La aprobación en el Senado de la Inscripción automática y el voto voluntario no remedia de manera automática los males y debilidades de nuestra democracia. Más de cuatro millones de chilenos enriquecen el padrón electoral. Es claro, sin embargo, que nada está escrito. No se puede adelantar si el voto voluntario significará más bien una […]
La aprobación en el Senado de la Inscripción automática y el voto voluntario no remedia de manera automática los males y debilidades de nuestra democracia. Más de cuatro millones de chilenos enriquecen el padrón electoral. Es claro, sin embargo, que nada está escrito. No se puede adelantar si el voto voluntario significará más bien una disminución de votantes efectivos. Tampoco es posible advertir cómo se va a distribuir esta nueva masa electoral en las diversas tendencias políticas existentes.
Es cierto que estamos ante un 27% de jóvenes entre 18 y 34 años, de los cuales el 52,7% son mujeres, pero no es menos cierto que hay jóvenes independientes, de derechas, de izquierdas, anarquistas, cristianos, apolíticos… Una categoría etárea no puede proyectarse, de buenas a primeras, en el análisis político. Dejando fuera la incertidumbre de la abstención por la voluntariedad del voto, no hay ninguna razón teórica o empírica para esperar algo distinto a la distribución política que muestra la población chilena en general. Lo más probable es que las variaciones porcentuales a nivel nacional sean más bien marginales.
Las recientes manifestaciones estudiantiles han puesto en evidencia que un segmento significativo de los jóvenes posee un discurso mucho más radical que el de la clase política. Basta advertir cómo los diversos partidos políticos han sido superados en la conducción de dicho movimiento. La conclusión es clara, hay un divorcio entre la clase política y un grupo importante de jóvenes organizados. De hecho, el 67% de los que no participan afirman que no lo hacen por desconfianza en la clase política. Es verdad, empero, que de los cuatro millones y medio de nuevos inscritos, no todos comparten los puntos de vista estudiantiles.
Con todo, hay que reconocer que la inscripción automática y la voluntariedad del voto es una medida en la dirección adecuada. Es necesario para una democracia basada en el ritual electoralista que éste sea abierto al más amplio número de ciudadanos, pero es evidente que esta medida no es suficiente. Nuestro sistema democrático adolece de problemas estructurales que le restan representatividad, credibilidad y legitimidad. Tales problemas estructurales atañen a una institucionalidad arcaica cristalizada en una constitución heredada de los oscuros años ochenta.
· Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCI S
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