí discursos exaltados cuya nota dominante era «¡pan!, ¡pan!» y al reflexionar, de vuelta a casa, sobre lo que había oído, me convencí, más que nunca, de la importancia del imperialismo… La idea que yo acaricio es la solución del problema social: para salvar a los cuarenta millones de habitantes del Reino Unido de una mortífera guerra civil, nosotros, los políticos coloniales, debemos posesionarnos de nuevos territorios; a ellos enviaremos el exceso de población y en ellos encontraremos nuevos mercados para los productos de nuestras fábricas y de nuestras minas. El imperio, lo he dicho siempre, es una cuestión de estómago. Si queréis evitar la guerra civil, debéis convertiros en imperialistas» (pp. 745-746). Es difícil decirlo de forma más clara y brutal. Lenin comenta que Rhodes «era un socialchovinista algo más honrado…» que los socialdemócratas rusos y alemanes (p. 746).
Lenin continúa introduciendo el tema con las palabras de un escritor francés, Wahl (citado por Henri Russier en Francia y sus colonias), que, «como si ampliara y completara las ideas de Cecil Rhodes que hemos citado anteriormente, afirma que se deben añadir causas de orden social a las causas económicas de la política colonial contemporánea: «a consecuencia de las complicaciones crecientes de la vida, que no abarcan sólo a las multitudes obreras, sino también a las clases medias, en todos los países de la vieja civilización se están acumulando «impaciencias, rencores y odios que amenazan la paz pública; energía sacada de su cauce de clase, a la que hay que encauzar y emplear fuera del país, si no se quiere que se produzca una explosión en el interior»» (pp. 750-751). Encontramos en este autor francés el mismo temor a la lucha de clases («guerra civil») que en el colonialista inglés, y la misma idea para su solución.
Unas páginas más adelante, Lenin se sirve del liberal radical reformista J. A. Hobson, quién, en su obra clásica sobre el imperialismo, repite la misma idea, aunque esta vez en tono de denuncia: «Los orientadores de esta política netamente parasitaria son los capitalistas; pero los mismos motivos se dejan sentir también sobre categorías especiales de obreros. En muchas ciudades, las ramas más importantes de la industria dependen de los pedidos del gobierno; el imperialismo de los centros de la industria metalúrgica y de las construcciones navales depende en gran parte de este hecho». Acerca del «parasitismo económico», dice Hobson, «el Estado dominante utiliza sus provincias, colonias y países dependientes para enriquecer a su clase gobernante y sobornar a las clases inferiores a fin de lograr su aquiescencia» (pp. 765-766). Notemos que con el término «capitalistas», Hobson se refiere exclusivamente a los capitalistas financieros. Lenin apunta: «Para que este soborno resulte posible en el aspecto económico, sea cual fuere la forma en que se realice, es necesario -añadiremos por nuestra cuenta- un elevado beneficio monopolista» (p. 766).
A continuación, Lenin reproduce una clarividente previsión de Hobson acerca del futuro del imperialismo: «La perspectiva del reparto de China suscita en Hobson el siguiente juicio económico: «La mayor parte de Europa Occidental podría adquirir entonces el aspecto y el carácter que tienen actualmente ciertas partes de los países que la componen: el sur de Inglaterra, la Riviera y los lugares de Italia y Suiza más frecuentados por los turistas y que son residencia de gente rica, es decir: un puñado de ricos aristócratas que perciben dividendos y pensiones del Extremo Oriente con un grupo algo más considerable de empleados profesionales y de comerciantes y un número mayor de sirvientes y de obreros ocupados en el transporte y en la industria dedicada a la terminación de artículos manufacturados. En cambio, las ramas principales de la industria desaparecerían, y los productos alimenticios de gran consumo y los artículos semimanufacturados corrientes afluirían, como un tributo, de Asia y África». «He aquí qué posibilidades nos ofrece una alianza más vasta de los Estados occidentales, una federación europea de las grandes potencias: dicha federación, lejos de impulsar la civilización mundial, podría implicar un peligro gigantesco de parasitismo occidental: formar un grupo de naciones industriales avanzadas, cuyas clases superiores percibirían enormes tributos de Asia y África; esto les permitiría mantener a enormes masas de empleados y criados sumisos, ocupados no ya en la producción agrícola e industrial en masa, sino en el servicio personal o en el trabajo industrial secundario, bajo el control de una nueva aristocracia financiera. Que los que se hallan dispuestos a desentenderse de esta teoría» (debería decirse «perspectiva») «como digna de ser examinada reflexionen sobre las condiciones económicas y sociales de las regiones del Sur de la Inglaterra actual que se hallan en esta situación. Que piensen en las inmensas proporciones que podría adquirir dicho sistema si China fuese sometida al control económico de tales grupos financieros, de los inversionistas, de sus agentes políticos y empleados comerciales e industriales, que extraerían beneficios del más grande depósito potencial que jamás haya conocido el mundo con objeto de consumirlos en Europa. Naturalmente, la situación es excesivamente compleja, el juego de las fuerzas mundiales es demasiado difícil de calcular para que resulte muy verosímil esa u otra previsión del futuro en una sola dirección. Pero las influencias que gobiernan el imperialismo de la Europa Occidental en la actualidad se orientan en este sentido, y si no chocan con una resistencia, si no son desviadas hacia otra parte, avanzarán precisamente hacia tal culminación de este proceso» (pp. 766-767). Conviene señalar que Hobson era un liberal reformista, primero radical y después laborista, y que, como tal, representaba ante todo los intereses de la industria inglesa de los tiempos del liberalismo, y desde esta perspectiva hay que entender sus críticas al capitalismo financiero y al imperialismo.
