Recuento. En un año una tétrica realidad se ha cimentado. Su fermento comenzó mucho antes del 9 de diciembre de 2007. Ese día, hace doce meses, una sombra borroneó un mapa de esperanza. El suceso del niño Emmanuel comenzó a gestarse para profundizar los apocamientos. Un comunicado de las FARC conocido en La Habana, previendo […]
Recuento. En un año una tétrica realidad se ha cimentado. Su fermento comenzó mucho antes del 9 de diciembre de 2007. Ese día, hace doce meses, una sombra borroneó un mapa de esperanza. El suceso del niño Emmanuel comenzó a gestarse para profundizar los apocamientos. Un comunicado de las FARC conocido en La Habana, previendo entonces la liberación del niño, decía también que ésta debía producirse «en circunstancias tales que se evite bajezas uribistas como las sucedidas con las ‘pruebas de vida’«. Efectivamente, ya se sabía que el gobierno Uribe Vélez destrozaría no sólo cualquier resultado, desde unas pruebas de vida de las personas privadas de su libertad por esta organización guerrillera, hasta su liberación, o cualquier aproximación de diálogo mínimo, que buscara superar los obstáculos tendidos en el camino.
Dicho y hecho: Uribe hizo lo propio. Engulló hasta la última ración del banquete servido por el extravío de las FARC. Se dio el lujo de demostrar que éstas adulteraban la realidad en ese episodio, cuando ese niño ni siquiera estaba ya en manos de la insurgencia. A esta torpeza vergonzosa, siguieron muchas más. Lo que hubo entonces fue y es un juego muy inteligente, del lado de Uribe y los suyos, basado en gran medida en interposiciones: poner algo entre cosas o entre personas. Así, Uribe pudo sabotear, confinar y retardar la entrega por las FARC de algunos/as políticos/as que desde años atrás estaban en su poder. Fue el 10 de enero. Las imágenes comenzaron en selvas de Colombia y terminaron en el palacio presidencial de Caracas. Hubo regocijo por el hecho, mientas en el palacio presidencial de Bogotá hubo cálculos. Al día siguiente el presidente Chávez pedía coherentemente el reconocimiento de las guerrillas ELN y FARC como organizaciones beligerantes.
Luego lamentablemente se desdijo. De ahí en adelante las maniobras se intercalaron, apoyado el régimen de Uribe en inteligencia punta para seguir e interceptar comunicaciones, así como en infiltraciones que rentabilizaron flaquezas y errores capitales de los rebeldes, para dar con las pistas sobre el paradero de correos y comandantes de las FARC. Cuando unas coordenadas situaban algún contacto en la frontera colombo-ecuatoriana con opacos y rastreados emisarios para tratar algunas liberaciones, una feroz y sofisticada intervención militar se clavó en la médula del proceso. Incluyó desde la más alta tecnología militar hasta ejecuciones de combatientes. Fue el 1º de marzo de 2008. El cuerpo del comandante Raúl Reyes se secuestró en Ecuador y se mostró al mundo como un gran trofeo. Mientras, otros engranajes se preparaban. Cuatro meses después lo veíamos. La Operación Jaque enseñó al mundo grandes fortalezas de un poderoso núcleo transnacional y debilidades considerables de una guerrilla. Nuevos trofeos se enrostraron. Quedaron libres no sólo la política Ingrid Betancourt sino militares colombianos y mercenarios de los Estados Unidos. Toda esa historia es harto conocida.
Lo que no deja de ser. Miles y miles de páginas, vídeos y fotos atiborran con su nombre asociado casi siempre a la repulsa de un delito. No a otros crímenes. Búsquese donde se busque. Bien al lado del registro de una verborrea y de una pose religiosa hasta la porfiada nominación frustrada al Nobel de la Paz, junto con Ingrid se nos patenta el secuestro. Es lógico. Ella fue víctima de aquello, lo sufrió, lo sabe bien. Con su pleno derecho, ella, quien escribió hace años un libro, La rabia en el corazón, dirigido para protestar un poco contra la corrupción de la clase política de la que entonces también hacía parte, en los hechos ha optado con el tiempo por una conveniente alianza con la cabeza pública de esa putrefacta casta. Con Uribe, a quien felicita una y otra vez. En general con quienes la liberaron. Y dentro y fuera de Colombia, con quienes la adulan, la premian, la invocan, la escoltan y le defienden. Y más con quienes la proyectan. Que no fuera así sería lo sorprendente. Su rabia en el corazón está regodeándose día a día, no sólo contra la denominada práctica del secuestro, lo que es obvio, sino contra la propia existencia de la guerrilla como tal. Como hace años. Es natural. No hay nada extraordinario en ello. O sí: que se sume, como ninguna otra persona liberada hasta ahora, bien por intención fundada o conciente, o ya por manipulación, en caso de que ella fuera manejable, a una estratagema infame que en estos instantes podría producir no la libertad de quienes permanecen en doloroso cautiverio sino su postergación.
