La clase dominante y la izquierda socialdemócrata quieren un consenso pasivo con los opresores, muchos estimulan un diálogo que privilegia la continuidad de los opresores contra los oprimidos. La inequidad de la paz que el Estado y «sus izquierdas» quieren pactar, se extiende al minimizar cada vez más el carácter de los explotadores, sus tensiones […]
La clase dominante y la izquierda socialdemócrata quieren un consenso pasivo con los opresores, muchos estimulan un diálogo que privilegia la continuidad de los opresores contra los oprimidos.
La inequidad de la paz que el Estado y «sus izquierdas» quieren pactar, se extiende al minimizar cada vez más el carácter de los explotadores, sus tensiones inevitables de clase, y/o el antagonismo capital vs trabajo.
El diálogo en donde el protagonista principal debe ser el pueblo desde sus luchas revolucionarias y democráticas, ha de ser un espacio de clarificación, pero no un reemplazo de la acción directa para el logro de la paz y de las conquistas populares y Nuestro Americanas.
Pero, si bien el diálogo incompleto no es negociación, no se puede zanjar solo con razonamientos; es indispensable construirlo desde las grandes mayorías oprimidas y sus intereses de clase y sociales, no habría que aspirar a hablar solo un lenguaje compartido con el explotador, hay que alentar si, el diálogo como una herramienta verdaderamente determinante para las transformaciones históricas de la nación colombiana y de la humanidad.
El diálogo no hay que idealizarlo, el proyecto de las instituciones en Colombia es darle continuidad al capitalismo, su lenguaje es instrumental al Estado, que no le interesa la verdadera paz, ni las tensiones sociales, y menos el sufrimiento del pueblo; estos están relegados, y su «propuesta de país» está divorciada de la realidad, pues el terrorismo de Estado y el rumbo neoliberal en Colombia siguen sujetos al carro imperial y a las clases dominantes con Uribe y Santos a la cabeza.
La reciente «experiencia» parlamentaria lo demuestra, sus partidos y «sus izquierdas» – con pequeñas, y muy pequeñas excepciones-, estarán al servicio del capital con sus engendros paramilitares, las decadentes instituciones del régimen exigen perpetuar lo que consideran su supremacía.
Con las elecciones oligárquicas la paz y del pueblo pierden, una abstención del 57%, votos nulos 10.4%, votos marcados 5.9%, voto en blanco 6.2%, son más que demostrativos de la ilegitimidad del régimen, y su negocio electoral con un sistema corrupto y mafioso que soborna además la miseria popular.
Siguen en Colombia gobernando banqueros, industriales, militares y para-militares, pero con un grupo selecto de la oligarquía criminal y sus «mensajes de más guerra y mercado», con sus bolsas de valores, el lavado de activos, o las salidas abruptas de capital, que han sido sus reglas brutales de costo-beneficio.
Esta oligarquía no respeta nada, y menos la constitución, ni a sus propias leyes, que plagadas de corrupción consideran inexorables para una sociedad como la colombiana, en la que el pueblo es aislado con el terror estatal de los procesos políticos determinantes, que hoy caminan por fuera del imaginario neoliberal, sacudiendo al estado con la revuelta popular, en la que el pueblo se niega a subordinarse, o a intercambiar prebendas, y/o al trueque de las clientelas.
El fracaso del Estado Colombiano es consustancial a su modelo criminal oligopólico, y de un puñado de politiqueros que han maniatado también al aparato electoral y a los medios de comunicación oligárquicos a la guerra; y que siempre de espaldas al pueblo niegan a las mayorías, y al margen del sufragio, su deliberación libre, y – claro-, la democracia popular.
Un sistema despótico que ha estado siempre a favor del militarismo, los grandes bancos y empresas, no es confiable para la paz; el Colombiano, es un estado desacreditado, con un fracaso total de sus instituciones; y – efectivamente-, en el caso de las elecciones, el acto rutinario de votar NO TIENE NINGUN SIGNIFICADO, pues el pueblo carece de poder real, y criminalizada su participación, lo que se «ofrece» está dentro de las rigurosas fronteras del gobierno, y siempre para fortalecer las áreas económicas estratégicas para el capital (empresas, bancos, servicios esenciales), y sectores relevantes de la estructura estatal (ejército, policías, «justicia», administración central).
Godos, liberales; social-demócratas etcétera, no generarán para el pueblo un proyecto soberano, de paz o de equidad; son las mayorías populares quienes lo construyen, ya no habrá «ideales cívicos» convergentes con los explotadores, en donde la política se perciba con la guerra, o una falsa paz, desilusión o desprestigio.
Si con una paz, «que no es de paz», y unas elecciones mafiosas se intenta conformar una nueva estructura que favorezca a las clases dominantes mediante su control; o si se refuerzan los cimientos capitalistas, no habrá ninguna evolución de la participación del pueblo, pues el futuro libertario que este plantea, y por el que continuará luchando, tiene que derrumbar los pilares de la opresión, allí está la plusvalía y la acumulación de capital, acompañada de los Uribe, Santos, Pastranas, Lleras, – entre otr@s-, con su policía, el narco-ejército, los jueces, el procurador, la burocracia, el caduco sistema electorero, los sectores de la «izquierda domesticada»; todos comprometidos con la guerra, el imperio, y contra verdadera paz del pueblo.
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