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Inmigrantes en busca del castillo

Fuentes: Rebelión

(Readaptado en exclusiva para Tiempo. De Honduras y Rebelión.org, con el permiso de Editorial Mondadori, fragmento de la novela Nunca entres por Miami)

Eran tiempos difíciles; se anunciaban deportaciones masivas de inmigrantes hacia sus respectivos países. Las leyes cambiaban con una velocidad espeluznante. El blanco más directo eran los inmigrantes latinoamericanos. Se hablaba de redadas, de cárcel, y uno que otro muerto en la frontera con México acrecentaba la inseguridad. Laura le entregó el recorte de un periódico que anunciaba que, ante la emergencia que desataba la cacería de inmigrantes, se había logrado, por fin, reunir a los representantes de los gobiernos de los países latinoamericanos, especialmente aquellos más afectados, en un evento que se realizaría con el nombre de Seminario sobre Inmigración.

La gente continuaba llegando: había personas cuya expresión reflejaba una preocupación sincera por la terrible situación que vivían sus compatriotas latinoamericanos. Otras lucían despistadas en cuanto a sus motivos para estar allí. En el caso de algunos representantes de gobiernos latinoamericanos, podía percibirse que estaban allí para llenar un espacio, para que no quedara duda de que sus cuerpos habían hecho acto de presencia, pero sus corazones y sus mentes seguramente visitaban lugares extraños a una situación resuelta para ellos a través de sus pasaportes diplomáticos. El maestro de ceremonias llamó la atención colectiva y acto seguido presentó al cónsul argentino, quien en una escueta intervención dejó claro que estaban allí para apoyar pero que su país estaba exento de ese problema. Lo dijo de tal manera que a Mario le pareció que Argentina limitaba con Italia o Francia; parecía un país lejano y ajeno a lo que era América Latina. Ante aquel desaire intentó marcharse, pero Elías lo persuadió de lo contrario porque no quería quedarse solo con aquella gente desconocida y formal.

Así pasaron otros exponentes, hasta que, para sorpresa de Elías, llegó el turno del hombre de la barba filosofal. El maestro de ceremonias lo presentó: «Y ahora con nosotros, el señor embajador Luis Moreno Guerra, cónsul del Ecuador en Nueva York». Aunque estaban por irse, decidieron quedarse por la curiosidad que despertaba el diplomático. El embajador no usó micrófono ni asiento, se paró frente al público como un avezado catedrático de Ciencias Políticas y entró en materia sin mucho preámbulo:

«Voy a empezar con unas preguntas. En palabras del antropólogo norteamericano Stephen Shaybull: «¿Cuál es la criatura que ha superado con éxito el paso del tiempo, que ha alcanzado tan extraordinario desarrollo evolutivo que domina la Tierra, que transforma la naturaleza, que ha colonizado a la mayor parte de los seres vivos, que sólo puede progresar y no involucionar?».

«Si esto tuviera la informalidad de un coloquio, sería interesante abrir ya directamente el diálogo para las preguntas, pero ustedes ya tienen más o menos respuesta a ellas. ¿Cuál es esta criatura? La respuesta es obvia: la bacteria. La respuesta cayó como un rayo sobre una vaca. Una vergüenza casi general inundó el salón. Vergüenza de que ninguno de los presentes tuviera el privilegio de considerarse bacteria.»

–Una segunda pregunta se refiere–continuó el embajador ante los asistentes quienes, por el desliz cometido al equivocarse con la primera respuesta, escondían las manos para que no existiera duda de que no estaban dispuestos a responder-. ¿Qué habría pasado si no hubieran desaparecido los reptiles más grandes, si los dinosaurios no hubieran desaparecido en forma masiva? Al parecer, al hacerlo así dejaron un espacio ecológico. Si no hubieran desaparecido es muy probable que no existieran los mamíferos, y el ser humano es un mamífero.

Un murmullo inundó la sala. Alguien alcanzó a decir que el ser humano era carnívoro, otro que su madre nunca lo había amamantado por temor a contraer cáncer del seno.

-Y un tercer cuestionamiento: se habla y se señala con insistencia que los campeones de la carrera evolutiva entre los mamíferos son el humano y el caballo. Yo preguntaría si esto es así. La respuesta decepcionante es que no. Si nos atenemos al número de especies y al grado de evolución alcanzada, entre los mamíferos más sobresalientes se encuentran la rata, el murciélago y el antílope. El cuerpo más evolucionado y que no necesita ninguna mejora de aquí hacia el futuro no es el del ser humano, sino el del tiburón.

