Recomiendo:
0

Reseña del libro ’Elogio de la política profana’

In Memoriam Daniel Bensaïd: Estrategia contra gestión

Fuentes: http://revoltaglobal.cat/

El recién y tristemente fallecido Daniel Bensaïd (1946-2010) hace una llamada en Elogio de la política profana a situar a la izquierda actual en el pensamiento estratégico de la política. El Capítulo 1: «Secularización y desecularización del mundo» abre el libro con una serie de interrogantes históricos sobre el declive del pensamiento y la acción […]

El recién y tristemente fallecido Daniel Bensaïd (1946-2010) hace una llamada en Elogio de la política profana a situar a la izquierda actual en el pensamiento estratégico de la política. El Capítulo 1: «Secularización y desecularización del mundo» abre el libro con una serie de interrogantes históricos sobre el declive del pensamiento y la acción estratégica y el auge en su lugar de lo que Bensaïd denomina la razón calculadora: ¿Qué ocurre a partir del siglo XVII para que cobre primacía en el ejercicio del poder el orden administrativo y la cuantificación del trabajo sobre la sensatez de los gobernantes? (18-9) ¿Por qué devino el antiguo estratega un geómetra, un matemático, administrador, arquitecto o ingeniero? (33) ¿Qué significó la «razón de Estado» en términos de procedimientos de gestión de las poblaciones? ¿Qué contradicciones trataron de solventar los filósofos políticos de la soberanía una vez que Dios se ha apartado del mundo y la política se empieza a legitimar de una forma desgarrada entre la trascendencia de la persona real y la inmanencia del poder constituyente (el pueblo), o entre la soberanía del Estado y la soberanía del pueblo? (Así, por ejemplo, dedica Bensaïd unas páginas a El contrato social de Rousseau para mostrar que mediante la idea de una reconciliación en el pacto social intenta superar sin lograrlo la contradicción existente entre el despotismo ilustrado y una supuesta voluntad general imaginaria. Y a Marx otras para poner de relieve que fue el primero en reconocer hasta sus últimas consecuencias una contradicción inherente a la modernidad misma, no sólo en el seno de lo social (entre lo social y lo político, o entre lo privado y lo público), sino también en el sujeto mismo que la protagoniza (la división hombre versus ciudadano) o incluso en la mercancía, núcleo fundamental del sistema de producción capitalista (trabajo concreto versus trabajo abstracto, valor de uso versus valor de cambio, etc.)). ¿Cómo emergió -siguiendo los análisis de Foucault- la «gubernamentalidad» en tanto que conjunto de prácticas centradas en la seguridad estatal y el control de la población? ¿Y de qué manera aparece frente a la noción antigua de propiedad como forma de posesión pasiva, una concepción de la propiedad privada moderna como derecho subjetivo, sostenida por una red de prácticas sociales contractuales? (30)

En estas primeras páginas Bensaïd destaca asimismo el progresivo declive del papel del Estado nación soberano bajo los cada vez más globales círculos de la acumulación, así como la creciente privación de las funciones reguladoras hegemónicas que lo caracterizan en tanto que el cuadro político y espacial de las luchas por el poder (38). También la cada vez más improbable correspondencia unívoca entre un pueblo, un territorio y un Estado (lo que caracterizó a la singularidad francesa y a la Revolución que en ella brotó) (42). A lo que añade la constatación de la disolución del acuerdo social keynesiano logrado en los países industrializados tras la Segunda Guerra Mundial, y la concomitante crisis de los mecanismos de legitimación que le acompañaban. Con la grave consecuencia de que no han surgido nuevas formas emergentes de soberanía popular en otra escala.

¿Cuáles serían entonces los rasgos principales de la situación política actual a los que se vería enfrentado el pensamiento estratégico, y qué propuestas alternativas se están ofreciendo por el momento desde la izquierda crítica? A la primera cuestión le dedica Bensaïd los Capítulos 2, 3 y 4. En el Capítulo 2: «El estado de excepción corriente» sitúa Bensaïd las reflexiones de Carl Schmitt, Walter Benjamin y Giorgio sobre el estado de excepción convertido en regla en el contexto del Patriot Act norteamericano, el Antiterrorism Act británico, las medidas antiterroristas que siguieron al 11 de septiembre, el vaciamiento del contenido del Tratado de Roma por parte de los Estados Unidos (mediante su firma de acuerdos bilaterales con los países miembros del Tratado) y, por supuesto, Guantánamo (cuyos prisioneros carecen de una condición legal definida y no están protegidos por el derecho internacional). El Capítulo 3: «La guerra permanente e ilimitada» caracteriza las guerras contemporáneas como resultado de una transformación geopolítica acaecida de la mano de la globalización económica, el que las guerras empiecen cada vez más a promoverse y mantenerse independientemente de todo límite jurídico o territorial. Es decir, si hasta el siglo XVIII la política hacía un esfuerzo por establecer límites entre guerra y paz, o entre lo militar y lo civil, la globalización -y por supuesto la creciente privatización de la guerra- tiende cada vez más a hacer desaparecer la distinción entre una cosa y otra, de manera que muy a menudo circunstancias claramente belicosas aparecen nombradas como meras operaciones de paz o como intervenciones humanitarias.

