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Integración y socialismo, una propuesta hemisférica

Fuentes: Rebelión

Los pueblos latinoamericanos y caribeños conjuntamente con determinados gobiernos de nuestra área común, estamos actualmente muy atentos a nuestro destino independiente y al futuro mediato e inmediato. Nuestras conciencias se han estremecido con los sucesos sangrientos de las dictaduras militares del Cono Sur en estas pasadas décadas. Las masacres genocidas acaecidas en Centroamérica, la injerencia […]

Los pueblos latinoamericanos y caribeños conjuntamente con determinados gobiernos de nuestra área común, estamos actualmente muy atentos a nuestro destino independiente y al futuro mediato e inmediato. Nuestras conciencias se han estremecido con los sucesos sangrientos de las dictaduras militares del Cono Sur en estas pasadas décadas. Las masacres genocidas acaecidas en Centroamérica, la injerencia del gobierno de los Estados Unidos en todos nuestros asuntos, el saqueo, la secesión y el latrocinio de Panamá, las bases militares por todo el continente, el llamado Comando Sur -amenazador hoy más que nunca- con sus garras criminales apuntando hacia todas las fuentes de recursos naturales: el petróleo, el gas, el cobre, el níquel, el oro, la madera, la Amazonia , el agua, el espacio aéreo ecuatorial, la biodiversidad, el hierro, el aluminio, el humus, todo eso es lo que determina asumir la defensa de nuestros pueblos frente al imperialismo del Norte que pretende estrangularnos y someternos a niveles de virtual esclavitud, en coordinación con las oligarquías vernáculas que siguen haciendo sus negocios en este nuevo escenario globalizado.

La conciencia popular es una instancia de primerísimo orden en lo que respecta a nuestra defensa. Si en el futuro inmediato la conciencia latinoamericana no rige las pautas que marquen nuestro propio desarrollo, estaremos perdidos. Hemos estado bombardeados de valores falsos que nos extravían, particularmente a la niñez y la juventud, pues fomentan el individualismo y las salidas cortoplacistas. Debemos deshacernos de esa compleja y pesada carga si queremos hacer valer la integración latinoamericana.

Desde fuera siempre resulta temerario diagnosticar cualquier fenómeno, cualquier cosa, cualquier enfermedad, y particularmente esto es cierto cuando se trata de algo tan complejo y delicado como es la educación.

El estado ideal hacia el cual debe orientarse el proceso educativo de los pueblos de América Latina tiene que ser, en consecuencia, inventado por nosotros mismos; tenemos que buscarlo, y si felizmente lo encontramos, entonces ha de surgir la necesidad de defenderlo de las acechanzas y amenazas que el imperialismo vuelque contra ello.

Puede parecer utópico, pero al decir de Simón Rodríguez, maestro de Bolívar, «inventamos o erramos». Eso es tan vigente hoy como dos siglos atrás cuando fue pronunciado. Sólo de nosotros, de cómo podamos ir procesando los nuevos escenarios y los nuevos tiempos con proyectos propios, depende cómo demos respuestas que realmente nos sirvan, nos saquen del estado de postración en que estamos, nos den nuevas energías.

Latinoamérica esta signada por injustas relaciones de poder económico y político. La estructura de ese poder económico predominante es fundamentalmente cuantitativa, utilitaria, rentista y material; por otra parte, la del poder político es de subordinación, de orden, de amedrentar militarmente a los pueblos esclavizados, lo que les permite la capacidad de imponer obediencia. El orden social en América Latina no es más que una relación de poder y de subordinación monopolizado por la oligarquía estadounidense, que es quien ejerce el monopolio del poder. Podemos llegar a decir que el continente no es pobre; ¡es injusto!, lo cual es muy distinto.

El siglo XXI: un nuevo tiempo

Luego de años de neoliberalismo feroz y retroceso de conquistas por parte del movimiento de los trabajadores en todo el mundo, caídos el muro de Berlín y el bloque socialista de Europa, el campo popular hoy comienza a retomar con fuerza luchas históricas. En este proceso de retorno de los ideales de justicia, de búsqueda de otro mundo posible, juega un papel de gran importancia la Revolución Bolivariana que está teniendo lugar en Venezuela.

Las líneas que marcan el mundo en los finales del siglo XX y en los inicios del presente están dadas, por un lado, por la precarización en las condiciones de vida de las grandes masas en todos los continentes producto de ese triunfo omnímodo del gran capital sobre el campo popular, y por un unilateralismo militar irreverente por parte de la potencia ganadora de la Guerra Fría : Estados Unidos de América. Pero por otro, dada una lentificación en el ritmo de crecimiento económico de la gran superpotencia y en el aparecimiento de grandes bloques que le comienzan a disputar protagonismo, una nueva tendencia que también marca estos años es la recomposición del capitalismo a escala planetaria.

Estados Unidos sigue siendo en la actualidad la primera potencia económica mundial con un producto bruto interno aún muy grande en relación a quien le sigue: la República Popular China. De todos modos la pujanza de décadas atrás ha comenzado a detenerse. Junto a ello vemos que han aparecido en escena una Unión Europea con un euro que se pretende fortalecer y un bloque asiático (con Japón y China a la cabeza), que se muestran como polos de mayor dinamismo, de mayor vitalidad que los Estados Unidos, y que sin dudas comienzan a hacerle sombra.

La competencia capitalista, al menos en principio, no parece llevar la opción bélica entre estos gigantes. De todos modos la guerra interimperialista continúa, y la modalidad que va tomando es la del desarrollo de grandes bloques de poder continental basadas, fundamentalmente, en la competitividad económica y científico-técnica con países centrales dirigiendo el proceso y otros satélites que lo secundan. La creación de grandes bloques comerciales (Unión Europea, Cuenca del Pacífico) parece marcar el rumbo de las próximas décadas.