Lenin sanciona la previsión de Hobson, subrayando sus limitaciones:
El autor tiene toda la razón: si las fuerzas del imperialismo no tropezaran con resistencia alguna, conducirían indefectiblemente a ello. La significación de los «Estados Unidos de Europa», en la situación actual, imperialista, la comprende Hobson con acierto. Convendría únicamente añadir que también dentro del movimiento obrero los oportunistas, vencedores de momento en la mayoría de los países, «trabajan» de una manera sistemática y firme en esta dirección. El imperialismo, que significa el reparto del mundo y la explotación no sólo de China e implica ganancias monopolistas elevadas para un puñado de los países más ricos, origina la posibilidad económica de sobornar a las capas superiores del proletariado, y, con ello, nutre el oportunismo, le da cuerpo y lo refuerza. No se deben, sin embargo, olvidar las fuerzas que contrarrestan al imperialismo en general y al oportunismo en particular, y que, naturalmente, no puede ver el social-liberal Hobson» [p. 767].
Las resistencias a las que se refiere Lenin existieron, tanto en los países imperialistas como en los países sometidos al imperialismo. La revolución bolchevique, dirigida por él, fue la mejor muestra de dicha resistencia, pero el resultado fue finalmente favorable para el imperialismo.
En conclusión: «El imperialismo tiene la tendencia a formar categorías privilegiadas también entre los obreros y a divorciarlas de las grandes masas del proletariado» (p. 769). Ya Marx y Engels habían extraído esta conclusión, como Lenin se encarga de recordar a continuación:
Es preciso hacer notar que, en Inglaterra, la tendencia del imperialismo a escindir a los obreros y a acentuar el oportunismo entre ellos, a llevar a cabo una descomposición temporal del movimiento obrero se manifestó mucho antes de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Esto se explica porque, desde mediados del siglo pasado, existían en Inglaterra dos importantes rasgos distintivos del imperialismo: inmensas posesiones coloniales y situación de monopolio en el mercado mundial. Durante decenas de años, Marx y Engels estudiaron sistemáticamente esa relación entre el oportunismo en el movimiento obrero y las particularidades imperialistas del capitalismo inglés. Engels escribía, por ejemplo, a Marx el 7 de octubre de 1858: «El proletariado inglés se va a aburguesando de hecho cada día más; por lo que se ve, esta nación, la más burguesa de todas, aspira a tener, en resumidas cuentas, al lado de la burguesía, una aristocracia burguesa y un proletariado burgués. Naturalmente, por parte de una nación que explota al mundo entero, esto es, hasta cierto punto, lógico». Casi un cuarto de siglo después, en su carta del 11 de agosto de 1881, habla de las «peores tradeuniones inglesas que permiten que las dirija gente vendida a la burguesía o, cuando menos, pagada por ella». Y el 12 de septiembre de 1882, en una carta a Kautsky, Engels escribía: «Me pregunta usted qué piensan los obreros ingleses de la política colonial. Lo mismo que piensan de la política en general. Aquí no hay un partido obrero, no hay más que conservadores y radicales liberales, y los obreros se aprovechan con ellos, con la mayor tranquilidad del mundo, del monopolio colonial de Inglaterra y de su monopolio en el mercado mundial» [pp. 769-770].
