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In Memoriam

Fuentes: Rebelión

“Ni los muertos estarán seguros ante el enemigo si éste vence. Y ese enemigo no ha cesado de vencer.”
Walter Benjamín

La desmemoria ronda por estos días de euforia electoral. Los agitadores de las banderas rojas que en otrora alardeaban con orgullo de ondear en las calles la oz y el martillo, hoy se avergüenzan de cargar sus emblemas, sus símbolos, sus coros y sus muertos. No es políticamente correcto, no es electoralmente conveniente, ni ideológicamente pertinente.

Una suerte de amnesia funcional se ha asumido desde la supuesta izquierda revolucionaria, empotrada hoy en el parlamentarismo y omnubilada en el embrujo institucional del gobierno del cambio. No es olvido, es un arreglo a los contenidos de la memoria y a sus utilidades políticas e ideológicas, ajustadas para encajar en la coyuntura que se autodenomina “histórica”.

De la misma manera que la memoria se ajusta a unas funciones de propaganda y contenidos electorales, se está reinventando la tradición, la historia, sus narrativas y los modos en que las costumbres políticas sustentan ese pasado entre negación y gloria. Una izquierda quiere abandonar el pasado, su pecado original revolucionario y adaptar su historia al acoplamiento a la idea de la “revolución democrática electoral” como su fin y medio. Todo tiempo pasado fue peor, porque al parecer, ser revolucionario era una equivocación estratégica.

Amnesia revolucionaria: negacionismo y presentismo

El museo de la izquierda revolucionaria está siendo removido por las nuevas piezas de las tradiciones inoculadas con la narrativa del triunfo democrático electoral. La nueva historia da cuenta de una especie de monumentos y acontecimientos que parten de la idea de la posibilidad de la realización del cambio sin revolución, porque el devenir del momento había impuesto las condiciones del ascenso al Estado antes que tomarlo.

Bajo la idea del ascenso al Estado, el proceso de movilización social cumple una funcionalidad casi que lineal y etapista: primero el descontento, luego el estallido, después la conformación del movimiento electoral y posteriormente el logro del gobierno. En una serie de sucesos, los acontecimientos solo van demostrando que los desarrollos de la tendencia del momento histórico son la reforma en todos sus aspectos: en la conducta de la movilización de masas, en la expectativa sobre sus fines, programas y exigencias, pero sobre todo en los modos en los que puede alcanzar tales propósitos. En esta dinámica de hegelianismo tropical, pareciera que la reforma es el espíritu absoluto, lo racional que se hace real solo cuando ésta se manifiesta en la escena de la protesta y emerge su razón para hacerse histórica.

En esta operación ideológica, la negación del proceso anterior y sus hilos comunes con lo “histórico” de su pasado, queda vaciado de contenido y sus lazos se deshacen entre la idea inoculada de la “espontaneidad generacional” que hace “original” todo el nuevo proceso de movilización. El estallido surgió sin experiencia de subversión social reciente, las movilizaciones sociales son tan solo modos de descontento que fugaron del control del dispositivo de dominación y fracturaron los concesos de la hegemonía política.

Lo novedoso es que ahora todo fluye solo por la reacción del momento y no por la acumulación de los procesos de la conciencia social colectiva, que ha encontrado formas de conectar en sus prerrogativas históricas para manifestarse. El afán de novedad niega toda la herencia que ha formado el actual proceso que se autodenomina histórico.

¿Qué herencia puede reconocerse ante la amnesia de los revolucionarios? Aunque quiera negarse por pena de su pasado y por la conveniencia de ser políticamente correctos en momentos de búsquedas de favoritismos electorales, ningún sector de la supuesta izquierda revolucionaria, democrática, socialdemócrata y liberal, puede desconocer que todo esto proviene del acumulado de subversión social e insurgente que ha caracterizado la historia del siglo XX y XXI en el país.

Ahora que todo tiene un antes y un después del estallido, que todo pretende contarse al estilo de la narrativa del cristianismo, para favorecer la historia del ascenso mesiánico del actual presidente de la república, es necesario situarse en las dinámicas de la rebeldía que conformaron el acumulado socio político para lograr el quiebre de la hegemonía política del establecimiento.

Tuvieron que pasar cerca de cien años, para que el acumulado de las huelgas obreras a comienzos del siglo XX crearan con las bases de una serie de descontentos que coincidieron con las primeras intervenciones militares y políticas norteamericanas en el marco de la entrega de Panamá. Este germen de rebeldía que se constituyó en la forma de conciencia que abriría paso fecundo para la llegada de las ideas socialistas y comunistas en nuestro país. Los convulsos años veinte y treinta, no serían más que la constatación de un proyecto radical revolucionario en formación, construyéndose en la coyuntura de la hegemonía conservadora y en el marco del ascenso del fascismo a nivel mundial.