En ese contexto surge en el gobierno de Estados Unidos la idea del ALCA -Area de Libre Comercio para las Américas- como presunta «integración» continental, pero siendo en realidad un mecanismo de control hemisférico para afianzar su posición de potencia hegemónica para competir contra esos nuevos bloques emergentes.

ALCA: el intento de una recolonización continental

El hoy día fracasado ALCA representaba un proyecto geopolítico de Washington que, aunque comenzaba con la creación de una zona de libre comercio para todos los países del continente americano, buscaba en realidad el establecimiento de un orden legal e institucional de carácter supranacional que permitiera al mercado y las transnacionales estadounidenses una total libertad de acción en su ya tradicional área de influencia (su patio trasero latinoamericano). Los países que lo suscribieran tendían que transformar en constitucionales los arreglos surgidos de esta normativa, viendo aún más debilitada su capacidad de negociación y debiendo renunciar a su soberanía en la implementación de políticas de desarrollo.

Según expresara con total naturalidad Colin Powell, ex Secretario de Estado de la administración Bush (hijo): «Nuestro objetivo con el ALCA es garantizar para las empresas americanas el control de un territorio que va del Artico hasta la Antártida y el libre acceso, sin ningún obstáculo o dificultad, a nuestros productos, servicios, tecnología y capital en todo el hemisferio.» Dicho en otros términos: un continente cautivo para la geoestrategia de dominación de Washington basada en el saqueo institucionalizado de materias primas, recursos naturales, mano de obra barata y precarizada e imposición de sus propias mercaderías en una zona de reinado del dólar. Por supuesto que la dependencia se asegura también, en último término, en las armas (léase: sus bases militares que hoy atenazan todo el subcontinente, desde Centroamérica a la Patagonia ).

Considerando que todo esto es la esencia verdadera del mecanismo de integración que propone Washington, el ALCA no se pensó para traer de ninguna manera bonanza alguna para Latinoamérica y el Caribe. La preservación de todas estas asimetrías es vital para la estrategia hegemónica imperial, tanto como la multiplicidad de monedas regidas por el dólar y el mantenimiento de enormes brechas salariales. El ALCA es, en definitiva, un mecanismo recolonizador.

Un antecedente directo de este acuerdo lo constituye el NAFTA (sigla inglesa de «Tratado de Libre Comercio para América del Norte»), acuerdo suscrito en 1994 entre Estados Unidos, Canadá y México -que en realidad sólo ha beneficiado al primero de los tres-.

Debido a trabas interminables que se han dado en las negociaciones a partir de los intereses de los grupos de poder latinoamericanos que chocaban con los grandes intereses estadounidenses, pero más aún -y fundamentalmente- por la tenaz oposición del campo popular a través de los distintos movimientos sociales de protesta a lo largo de todo el continente- el ALCA no pudo entrar en funcionamiento para el 1º de enero del año 2005 tal como estaba previsto. Ante ello la estrategia imperial ha sido comenzar a buscar la firma de tratados regionales o bilaterales, siempre con la misma inspiración del tratado original, que a la postre le brinden similares resultados. Así lograron establecer tratados bilaterales (a principios del 2005: el RD-CAFTA -«Tratado de Libre Comercio para América Central y República Dominicana»-; posteriormente Colombia y Perú, en el año 2006, luego Chile y Uruguay) siempre en la misma lógica del ALCA que, en realidad, lo que menos tiene es «libre» comercio, dadas las asimetrías insalvables entre los mal llamados socios (Estados Unidos no es socio: sólo impone).

Ahora bien: si la integración se centra sólo en el lucro económico de las empresas, ningún beneficio para las grandes masas será tenido en cuenta, por lo que la integración no servirá a un genuino proceso de desarrollo social. Es necesaria, entonces, una integración basada en otros criterios. Pero el proceso de integración latinoamericana y de los países del Caribe es hoy, por diversas circunstancias, muy frágil.

¿Es posible la integración en América Latina?

Proyectos de integración dentro de América Latina ha habido muchos, desde los primeros impulsados por los líderes independentistas a principios del siglo XIX hasta los más recientes del siglo XX: la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio -ALALC-, la Comunidad Andina de Naciones -CAN-, el Mercado Común Centroamericano -MCC-, la Comunidad del Caribe -CARICOM-. Recientemente, y como el proyecto quizá más ambicioso: el Mercado Común del Sur -MERCOSUR-, creado por Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia en 1996, al que se han unido posteriormente Chile, Perú, Ecuador, Colombia y luego Venezuela. Sin contar, obviamente, con el intentado mecanismo de recolonización del ALCA, que en realidad es más un sumatoria de países bajo la égida de Washington que una genuina integración; mecanismo que, por cierto, no prosperó como estrategia regional, pero que derivó en mecanismos bilaterales que logran los mismos resultados.

Hoy día, en un mundo globalizado con desafíos cada vez más grandes en lo económico, en lo científico y en lo tecnológico, en una sociedad mundial regida cada vez más por la información y el conocimiento de vanguardia, y en el marco del aún dominante sistema capitalista, las posibilidades de crecimiento y desarrollo como país independiente parecen ya imposibles. Ante ello se torna imprescindible entonces el impulso de bloques de naciones. Estamos quizá ante el comienzo del fin de la idea de Estado-nación moderno, surgida en los albores del mundo post renacentista con un capitalismo naciente. Hoy la historia se juega en términos de bloques, de grandes bloques de poder económico-científico-político. Es por ello imperioso reconocernos en Latinoamérica como un gran bloque con historia común, y sin dudas también con un destino común.

