La impresionante jornada de manifestaciones del pasado 19 de junio ha culminado la primera fase de la «rebelión de las y los indignados» abierta el 15 de mayo y marca el inicio de una nueva, aún por definir. En un mes el movimiento ha experimentado una verdadera ampliación cuantitativa y cualitativa. Su base social se […]
La impresionante jornada de manifestaciones del pasado 19 de junio ha culminado la primera fase de la «rebelión de las y los indignados» abierta el 15 de mayo y marca el inicio de una nueva, aún por definir. En un mes el movimiento ha experimentado una verdadera ampliación cuantitativa y cualitativa. Su base social se ha diversificado social y generacionalmente, y se ha arraigado por todo el territorio.
La consistencia de la jornada del día 19 confirma la profundidad del movimiento emergente y del malestar social que refleja. No estamos ante un fenómeno coyuntural, sino ante el comienzo de una previsible nueva oleada de movilizaciones, de la que la manifestación del 15 de mayo y las acampadas han sido la lanzadera y la primera sacudida. Dos años y medio después del estallido de la crisis, en los que la apatía y el miedo han sido la nota dominante, los hechos de las últimas semanas confirman que la protesta social ha vuelto para quedarse. Y, como casi siempre, lo ha hecho reapareciendo de forma inesperada, intempestiva y rompedora, sorprendiendo a propios y extraños.
Internet y las redes sociales, twitter y facebook, han jugado un papel muy significativo en el desarrollo del movimiento, no sólo como herramienta de comunicación, sino también como espacio de discusión, de politización y de formación de una identidad y un patrimonio compartido.
En estas últimas semanas, hemos asistido a una recuperación de la confianza colectiva en la capacidad de cambiar las cosas. Años de derrotas y retrocesos y la falta de victorias que mostraran la utilidad de la movilización han pesado como una losa en la lenta reacción ante la crisis. Pero las revoluciones en el mundo árabe y, también, la victoria contra banqueros y gobernantes en Islandia han transmitido un mensaje muy claro: «Sí, se puede».
«La indignación es un comienzo. Uno se indigna, se levanta y después ya ve», señalaba el filósofo Daniel Bensaïd. Poco a poco se ha ido pasando del malestar a la indignación y de ésta a la movilización. Estamos ante una verdadera «indignación movilizada». Del terremoto de la crisis, ha surgido, finalmente, el tsunami de la revuelta social.
El movimiento en curso expresa la radicalización social más importante, al menos, desde hace más de diez años cuando irrumpió el movimiento «antiglobalización». Ahora, sin embargo, la profundidad social y territorial de la protesta, que se desarrolla en plena crisis económica y social, es mayor. Tiene un doble eje constitutivo inseparable: la crítica a la clase política y a los poderes económicos y financieros. A estos últimos se les señala como responsables de la crisis económica, y a la primera precisamente por su servilismo y complicidad con el mundo de los negocios.
Inspirándose en la plaza Tahrir, el método «ocupación de plaza más acampada» sirvió como elemento motriz para el movimiento en sus inicios. Las acampadas y ocupaciones de plazas no han sido un fin en sí mismas. Han actuado simultáneamente como referente simbólico y base de operaciones, de palanca para propulsar movilizaciones futuras, y de altavoz para amplificar las presentes.
El éxito de la manifestación del 19 de julio plantea el reto de cómo seguir. ¿Cuáles son los próximos pasos? El movimiento necesita profundizar aún más su arraigo territorial y la coordinación de asambleas de pueblos y barrios, hasta ahora su principal logro organizativo. En paralelo, la asignatura pendiente es estrechar los vínculos con la clase trabajadora y llevar la indignación a los centros de trabajo, donde aún domina el miedo y la resignación, y poder contestar a la política de concertación social que mantienen los sindicatos mayoritarios, el desconcierto de los cuales es evidente. Habrá también que seguir trabajando para definir nuevas actividades centrales, que permitan unificar desde la pluralidad y hacer converger objetivos, y para reforzar movilizaciones concretas, como ya está ocurriendo en el caso de los desahucios en muchos barrios.
Desde su irrupción, el principal éxito del movimiento ha sido el de haber puesto fin a la pasividad resignada y al desaliento social que hasta ahora imperaba. Estas semanas han marcado un punto de inflexión. Han sido días de tiempo acelerado y condensado en los que la confortable rutina de los poderes económicos y políticos se ha visto sorpresivamente alterada por un nuevo actor político y social que aún tiene muchas cosas que decir.
Josep Maria Antentas es profesor de sociología de la UAB y Esther Vivas es miembro del Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales (CEMS) de la UPF.
Artículo publicado en Público (ed. Catalunya), 29/06/2011.
+ info: http://esthervivas.wordpress.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.