Una ráfaga de murmullos interrumpió al expositor. Se quejaron los dominicanos, acérrimos enemigos de los tiburones por la gran cantidad de naufragios de indocumentados que viajaban clandestinamente desde la isla hasta los Estados Unidos y no servían sino como merienda de los selacios. Otros, sin meditarlo siquiera, se negaban rotundamente a la afirmación del embajador de que las ratas y los murciélagos fueran superiores a ellos. Del antílope no se murmuró, nadie tenía un diccionario lo suficientemente cerca.

-¿Por qué esta introducción tan decepcionante? -prosiguió el diplomático (a la concurrencia ni el respirar se le escuchaba, muestra plena de que la sacudida del exponente los había congelado y que el discurso fluiría sin ningún otro murmullo)-. Para decir, ¿cómo es posible que este ser, realmente tan minúsculo desde el punto de vista zoo-lógico, tan incipiente en un proceso evolutivo, sea el único que cierra las puertas a otros de su misma especie? Lo mencionado sirve para bajar la soberbia de los hombres contra los hombres, del ser humano contra otros seres humanos, de esta variedad de monos cuyo cerebro, por un azar de la naturaleza que tal vez nunca podamos explicarnos -el número y funcionamiento de nuestras neuronas tienen una limitación tan alarmante que somos incapaces de descubrir nuestro propio origen-, y seguramente por un cúmulo de circunstancias físicas concurrentes que produjeron fenómenos químicos en cadena, evolucionó a la racionalidad.

«Esta variedad de monos no ha sido la única; tenemos primos hermanos, otra variedad de monos que también evolucionaron, llegando incluso al grado de usar herramientas y que, sin explicación, desaparecieron. No se trata de un eslabón perdido, no, fue una evolución casi paralela. ¿Cuántos procesos anteriores hubo? No lo sabemos. Es probable que se sepa en el futuro. Pero lo cierto es que en esta variedad de mono empieza el proceso hacia la racionalidad: se incorpora, es capaz de usar herramientas y comienza a mejorar su calidad de vida. El proceso se inicia en África y, de acuerdo con los antropólogos, hace miles de años, en lo que hoy sería la república de Mozambique, frente a Madagascar.»

«Luego avanzan a Europa, después al Asia y parecería que en este último continente culmina el proceso de la racionalidad, no de la evolución, porque desde que el ser humano se armó de la racionalidad, es la bestia más salvaje y más repugnante cuando está en guerra, y la guerra ha sido el pan de todos los días. De tal suerte que el ser humano no es el rey ni tampoco estamos en proceso evolutivo de mejoramiento, a menos que se trate de un esfuerzo de conciencia individual y colectiva; que, tomando en cuenta estas serias limitaciones, asumamos el compromiso colectivo de superar nuestras deficiencias y miserias.

«Cuando esta colonización de la única especie con racionalidad cubre Europa y Asia, pasa a lo que ahora es América. Esto sucede, explican los geógrafos, en la etapa de los grandes congelamientos, cuando el nivel del mar era mucho más bajo y el estrecho de Bering podía pasarse casi a ‘pie puntilla’, pues no era un obstáculo geográfico que impidiera las migraciones.

«Y llegaron los primeros mongoles, se fueron ubicando en tierras vírgenes, y cada cual se quedó en el sitio con cuyo horizonte se identificara. Cierto, las siguientes oleadas de mongoles, al llegar a América y hacer presencia en Alaska, no encontraron a ningún uniformado que les pidiera pasaportes, visa, impuesto al ausentismo, vacunas… Tampoco había esta clase repugnante de la aduana que le esculcara los morrales generando la humillación colectiva. «En ese entonces pasaron sin ninguna de estas trampas. Eran aquellas épocas en las que el ser humano pudo hacer uso de su derecho inmanente a la movilidad y a la ubicación, para decir en palabras del escritor Gabriel García Márquez: ‘Cuando se era feliz e indocumentado’.

«Luego esto que llamamos evolución o progreso se elimina, empieza a encogerse, a estrecharse; se anula el derecho de movilidad y ubicación; aparece el feudo y se inventa la frontera. ¿Para qué? Para precisar el ámbito de mis dominios como señor feudal y también para saber desde qué sitio pueden expandirse a costa de los demás. Y todo ello bajo un justificativo: que la autoridad la recibí directamente de Dios, de tal suerte que los esclavos de la gleba no podían sublevarse contra el señor feudal porque eso era ir contra el mismo Dios. Si Dios les había entregado la autoridad -nadie dijo dónde ni cómo, pero eso es lo que se afirmaba-, no había cómo sublevarse, debía uno aceptar con resignación la condición de esclavo.!