La transformación se inició durante las revoluciones del siglo XVIII, en el momento en que los conflictos entre naciones demandaron la guerra como deber a los ciudadanos -«todos deben combatir por la patria, pero nadie debe hacerlo por sí mismo», escribía Rousseau-, en vez de ser una función específica de un estrato social. El siguiente paso fue el reclutamiento masivo y las exterminaciones también masivas, frutos ambos de la progresiva desaparición de la distinción entre civiles y combatientes. Un proceso que culminó en la declaración de la «guerra total», concepto acuñado por el jefe del Estado Mayor alemán, Erich Ludendorff en 1917, aunque su dinámica, como pone de manifiesto Bensaïd, ya estaba en marcha desde 1870, durante la guerra ruso-japonesa de 1905. Así se liquidó para siempre el concepto de guerra clásica, según el cual los participantes sólo podían enfrentarse en tanto que iguales desde el punto de vista del derecho internacional. Pero el aspecto fundamental, como señala asimismo Bensaïd siguiendo las reflexiones de Deleuze y Guattari en Mil Mesetas, es que la transformación de las guerras de Estados en guerras totales está estrechamente ligada al espíritu del capitalismo. Hoy la guerra es total y global, asociada con un estado de excepción planetario permanente. Mundialización mercantil es casi sinónimo de mundialización armada. Y la dimensión temporal también se altera al desaparecer los límites temporales -la «batalla decisiva»- que ponían fin a una guerra trazando una línea de separación entre ésta y la paz. Las antiguas mediaciones nacionales, territoriales, estatales -las propias de la política- se disuelven y lo que aparece en su lugar es apelaciones vacuas a la humanidad abstracta, ahora convertida (como ya vio C. Schmitt) en fetiche: «Este reino absoluto e inmediato del «hombre», sin mediaciones jurídicas ni territoriales, destruye la política en provecho de los automatismos mercantiles y el individualismo ético» (114). El concepto abstracto de humanidad, junto al discurso oficial de la guerra preventiva, se desembaraza por completo de la noción de soberanía estatal y las obligaciones de derecho interestatal que ésta llevaba adheridas, y la consecuencia es que se crea un continuo que no diferencia entre misiones militares, misiones policiales y misiones humanitarias. Lo que le sirve de paso a Bensaïd para lanzar una contundente crítica a las propuestas filosóficas normativas del cosmopolitismo ilustrado, al estilo de la teoría de J. Habermas, por anular completamente las mediaciones políticas (estatales, nacionales), entre individuo y humanidad en beneficio de un derecho internacional concebido abstractamente como pertenencia directa de los individuos a una supuesta «asociación de los cosmopolitas libres iguales». Para Bensaïd este tipo de planteamientos humanistas-liberales de búsqueda de legitimidad ética «sin fronteras» en una soberanía individual tienden a anular la idea de derecho internacional en beneficio de una privatización transaccional o contractual de la relación jurídica.

