Recomiendo:
0

Irrealidad e irracionalidad del laboralismo

Fuentes: Rebelión

Dedicado a todos aquellos camaradas y fuerzas que combaten por la reconstitución ideológica y política del comunismo I. Psicologismo laboralista: Del fetichismo del «accionar» automático, al irracionalismo y el racismo No pocas personas, colectivos y organizaciones tienen por costumbre prever cierta secuencia de multiplicación, desarrollo e incluso articulación y creciente compactación de inusitadas luchas laborales […]

Dedicado a todos aquellos camaradas y fuerzas que combaten por la reconstitución ideológica y política del comunismo

I. Psicologismo laboralista: Del fetichismo del «accionar» automático, al irracionalismo y el racismo

No pocas personas, colectivos y organizaciones tienen por costumbre prever cierta secuencia de multiplicación, desarrollo e incluso articulación y creciente compactación de inusitadas luchas laborales en contextos precarizadores, imaginando un acoplamiento «dialéctico» parejo al de la sombra extendiéndose con el sol. A medida que la realidad de las respuestas de clase va revelando no comportarse de acuerdo con aquel razonamiento, son precisamente personas como ésas quienes pasan a invocar la cuestión de «la consciencia», pero de cierta manera muy particular y curiosa. Fijémonos:

Al inicio se estaba razonando desde un mero conductismo (Deterioro de condiciones ———> Respuesta laboralista) para finalmente, y ante el revés que da el incumplimiento conductual, acabar destripando biliosamente a «ese obrero» carente de «consciencia de clase» (de conciencia laboralista, claro está).

Esos livianos psicólogos se resisten a ver que aquello que está fallando es ni más ni menos que la irrealidad de su ensueño mecanicista fabril, viendo, por el contrario, el fallo en uno de los elementos del ensueño. Elemento que «no funciona bien», y con cuyo enmendarse «la realidad» recobraría «el curso de su normalidad». Así suspiran: «el obrero no tiene conciencia», «se ha perdido el orgullo obrero», «no hay ya identidad obrera», «nadie se incomoda en arremangarse a luchar».

Vemos que nuestro antes eufórico ex-conductista no ha trascendido el psicologismo en su serie de razonamientos, cuya culminación tendencial son el irracionalismo y hasta el racismo más ramplones: «obrero borrego», «obrero tonto», «el obrero desarrolla dependencia emo-mental del Amo», «el obrero desarrolla masoquismo y una especie de síndrome de Estocolmo» (Jean-François Lyotard en Economía libidinal), «casi todos los obreros se creen que son clase media», «el español es borrego», «el español no se complica y prefiere conciliarse con la existencia viviendo la vida loca», y demás tópicos formando ya parte del acervo de «postmodernismo vulgar».

Lo que aquí tenemos es la figura del obrerista despechado, quien tan pronto se entrega a su Musa como le llama zorra indigna en un incesante penduleo, para recobrar de golpe el éxtasis al más leve signo que nuestro idealista toma por amor declarado y así toma por motivo de seguir versificando (por ejemplo el brote de una asamblea de empresa, un piquete a la puerta de la planta, el sonoro abucheo a un directivo a la entrada del polígono).

El obrerista identifica así contradicción entre, de un lado, una presunta substancia racional (el desarrollo del «movimiento real a partir de su gestación bajo matriz empresarial, laboral…, matriz que es regazo y alimento») y, de otro lado, una Irracionalidad accidental («¡malditos obreros serviles en el trabajo!») enturbiadora. Gris borrón, ésta última, entorpeciendo y hasta bloqueando la auto-consumación de aquella Racionalidad agitativa «natural», y no digamos ya su unificación más avanzada como fuerza de clase por entroncamiento progresivo de sus «miles de» fragmentos u hogueras plantillescas.


II. ¿Es la ausencia de respuesta laboralista el elemento irracional, o lo irracional es el pretenderla?

Y sin embargo, ¿hay contradicción?. O, por el contrario, ¿no sería más bien que aquello verdaderamente «Racional» e inflexible -poco susceptible de ser desviado- es el desdén obrero más o menos general por «la lucha de empresa», hecho que nuestra clase viene demostrando a pesar de hallarse bajo notable apuro económico, o quizás por eso mismo justamente?.

Si la consciencia de clase fuera equiparable a aquello que los académicos obreristas se representan de ella, es decir, poco más que tener una conciencia de obrero, entonces sí que la cuestión habría de ser estudiar por qué el sujeto de clase no la desarrolla «a pesar» de «su vida de obrero» y de su posición y relaciones en tanto que trabajador no privilegiado en su marco físico de funciones (estudio, pues, de una supuesta contradicción) .