Las burguesías nacionales que se desarrollaron a partir de la independencia formal a principios del siglo XIX han estado siempre en una relación de dependencia/complicidad con las potencias extranjeras. Son socios menores de los capitales transnacionales, o comercian con ellos los productos primarios que produce la región, pero la idea de unidad hemisférica independentista no pasa por su proyecto.

El punto máximo en el planteo de integración de esas aristocracias es el actual proyecto de MERCOSUR. Hay que destacar que ese mecanismo se centra en la integración capitalista, siempre ajena a los intereses populares. Para los sectores explotados en verdad no hay diferencias sustanciales entre el MERCOSUR y lo que intentaba el ALCA, reemplazado luego por tratados bilaterales. Como correctamente analiza Claudio Katz: «Las clases dominantes de la región se asocian pero al mismo tiempo rivalizan con el capital externo. Propician el MERCOSUR porque no se han disuelto en el proceso de transnacionalización. Estos sectores buscan adecuar el MERCOSUR a sus prioridades. Promueven un desarrollo hacia afuera que jerarquiza la especialización en materias primas e insumos industriales, porque pretenden compensar con exportaciones la contracción de los mercados internos. El problema de la deuda está omitido en la agenda del MERCOSUR. Los gobiernos no encaran conjuntamente el tema, ni discuten medidas colectivas para atenuar esta carga financiera. Han naturalizado el pasivo, como un dato de la realidad que cada país debe afrontar individualmente».

Dicho en otros términos: con el MERCOSUR no se pasa de «más de lo mismo».

Hoy día, ya desde hace unos años, por todo el continente comienzan a soplar nuevos vientos surgiendo prometedores -unos más, otros menos- gobiernos de centroizquierda. Pero es innegable que luego de años donde nos habíamos creído aquello del «fin de la historia» y de forzado neoliberalismo «más allá de las ideologías», renacen esperanzas adormecidas por años. Vuelve a hablarse de socialismo, de antiimperialismo, de Patria Grande. Aunque, para ser estrictos, todo este movimiento lejos está aún de posibilitar cambios estructurales profundos. La integración es aún un proceso muy frágil, y de momento sólo manejada por las derechas.

Entendida la integración como una nueva puerta que trascienda el MERCOSUR, comienza a tomar cuerpo la idea de una integración como proceso que conduzca a alternativas al modelo capitalista. Para las burguesías locales la integración no pasa de ser un campo de negocios que refuerce su poder. Contrariamente, para el campo popular la unidad regional puede ser un paso para la construcción de otra sociedad más justa.

ALBA: hacia una integración popular y solidaria. ¿Un camino al socialismo?

Contrariamente a lo dicho hasta el hartazgo por la prédica neoliberal, la liberación del comercio no basta para lograr automáticamente el desarrollo humano. La expansión comercial no garantiza un crecimiento económico inmediato ni un desarrollo humano o económico a largo plazo. Es más: la liberación no es un mecanismo fiable para generar un crecimiento sostenible por sí mismo ni para emprender una real reducción de la pobreza.

Es por eso que, pensando no tanto en el dios-mercado y en el beneficio empresarial sino en los seres humanos de carne y hueso, en las poblaciones sufridas, marginadas, históricamente postergadas, y retomando el proyecto de patria común latinoamericana efímeramente levantado en el momento de las independencias contra la corona española así como contra la nueva iniciativa de dominación del ALCA, surge hace un tiempo la propuesta del ALBA -Alternativa Bolivariana para los Pueblos de las Américas-.

Esta nueva propuesta de integración fue presentada públicamente por el presidente venezolano Hugo Chávez en ocasión de la III Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Asociación de Estados del Caribe, celebrada en la isla de Margarita en diciembre del 2001; se trazan ahí los principios rectores de una integración latinoamericana y caribeña basada en la justicia y en la solidaridad entre los pueblos. Tal como lo anuncia su nombre, el ALBA pretende ser un amanecer, un nuevo amanecer radiante.

El ALBA se fundamenta en la creación de mecanismos para crear ventajas cooperativas entre las naciones que permitan compensar las asimetrías existentes entre los países del hemisferio. Se basa en la creación de Fondos Compensatorios para corregir las disparidades que colocan en desventaja a las naciones débiles frente a las principales potencias; otorga prioridad a la integración latinoamericana y a la negociación en bloques subregionales, buscando identificar no solo espacios de interés comercial sino también fortalezas y debilidades para construir alianzas sociales y culturales.

La noción neoliberal de acceso a los mercados se limita a proponer medidas para reducir el arancel y eliminar las trabas al comercio y la inversión. Así entendido, el libre comercio sólo beneficia a los países de mayor grado de industrialización y desarrollo, y no a todos sino a sus grandes empresarios. En Latinoamérica p odrán crecer las inversiones y las exportaciones, pero si éstas se basan en la industria maquiladora y en las explotación extensiva de la fuerza de trabajo, sin lugar a dudas que no podrán generar el efecto multiplicador sobre todos los grupos sociales, no habrá un efecto multiplicador en los sectores agrícola e industrial, ni mucho menos se podrán generar los empleos de calidad que se necesitan para derrotar la pobreza y la exclusión social. Por eso la propuesta alternativa del ALBA, basada en la solidaridad, trata de ayudar a los países más débiles y superar las desventajas que los separa de los países más poderosos del hemisferio buscando corregir esas asimetrías. Con estas características, un proceso de integración hemisférica realmente sirve a las grandes mayorías por siempre excluidas.

Como dijo el presidente Chávez sintetizando el corazón de la propuesta: «Es hora de repensar y reinventar los debilitados y agonizantes procesos de integración subregional y regional, cuya crisis es la más clara manifestación de la carencia de un proyecto político compartido. Afortunadamente, en América Latina y el Caribe sopla viento a favor para lanzar el ALBA como un nuevo esquema integrador que no se limita al mero hecho comercial sino que sobre nuestras bases históricas y culturales comunes, apunta su mirada hacia la integración política, social, cultural, científica, tecnológica y física».