Ha sido un siglo de acumulación entre subversión social y acción insurgente, con diversas formas, modalidades y contenidos que han ido pasando generación tras generación en el marco de la experiencia de la lucha de clases del país. Las narrativas presentistas, omiten que incluso su situación como voceros de lo colectivo y social provienen de ese pasado que se pretende negar.

Reinventar la tradición

Avergonzados de su pasado, la izquierda revolucionaria del cambio, han decidido limpiar de su narrativa la conexión con su historia subversiva y han matizado sus formas de explicarlas como parte de una maduración en la que en sus etapas fueron algo aventureras e impulsivas.

La combinación de todas las formas de lucha de masas, es ahora un excursus que sirve para sustentar porque es inevitable desencadenar todo el proceso de acumulación de la lucha social y popular en la dinámica parlamentaria, encuadrarla en las tácticas electorales e instrumentalizarla a través de la institucionalización de prerrogativas para ser absorbidas por la maquinaria orgánica estatal. El leninismo de la combinación quedó reducido al cretinismo electoral y a una burda justificación de la contraposición de las formas de lucha, a fin de menospreciar cualquier variante táctica capaz de confrontar el poder estatal.

De la misma manera, ahora los actos, ritos, símbolos y lenguajes se adaptan a las dinámicas de las aceptaciones institucionales del gobierno. Lo políticamente correcto, cabe en el show de las reiteraciones a las bondades estatales y las gramáticas de la acción política están dedicadas a justificar los errores estratégicos como simples presiones que hace la oposición y obligan cometer situaciones forzadas por cuenta de las coyunturas que se dan en la lucha burocrática.

Descoloridas las banderas, sin oz ni martillo, débiles de carácter, lánguidos de discurso, pobres en conceptos y lamentables en sus posiciones, los revolucionarios del cambio han ido poco a poco lavando su pasado, acoplándose a la dinámica de abrazar puestos, adorar corbatas, adular cargos y ritualizar los nombramientos como los logros más altos de la lucha. Ser o no ser candidatos es el fin.

Desmemoria funcional

La reinvención de la tradición está en forzar al olvido y sepultar cualquier conexión que evoque resistencia a las narrativas institucionales. Fuera del museo de la memoria de los grandes actos heroicos de la lucha social y popular, los mártires, los caídos y sus obras significativas para la historia colectiva de la movilización, van siendo destinadas al archivo de experiencias clasificadas con sello cerrado.

Ausentes de pasado y poseídos por un afán presentista de validar como histórico lo reciente, la narrativa de lo novedoso ha ido enterrando nuevamente los recuerdos y las formas y modos en que la memoria colectiva ha intentado fundar su idea del heroísmo y la resistencia. Si todo tiempo pasado fue peor es porque antes sé era radical, insurgente y subversivo, todo lo nuevo y presente es mejor porque permiten lo que en el pasado no se logró: victorias.

Basados en la idea la victoria electoral, en el triunfalismo democrático, en el salto al poder del gobierno, el optimismo presentista le presenta a las nuevas generaciones de militantes y simpatizantes de la lucha revolucionaria, una historia light, descolorida y vaciada de contenido. El presente actual, está garantizando la crisis de percepción colectiva del porvenir, como señalaría el historiador, Françoise Dosse.

Olvido y desmemoria funcional son las estrategias del vaciamiento ideológico y político de la nueva izquierda autodenominada revolucionaria. Mientras tanto, ahora toca rehacer la lucha en todos los frentes, en especial, en aquellos que conectan nuestro pasado en presente y que no permiten yacer tranquilos a nuestros muertos, mientras el enemigo siga combatiendo aun en los planos de la memoria, las narrativas y de nuestras historias.

Corolario

A propósito de la memoria, no podemos dejar en el olvido el legado del joven comunista revolucionario, uno de los que podría señalarse fundador de las FARC, en aquellos primeros días de la resistencia campesina contra el imperialismo norteamericano y el gobierno nacional. Hace 60 años, el 22 de septiembre de 1965, Hernando Gonzales Acosta cayó en Riochiquito Cauca, mientras llevaba a cabo sus tareas de organización de lo que fuera más adelante una de las organizaciones revolucionarias en armas más importantes del mundo.

Como él y tantos revolucionarios y revolucionarias de nuestro país, seguimos en las diferentes formas de lucha, resistiendo, organizando y sobre todo luchando, para que en Colombia se reagrupen de nuevo las fuerzas que aspiran a ver en un futuro no tan lejano, un rojo amanecer.

Por nuestros muertos y desaparecidos. In memoriam.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.