Quizás todo el misterio resida en que el llamamiento y la expectativa obreristas son el único elemento irracional para un contexto de país saqueado bajo el capitalismo monopolista de Estado y el dominio de la finanza, candidato a la práctica desertificación productiva capitalista y querido como colonia para la transferencia de plusvalías principalmente hacia el exterior y la oligarquía interna, y secundariamente hacia los lugartenientes políticos y burocráticos .

Conste que hablo de «irracional» en un sentido hegeliano: «irracional» como pensamiento disonante con resolver la necesidad superadora producida por la realidad. Pensamiento entorpecedor, alienante entre el sujeto y su necesidad y capacidad de culminación dadas unas condiciones con-temporáneas sobre las que desenvolver su Cualidad interna y realizarla.

Y, si la virtual ausencia de respuesta obrera esperada está radicalmente determinada por la irracionalidad hegeliana (no-realidad) del planteamiento obrerista, entonces la aparente parálisis, que sirve al estudioso obrerista para denostar y despreciar al proletariado en sus elucubraciones elitistas, quizás sea en el fondo parte de la prosecución silenciosa del movimiento interno de clase hacia auto-depurarse de trastos y lastres de otro modo desviadores. Un movimiento, pues, auto-ignorado en su significado y en su sentido. Movimiento de un acontecer irreparado por el propio protagonista, o como mínimo no-reflexionado, e inconsciente en cualquier caso.

Pero un movimiento que, lejos de significar «testarudo vacío de conciencia», es un signo de relativa superación (inconsciente, eso sí) respecto de la inconsciencia que es aquel paradigma de involucración gestionista en los asuntos «propios del obrero». Paradigma que al obrerista se le aparece como colmo de «consciencia de clase» y hasta nada menos que como materia prima para la auto-disposición revolucionaria con hacer » click » y desatar su «esencia potencial», bien por sí misma habiendo pasado por el taller de cultivo sindical, bien por instrucción «comunista».

Así pues, evasión obrera por encima de la esterilidad del obrerismo; desligamiento determinado, a fin de cuentas, por unas condiciones materiales de existencia a las que el obrerista había supuesto, erróneamente, determinantes de todo lo contrario. ¿Significa esto que está desarrollándose por sí una tendencial puesta en auto-consciencia proletaria en términos de sujeto político, y una auto-conformación en tanto que sujeto político capaz de resolver en la realidad esa cuestión de consciencia?. Desde luego no. Todo lo que significa la repudiada disidencia obrera respecto de «su» aparente «lucha propia», puede ser sintetizado en la premisa que sigue:

La responsabilidad esencialmente política de autoría y de ejecución sobre toda la problemática obrera bajo el dominio del Capital financiero y de su Estado (y, en exacta dialéctica, el cariz político de su solución), va arrojando gradualmente al cubo de la basura de la historia el extravío proletario hacia un viejo terreno laboralista que, además de representar ya una contradicción secundaria respecto del modo central (político-financiero) en que la explotación y la opresión de clase son ejercidas, se presenta objetivamente como un terreno en cuyo interior ni siquiera es tratable favorablemente (no digamos ya «resoluble») la propia contradicción obrero-empresario que ese espacio empresarial mismo alberga y escenifica.

Pues tal contradicción tradeunionista y su tratamiento de clase son subsidiarios de la contradicción principal, o política:

Exigen al proletariado, bien protagonizar un cambio en el carácter de clase del Poder (como mínimo cursar una revolución política instituidora de una democracia popular), o bien hacer de «combativo» peón para la aristocracia obrera, clase que sí tiene poder político.

Luego: así, por esta segunda «vía», se auto-postula el proletariado en condición de condotiero, para, habiendo servido en cierta lucha política que libra la aristocracia obrera en las esferas estatales neo-corporativas, recoger frutos menores derivados de convenios con afectación diferencial sobre una y otra clase de trabajadores.

Obsérvese que esta segunda «alternativa» es también política en lo objetivo: aunque al proletariado se le reserve para tal caso el ruido a emitir en la empresa, la huelga de planta, la manifestación…, el resultado dependerá del tino que la aristocracia obrera demuestre durante la aplicación de su agenda de lucha en el seno institucional del poder político que esta clase comparte. El movimiento obrero está siendo usado aquí como lobbie , cuyo beneficio no estará tanto en función de su comportamiento, como sí de la representación y de la imagen que ante sus interlocutores estatales y patronales consiga ofrecer, respecto de ese propio comportamiento, la mano que lo maneja. Piénsese, y no en vano, en el típico ejemplo de los líderes sindicales de Estado acompañando sus propuestas de Concertación con la advertencia de que «el ambiente está muy caldeado»; es decir, dando a sus reclamaciones fuerza y estatuto de manguera contra incendios.