No el deseado intercambio de prisioneros; apenas un solicitado intercambio epistolar. Las pocas cartas van y vienen. El 11 de septiembre de 2008 la senadora Piedad Córdoba junto con decenas de intelectuales y defensores de una salida política al conflicto, piden a las FARC mantener correspondencia. En esa misiva se expresa que «tenemos la certeza de que los presidentes y jefes de Estado de pueblos hermanos en el hemisferio y de los denominados países amigos europeos concurrirán de manera solidaria a apoyar los procesos de diálogo que estamos proponiendo». El 16 de octubre esa organización insurgente ratifica su intención de diálogo y agrega: «sugerimos, para reforzar este nuevo emprendimiento, tener en cuenta la manifiesta disposición de la gran mayoría de Presidentes latinoamericanos para contribuir con sus esfuerzos en el proceso de intercambio humanitario y paz». Dicha determinación es confirmada en posterior comunicado del 30 de octubre.
El día 6 de noviembre decenas de intelectuales y activistas internacionales apoyan el intercambio epistolar, con otra carta encabezada por el Premio Nóbel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel y los profesores James Petras y François Houtart. El propósito de vincular a esa búsqueda de conversaciones a algunos presidentes que en América Latina no están identificados con una política guerrerista o que podrían alentar algún acercamiento, no estaba sólo en la agenda de esta guerrilla o de ese sector importante de quienes tomaron la iniciativa de comunicarse por carta con este movimiento insurgente. Vista la viabilidad y el impacto de esa hipótesis, como miel atrajo a otros, se produjeron giros de otros, que pusieron en marcha sus viejos y nuevos recursos para relamerla. Así, días después, en España, Ingrid Betancourt recibe dos premios: el Príncipe de Asturias y el apoyo incondicional del gobierno español.
Entre la rutina de recompensas y galardones, otro es escenificado el 6 de noviembre: el que bajo el nombre de «Cooperación española con Colombia» recibe de empresarios colombianos el ministro de exteriores español, Moratinos, quien la noche en que lo recibió, además de felicitar a Uribe (como ya lo hace habitualmente Ingrid Betancourt) por su «gran éxito» y su «gran labor» de derechos y seguridad para los colombianos (para la época ya se sabía de las cientos de ejecuciones, o, mejor dicho, de los asesinatos en serie cometidos por el ejército oficial contra jóvenes de barrios pobres, entre miles de crímenes), también expresó su solidaridad para el 28 de noviembre en la protesta convocada por Ingrid contra el secuestro y las FARC. Así fue: esa noche en la emblemática Plaza Colón de Madrid, Moratinos acompañó en el tablado a la política colombiana. Junto a ella también estaban otros personajes: el alcalde Ruiz Gallardón y, no pudo faltar al show, el cantante Miguel Bosé. No llegaron Juanes, ni Shakira, ni Sanz.
La gira. Al día siguiente Betancourt inició un periplo: llegó a Colombia, se entrevistó y abrazó con Uribe y el ministro de guerra, Santos, y tomó la bandera de una cierta representación en nombre de algunas familias de personas retenidas por las FARC (sería clarificador saber si todas refrendan los pasos de la política franco colombiana). Fue pasando por otros países (Ecuador, Chile, Argentina, Perú, Brasil, Bolivia, Venezuela), para visitar a los mentados presidentes latinoamericanos, que por supuesto le han recibido y le han ofrecido no sólo palabras concordantes con el propósito de buscar que las FARC deje en libertad a los cautivos sino que la han asistido en lo que es el objetivo central y estratégico del discurso tanto de Ingrid como de Uribe, más allá del tema de los secuestros: la presión a la guerrilla para que deponga su lucha armada.