  Según publicación del diario La Nación , Buenos Aires, Argentina, del 13-9-05: «Las materias primas y las manufacturas de origen agropecuario acaparan actualmente las ventas de Latinoamérica. Conforman el 72% de las exportaciones argentinas, el 83 % de las bolivianas, el 83% de las chilenas, el 64% de las colombianas y el 78% de las venezolanas. La especificidad mexicana (81% de exportaciones manufactureras) es engañosa, porque el país se ha especializado en el ensamble de partes sin valor agregado, que las maquiladoras intercambian con las casas matrices estadounidense. Unicamente Brasil constituye una relativa excepción, ya que en su canasta de exportaciones las materias primas constituyen el 52% del total». Para muchos países de América Latina y El Caribe la actividad agrícola es, por tanto, fundamental para la supervivencia de la propia nación. Las condiciones de vida de millones de campesinos e indígenas se verían muy afectadas si ocurre una inundación de bienes agrícolas importados, aún en los casos en los cuales no exista subsidio por parte del gobierno federal de Estados Unidos. Hay que dejar claro que la producción agrícola es mucho más que la producción de una mercancía. Es, en todo caso, un modo de vida. Por lo tanto no puede ser vista ni tratada como cualquier otra actividad económica o cualquier producto sin su correspondiente cosmovisión cultural. El ALBA, justamente, intenta rescatar ese punto de vista.

El ALBA es, de momento, una buena intención pero aún no está afirmado en su posición. De todos modos en esa línea pueden inscribirse ya importantes pasos: los convenios de cooperación suscritos entre Cuba, Venezuela y Bolivia son un ejemplo. Pero hay más aún en esta intención integracionista: la incipiente comunidad energética con Petrocaribe y Petrosur, la integración en la comunicación con el canal televisivo teleSur, las surgentes ideas de un Banco del Sur, de una Universidad del Sur, de unas Fuerzas Armadas del Sur. Es decir: movimientos concretos que nos acercan y nos unen como pueblos contra la estrategia hemisférica de recolonización por parte del imperio y contra los mecanismos de unión aduanera capitalista del MERCOSUR u otras instancias de pseudos integración como la CAN.

La propuesta de integración planteada, de todos modos, es mucho más ambiciosa: entre otras cosas apunta a crear un gigante petrolero latinoamericano -Petroamérica- que bien podría convertirse en punta de lanza de un amplio proceso de integración económica de la región cuestionando seriamente el monopolio energético que manejan las grandes compañías petroleras, estadounidenses en su gran mayoría.

El campo popular pasó años atrás por un momento de reflujo, a partir de las dictaduras que ensangrentaron el continente y los posteriores planes de ajuste neoliberal que se aplicaron. Pero hoy se están retomando tradicionales banderas de lucha por la justicia, en buena medida inspiradas por la Revolución Bolivariana de Venezuela. En este renacer asistimos a lo que se está formulando como «socialismo del siglo XXI». Aunque eso, al igual que el ALBA, está en pleno proceso de formulación, marca ya un camino: no debemos repetir similares errores del pasado.

La construcción del socialismo en un solo país se ha demostrado sumamente dificultosa. Hoy día, ante el surgimiento de grandes bloques de poder, pensar en desarrollos nacionales autónomos parece casi imposible, de donde surge la casi obligada necesidad de impulsar procesos regionales como opción con posibilidades reales de concreción. Una integración desde el capitalismo, dirigida tanto por las clases dirigentes latinoamericanas vernáculas como por Washington, no sirve para el mejoramiento real de las mayorías explotadas. De ahí que las renovadas ideas de integración -en buena medida aportadas por el actual proceso bolivariano de Venezuela- marcan un importante camino alternativo. Una integración basada en principios de solidaridad y desarrollo genuino para los pueblos es, en estos momentos, un enorme paso hacia delante en términos políticos. El nuevo socialismo, el socialismo del siglo XXI, sin renunciar a sus postulados históricos, debe buscar nuevos perfiles. Y ahí entra en escena esta nueva idea de la integración.

El capitalismo de ninguna manera está derrotado; pero se abre hoy un nuevo escenario que permite profundizar su crítica. Aunque sólo Cuba y Venezuela transitan el socialismo, y las medidas que ha ido tomando el actual gobierno de Bolivia pueden augurar una búsqueda similar, esos nuevos aires que están soplando ahora por América Latina pueden marcar una tendencia que debe potenciarse: los pueblos ansían otra cosa más allá de pobreza y represión.

Unidos, buscando la integración solidaria para todos y no sólo aquella que beneficie a los tradicionales grupos de poder, podremos construir un mundo más justo. En ese sentido la nueva idea de integración latinoamericana puede ser un importante camino socialista.

Algunas consideraciones sobre el socialismo

I

Reconstruir un concepto puede resultar más espinoso que construir uno nuevo que lo sustituya, mucho más aun cuando ese «reconstruir» se plantea en medio de una confrontación de vida o muerte, tal como lo es la existente entre socialismo y capitalismo, entre ALBA y Tratados de Libre Comercio, entre libertad y esclavitud.

Hablar de un socialismo adjetivado es, en consecuencia, una reconstrucción del término; es decir, se plantea una transformación en el esquema del conocimiento que se tiene de la vieja noción de socialismo, por lo que otros elementos o nuevas relaciones entre los elementos configurativos de ese término deben replantearse sin manipulaciones y con una participación autónoma de cada individuo.