Este modelo de «participación política» indirecta proletaria, por encargo y con intermediarios del mundo organizativo aristobrero, se ha ido erosionando en España a medida que la misma aristocracia obrera se ha visto golpeada por la intensificación de la opresión a un país en manos del imperialismo y de su subsidiaria oligarquía «nacional» financiero-bursátil.

Apretada por la gigantesca transferencia de capitales básicamente hacia las Potencias imperialistas estadounidense y alemana, la aristocracia obrera se ha concentrado en su auto-defensa, mientras sus sindicatos se concentraban no ya en defenderla a ella, sino en su propia auto-defensa de intereses como monopolios de Estado que son. La capacidad política aristobreril ha resultado mermada. Y de cualquier modo esta clase ha soltado de la mano al proletariado, quien así queda «desabastecido» (o emancipado) de unas dinámicas y hábitos de «participación política» (de rebote) que irremisiblemente lo conciliaban con su posición de clase económica del capitalismo.

III. Saqueo imperialista y necesidad de combate del Pueblo por el Poder político: deriva sindical hacia la marginalidad

Por el contrario, se desarrolla paralelamente un marco de luchas populares por condiciones extra-laborales cuyo contenido de problematizaciones -pensiones, sanidad, educación, desempleo, desobediencia frente a la «deuda»/saqueo, ligamen a la UE, distribución de presupuestos, impuestos y tasas, gasto militar, despidos, bases militares hegemonistas en suelo español y el peligro que éstas entrañan, reformas laborales dictadas desde Alemania y que rebajan la recaudación sobre rentas de Capital, fraude fiscal monopolista, desfalcos y malversaciones políticas, ausencia de modelo productivo, parasitismo e «hipertrofia» de los aparatos burocráticos, dependencias creadas al país por sus beneficiarios exteriores e interiores…-, es un contenido que no admite conciliación con el orden existente vía representación sindical y beneficios subsidiarios obreros (a diferencia de lo que hemos visto en el terreno de empresa con respecto a los pactos sindicales).

Identificamos la plusvalía como la fracción del Valor total generado que se acumula como Capital dinerario (para transformarse luego en otros tipos de capitales gracias a su re-inversión), es decir, plusvalía entendida como la fracción del Valor total generado que no es destinada a la reproducción social de la Fuerza de Trabajo (o Valor de la FT). Es evidente que, en el caso que me ocupa, la centralidad de la cuestión de la plusvalía ha estado consistiendo -y sigue consistiendo- en una ciclópea operación Política y jurídica (llegándose a la modificación constitucional cuando hizo falta) cuya tramitación ha venido agenciada a través del Estado sirviente (con sus varias ramas territoriales) del Capital financiero-bursátil «nacional» y exterior, del monopolismo de Estado europeo principalmente franco-alemán, y por supuesto del Hegemonismo yankie. El blanco de extorsión de Valor, más allá de los salarios nominales (directos en nómina), han sido los salarios «reales» (salario nominal + salario indirecto + salario diferido + salario funcional/materializado como provisión y mantenimiento de estructuras social-reproductivas y de servicios).

No voy a enumerar los variopintos dispositivos que, en relación a cada tipo salarial, están operando por nuestro saqueo y por transferir lo saqueado hacia las Potencias imperialistas y hacia sus estómagos dependientes/agradecidos de la banca, del IBEX-35, de la casta de políticos y de las burguesías burocráticas. Lamentablemente, el lector lo sabe de sobra, desde el momento mismo en que recibe la factura del gas, o se enfrenta a la hipoteca, o piensa en su futuro como jubilado, o tiene que cerrar su tienda porque no hay resto salarial que fomente el consumo, o busca empleo en «la playa de Europa» (que, como dijo cierto mandatario yankie durante una reunión de la llamada Comisión Parlamentaria OTAN, habría de valer «nada más que para sol y para producir vinos»), o sufre un ERE del mismo monopolio al que el Estado español inyecta dinero, o muere sin llegar a ser operado mientras los fondos de inversión yankies van financiando la apertura de sus clínicas de salud, o intenta pagar la universidad «pública», o sufre el deterioro de la escuela «pública» o se compra un bocadillo al 21% de IVA. Trascender toda esta opresión se remite al Quién es Estado, y a su determinación de clase -necesidad- bien a la sujeción en el caso actual, o bien, en el caso del Pueblo, a la conquista de la Soberanía política rompiendo la inserción española en el actual organigrama de Bloque decadente, cuya cúspide hegemonista contrarresta SU crisis interviniendo sobre sus satélites.