De tal modo, lo que eran, o son, una perspectiva y expectativa modestas, alentadas antes en el diálogo virtual entre las FARC y una parte de la sociedad colombiana y de la comunidad internacional, están resultando torpedeadas, temporalmente al menos, y no complementadas o fortalecidas, por la sagacidad de muchos factores conjugados, que configuran como antes lo hizo Uribe, una nueva emboscada en contra de los diálogos; interposición que podría, ojalá no, atrasar, usufructuar o impedir nuevas liberaciones, las cuales es posible se estén planteando las FARC, como avance unilateral, ante la pavorosa situación que todo ello implica, ya sea por erosión de su control y por resolver con una demostración de voluntad en una acertada dirección, un peso insoportable, ético y político.
Ardid y adalid / «Isaza» e Ingrid. Consideremos siete probables razones en el nuevo cerco que puede obstaculizar o usar esa factible puesta en libertad quizás ya decidida de forma unilateral por las FARC, o por establecer: 1ª) en el tiempo, porque Ingrid aprovecha y dilapida con su protagonismo y su delantera o anticipación, con evidente ventaja, sobre todo mediática y su arrastre político, la toma de contacto con los presidentes latinoamericanos con posibilidades de incidir favorablemente, comprometiendo y agotando en este período su arbitraje; 2ª) porque pone en primer lugar la cuestión de los llamados secuestros, evidentemente un tema muy grave y prioritario pero no el único, generalizando o acudiendo a esa denominación o tipo penal, cuando es claro que hay que mirar a ambas partes, no sólo a las FARC, y observar que el problema de la privación de libertad es más complejo; que, para un conflicto como el colombiano, también cabe hablar de otras categorías, como la de prisioneros de guerra, atendiendo a principios del derecho internacional, o a otros conceptos, los que se derivarían o deducen de una juridicidad insurgente, si la guerrilla definiera con seriedad sus bases o códigos de actuación, como lo hicieron en las leyes del Llano las guerrillas liberales que les precedieron, o el FMLN en El Salvador, cuando explicó en los ochenta sus métodos y medios de lucha, como lo hicieron otras insurgencias o embriones revolucionarios, no sólo de resistencia sino con vocación de construcción de poder político, independientemente de lo que luego pasó con cada formación; 3ª) porque Betancourt encadena el llamamiento que pregona y para el que busca padrinos, Sarkozy o Rodríguez Zapatero, con la derrota de la guerrilla, pidiendo que ésta renuncie a un legítimo derecho, como es la rebelión contra la opresión, es decir que deponga su levantamiento en armas, o sea que se rinda; 4ª) porque la adalid o líder de esta campaña es Ingrid Betancourt, o sea una persona que no es considerada por las FARC como interlocutora de primer orden, y es probable que no lo sea ni de segundo, siendo por el contrario descalificada por esa guerrilla públicamente, o sea ex profeso sin confianza básica, inhabilitada, ya por sus alianzas políticas y su discurso no sólo antiguerrillero, que es común, sino por estar abiertamente ajena a otras terribles desgracias de los/as colombianas/as: con millones de micrófonos abiertos para su voz en el mundo, no se han escuchado de su boca palabras de condena al entramado narco-paramilitar que dirige el Estado y desde donde se siguen cometiendo desapariciones forzadas, torturas, desplazamiento y despojo, así como asesinatos y amenazas de miles y miles de los que en su retahíla llama «compatriotas«; 5ª) porque además secunda activamente una gestión de gran repercusión política y simbólica, como es la salida a Francia de «Isaza», el exguerrillero que se entregó al Estado colombiano llevándose al político Óscar Lizcano, muchos años cautivo por las FARC, sirviendo ella de recadera entre Uribe y Sarkozy. Aun siendo comprensible e incuestionable desde su personal razón política y su derecho a la rabia en el corazón, Betancourt colisiona por lo bajo para un eventual cometido humanitario en este momento, al llevar de su mano a París la insignia «Isaza», al refregar su deserción en la cara de las FARC, al avalar el repudiable sistema de las recompensas y la delación. Evidentemente con este hecho no propicia la condición de un entendimiento con las FARC, sino que acrecienta con su propio derecho al encono lo que ella misma reconoce como humillación vivida por ese grupo insurgente: «Ya me reuní con los presidentes Sarkozy y Uribe y ambos me confirman que las garantías que le fueron ofrecidas se le cumplirán. Se le pagará la recompensa que se merece y podrá viajar a Francia. Estamos pendientes de la Fiscalía y confío en que eso se dé pronto»; 6) porque Ingrid ha dado un puntillazo en parte muy delicada: «La ex secuestrada ha justificado en los últimos días como «necesaria» la acción militar regular contra las FARC, que, a su juicio, está «completamente de espaldas» a Colombia y ha señalado a ese grupo de haberse convertido en «un cartel de la droga»» (diario El Tiempo, www.eltiempo.com.co del 9 de diciembre de 2008). «Es muy importante enfrentarla militarmente porque ella (la guerrilla) actúa de una forma que no deja otra salida» (ver www.abn.info.ve / noticia del 9 de diciembre); y 7) Ha tomado partido por una criminal estrategia como es el Plan Colombia, vector de una política militarista en el tablero de la rehegemonía de los Estados Unidos en el área. Afirmó que «el criticado Plan Colombia ‘es necesario’ y debe complementarse con el Plan Ecuador«. Otras conclusiones sociológicas de Ingrid no merecen por ahora comentario: «Betancourt aseguró que en las selvas y zonas agrícolas de Colombia existe una juventud que anhela ‘tocar el mundo del ipod’ y cuando este mundo le es negado ‘tienen la tentación de buscar respetabilidad empuñando las armas de la guerrilla, de la delincuencia común o de los paramilitares«.