Vale la pena revisar algunos antecedentes significativos del socialismo. Al efecto, en 1864 nació en Londres la primera alianza obrera internacional conocida como la Primera Internacional Socialista. La masa obrera empieza a comprender que debe sobreponerse a la competencia intestina con los demás trabajadores a fin de oponer una eficaz resistencia a la explotación capitalista; es así como la clase obrera de los diferentes países deja de competir entre sí para cooperar unida contra la burguesía internacional y se despierta en el movimiento obrero un creciente entusiasmo emancipativo. Sin embargo, la circunstancia de superar la desunión no significaba por sí misma el triunfo.

Los obreros ingleses no tenían derechos sindicales ni políticos. El auge del capitalismo amenazaba, como ahora, los intereses de los trabajadores y, ante las demandas reivindicativas de éstos, el patrono pretendía importar obreros franceses y alemanes como signo de una competencia despiadada, de sometimiento y de esclavitud basada en el chantaje. Igual que ahora en América Latina, había crisis en la agricultura y una generalizada miseria, siendo ello lo que sacó a los obreros de su actitud contemplativa por lo que decidieron organizarse para actuar. Se unieron los diferentes gremios y reconocieron la necesidad de que las organizaciones sindicales abrazaran la lucha política. De ahí nació el gran mitin del 28 de septiembre de 1864 que dio nacimiento a la Primera Internacional. Ya poco antes se habían celebrado contactos de confraternidad entre obreros franceses e ingleses y la sublevación polaca de 1863 contribuyó a estrechar esos lazos, tal como la sublevación de Caracas en 1989 -el Caracazo- prendió en verde el semáforo de la conciencia venezolana.

Para entonces se emitieron documentos en los que se denunciaba que la desleal competencia del capital inglés era posible debido a la falta de unidad internacional entre los obreros de diferentes países. En París ocurrió un gran momento de agitación en talleres y en fábricas, por lo cual se decidió enviar una delegación de obreros a Londres, y para recibirlos se acordó el gran mitin en el cual se lanzó una proclama en la que se señalaba que la división del trabajo convertiría al hombre en máquina, en tanto que la libertad de comercio iba a engendrar una esclavitud industrial mucho más despiadada que la ya abolida por la revolución.

Era necesario -se instaba- que los obreros de todos los países enfrentaran ese sistema criminal de explotación contra los trabajadores. Después de un candente debate la asamblea acordó nombrar un comité al que se otorgasen poderes para incorporar a nuevos miembros y redactar los estatutos de una asociación internacional que habría de regir provisionalmente hasta que en el próximo año decidieran definitivamente un congreso internacional que se celebraría en Bélgica. Ese comité estuvo integrado por Carlos Marx, entre otros. Hasta entonces, Marx no había tomado parte activa dentro del movimiento ya que él había sido invitado casualmente por un amigo francés para que interviniera en nombre de los obreros alemanes. Sucedió la feliz casualidad de que las circunstancias pusiesen en sus manos la dirección intelectual del comité elegido e integrado por los obreros ingleses, alemanes, franceses, italianos, polacos y suizos.

Cuando se decide integrar el comité de redacción de estatutos, Marx queda fuera de dicha comisión, pero después logró incorporarse e imponer sus brillantes ideas. Marx expone el hecho de que las miserias de la clase obrera no habían disminuido desde 1848 hasta 1864 pese a ser un período de amplio desarrollo industrial y florecimiento del comercio. Esgrimía pruebas documentales con estadísticas acerca de la miseria de la clase obrera inglesa a la par que se daba un monstruoso incremento de la riqueza obtenida en aquel período, la cual sólo era aprovechada por los ricos, y ese contraste se daba en el resto de los países.

El imponente incremento del poder y de la riqueza sólo favorecía, tal como ahora, a las clases acomodadas, y que en este momento equivalen a la inefable élite de los países latinoamericanos, y a la oligarquía económica estadounidense. Si había un pequeño contingente de obreros que percibían un jornal algo más elevado con respecto a los demás trabajadores, entonces el alza general de los precios actuaba restituyendo esas diferencias groseras, lo cual arrojaba luz acerca del porqué se agudizaban los conflictos sociales.

Hoy como ayer los trabajadores de todos los países se ven afectados por la vorágine capitalista y, para resolver esos conflictos, es imprescindible la unión y la cooperación solidaria en una dimensión de justicia y de libertad caracterizada por el socialismo militante, con acato al respeto a la disidencia, donde se privilegie la discusión por encima de cualquier consideración personalista.

La Internacional Socialista fracasa cuando a ella ingresan sujetos corrompidos, aparte de las insalvables diferencias entre quienes seguirían los criterios de Marx, que sostenía el principio de autoridad, y los otros que seguían el anarquismo pregonado por Bakunin; por eso quedó disuelta la organización y en 1869 se funda la II Internacional que agrupó a los obreros de Europa y América. Esta organización se disuelve en 1914 con los rigores de la primera guerra mundial, y en 1919, en Moscú, se forma la III Internacional Socialista que agrupa a los países «democráticos» del mundo. En 1943 se disuelve la Internacional debido al chantaje a que es sometida la política exterior de la URSS. La IV Internacional es fundada en 1938 por León Trostki.

Ninguno de estos antecedentes puede ser desestimado a la hora de replantear el socialismo latinoamericano. Los sacrificios de tantas luchas deben apuntalar las nuevas búsquedas que ahora proponemos, nuevas definiciones, entre ellas: la definición de ser humano, de sociedad, de política, de economía.

Creemos que nada está ahí definitivamente, que todo se está haciendo, todo lo que sabemos caduca cada cierto tiempo y las nuevas definiciones no tienen que ser contradictorias sino complementarias o, para mejor decirlo, elaboradas conjugablemente al pensamiento actual.

