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El Gobierno reanuda las fumigaciones de cultivos con glifosato el 15 de febrero

Inútil, costosa y contraproducente

Fuentes: El Espectador

«No es fácil entender el hecho de estar negociando el problema de los cultivos ilícitos en La Habana mientras en el país el Gobierno agrava la situación fumigando a diestra y siniestra la economía posible de colonos y campesinos».

Los 15 de febrero son para mí, por lo menos, desagradables. Hace tiempo, después de vivir sin orden en los Llanos durante las vacaciones, ese día tenía que volver al colegio. Años más tarde, en esa fecha mataron a Camilo Torres.

Ahora el Gobierno, barajando una carta sospechosa, reanuda las fumigaciones de cultivos de coca el próximo 15 de febrero. Los aviones con sus alas llenas de roundup -herbicida producido por la criminal Monsanto- y con las barrigas blindadas para evitar que con todo y avioneta los pilotos gringos se destripen contra el suelo, volverán a levantar vuelo en Cauca, Putumayo, Norte de Santander, Antioquia, Chocó, Caquetá, Meta, Nariño y Guaviare. Medio país bañado de veneno. Van 20 años fumigando y la coca sigue tan campante.

La estrategia de fumigar para subir los precios y bajar el consumo es fallida. Sube el precio, pero no baja el consumo, lo que significa que a largo plazo la fumigación es una estrategia para sostener los precios y justificar la guerra contra las Farc, para cotizarles a las empresas contratistas norteamericanas que hacen el oficio y, claro está, contribuir al enriquecimiento de Monsanto.

«En los últimos 12 años Colombia -informa la Silla Vacía- ha asperjado 1,5 millones de hectáreas, un promedio de 128.000 hectáreas al año o de una hectárea cada cuatro minutos»… y nada. Siguen existiendo, verdes y lozanas, unas 50.000 hectáreas de coca. Con un agravante: las maticas producen cuatro cosechas en vez de una, el alcaloide contenido en la hoja es del 90 % en lugar del 40 % que tenían antes, y las técnicas de producción son mucho más refinadas y rentables. No sólo no han logrado reducir la producción de cocaína, sino que han hecho que los cultivos migren de una región a otra y de un departamento a otro, destrozando selva y haciéndoles campo a la ganadería y a la palma africana.

La fumigación de cultivos ilícitos es la causa del desplazamiento campesino, porque además de secar las matas de coca, mata los cultivos de maíz, yuca, plátano y de pasto para las tres vacas que tienen. Los aviones sueltan el veneno pero, como en el caso de Ecuador, «deriva por el viento» y cae no sólo sobre la coca. Es pues un arma que, como las trampas explosivas de las Farc, no discrimina, característica que es lo que las hace, a ojos del DIH, artefactos terroristas.

En efecto, la fumigación causa terror en las zonas campesinas. Es un hecho comprobado que afecta la piel de niños y adultos y aumenta los abortos. Más criminal aún: ha sido plenamente establecido que «las tasas de mortalidad infantil en municipios fuertemente asperjados son más altas que en otros similares pero sin cultivos de coca» y que la tasa de homicidios aumenta. Por esas razones, Ecuador demandó a Colombia ante la Corte de La Haya. Era evidente que, por ejemplo, el veneno botado en el río Mecaya caía en Lago Agrio. Colombia reconoció el efecto, prometió no volver a hacerle daño al vecino y pagó en compensación 15 millones de dólares, equivalente al daño emergente. Obligada, por supuesto, lo que indica que los argumentos de Ecuador serían acogidos «científicamente» por la corte internacional.

Correa se prepara para vigilar la frontera. Hay que sumar a todo lo anterior el efecto político que tiene la guerra contra la droga en las zonas de cultivo de coca y marihuana: la gente se aferra a la guerrilla porque es de hecho su fuerza defensiva. Los colonos bombardeados con veneno legitiman las acciones guerrilleras contra el Ejército, que va detrás de la Policía antinarcóticos, que, a su vez, va detrás de los contratistas armados extranjeros. ¡Una cadena vergonzosa!

Y lo peor: para nada. O mejor, para algo: alimentar la guerra, el resentimiento campesino, el desplazamiento de poblaciones, el avance de la palma africana, la destrucción de la selva. ¿Cuánto le cuesta al país esta ridícula estrategia? Nadie sabe. Y los que saben lo mantienen en secreto, mientras en los estados de Washington y Colorado, en Uruguay, Holanda y Portugal se abre camino la regulación a través de la progresiva despenalización.

No es fácil entender el hecho de estar negociando el problema de los cultivos ilícitos en La Habana mientras en el país el Gobierno agrava la situación fumigando a diestra y siniestra la economía posible de colonos y campesinos. Entretanto, los gringos siguen metiéndose todo lo que les llega.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/inutil-costosa-y-contraproducente-columna-472306