Ante el pétreo aplastamiento de la vida social y de sus perspectivas, por parte de dicha contradicción principal política, a los sindicatos les pasa un poco como al protagonista de aquella película, quien empezaba literalmente a borrarse en cuanto desobedecía alguna de las leyes rectoras de sus viajes a través del tiempo. ¿Cómo proceder a auto-ubicarse «en escena»?. «Misión imposible»: en una exacta inversión del concepto hegeliano, podemos garantizar que el sindicato se des-realiza. El lector recordará que, «en los inicios de todo esto», los sindicatos tuvieron una reacción freudianamente pueril: volcarse al máximo en «ir a la suya» y en gritar más fuerte que la realidad de los procesos, a ver si conseguían no oírla ellos y, sobre todo, a ver si conseguían disfrazársela a los obreros. Echaron a correr tapándose los oídos y en huida hacia «adelante», pero resulta que, contrariamente al protagonista de aquella película, para impedir su propia des-realización el único porvenir sindical es el pasado. Los sindicatos se pusieron a filmar una serie de videos «cómicos» tratando de explotar, ante los ojos de «los trabajadores», la tan añeja como manida contradicción entre «el Empresario» (en abstracto) y el empleado (en abstracto).

Las escenas filmadas, haciendo fuerte hincapié en ridiculizar/demonizar al empleador en abstracto, recreaban conflictos típicos de trastienda, de oficina, de mostrador… El Capital bursátil español, por no hablar del Capital monopolista de Estado europeo, inversionista y exportador, tienen que desbrozar su terreno semi-colonial de toda competencia interna, o someterla a ésta a servirle como auxiliares insertas en la estructura radial de empresas; para algo mantienen presupuestariamente a los sindicatos, quienes han de ganarse así el sustento azuzando el apretón de soga sobre la pequeña burguesía y sectores de la burguesía media.

Al mismo tiempo, este frente abierto de lucha de clases estaba expresando también intereses en primera persona profesados por los sindicatos estatales: debido a su posición subalterna en el Estado español, los sindicatos dependen de aquellos nichos de explotación que les son delegados «por sus mayores»; dependen, por ejemplo, de las transferencias pequeño-empresariales a la hora de disputarse cuotas de plusvalía centralizadas en las arcas de dicho Estado. Esto les lleva a concentrar su agresividad sobre ese foco.

He ahí, en este último factor, uno de los pivotes que ponen a girar la oposición y movilización sindicales frente a sucesivas reformas laborales recientes: dicha beligerancia no se debe a una vocación de defensa de los derechos laborales «en general». Sino que se debe, por una parte, a los lesionados derechos y estatutos específicos aristobreros, y, por otra parte, al hecho de que las últimas reformas laborales han desahogado un tanto de impuestos a las PYMES, buscando proporcionarles algo de respiración asistida (al fin y al cabo, las PYMES son necesarias de ser mantenidas con la nariz un centímetro por encima del fango como proveedoras, a precios «competitivos», de los Monopolios-matriz operantes en España). Esas relativas descargas fiscales son malas noticias para el sindicato en lo que se refiere a su competencia por la absorción institucional de plusvalías. Vemos que tanto las necesidades sindicales y su compromiso de dependencia con la oligarquía «nacional» y acreedores exteriores, como su propia esencia, determinante de su funcionamiento y de sus manifestaciones fenoménicas, pasa, en el caso español, sin interseccionar con los intereses populares, y se les opone .

Toda esta traslación de lo real hacia un plano meta-sindical no significa que los sindicatos estén lo que podría decirse «desistiendo» de movilizar y de canalizar el descontento popular hacia el ejercicio de una presión que pudiera servir para dejar relativamente mejor parados, del espolio del país, a la aristocracia obrera y a su propio entramado burocrático (y para muestra de actitud beligerante, su presencia en la cumbre social que agrupa a más de 200 organizaciones). Los sindicatos procuran, así, estar presentes en algunas de las movilizaciones populares o incluso abanderarlas; sobre todo en caso de aquellas que les afectan más directamente, a su clase y a ellos como aparato institucional:

Despidos en el sector «público», «privatización» de empresas «públicas», recortes en las pensiones, merma del sistema de Convenios colectivos e impulso jurídico del «trato directo obrero-patrón», cambios de modelo contractual en el empleo administrativo, retirada del mantenimiento presupuestario a las estructuras -hospitales, centros docentes, universidades…- donde la aristocracia obrera tiene intereses directos de auto-mantenimiento posicional, de status , salarial, de prebendas y salarios en especie, etc.