Al comienzo del penúltimo capítulo de su obra, titulado «La crítica del imperialismo», Lenin insiste:
El signo de nuestro tiempo es el entusiasmo «general» por las perspectivas del imperialismo, la defensa rabiosa del mismo, su embellecimiento por todos los medios. La ideología imperialista penetra incluso en el seno de la clase obrera, que no está separada de las otras clases por una muralla china. Si los jefes de lo que ahora llaman Partido «Socialdemócrata» de Alemania han sido calificados con justicia de «socialimperialistas», esto es, de socialistas de palabra e imperialistas de hecho, Hobson hacía notar ya en 1902 la existencia de «imperialistas fabianos» en Inglaterra, pertenecientes a la oportunista «Sociedad Fabiana» [p. 771].
Para terminar, Lenin vuelve sobre el tema hacia el final de la obra:
La obtención de elevadas ganancias monopolistas por los capitalistas de una de tantas ramas de la industria, de uno de tantos países, etc., les brinda la posibilidad económica de sobornar a ciertos sectores obreros, y, temporalmente, a una minoría bastante considerable de estos últimos, atrayéndolos al lado de la burguesía de dicha rama o de dicha nación, contra todos los demás. El acentuado antagonismo de las naciones imperialistas en torno al reparto del mundo ahonda esa tendencia. Así se crea el vínculo entre el imperialismo y el oportunismo, vínculo que se ha manifestado antes que en ninguna otra parte y de un modo más claro en Inglaterra debido a que varios de los rasgos imperialistas de desarrollo aparecieron en ese país mucho antes que en otros [pp. 784-785].
II.
Desde que Lenin realizara su estudio acerca del imperialismo, la guerra imperialista mundial concluyó con la hegemonía estadounidense, y la aristocracia obrera se consolidó finalmente en el conjunto de los países imperialistas («primermundistas») y, con ella, el «socialimperialismo» en todas sus variantes. Las tendencias fundamentales del imperialismo, puestas de manifiesto por Lenin, continuaron actuando hasta hacer realidad la profecía de Hobson. El imperialismo logró así disminuir la contradicción capital/trabajo, propia del capitalismo, en el interior de los países imperialistas, a costa de reproducirla en los países dominados, a escala global. Pero, si bien la contradicción capital/trabajo puede verse así «disminuída» en el interior en los países imperialistas, la contradicción no desaparece. En primer lugar, un asalariado continúa siendo un asalariado por muy elevado que sea su salario. En segundo lugar, en los países imperialistas continúan existiendo condiciones de máxima explotación relativa: contratos precarios, salarios mínimos, jornadas de trabajo elevadas, garantías sociales mínimas… Estas condiciones se endurecen con la crisis en curso.
La previsión de Hobson se cumplió, pero la crisis del imperialismo estadounidense marca el comienzo del fin de esta edad dorada, los llamados «30 gloriosos». 1970 (y no 1975…) marca el fin de esta edad dorada, y de la fase clásica del imperialismo (1900-1970), descrita por Lenin en sus inicios, y el comienzo de su fase declinante. En primer lugar, a partir de 1970 las importaciones estadounidenses superaron a sus exportaciones, y desde entonces el déficit comercial estadounidense viene experimentando una tendencia creciente. En segundo lugar, en 1985 los activos extranjeros en EEUU superaron a los activos de EEUU en el extranjero, e igualmente la diferencia entre ambos es marcadamente creciente desde entonces. Por último, la diferencia entre la renta percibida por los activos de EEUU en el resto del mundo y la renta recibida por los activos extranjeros en EEUU viene disminuyendo desde 1980. Nos encontramos, por tanto, con una fase del imperialismo en la cual el país hegemónico pasa de ser exportador de mercancías a importador de mercancías, de exportador capital a importador de capital, y de acreedor a deudor. EEUU se encuentra en una situación en la que prácticamente devuelve al resto del mundo lo que extrae de él. Se trata, sin duda, de la fase declinante del imperialismo estadounidense.