«Estas dos características del feudo se transfieren al estado. El estado es una figura jurídica novísima; es un resultado del intelecto; es una creación del ser humano, muy nueva y, sin embargo, ya vieja, obsoleta y anticuada, ya no soporta los nuevos cambios. El estado hereda del feudo el concepto de autoridad divina para ser ‘soberanía’, y aquello de la frontera pasa a ser el límite, la obra domadora de la frontera. De esa manera el planeta Tierra queda dividido en corrales que se llaman estados y el ser humano se queda adentro como animal doméstico: ‘Prohibido entrar, prohibido salir’. Se acabó el derecho inmanente, inalienable de la movilidad y la ubicación. Los estados modernos reemplazan al señor feudal -porque en el feudo sólo en el castillo había comodidad, confort y seguridad- a costa de los esclavos de la gleba. Por un señor feudal había diez mil esclavos.

«El mundo no ha cambiado. Ya no se llaman estados feudales, ya no se llaman señores feudales, se llaman potencias. Y los esclavos de la gleba son los países tercermundistas. Entonces, si alguien quiere disfrutar de trabajo, educación, salud, atención, esparcimiento, capacidad de ahorro, tiene que ir al ‘castillo’, al castillo del señor feudal que hoy se llaman potencias industrializadas. Porque el que no entra al castillo no tiene nada, como el esclavo de la gleba que no era dueño ni de su tierra, ni de sus animales, ni de su mujer, ni de sus hijos, ni de él mismo. Eso es el Tercer Mundo. Si es que quieren que los ‘esclavos de la gleba’ no empiecen a saltar los muros del castillo, pues algo hay que hacer con esos esclavos, algo hay que repartir de esa riqueza con el fin de que puedan tener sustento y satisfacer necesidades básicas. Las migraciones son movimientos naturales espontáneos y además legítimos, que no se detienen con leyes, ni con reglamentos, ni con prohibiciones o sanciones. Y no valen muros, no valen murallas, ni siquiera las de acero inoxidable. «Entendido así, las migraciones, como un derecho legítimo individual y colectivo, lo único que ponen de manifiesto es toda esta problemática, toda esta actitud xenofóbica, de rechazo a la gente que sale en busca de superación. Porque, pensemos: ¿quién es el inmigrante? El inmigrante es un ser excepcional, es un valiente que se arriesga a un destino ignoto, movido por una fuerza interior insospechada: el deseo de superarse, para él y para los suyos. Por eso es que el inmigrante hace las tareas que no hace el nacional, y aquí tenemos una serie de mitos: que el inmigrante viene a quitar puestos de trabajo. Mentira, si aquí es más cómodo para las personas recibir dinero por no hacer nada, antes que hacer un trabajo que no les gusta.



«Todas las sociedades ricas tienen mano de obra desocupada y pagada, porque es una forma de controlarla. Si hay plena ocupación también hay un peligro: la mano de obra se encarece y el producto se encarece; entonces, es más barato pagarles para que no hagan nada. Desde el punto de vista moral, esta estrategia es inmoral, pero es la realidad. Ese es un mito que se va desvaneciendo, que el inmigrante viene a quitar puestos de trabajo. No es cierto, genera más de los que ocupa, y los puestos que ocupa no los quiere desempeñar el nacional. ¿Qué sería de los países ricos en el momento en que todos los inmigrantes se fueran? Colapsarían. ¿Quién haría ese infausto trabajo y a los precios en que lo realiza el inmigrante? Nadie. Y los otros mitos: que ‘el inmigrante viene a dañar la sociedad’. Es probable que el pobre inmigrante desconozca que aquí es mal visto tirar un papel en la calle pero, desde el punto de vista penal, los inmigrantes son los grupos humanos con índices más bajos. Además de que aportan y pagan impuestos, son los que menos reciben. De tal suerte que no hay justificación alguna de esta actitud antiinmigrante, injusta, incierta, ingrata, porque todos los seres humanos en algún momento son, han sido o serán inmigrantes.

«Estas reflexiones podrían extenderse pero, dado que tenemos tiempo limitado, quisiera concluir con un pensamiento: ‘Se dice que los huevos y los seres humanos se parecen porque no fueron hechos para caminar sobre ellos’.

Nunca entres por Miami D.R. © 2002, por Grijalbo Mondadori, S.A. DE C.V. Nueva York, NY