Contrástese esta batalla sindical interpuesta en lo que se refiere a esas dimensiones específicas -apelándose a la unidad, a los trabajadores, a la defensa de los derechos «sociales», al «quieren acabar con todo», a la izquierda, a la lucha contra el neo-liberalismo, etc.-, con la ausencia sindical en movilizaciones problematizadoras de «asuntos que afectan sobre todo a otras clases»: desempleo, precariedad laboral, desahucios, carestía de la vivienda, dictadura de la UE sobre cuotas de producción, especulación europea sobre precios agrícolas, trato de agravio al pequeño comercio, terror policial, lumpenización de los barrios proletarios e inseguridad, desatención a estructuras urbanísticas y servicios urbanos, etc.

Ello por no hablar de la manifiesta hostilidad sindical hacia movilizaciones y movimientos (15-M, DRY, 25-S…), que, aunque «todavía» de formas no-realistas y des-organizadas, están ya apuntando explícitamente al hecho de que la cuestión-llave de resolución de la problemática vivida estriba en el carácter de clase de la democracia/dictadura (¿quién está organizado como Estado?, ¿democracia de quiénes y para quiénes?, ¿dictadura contra quiénes?), sin importar que en uno u otro momento del proceso de lucha los convocantes puedan «agarrarse» a subrayar uno u otro exponente aislado entre distintas dimensiones conformadoras de «los males del Pueblo».

Pero el punto decisivo en relación al descabezamiento de ese ariete laboralista es que, para el grueso de las cuestiones señaladas que catalizan el desarrollo de respuesta popular, los sindicatos están condenados a un divorcio cada vez más acusado respecto del sujeto social en lucha.

Ese arrinconamiento, marginalidad y a lo sumo papel como invitados de piedra, es un fenómeno que no tiene fundamentalmente que ver con un «desengaño sindical de masas» o con una actitud más o menos activista, más o menos temerosa y desmovilizadora, por parte de las direcciones sindicales. Tiene que ver con el hecho estructural de que los sindicatos no sirven para pugnar por condiciones extra-laborales ni para sellar sus victorias, dado que no pasan por el terreno de «lo social» las potestades que les han sido dadas por la división del trabajo político en el Estado español (o, más bien, que los sindicatos se repartieron con otros organismos políticos de clases terceras). Los sindicatos sencillamente no competen ni compiten en relación a la mayoría de cuestiones vitales que afectan al Pueblo, problematizadas crecientemente por el Pueblo y que unen al Pueblo en un frente que tendrá que hallar la siguiente verdad: la Soberanía política frente al hegemonismo y sus imperialismos satélites es condición para «lo social». Puesto que «salvo el Poder, todo es ilusión».

Los sindicatos han gozado de preeminencia e incluso de indiscutida hegemonía como organismos canalizadores de conflicto inter-clase, no radicalmente debido a una cuestión de manipulación y de «ejercicio de ideología» sobre el proletariado. Sino en mayor medida porque han sido órganos de centralidad política : han sido el aparato material que ha servido a la aristocracia obrera para disputar con clases terceras, anclada sobre su posición, junto a ellas, de clase política dominante (aunque por supuesto en subalternidad frente al Capital financiero-bursátil «nacional» y por supuesto frente al Capital monopolista de estado franco-alemán y estadounidense, tal y como está viéndose en los presentes procesos). Y dicho aprovisionamiento aristobreril por vía sindical desgranaba beneficios, gratitudes, compromisos, ligámenes y dependencias de un modo concéntrico a través de sucesivas capas asalariadas a medio camino entre el epicentro político aristobreril y las masas proletarias hondas y profundas. Estas «capas medias» dentro del proletariado, quedaban soldadas al seguidismo sindical o al menos a quedarse siempre suspirando en virtud de que los sindicatos «por fin se movieran», «hicieran algo por ellos en uno u otro momento», «cambiaran sus Direcciones y sus líneas de comportamiento», etc.

Cuando la evolución del dominio hegemonista e imperialista sobre España ha mermado el peso del polo imperialista español y ha densificado el peso del polo semi-colonial de la nación, hasta el extremo de que incluso para sectores amplios de la aristocracia obrera la cuestión relativa al Pueblo y a su revolución política deviene la auténtica contradicción principal (y no es preciso que nos refiramos a capas aristobreriles en pura proletarización), en este preciso punto los sindicatos de Estado no tienen otro futuro que el de ir derritiendo como un azucarillo en te su otrora más o menos estable vínculo de base social y enraizamiento en el conjunto interclasista del «salariado».

