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San Mao-Traición (y III)

In memoriam, Tres Pelitos se suicidó un 4 de enero llevando el Sáhara en su corazón

Fuentes: Rebelión

Con el caudillo a punto de morir, el Gobierno español se estremece como un pollo sin cabeza y negocia en secreto su salida de El Sahara faltando a su palabra de honor de apoyar la independencia del pueblo que esquilmó durante casi un siglo (1).

El 4 de enero de 1991 la escritora San Mao (de nacionalidad taiwanesa y española) se ahorcó con unas medias de seda en un hospital de Taipei, la capital de Taiwan. En el momento del suceso padecía cáncer. Tenía 48 años y era inmensamente popular en el Extremo Oriente donde su obra cumbre, «Diarios del Sáhara», se convirtió, principalmente entre las mujeres, en un libro de culto.

Ese final trágico nos ayuda a comprender un poco mejor a esa excepcional escritora que siempre quiso llevar las riendas de su vida. San Mao «Tres Pelitos» (2) era una mujer muy adelantada a su época. Estudió filosofía y literatura por libre, escribió más de veinte obras y fue la traductora de Mafalda al chino. También compuso poemas que fueron cantados y musicalizados. Eso contribuyó a que «su voz» llegara a todo el mundo.

Desde pequeña Chen Ping (su nombre real) soñaba con conocer el desierto. Cuando llegó al Aaiún en 1974 acompañando a su pareja José María Quero (que trabajaba como submarinista para la empresa española Fos Bucraa), lo primero que hizo fue ponerse en contacto con los beduinos con la idea de unirse a una caravana de camellos que cruzara todo el Sáhara de punta a punta. Los saharauis se partieron de risa «ante ese disparate». El Sáhara ,»desierto en árabe», tiene una extensión de 9,2 millones de «kms» cuadrados, atraviesa toda África de oeste a este y continúa varios miles de kilómetros por Asia.

Fue entonces cuando San Mao acaba contentándose con hacer largos viajes por el desierto de El Sáhara Occidental, que tiene una superficie de 280.000 «kms», y entabla una relación cálida y cercana con los saharauis (hombres y mujeres del desierto). Su empatía fue total con ese pueblo que ahora, en el exilio argelino, sobrepasa los 140.000 habitantes (en la década de los setenta, «la provincia española» tenía unos 70.000).

Chen Ping nació en marzo de 1943 en la ciudad de Chongqing (China continental) y cuando tenía seis años su familia se mudó a Taiwan. Debo señalar que, en la década de los ochenta, cuando trabajaba de corresponsal en la Agencia EFE en Seúl (Corea del Sur), tuve la ocasión de viajar a Taipei. En aquel entonces leí varios informes económicos internacionales en los que se decía que «la isla rebelde», como la llama China, era el primer país del mundo en cuanto a distribución equitativa de la riqueza entre la población. (Datos que se desconocen como el de la Libia de Gadafi, que fue durante décadas el país con mayor calidad de vida de toda África).

Con esta breve «biografía» de Chen Ping (Echo Chen para sus amigos (3) que publicamos en el 29 aniversario de su muerte, daré sólo dos pinceladas de su vida en el Sáhara antes de que España, tras prometer varias veces la independencia a «la República Árabe Saharaui Democrática» (RASD), vendiera a su pueblo a la despreciable monarquía alauita, cuyos reyes se proclaman descendientes directos del Profeta Mahoma.

San Mao se integró totalmente en la vida local. Cuenta -entre otras muchas cosas- la primera vez que fue a un baño público del desierto que tenía un manantial dentro y salas de vapor. Allí todas las mujeres estaban desnudas. «Sus compañeras», asombradas, se acercaban a ella con gran amabilidad y «la enseñaban cómo quitarse el sudor» con calderos de agua. Ella ve «el alma de los saharauis» y nunca se cree superior a nadie.

Enseña a leer a los niños, trata de «entender» a un «esclavo mudo» que tenía alquilado un vecino. Hace de enfermera con los heridos. Y, con un talento prodigioso, muestra de su espíritu anti-consumista, decora su humilde casa con objetos abandonados en el desierto que ella «recicla» y convierte en mesas, lámparas, etc. (p. ej. a los neumáticos de los coches los pone un cojín dentro y con ellos hace cómodos asientos). También es adorablemente traviesa. En un pasaje nos narra como ella y su marido saltan los muros que rodean la mansión del gobernador para «robar unas plantas» para su vivienda.