El Capítulo 4: «El eclipse de la política» sostiene con acierto que en el contexto actual de crisis radical de la hegemonía neoliberal la relevancia política de los planteamientos de Deleuze, Guattari o incluso Foucault tiende lamentablemente a cero. Sobre Deleuze mantiene que si bien se opuso correctamente, como ya hicieron otros muchos, al sentido único de la historia y a las teleologías del progreso, su filosofía del devenir se limitó a conceptualizar vagamente la posibilidad de otros estilos de vida, pero sin atreverse a darles una forma política concreta. Frente la obsesión con la victoria y el fracaso, o frente a la idea misma de culpa, Guattari se encandiló con transformaciones procesuales vinculadas al ensayo y al error, también en colaboración con Deleuze con las lógicas inmanentes del devenir, pero renunciando con todo ello a una concepción estratégica y programática de la política que realmente pudiera alterar las cosas más allá de las transformaciones en los estilos de vida de las minorías creativas. Por su parte, Foucault pensó la revolución iraní como un singular y fascinante experimento de nueva revolución de los movimientos desde abajo, sin partido de vanguardia, un antipoder desprovisto de ambición de poder, incluso como un cambio de paradigma revolucionario de la mano de una nueva espiritualidad y de una nueva forma de hacer política. Para Bensaïd, sin embargo, ese enérgico hincapié en lo singular de la revolución iraní, sin perspectiva de universalidad, significó al fin y al cabo un relativismo cultural insostenible. Y en otros lugares concibió prosaicamente Foucault la idea de la revolución como un modo de existencia meramente estética y ascética desvinculándose así de cualquier pregunta seria por la conquista del poder. En este sentido se asemejó a Guattari, quien frente al fetiche de una Revolución con mayúsculas se limitó a defender el concepto de revolución de una forma vaga e imprecisa, como un mero «escribir la historia de manera inédita», incluyendo en tal enigmática escritura, sobre la cual poco más se puede decir, no sólo lo político y lo cultural, sino también los placeres cotidianos y las nuevas formas de subjetivación.

Los capítulos siguientes, dedicados a las propuestas actuales desde la izquierda, actualizan en primer término la crítica que hicieran Marx y Engels en La ideología alemana a los distintos socialismos utópicos de su tiempo. Los que ahora reciben el ataque de Bensaïd son la ecología de clase media que se preocupa del medio ambiente o el clima sin molestarse en cuestionar el sistema social que genera desigualdades a las relaciones de dominación capitalista, la filantropía humanitaria que se esmera en predicar compasivamente los microcréditos sin criticar lo más mínimo la progresiva privatización de lo común, y la economía solidaria que se hace un cómodo lugar en el capitalismo realmente existente cuando los mercados están saciados y los presupuestos públicos se han agotado. Tampoco escapan a la crítica de Bensaïd diversos movimientos sociales aparecidos en los últimos veinte años (desde asociaciones diversas, frentes de liberación de animales, movimientos por la desobediencia electrónica cívica, los sin tierra de Brasil y otros muchos), y cuya novedad, a su juicio, reside tan sólo en «su negación a englobar todas las resistencias y a enmarcarse en una postura de utilización del Estado» (180) mantenida por la ilusión de que sus prácticas ganarán la partida de forma gradual y pacífica a la dominación del capital. De nuevo, aquí Bensaïd recuerda -enlazando con lo dicho en el anterior capítulo- que los movimientos desde los márgenes y las «revoluciones moleculares» al estilo de Guattari han sido terriblemente engullidos por la contrarreforma neoliberal de los últimos treinta años.

También en una línea muy crítica cuestiona Bensaïd las propuestas de la «economía solidaria» de Peter Singer, Thomas Coutrot y otros porque aunque ofrecen experimentos interesantes en el terreno de lo cooperativo, la autogestión y el intercambio equitativo, lo cierto es que también dejan bastante de lado un cuestionamiento lo suficientemente radical de la lógica sistémica dominante. Además, su atención se centra la mayoría de las veces en criticar desde un punto de vista moral el egoísmo reinante, en vez de en analizar la ley del valor y la mercancía que está a la base del sistema de producción capitalista. En este sentido, cabe aquí también traer a colación una crítica muy similar que le acaba de realizar Ellen Meiksins Wood en la London Review of Books (28 de enero, 2010) al último libro -Why not Socialism? (2009)- del también recientemente fallecido G. A. Cohen, donde éste esboza una crítica moral al mercado, una denuncia a las motivaciones que lo mueven en tanto que bajas o feas. Según Meiksins Wood, si nos fijamos por ejemplo en la crisis económica actual, se ve que la reacción de indignación moral colectiva dirigida a banqueros y directores ejecutivos sólo ha servido para distraer nuestra atención del modo en que el sistema funciona -de un análisis serio de qué es exactamente lo que ha causado la crisis- de manera que le ha sido muy fácil a los gobiernos convencer a la ciudadanía de que con unas pocas medidas reguladoras y unos pocos gastos extra se podrá reestablecer la situación anterior a la crisis y volver a la normalidad.