Anteriormente a la mal-llamada «crisis»…; anteriormente al abrupto salto cualitativo en la intensificación y el desarrollo del saqueo imperialista a nuestro país y al Pueblo que en él desarrolla vida y vínculo social común desde hace siglos, las cuestiones «inmediatas» centrales que afectaban tanto a aristocracia obrera como a magnas capas subyacentes del proletariado -o que esas clases se representaban como afectantes…- eran abordables y tratables desde el sindicalismo y la política sindicalista (no digo con ello, por supuesto, que fueran resolubles por estos medios). Se hablaba de democracia empresarial, de cursos de promoción, de ofertas para hacer carrera interna a cambio de comprometerse a empeño laboral, de compra de acciones por la plantilla, de negociar vacaciones, de número de pagas, de pre-jubilación (no en el sentido actual), de disponer del abogado laboralista, de dietas, de revisión salarial (por sentado al alza, y luchando por equipararla al menos al IPC, cosa que, por otro lado, quedaba siempre muy lejos de la realidad).

Por su parte, estaban agenciadas la cobertura social, la provisión, el paso existencial del trabajador asalariado por las estructuras social-reproductivas de modo que le quedara abierta a éste la «posibilidad» de auto-reproducción posicional de clase (alentadora para el aristobrero, deprimente y enervante, asqueante, para el proletario; conservación posicional y promoción para los privilegiados, condena para la prole del proletario, que así deviene proletariado tal y como sus padres).

Ahora en cambio, las capas proletarias subyacentes se deslizan con velocidad a través de la pendiente que las conduce a asimilarse con el proletariado hondo y profundo. En las familias proletarias se habla de exclusión y, como mínimo, de precariedad, de incapacidad para pagar las facturas de recursos indispensables en la vida diaria. Entre la aristocracia obrera se habla, en el fondo, y se exprese esto como se exprese, del fantasma del desclasamiento, cuando no también de precarización y, si no de desempleo, desde luego sí de de-gradación laboral y reemplazo descendiente del empleo.

Al hilo de lo dicho, pensemos en lo que sigue: Artur Mas está protagonizando la triunfante antítesis respecto del laboralismo y de su condena a re-pronunciarse sin fin, enclaustrado en su propio punto muerto bajo el alienado Olimpo del Poder.

Parece obvio el archi-repetido análisis que define a Mas de flautista encantador produciendo la amnesia masiva respecto de «los problemas reales» tras el resón musical nacionalista. Y, sin embargo, se trata de una falsa obviedad. El secreto del éxito de Mas no estriba en haber volatilizado el proceso precarizador que sufrimos -por ejemplo a sus manos-, tras una cortina de humo hecha de pseudo-comunidad «diferencial», excitando así el gregarismo, el orgullo patriotero y el idealismo del «contigo pan y cebolla».

Por el contrario, Mas ha logrado situar la cuestión Política -de manera auto-encubridora y demagógica, por supuesto- en el centro visible de un pretendido contra-proceso antídoto a la depauperación: aquello que anula la capacidad catalana «anti-crisis», es «España», monstruo de drenaje.

He ahí la falacia: el rancio tema, negra leyenda, de «la Responsabilidad española» retardataria «de Catalunya», y cuyo fisco apenas sin «nos» dejaría margen de recursos para la operatividad amb ceny. A pesar del cliché irracionalista en circulación mediática, la base social seducida en Catalunya no conforma un rebaño de niños tontos somnia truïtes al que se ha encandilado «con los sentimientos», «los símbolos», y la aventura del «tornar a començar«, tal y como el izquierdismo parece estar conceptualizando, en curiosa confluencia con los más reaccionarios voceros depreciadores del ser humano y de «su intrínseca y testaruda estupidez».

Artur Mas y CiU entonan su ¡bingo! re-juvenecedor electoral en la medida que hacen promesa de desembarazar «a la nación» respecto de la estructura de Poder interpuesta entre ella misma y su prosperidad. Claro está que nos hallamos ante el embaucamiento de la gallina por la zorra, quien la deslinda del corral con promesas de mejor recaudo mientras se relame pensando en recibir su futuro trato privado de favor por mejor entregar la gallina a los lobos (UE e imperialismo anglo-sionista principalmente). Obvio que, mirado desde el análisis de las relaciones inter-clase, en Catalunya resulta descabellado ese entroncamiento con un sector del Pueblo, justo por quienes albergan máxima responsabilidad en estar llevándole a malvivir un poco peor cada día en interés de la Caixa de Pensions, Seguros Adeslas, REPSOL, Banc de Sabadell, Gas Natural, Aigües de Barcelona, Catalunya Caixa, Abertis, FECSA, Catalana Occident…