Con una pluma policromada, que nos recuerda a los clásicos del cine italiano, nos recrea cómo llegan, «abarrotados de coloridas prostitutas», los aviones procedentes de las Islas Canarias, a principios de cada mes, cuando los soldados y los legionarios ya han cobrado su paga. Con esas mujeres mantiene conversaciones inolvidables. San Mao lo absorbe todo como una esponja. Nunca habla mal de los militares de baja graduación, «su ira contenida» va contra los que abusan del poder, contra los eternos represores y otros especímenes, como los Doctores en Lavado de Cerebro por la Universidad del Pensamiento Único.

Con su extraordinaria sensibilidad, huele, a pesar de las persistentes promesas de Madrid, la traición que cocina España, y siente un enorme pesar por ese pueblo, al que quizás ya nunca volverá a ver. Hay varios pasajes de su obra que «hablan de la nostalgia por esa pérdida» que parece irremediable.

Cuando «El padre de todos» está punto de morir, el Gobierno español se estremece como un pollo sin cabeza y negocia «en la sombra» su salida de El Sáhara faltando a su palabra de honor de apoyar la independencia del pueblo que esquilmó durante casi un siglo.

En virtud de El Acuerdo de Madrid, firmado el 14 de noviembre de 1975, se establece una administración temporal tripartita constituida por Mauritania (que pronto se muestra dispuesta a ceder su parte a los saharauis), Marruecos y España. Al final el país ibérico se desentiende del asunto y deja El Sáhara en manos del Ejército marroquí.

Se ha escrito mucho sobre la traición de España al pueblo saharaui. He escogido este breve fragmento que explica lo que realmente ocurrió, con claridad meridiana:

«Mientras el gobierno español de Franco admitía públicamente su compromiso de otorgar la independencia al Sáhara Occidental, hacía acercamientos secretos con Mauritania y Marruecos para cederles la soberanía sobre el territorio colonizado». (Fuente: Revista diálogos y saberes nº 29, julio-diciembre 2008. Contexto socio

Nota – Traición: No sólo traicionó a El Sahara el Gobierno franquista sino también saharauis que fueron comprados por Rabat, los ricos (como esos amos que tenían cientos de esclavos) y otros de doble moral que decidieron arrodillarse ante el Rey de Marruecos con la esperanza de ser recompensados. Entre esos traidores se encontraba el líder del Partido de Unión Nacional Saharaui (P.U.N.S), Halihenna Rachid, a quien entrevisté en el Sáhara (a principios de 1975). Aquel hombre me habló con entusiasmo del programa de su formación «revolucionaria y progresista». A los pocos meses de llegar a Madrid, la prensa española informó (creo que en mayo) de que el señor Rachid había huido a Marruecos con la caja fuerte que guardaba los fondos del P.U.N.S (unos seis millones de pesetas). Cuando me enteré de aquello solo sentí «asco y decepción». Y una profunda admiración hacia aquellos héroes y heroínas que protagonizaron un exilio Bíblico anteponiendo la dignidad y la libertad a la vejación de besar los pies al monarca que compartía lazos de sangre azul con su homólogo galo Juan Carlos I de Borbón.

Notas:

(1) El primer territorio saharaui que ocupó España fue Río de Oro, en 1884.

(2) San Mao era su seudónimo. «San», en chino significa «tres» y «Mao», «pelos». Al referirse a ella la gente suele utilizar el diminutivo, por lo que cariñosamente se la conoce como «Tres Pelitos». Su seudónimo hace alusión a un niño huérfano de un comic chino que sólo tiene tres pelos en la cabeza y va errante por el mundo en busca de fortuna.

(3) Echo, en alusión a la ninfa griega Eco.

Los interesados en leer las dos primeras partes de esta crónica dedicada a San Mao y al Sáhara, pinchar en estos enlaces

San Mao denunció la esclavitud en el Sáhara

Sáhara, vergonzosa sombra sobre el Gobierno de Madrid

La web del autor es Nilo Homérico.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.