Mención aparte requieren asimismo las páginas sobre Holloway y su perspectiva de no-toma de poder revolucionaria, o su antipoder, que Bensaïd tacha con gracia de ininteligible, de reducirse a ser un mero artilugio cerebral que sólo pasa por lo subjetivo (la alienación como pesadilla, el capital en la mente, etc.) y, cómo no, de ser incapaz de pensar mínimamente lo estratégico. La cuestión se reduce a esto: «Así como existe sin duda una «ilusión estatista» que reduce la política a la órbita del Estado, existe igualmente una «ilusión social» que cree poder protegerse de su contaminación burocrática manteniéndose a distancia de la lucha política de los partidos y los momentos electorales» (224).

El Capítulo 6: «Nuevos espacios» analiza trabajos más centrados en el análisis concreto de una situación concreta (el neoliberalismo capitalista, la crisis económica actual y la hegemonía norteamericana): los desarrollados por Peter Gowan, David Harvey, Robert Brenner, Ellen Meiksins Wood y Giovanni Arrighi. Por límites obvios de espacio me limitaré a resaltar que sin lugar a dudas se trata aquí de los planteamientos analíticos más interesantes del momento, todos ellos -salvo Arrighi, quien bebe más en la perspectiva del sistema-mundo- deudores a la vez que transformadores de la tradición del materialismo histórico. Lo que Bensaïd trata de hacer es sacar a la luz de una forma productiva sus diferencias. Por poner varios ejemplos puntuales en referencia a dos de ellos: el diferente planteamiento de la noción de acumulación originaria en Harvey y Meiksins Wood, o el también distinto acercamiento que estos dos marxistas tienen con respecto al problema de la lógica de dominación predominante en el sistema de producción capitalista (para Harvey hay dos lógicas de poder inextricablemente entrelazadas: capital y mercado, por un lado; territorio y organización estatal, por otro; para Meiksins Wood la hegemonía predominante es económica, la de la lógica de acumulación del capital, la cual es independiente del control territorial directo). Otra diferencia importante es la importancia que ambos le conceden, como consecuencia de sus diversos análisis, al movimiento altermundialista y las movilizaciones transnacionales. Lo que nos llevaría a considerar que en este punto de divergencia se podría vislumbrar un incipiente análisis estratégico: Meiksins Wood considera que la integración económica global no reduce la importancia de los Estados territoriales, y que por tanto el papel de la izquierda (europea, dice Bensaïd en referencia a su propia militancia en Francia) se juega en su capacidad de influir en las relaciones de las fuerzas sociales y políticas de sus respectivos países; Harvey por el contrario valora las movilizaciones transnacionales, pero su propuesta se limita a imaginar una coalición de superpotencias, capaz de imponer un keynesianismo globalizado a escala planetaria, un nuevo New Deal a escala global.

No quisiera terminar esta reseña sin mencionar de pasada otras críticas muy interesantes, que Bensaïd ya avanzó en libros anteriores, a las propuestas de Negri y Hardt, o incluso ahora también a Balibar, Virno (en el Capítulo 7: «Nuevos actores») y a la teoría de la hegemonía y la democracia radical de Laclau y Mouffe (Capítulo 8: «Hegemonía y democracia radical»). A lo largo de todo el libro, Bensaïd muestra su ingente capacidad de abarcar lecturas, planteamientos y propuestas muy diversas, lecturas desde luego motivadas por su papel de dirigente político hasta el final de sus días. Sin embargo, el libro como tal no ofrece esa estrategia concreta que tan necesariamente invoca, limitándose a mostrar las insuficiencias teóricas, la irrelevancia política o las contradicciones de los planteamientos que pasa revista. Implícitos en las críticas, quedan sin embargo, los hilos de los que habría que tirar para empezar a pensar y actuar estratégicamente, para ponerse a trabajar: «el pensamiento programático moderno se presenta como una forma profana de profecía estratégica que combina tres ideas complementarias: la elección de medios apropiados para conseguir un fin, la anticipación de las tácticas, de acuerdo con lo que se prevé que será la acción de los otros, y el conjunto de recursos empleados para lograr la victoria» (168-9). La estrategia como mediación política en un mundo globalizado, como única forma de acción capaz de incorporar «las nociones de no contemporaneidad, de contratiempo y discordancia de los tiempos» (260) así como las distintas escalas de espacios (intervenciones locales, nacionales e internacionales).

Notas

[1] Sonia Arribas es miembro de ICREA-Universitat Pompeu Fabra.

Fuente: http://www.revoltaglobal.cat/article2794.html