Pero en modo alguno se trata por ello de un entroncamiento fraguado a base de «irracionalismo de masas». Sino, en cambio, cosechado a partir de una muy racional y lógica resonancia: un espectro amplio entre el campo social dominado percibe cada vez con mayor claridad que lo Político con mayúsculas es el «terreno de juego» delimitador del curso de nuestra depauperación -luego es plano de albergancia del viraje radical de ese curso. Ante el vacío de organismo político-ideológico que dispute con el viejo poder, es precisamente un sector del viejo poder el que, en su disputa entre bastidores por ser mejor lacayo-satélite del Hegemonismo y habiéndose ganado la apuesta y padrinazgo estadounidenses, formula realizar una «alternativa» al status quo actual mucho más opresiva si cabe, pero que se formula (mentirosamente) en el terreno verdadero. A mplios sectores de las masas van volviéndose capaces de registrar dicho terreno determinante de las condiciones de existencia -al margen de cómo se expliquen subjetivamente ante sí mismas esta correcta auto-ubicación objetiva. Y ello por oposición a los obreristas, «radicalmente» consagrados al seguidismo huelguístico, a cada fecha en que toca clamarle desde abajo a un Poder que obra y seguirá obrando según su ser oligárquico, nada presionable ni amenazable «desde abajo» en abstracción del profesamiento explícito de una vocación de Poder.

En pleno orden del día masivo, pues, la cuestión del Poder, de momento para beneficio del nacionalismo vende-patrias, discípulo favorito de la burguesía monopolista USA y de su FMI. Cuestión que nos augura aquí en Catalunya tiempos de seguir cavando nuestra propia fosa.

Miseria, cutrerío y chovinismo mientras siga sin reconstituirse la alternativa que satisfaga verdaderamente al campo social dominado y que pueda sintetizarse con su lucidez política latente, aportando los contenidos «para sí» al único terreno de fondo donde nuestro Pueblo -frente a Wall Street, Frankfurt, Berlín, Bruselas, la Défense, la Diagonal, la Castellana, Neguri…- se juega las «condiciones sociales» en boga y, mucho más aún, ha de jugarse su porvenir.

Toda esta diversificación y totalización vital del aumento de la Tasa de Explotación (trasvase de Valor salarial, de Fuerzas Productivas y de trabajo proletario objetivado como estructuras sociales, hacia las arcas de la finanza imperialista), significa que, al haber sido movida la realidad hacia una contradicción principal cuyo planteamiento de confrontación trasciende cualquiera de las operatividades que fueron asumidas por el sindicato al haber éste devenido estatal con el cambio histórico al imperialismo, el sindicalismo queda automáticamente obsoleto, y las masas en desarrollo, en lugar de echar mano del mismo, lo apartan, le imputan «no hacer nada para el Pueblo y sí vivir del Pueblo», se le enfrentan, y reciben deserciones a diario de miembros del Pueblo que abandonan las filas sindicales.

No se trata tan solamente de que los sindicatos sean disfuncionales ante las cuestiones abiertas, de cualidad socio-política: sin ir más lejos, el incluir siquiera en el capitalismo a una proporción nutrida de proletarios sin perspectiva de trabajar a menos que el país rompa -y cómo, sin una revolución política popular- con el dictamen imperialista europeo al subdesarrollo por decreto de las Fuerzas Productivas propias, para iniciarse en cambio la producción de entramado industrial.

Se trata, más radicalmente, de que los sindicatos del Estado tienen que comportarse como fuerzas contra-revolucionarias y, en el fondo, anti-populares, pues su auto-mantenimiento estructural es subsidiario -aunque lo sea contradictoriamente- de ese Capital financiero-bursátil español que tiene que vender el país entero y a su Pueblo a través de sus ejecutores políticos privados, si es que desea tener las cuentas en paz con aquellos acreedores imperialistas financiero-estatales que han de permitirle continuar invirtiendo, acumulando y compitiendo. Las direcciones y cuadros sindicales lo saben, y saben que un cambio en el carácter de clase del Estado es el único proyecto susceptible de «derribarles el palacio».

Por eso se les hiela la sangre en noches como la del 25-S, y callan como puercos ante el salvajismo policial: aunque harto defectuosa en sus mecanismos y conceptos, la noche del 25-S, y el movimiento popular que la protagonizó, alumbró preñada de un ideal de derribo del poder oligárquico en pro de la constitución de poder popular, genuina condición Política de posibilidad resolutiva sobre las «condiciones económicas, sociales y políticas» en liza.