Las encrucijadas. Uribe ya se ha pronunciado. Él y su tenebroso asesor José Obdulio Gaviria juzgan como trampa el intercambio epistolar de un grupo de colombianos/as que le apuestan a la paz con justicia mediante el diálogo con las FARC, o que aspiran al menos en el mediano plazo a soluciones humanitarias o a la aplicación de mecanismos de regulación del conflicto. La agenda es clarísima: impedir cualquier reconocimiento de los rebeldes, cualquier fundamento de derecho que tanto devele el conflicto político-militar como remita a la consideración de la insurgencia como la otra parte: todo lo que afirme una interlocución con ella resulta proscrito. No hay más ideal que envolverla política y belicosamente para aniquilarla; para inhibir iniciativas imparciales que busquen liberaciones seguras o aproximaciones para diálogos.
Éste ha sido el guión, y dentro de él hay un triste papel interpretado por Ingrid, que de hecho puede conducir deliberadamente a más demoras, a más dilaciones, a ganar tiempo para más asedios y asaltos, cuando precisamente debe hacerse lo contrario: hablarle de forma despierta a las FARC, como organización rebelde que debe explicar y explicarse; por qué y cómo existe; por qué lucha y cuáles son sus límites, si los tiene, como es manifiesto que sí; que se refiera a los llamados secuestros, que diga si renuncia a hacer prisioneros, si depone su interina y pobre juridicidad, si asume disposiciones jurídicas que incluso no le obligan a ese desistimiento. Las FARC deben responder. Justo ahora, cuando Pablo Emilio Moncayo, el hijo del conocido profesor Moncayo, y otro militar, cumplen once durísimos años como prisioneros de guerra, privados con muchos sufrimientos, como no lo han estado nunca ni un político, ni un general o un empresario corruptos y criminales, que los hay en abundancia en un país de miserables.
Las FARC deberían, como todas las fuerzas revolucionarias en la historia, aprender y corregir en la dialéctica de la humildad y la dignidad. Deben liberar a Moncayo, a sabiendas de ser un prisionero de guerra. Y ojalá a todos los que permanecen cautivos. Sólo como un solo gesto, magno y superador ante el porvenir que seguirá siendo nebuloso. Y al lado de esa responsabilidad, tienen otra, además de seguir luchando por la transformación del país: dilucidar o despejar dudas. Si los liberan como una señal con el pueblo colombiano cuya conciencia de futuro deberá producirse, pese a los lodos del fascismo, o porque ha obrado sobre sí el aplastamiento, efectuado por un sistema perverso, con las botas de Uribe o los tacones de Ingrid. De ser esto último, ya veo en estampitas a Ingrid, o recibiendo el Nóbel de la Paz, que este año le falló, o a Uribe todavía más en el estrellato ¿Qué es una encrucijada? – Lugar donde se cruzan dos o más caminos; – Panorama de varias opciones donde no se sabe cuál elegir; – Punto en el que confluyen varias cosas; – Y también: trampa o celada que se prepara con intención de hacer daño. Hay caminos para liberar, hay opciones posibles aún en la extrema dificultad, sin declinar en la esencial lucidez.
– Carlos Alberto Ruiz Socha es abogado y autor del libro «La rebelión de los límites. Quimeras y porvenir de derechos y resistencias ante la opresión» (Ediciones Desde Abajo, Bogotá, 2008).