II

 

Hemos asumido como axiomas que la humanidad todavía no ha alcanzado un estado final de evolución cultural y que la nueva visión que tenemos del socialismo puede corresponderse con la de integración de nuestros pueblos; por lo tanto estamos en plena construcción de un proceso que ya ha dejado algunas cosas respecto a qué queremos y respecto a qué errores no deseamos repetir. En sí misma, la idea de integración puede ser algo muy rico. Se trata de ver cómo la llenamos de contenido revolucionario y hasta qué punto ello es posible. Integración de los capitales continentales, como bloque comercial, es una cosa; pero eso de nada sirve a las grandes mayorías. Otro tipo de integración también es posible. La cuestión es ¿cómo construirla?

Está claro que el imperialismo estadounidense en cualquiera de sus dos pervertidas versiones, demócrata y republicana, no tiene otra finalidad que seguir saqueando la riqueza de los pueblos del Sur y esclavizarnos imponiéndonos su criterio de quietud.

De hecho, por una suma de razones históricas, hoy hay mucha quietud en amplios sectores de nuestros pueblos. Se trata de una quietud no casual; es una funesta consecuencia de estrategias estructuradas y puntualmente definidas por el imperialismo estadounidense para manipular la conciencia del Sur y, en consecuencia, generar poblaciones manipuladas mediante patrones establecidos, entre otros, por periodistas «descerebrados», amaestrados y dispuestos a salirse de sí mismos para subastar su dignidad. O por «sesudos analistas» despotricando contra el «eje del mal», a contrapelo del «eje del bien», y niños comiendo en un Mc Donald’s tomando Coca-Cola, todo ello con el bombardeo mediático implacable a que nos tienen sometidos (el 85 % de los mensajes audiovisuales que transitan por el mundo viene de Estados Unidos).

La sangrienta invasión y ocupación militar norteamericana en Panamá en 1989 puso en evidencia que la quietud de otros pueblos latinoamericanos ante la criminal agresión de Washington no es casual.

Tanto en las cárceles como en las escuelas de América Latina se ha venido practicando un absurdo autoritarismo como forma de castigo, y eso forma parte de la misma estrategia psicológica de la mal llamada «Escuela de las Américas», donde nuestros militares son entrenados para torturar a sus propios hermanos. Como dijo uno de ellos en un lúcido momento de reflexión: «en Estados Unidos los militares no damos golpes de Estado… porque no hay embajada gringa».

La suerte de esos hombres, mujeres y niños que son maltratados y castigados es obviamente previsible, a tal punto que cuando pudiese dárseles toda la libertad, ellos no podrían usarla por no estar preparados para ejercerla, puesto que han sido llevados a un estado extremo de indefensión. Ese individuo indigente, aislado y sin posibilidades de tener a mano una vía de escape hacia su autodeterminación y su libertad, puede entonces -entre otras «salidas»- enclaustrarse en las drogas para, en su orfandad, formar una pieza importante del sistema explotador. Y las drogas también son un negocio manejado por los grandes poderes, usado justamente para adormecer.

El ser humano es parte del Universo, pero la sociedad capitalista no hace más que tratar de regularlo para ponerlo entre límites y clasificarlo según su cultura y lugar de nacimiento. A manera de ejemplo, es del conocimiento general que a Estados Unidos no puede entrar un iraquí o alguien que se le parezca, a menos que sea para cumplir un papel del Departamento de Estado. Por el contrario, para una sociedad socialista -a propósito de las propuestas de integración latinoamericanista- la nacionalidad debería ser considerada como un valor externo a la calidad humana; cuando mucho, la nacionalidad debería ser no más que un valor agregado y sólo eso. Al respecto vale recordar la frase de Einstein: «el nacionalismo es la enfermedad infantil de la humanidad».

La naciente propuesta socialista tiene que estructurar leyes tanto social como jurídicamente avanzadas para evitar hacer falsas e injustas caracterizaciones del «extranjero» y, para mejor, incorporarlo al verdadero desarrollo donde quiera se encuentre, encima o debajo de la madre tierra, porque los pueblos son los que han sido, los que ahora estamos y los que en siglos han de venir. La voluntad infinita de los pueblos para empinarse sobre las dificultades y avanzar debe ser la bitácora del nuevo socialismo.

Sin una educación descolonizadora cualquier avance en lo económico será inversamente proporcional al bienestar de los pueblos.

La vieja noción de naturaleza humana ha cambiado a medida que las investigaciones científicas en el campo de lo social han avanzado. En tal sentido, la educación socialista tiene que considerar a la persona en su totalidad más que poner el énfasis en cada uno de sus rasgos, de modo tal que las partes puedan estar en función del todo al cual pertenecen; así podremos desarrollar la tolerancia de posturas divergentes respecto a nuestro pensamiento y valorar el alto sentido de la libertad y ponderar las ilimitadas posibilidades de desarrollo personal y social.

La noción de desarrollo en el socialismo debe ser integral, por lo que ha de diferir rotundamente de la noción existente en el capitalismo en el que sólo se atiende al ser humano en su dimensión económica y se soslayan otras consideraciones como el ser social y espiritual. Hay que hacer del socialismo y de la integración un enfoque holístico que desemboque en un lenguaje, y por consiguiente, en un poderoso instrumento de una comunicación diferente, que propicie el equilibrio de una paz mundial, porque la humanidad ha vivido en una eterna guerra con escasos instantes de paz, y ya basta de eso.

Hay seres humanos que nacen y viven sin conocer la paz; vivir y morir sin conocer la paz es estar en el infierno. Por todo eso, el destino del socialismo y de la integración es amparar la dignidad humana y el bienestar social de todos, en contraposición al capitalismo imperial.