Pero, en definitiva, la historia de nuestro país no depara ya otro papel para los sindicatos de Estado -quedar por fin en clara evidencia como fuerzas reaccionarias-, ni para los sindicatos «alternativos» o los sindicatos secundarios -tratar estérilmente, ya con grotesca debilidad marginal, de apolitizar el curso político incipiente abierto, encerrándolo en el laboralismo. Con todo ello no hacen más que acentuar su antagonismo esencial con el Pueblo y con su lucha, cosechando tempestades disolventes desde fuera y desde sus propias filas. «Sólo lo real es racional, y sólo lo racional es real».

IV. El bestiario del laboralismo realmente existente

La problematización de condiciones inasumibles por el Estado imperialista español en un contexto de dependencia frente a imperialismos mayores, pone sobre la mesa la cuestión del poder, o de que «salvo el poder, todo es ilusión», emergiendo paralelamente a la lucha laboral, y visibilizando para el proletariado que incluso la cuestión misma de su inserción empresarial y del desarrollo de su trabajo, se ordena y pauta desde la política. Ello acontece aunque el proletariado no sepa distinguir de qué modo universal/concreto abordar la política como cuestión de clase, y ni siquiera cómo jerarquizar y valorar las contradicciones que atraviesan en uno y otro sentido el campo del poder político, o el nucleo de esto último: la cuestión de distinguir el enemigo principal y consecuentemente de (auto)distinguir cuál es el sujeto social transformador en la presente etapa de transformación.

En todo este juego de contradicciones políticas sobre las que intervenir como clase organizada, no tiene lugar la lucha laboral. Esta, ni es necesaria en la racionalidad existente a romper y en la racionalidad alternativa cuyo camino abrir, ni es tampoco posible (pues sus viejos frutos no son ya recolectables bajo la escena de una lucha de clases política de aristocracia obrera).

Así pues, el laboralismo dejó de ser real en su sentido hegeliano, y así ha dejado también de ser racional para el proletariado, no importa lo desfocalizado que éste permanezca respecto de la cuestión del poder -y así permanecerá sin la reconstitución del comunismo como fuerza ideológica.

Sí está claro que el laboralismo no admite resurrección: no lo van a resucitar todos los comunistas «economistas» (por llamarles como Lenin en ¿Qué hacer? ), por muy que pierdan sus vidas un sinfín de veces en sus deprimentes «Misiones» a no menos deprimentes plantas empresariales.

Tampoco van a resucitarlo los «estudiosos» depreciadores del proletariado y del concepto de «consciencia de clase», quienes reprochan a nuestra clase «no desarrollar consciencia ni lucha». Y por supuesto que el proletariado no va a desarrollar ni esa consciencia ni esa lucha -obreriles-; problemática sólo existente en los confusos y miserables callejones mentales que va poniendo por escrito el académico idealista/aborrecedor del obrero, de «su (falta de) orgullo» y de su existencia. Y es que, en el fondo, y junto con el sindicalista, las dos especies sociales citadas conforman los únicos sujetos laboralistas realmente existentes: el «comunista» economista haciendo infatigable proselitismo de unas «luchas de empresa» que rara vez llegan a ser reales, y que en ese «extraordinario» caso no fraguan más que una identificación pseudo-comunitaria «de empresa» proyectada contra el disfuncional directivo, Director o propietario que obstaculizarían el buen funcionamiento de la entidad .

» Por otro lado», distinguimos al «estudioso» académico, quien, guiado por su identitarismo obreril, se empeña en hallar el mecanismo procesual sociológico desde el que re-insertar en los obreros «su» identidad «perdida» como si ella fuera la piedra filosofal desatadora de su tan añorada imagen de «lucha obrera». Ello «investigando» tanto el polígono industrial como la «maravillosa» «vida» obrera y sus «entrañables vínculos» en barrios- stock proletarios , atestados de Fuerza de Trabajo sobrante a la oligarquía vende-patrias y desertizante, donde el promocionado «científico social» cree pisar de nuevo aquello que idealiza como «comunidad».

Ni el «comunista» economicista ni el sermoneador sobre la falta de auto-estima obrera que haría al obrero ser inestimable, guardan la más mínima relación objetiva con las desazones proletarias, ni con sus dilemas, angustias, falta de perspectiva subjetiva y total ausencia de perspectiva objetiva de porvenir desde la auto-focalización laboralista , elemento, este último, que rige distintivamente la inacción de clase, y que reclama de su superación por vía paralela alternativa (vía política). Ninguno de ellos va a resucitar el laboralismo en el proletariado; pues, en palabras del padre de la Filosofía dialéctica contemporánea, «sólo lo real es racional, y sólo lo racional es real».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.