La resistencia de EEUU a perder su hegemonía ya no tiene otra salida que la militar, y su gobierno deberá mantener enrolada a su población en una «guerra contra el terrorismo» permanente, lo cual implicará nuevos atentados en EEUU. La burguesía hegemónica estadounidense puede haber encontrado en el terrorismo una forma de producir consenso en apoyo de la guerra, pero este consenso se verá crecientemente contrarrestado por el «efecto Vietnam». Es necesario subrayar que la guerra en curso, aunque se extienda (previsiblemente, a Irán), difícilmente podrá transformarse en una guerra mundial como las desatadas por el auge de la competencia imperialista durante la primera mitad del siglo XX. La guerra actual es una guerra asimétrica, que EEUU, con todo su poderío militar, no puede ganar. Entretanto, Europa espera ocupar el papel de EEUU. Pero sólo podría lograrlo en el medio plazo, bien entrada la crisis. En este sentido, la UE jugaría un papel similar al que jugó EEUU en la Segunda Guerra Mundial, en la que sólo entró ya muy avanzada la guerra, llevándose el gato al agua.
La crisis del imperialismo estadounidense es inevitable. Pero la crisis del imperialismo estadounidense implica la crisis mundial. Por tanto, las consecuencias sociales de la crisis serán mundiales, y darán paso, asimismo, a una situación revolucionaria mundial. En último término, la guerra en curso sólo podrá agravar las consecuencias sociales de esta crisis.
Una de las consecuencias inmediatas de ésta crisis es el auge del socialimperialismo en sus diversas variantes. En particular, el reciente movimiento antiglobalización, impulsado inicialmente por los sindicatos, a los que se sumaron literalmente «un sinfín de socialistas, de reformistas, de pacifistas, de demócratas burgueses y de clérigos», como dijera Lenin, constituye un anticipo del previsible auge de la socialdemocracia, que a día de hoy domina dicho movimiento. Las ideas que lo dominan han sido repetidamente criticadas por el marxismo, ya desde la Crítica del Programa de Gotha, de Marx: «reparto equitativo de la riqueza», «democracia», «pacifismo», etc. No es este el lugar para recordar la crítica de éstas y otras ideas, ampliamente desarrollada por Lenin a lo largo de su obra. Debemos señalar que también al socialismo útópico pequeñoburgués, el anarquismo, y al izquierdismo la crisis les viene dando margen para sacar partido de su viejo democratismo populista, al cual reducen el socialismo, y de su pretendida crítica del «socialismo real». La crítica de este democratismo se encuentra también desarrollada por Lenin en numerosos lugares. La «democracia representativa» moderna, es decir, la democracia burguesa, lejos de haber supuesto un freno al imperialismo, ha sido su forma política propia. La democracia (y no la falsamente llamada «democracia representativa», es decir, la «democracia» burguesa actual, sino la democracia directa, radical) también fue la forma política propia del esclavismo imperialista de la antigua Atenas. Pero el recuerdo y actualización de la crítica de las ideas socialimperialistas (desde la socialdemocracia hasta el fascismo, pasando por el estalinismo), anarquistas e izquierdistas, y su actualización, es la tarea que tiene por delante el marxismo. La situación creada por el agravamiento de la actual crisis ha creado cierta confusión, especialmente entre el anarquismo y el izquierdismo, que orbitan alrededor de la socialdemocracia. No es éste el lugar para desarrollar su crítica. Aquí nos hemos limitado a recordar «dónde está la base económica de este fenómeno histórico universal», del socialimperialismo en general.
Cuando Lenin leyó en el Vorwärts (el diario de la socialdemocracia alemana) que los socialdemócratas habían votado en el Reichtag a favor de los créditos de guerra, llegó a pensar que se trataba de una falsificación del estado mayor alemán. Debió escribir su obra sobre el imperialismo para poder explicar la gran traición socialdemócrata. La ideología imperialista hace tiempo que penetró en el seno de la clase obrera, y el «signo de nuestro tiempo» continúa siendo, como denunciara Lenin, «la rabiosa defensa» del imperialismo y «su embellecimiento por todos los medios». En tales circunstancias se repetirá la situación que dejó al partido marxista de Lenin sólo frente al socialimperialismo (con la excepción de la Liga Espartaquista de Luxemburgo y Liebknecht, que pagaron con su vida el fracaso de la revolución alemana; su ejecución corrió precisamente a cargo de la socialdemocracia alemana en el gobierno). Es prioritario que el marxismo recuerde la crítica del socialimperialismo en todas sus variantes, y preste especial atención, asímismo, a la crítica del anarquismo y el izquierdismo, en conexión con la socialdemocracia.