Queda por esclarecer el estado social de justicia y de derecho, lo que nos obliga a buscar e inventar caminos en los que la ética del Sur prevalezca en el Sur, que el amor prevalezca sobre el encono, la solidaridad sobre el egoísmo y la paz sobre la diatriba estéril.

La nacionalidad de alguna manera separa a los seres humanos; los ideales internacionalistas, por el contrario, fortalecen vitalmente la interrelación. La universalización de las artes y de la ciencia constituye importantes factores de integración más allá de las fronteras del racismo que hace ver que una persona es inferior a otra cuando precisamente son las presiones sociales y culturales las que conllevan tales diferencias.

Como humanos somos una realidad, y ya el mero hecho de coexistir implica la posibilidad de tropezar, así que si tratamos de corregir un poco la percepción de algo que merece ser revisado, vamos a hacerlo. La manera en que América Latina ha coexistido tiene que revisarse; de hecho, hay una propuesta de integración sobre el tapete. El patrimonio histórico de nuestros pueblos, que no es sólo el presente, sino el pasado y además el futuro, tiene que planificarse para el bienestar y la felicidad de todos. El socialismo tiene que ver con esa planificación.

La vía más segura para impulsar la integración y profundizar en la visión política del socialismo nuevo es oyendo lo que puedan decir todos los pueblos en un debate crucial, sin el cual se niega expresamente la posibilidad de rectificar. El hábito constante de corregir y completar ideas comparándolas con otras, imparcialmente, con toda la honestidad posible, es una vía segura para desechar la duda y alcanzar el fundamento estable y de confianza en lo que deseamos conocer a fondo y, lejos de evitar las objeciones y las dificultades, debemos buscarlas para el análisis y para la síntesis, para la confrontación.

A diferencia de la globalización informativa como arma usada por los grandes centros de poder internacional, y también del viejo internacionalismo proletario pro-soviético, que tenía mucho de eurocéntrico, el socialismo que puede ir surgiendo desde Latinoamérica no debe estructurarse bajo un solo patrón. Es necesario que afloren las modalidades de cada país, sin soslayarse, bajo ningún respecto, el carácter esencial de la solidaridad y la cooperación.

III

A veces afirmamos que algo es verdadero demostrando que se cumple, es decir, acumulando pruebas a favor; sin embargo, la investigación de lo que niega un hecho también es un camino válido para comprobar la realidad «aproximadamente» objetiva. La iglesia católica, que ha sido tradicionalmente intolerante, conservadora y rígida, no obstante para canonizar a un beato escudriña todo lo que en contra del posible santo pueda sustanciarse. Con todo lo que el diablo pueda esgrimir contra el santo, rigurosamente analizado y medido, entonces es cuando se concede la canonización, si procede; pero un importante sector de esa iglesia, especialmente de la más alta jerarquía, arremete contra el socialismo, soslayando el juicio de los pueblos. Es por lo que en la discusión y el debate para construir el socialismo y la integración no debe quedar una sola rendija por donde los detractores puedan meterse, no debe quedar un solo cabo suelto.

El socialismo que planteamos como propuesta hemisférica para coadyuvar la integración de nuestros pueblos no pretende ser un socialismo ecuménico; por lo contrario y a diferencia de la globalización que como arma es manejada desde los centros de poder internacional, tiene que alejarse de un solo patrón. Ni el caduco enfoque del internacionalismo proletario soviético ni el consenso de Washington, ni la injerencia del Vaticano deben impedir que los pueblos asuman su propio destino. Los pueblos tienen que pensar y expresar lo pensado además de confrontar, como una manera de acercarse a la esencia de su propia realidad para desde allí edificar su propio socialismo; pero, en cada caso, la solidaridad y la cooperación deben ser su fundamental rasgo distintivo.

Dar por cierta una opinión mientras exista alguien dispuesto a negarla, y no permitírselo, es un absurdo. Si el socialismo nuevo, el socialismo del porvenir, pretendiese tener seguidores en lugar de personas que quieren descubrir, explorar, inventar posibilidades, entonces podría fracasar; de ahí que sea imprescindible abrir un gran debate en el seno de los pueblos.

El socialismo soviético, la iglesia católica y el imperialismo de Washington han tenido en común cúpulas que niegan toda apelación, por lo que en algún momento se han desviado hacia el despotismo y hasta han convertido los anhelos populares en un obituario de esperanzas. Así mismo, se han convertido en bloques a la manera en que, en lugar de alianzas tales que cada nación tenga libertad y autodeterminación, prefieren ejercer hegemonías unilaterales.

En la política de bloques hay una «obligación», a diferencia de la política de alianzas en las que se refleja el carácter voluntario de las naciones participantes, y eso en el nuevo socialismo tiene que ser considerado prioritariamente.

Desde luego que los enfrentamientos se dan de acuerdo a los intereses de los centros líderes de cada bloque -léase Vaticano, Washington, Moscú- obligando a los subordinados a seguir atados, inclusive en detrimento de sus propios desarrollos políticos, económicos y sociales. Cuando alguno de los países subordinados de cada bloque trata de escapar de esa situación, es brutalmente retenido y confiscados sus anhelos de progreso; así vemos cómo los países líderes pujan por ampliar su radio de acción hacia otros países del continente que les son tenazmente adversos (casos de Cuba y Venezuela en la actual coyuntura latinoamericana). En nuestro continente, con anterioridad Nicaragua fue sometida al amedrentamiento y manipulación por parte de la opinión internacional así como la ocupación de su territorio en flagrante violación de los Acuerdos de Ginebra y el soborno de una vendida clase dirigente de las mafias somocistas. Puesto que la fuerza de ese pequeño país es en lo cuantitativo infinitamente inferior respecto a ese gran bloque militar y político que se le enfrenta, es predecible la secuela de fracasos; sin embargo, mirando desde otro punto de vista -el ético-, podemos darnos cuenta del esfuerzo supremo de Nicaragua, El Salvador, de la Cuba Revolucionaria , de Haití y tantos países hermanos, para avanzar y tener conciencia frente al estado de guerra que trata de imponernos el Norte imperialista

Las sangrientas dictaduras que barrieron prácticamente la totalidad de países del área en los pasados años no le preocuparon a la clase dirigente de Washington. Frente a ese panorama brutal, pasado y presente, no queda opción más importante que estimular la conciencia de América Latina y que esa reflexión se convierta en mensaje para que su eco llegue a los oídos de todos nuestros hermanos como estímulo para luchar por nuestros genuinos intereses.

