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Cuatro de julio

Insobornables, valientes y constantes

Fuentes: Rebelión

Cuando ingresé al ELN hace ya bastantes años dejé atrás mi familia para vincularme a una nueva. Claro que eso yo no lo sabía. En ese entonces solo sabía que en mi vereda lo único que había era guerrilla, que mi familia siempre les había colaborado porque en pleno siglo XXI parece que a los […]

Cuando ingresé al ELN hace ya bastantes años dejé atrás mi familia para vincularme a una nueva. Claro que eso yo no lo sabía. En ese entonces solo sabía que en mi vereda lo único que había era guerrilla, que mi familia siempre les había colaborado porque en pleno siglo XXI parece que a los únicos que les importaba que no hubiera ni escuela ni hospital ni carretera, era a ellos, o ahora puedo decir, a nosotros.

En mi vereda siempre ha sido normal que los y las jóvenes nos vinculemos a la guerrilla, el ejército nunca fue una opción porque nunca de ellos recibimos nada bueno. Mi familia, como la de cientos de combatientes, me dijo lo mismo que le dijeron al Comandante Gabino a su ingreso, que si entraba era para comprometerse en serio.

No niego que la idea de que tener un uniforme, aprender a utilizar un arma y conocer la formación militar eran parte de mis motivaciones, como también lo era tener una vida que no se limitara a raspar coca o permanecer en la pobreza en la que crecí. Pero esas motivaciones fueron cambiando cuando empecé a conocer a jóvenes de otras veredas y luego de otros departamentos y regiones, la Costa Atlántica, la Costa Pacífica, los llanos orientales, Antioquia, el Sur de Bolívar, el Macizo colombiano y las diferentes ciudades del país.

Cada joven tiene su razón de ingreso, pero todos compartimos una historia de olvido estatal, violencia paramilitar y/o una profunda convicción de que este país puede cambiar. Fue en las horas de formación política del día a día, y en el compartir con mis compañeros donde entendí, que aquí viene gente del pueblo a arriesgar su vida por el pueblo.

En el «aquí nadie está obligado» que los mandos nos han repetido durante tantos años, comprendía nuestras diferencias con el ejército y los paramilitares. No somos los mismos. Han sido 53 años donde miles de hombres y mujeres han permanecido de forma voluntaria en una organización rebelde, que se armó en armas contra el Estado Colombiano.

No somos los mismos porque somos familia elena. La vida en el campamento nos hace cambiar nuestras costumbres, porque nos debemos al otro, nos cuidamos como familia, nos dividimos las tareas, para el rancho, el aseo, la guardia, el estudio, la producción, todo es un aprendizaje colectivo. No voy a decir que todo sea perfecto, también tenemos nuestras peleas, nuestra indisciplina, nuestros errores, pero en definitiva estos nos han llevado a reflexionar y aprender que aún en esta sociedad tan dividida e individualista si es posible la vida colectiva.

No somos los mismos porque estamos por nuestra misma clase, no trabajando para otros, compartimos un objetivo común de una Colombia libre y soberana. Si la oligarquía nos obligó a entrar a la guerrilla, por su intención de vivir a costillas del pueblo, nosotros asumimos permanecer y no rendirnos frente al enemigo, porque nuestra razón de ser está en ese pueblo que hoy en día todavía en muchas veredas, municipios y ciudades de Colombia nos quiere, sabe realmente que es un eleno y cree que la desigualdad de este país no es natural, que tiene a la clase dominante como responsable.

No niego tampoco que gran parte del pueblo colombiano no nos quiera, los dueños de los grandes medios se han encargado de que así sea. Se han encargado de difundir que somos una organización terrorista, una banda de secuestradores y extorsionistas sin ningún ideal político. Pero yo le pregunto a mis hermanos colombianos ¿Cómo se explican la permanencia de miles de compatriotas en nuestras filas durante 53 años?.

Es la identidad elena la que nos hace permanecer. Siempre se nos ha repetido que en el ELN están los mejores hijos del pueblo y ese es el reto con el que nos enfrentamos cuando hacemos trabajo político en todo el país, cuando ayudamos a que la gente se organice, pelee en sus luchas amplias, y nosotros luchamos y resistimos con las armas para que este esfuerzo no lo nuble el accionar terrorista de la oligarquía. Al fin y al cabo si no hubiera pueblo respaldándonos no seríamos nada, ahí está nuestra diferencia.

Hoy en día se habla mucho de que se terminó el conflicto y que es posible hacer política desde la legalidad, pero realmente lo que quiere la oligarquía es que la guerrilla se desmovilice. Siempre tenemos la oportunidad de discutirlo entre combatientes, y sobretodo de vivirlo en territorios inundados ahora de paramilitares, donde se asesina a líderes sociales, y donde la legalidad no es más que un show de supuesta inclusión, porque el exterminio que no ha dejado de ser físico se vuelve exterminio político; al fin y al cabo dentro de la legalidad ni quienes queremos luchar por cambiar el país ni el conjunto de nuestro pueblo que lucha, realmente toma las decisiones, pero la desigualdad neoliberal si crece.

Aquí en Colombia, como en Brasil, Venezuela, México, y en general toda Latinoamérica, la oligarquía continental junto al Pentágono siguen usando la ilegalidad, para hacerle la guerra sucia a nuestros pueblos, llámese golpe blando, «juicio político», golpe de Estado o «intervención democrática».

Los pueblos hemos aprendido que ningún esfuerzo democrático se consigue sin la resistencia, que la rebelión contra la clase dominante es un derecho justo y necesario, porque todavía ésta no ha abierto los caminos de la democracia, para luchar por el poder o tan siquiera para incidir sobre el rumbo de nuestro continente.

Por eso, cada conmemoración es un momento para volver a las raíces elenas y recordar que nuestra lucha está vigente, que nos debemos al pueblo, que el ejemplo es la mejor forma de construir la nueva humanidad. En el aniversario del Comandante Manuel Pérez, nos reunimos en el salón, entonamos el himno, vimos «Mi Hermano», – el documental que narra la vida del comandante – y recordamos entre todos sus sabias palabras, «se necesitan hombres para tiempos difíciles».

Así en cada aniversario, hemos recordado a Manuel y a Camilo en su entrega por el pueblo, en el amor al prójimo como máxima revolucionaria. Hemos recordado a los mártires de nuestra lucha y a aquellos que en momentos difíciles como Anorí, permanecieron con la moral en alto para que continuara esta organización.

Este 4 de julio de nuevo nos reuniremos victoriosos a entonar un año mas, el himno del ELN, conmemoraremos el inicio de este proyecto que no ha dejado de ser político y mucho menos revolucionario. Hoy mas que nunca los valores que el comandante Manuel nos dejó como los valores máximos de un revolucionario están vigentes; los elenos y elenas seremos Insobornables, Valientes y Constantes, porque Colombia merece cambiar y esa sigue siendo la tarea: Luchar junto a nuestro pueblo hasta las últimas consecuencias por la paz, la justicia y la soberanía.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.