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Indígenas en Colombia: «mucho plomo y poca plata»

Fuentes: Rebelión

Si le hubiera cortado las alas,habría sido mío,no habría escapado. Pero así,habría dejado de ser pájaro Y yo… Yo lo que amaba era un pájaro. (Extracto de un poema de Mikel Laboa) La liberación del pueblo colombiano no surgirá de las ejecuciones sumarias de civiles, sean informadores del ejército y su brigada paramilitar o no. […]


Si le hubiera cortado las alas,
habría sido mío,
no habría escapado.

Pero así,
habría dejado de ser pájaro

Y yo…

Yo lo que amaba era un pájaro.

(Extracto de un poema de Mikel Laboa)

La liberación del pueblo colombiano no surgirá de las ejecuciones sumarias de civiles, sean informadores del ejército y su brigada paramilitar o no. La reciente masacre de diecisiete indígenas awá en su ancestral territorio no solo nos entristece y llena de indignación, también aleja y enturbia la legitimidad de las luchas de autodefensa existentes a lo largo y ancho del país, incluyendo por supuesto la de los ochenta pueblos indígenas que hoy resisten sin protección.

En el perímetro de lugares como Samaniego y Ricaurte los niños y ancianos de las naciones originarias esquivan temerosos las minas y los operativos de ejército, guerrilla y paramilitares. Lo hacen sin llamar la atención internacional, sobreviviendo en silencio a una realidad insoportable de la que solo tenemos buena cuenta cuando la guerrilla se vuelve contra el pueblo del que sin duda brotó para defenderlo.

Ese reciente dogmatismo de unas FARC que tantas perdidas de vidas y admiradores ha costado nos estremece y escandaliza al conocer la trivialidad del informe presentado por los portavoces de la Columna Mariscal Antonio José Sucre:

«Nuestras unidades guerrilleras detuvieron a ocho personas que recogían, por grupos, información sobre nosotros para luego llevarla a las patrullas militares que desarrollan operaciones en la zona» y continúa. «Estos señores realizaban exploraciones, ubicaban a la guerrilla y luego iban las patrullas del ejército para golpearnos. Individual y luego en colectivo, todos confesaron que desde hacía dos años trabajaban con el ejército en esa labor» Finalmente (y según ellos) ante la presión del operativo militar que asola la vida rural en Nariño. «Fueron ejecutados» Así, a sangra fría y sin mas garantía que la muerte segura.

Las ejecuciones sumarias, sin habeas corpus es una estrategia común en Colombia, pero esta práctica, aun no siendo en absoluto excepcional en la guerrilla, es mas propia del ejército y su cruel brazo paraco. Así como estos últimos surgieron de la oligarquía corrupta, las FARC o el ELN nacen del pueblo y gracias a este llevan cincuenta años sobreviviendo y luchando en las montañas, las selvas y las veredas. El incansable pálpito rebelde se debe a las campesinas sin apenas tierra y a los indígenas descalzos y por lo tanto la responsabilidad de cuidarlos y defenderlos es de la guerrilla, pues para todo lo demás, ya conocemos al Estado, con su necrológica maquinaria de opresión y propaganda.

Mas es importante denunciar también las irresponsables formas de lucha «antiterrorista» instauradas por la presidencia de gobierno. Las labores de información y defensa han de ser tarea del Estado y no de civiles que con el estomago vacío frente a la cartera llena se ven obligados a realizar operaciones para las que sin duda no están preparados.

Álvaro Uribe Vélez, máximo dirigente del país, cofundador del paramilitarismo no tiene vergüenza en reconocer que hoy en Colombia existe un servicio de inteligencia público y civil de un millón de personas que contribuye a desdibujar las ya de por si difusas líneas de acción entre los diferentes actores armados.

Es parte de su «seguridad democrática» poner sobre los hombros de los civiles la homicida realidad de un conflicto que -paradójicamente- según él «no existe«. Y todo ello con una doble función. La primera conocida, la segunda no tanto. Se trata, obviamente, de obtener la información necesaria para atacar a la guerrilla pero también se trata de desproteger y enemistar al pueblo con las FARC y el ELN, de manera que se divida la oposición armada de la civil. Y con ello Uribe no arriesga nada, tan solo la vida de las gentes que dice proteger…

Por otro lado y para ser justos habríamos de recordar a los pueblos originarios mas allá de lo que los medios de comunicación pertenecientes a las familias del Gobierno o a los medios españoles con ansias de licencias televisivas se encargan de señalar (palabra mortal en Colombia). Hablemos por ejemplo de la guerra del Cauca, lugar en el que el Estado está realizando asesinatos, detenciones arbitrarias y bombardeos de poblaciones indígenas sin que a los guardianes de la «democracia» les llame la atención.

Allí el derecho lo es para asesinar sindicalistas, campesinos, trabajadoras sociales y todo ser viviente que desafíe el injusto status quo, incluyendo activistas pro derechos humanos que trabajan pacíficamente. Son poblaciones a las que no acuden ni médicos ni profesores, en los que el Estado es visto literalmente en forma de metralla o de carísimo helicóptero del cual descienden, de noche y por sorpresa, cientos de soldados que no solo rompen la paz y sus cosechas, sino la excusa de que «no hay plata» para los pasiegos. «Plata poca, plomo mucho», me susurró un campesino.

Colombia necesita lápices y medicinas, no balas y glifosfato. Que el mayor imperio que ha conocido la humanidad invierta miles de millones de dólares en guerra y no en ayuda es inmensamente criminal sobre todo cuando la prensa corporativa elude criticar esta usurpación del territorio y nos lo vende como parte «de un plan global de acción contra el narcotráfico»

Por ello, todos estos hechos, los de Nariño, los de Cauca y tantos otros que herméticamente se dan en Arauca, el Chocó, Putumayo o Urabá, nos ponen de manifiesto la necesidad de un encuentro entre los diferentes grupos armados con el fin de que el hambriento pueblo colombiano alcance su paz, pues las elites ya la tienen.

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