III

Valga la paradoja pero en América Latina, pese a tanta quietud, suena un ruido silente, que en Venezuela proviene fundamentalmente de los cerros de Caracas, donde están las barriadas pobres; en México, de las zonas «zapatistas» de las selvas lacandoncas; en Bolivia, en Ecuador y en Perú de las zonas indígenas, que cada vez más estando tomando la palabra, y en Centroamérica sale de debajo de las piedras. Panamá es un caso especialísimo: del subsuelo de Chorrillos sale un gemido, más que un ruido, porque murió el General Torrijos. Y también en Argentina, donde los piqueteros y los que no se resignan a un punto final de la represión vivida años atrás continúan la resistencia, así como en Brasil, donde los movimientos populares siguen en pie de lucha. Sin dudas, aunque la cuota de muerte, represión, desaparecidos, torturados y terror en grados extremos nos paralizó por años, a lo que se sumaron los planes de capitalismo salvaje que nos empobrecieron más de lo que estábamos condenándonos a cerrar la boca para no perder los escasos puestos de trabajo que nos fueron quedando, pese a todo ello los pueblos siguen en movimiento, siguen vivos, protestando, levantando la voz como pueden, haciendo ver que «la historia no ha terminado».

Ahora bien: ¿son todos estos movimientos una clara señal que el socialismo está ganando espacios? ¿Retornan los ideales de justicia sepultados décadas atrás por dictaduras sangrientas y por posteriores planes de ajuste neoliberal? ¿Son los actuales gobiernos de centro izquierda que se dibujan en Latinoamérica una genuina opción para sacar de la pobreza y la marginación a las grandes mayorías?

Una cosa son los movimientos populares, otra distinta las administraciones socialdemócratas que vemos extenderse por la región. La era de ultraliberalismo de fines del siglo XX parece haber entrado en una fase de confrontación fuerte, y no está dicha la última palabra en esta batalla entre imperio y pueblos que se rebelan. La nueva centroizquierda que administra hoy muchos países del área está entre ambos fuegos, jugando muchas veces al doble discurso, pero muchas veces pactando a la postre con el gran capital -nacional y extranjero-. Pero como decía el Manifiesto Comunista de 1848, los pueblos «no tienen nada que perder, más que sus cadenas». Eso es lo que hoy, ya pasados los peores años de la represión sanguinaria de la Guerra Fría , comienza a vislumbrarse. No hay dudas que la Revolución Bolivariana de Venezuela es un punto de principal referencia en este despertar. Los pueblos del continente están despertando luego de años de quietud. La historia, es más que obvio, no había terminado.

¿Cómo construir entonces el socialismo hoy día? Por lo pronto, no repitiendo viejos errores. La historia demostró los peligros de la centralización. » Una economía planificada no es todavía socialismo. Una economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?» , se preguntaba Albert Einstein, que además de físico genial era un agudo pensador social de izquierda -faceta que le es bastante desconocida por cierto-. El socialismo del siglo XXI, proyecto en gestación del que no sabemos con exactitud hacia dónde puede derivar, abre luminosas expectativas.

Viendo que la coyuntura actual no es en absoluto la de décadas atrás, sin un bloque soviético que permita, por ejemplo, una revolución cubana que hasta llegó a desafiar al gigante estadounidense con misiles nucleares en su territorio, el realismo político nos impone ver cómo construimos una opción socialista adecuada a las actuales circunstancias. Ello no va en desmedro del ideario socialista histórico; el socialismo del siglo XXI no quiere decir que desconoce al del siglo XIX, el que pensaron los clásicos, y que deja de nutrirse con los aciertos y desaciertos del construido durante el XX. Significa, en todo caso, plantearse utopías con los pies sobre la tierra. La utopía, en tanto construcción de un ideal aspirado, sigue siendo el norte del socialismo. Y ese ideal sigue siendo la igualdad, la justicia social, la lucha contra toda forma de explotación.

Hoy, viendo las dificultades de edificar una experiencia socialista en solitario, se levanta la idea de unidad continental. Pero no la unidad de los capitales, no una pura unión comercial -que dura tanto como dura el negocio- sino la de la Patria Grande , popular y en beneficio del ciudadano común. Es en ese sentido que la utopía sigue siendo posible, necesariamente posible. Para el nuevo socialismo que quiere comenzar a abrirse campo en América Latina, el norte debe ser el Sur. Los primeros pasos que comienza a dar el ALBA marcan un camino importante; de su fortalecimiento, de su crecimiento, pueden depender grandes avances sociales. Hoy por hoy, en esta coyuntura post Guerra Fría con un mundo unipolar totalmente desbalanceado, la unión de los países latinoamericanos pasa a ser vital para impulsar proyectos propios y para dejar de ser patio trasero de la gran potencia del Norte. Pero una unión basada en los pueblos. Ese es hoy, definitivamente, un camino que puede recorrer el socialismo.

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