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Islamofobia: antisemitismo new age

Fuentes: La Jornada

Seguramente que si el autor de este espacio manifestase su desprecio por los diálogos entre el sabio budista Nagasena y el soldado de Alejandro que gobernó un imperio al norte de la India en el siglo II (¡el rey Milinda!) el lector bostezaría, dando vuelta la página. Idem anterior si recordásemos que en Roma antigua […]

Seguramente que si el autor de este espacio manifestase su desprecio por los diálogos entre el sabio budista Nagasena y el soldado de Alejandro que gobernó un imperio al norte de la India en el siglo II (¡el rey Milinda!) el lector bostezaría, dando vuelta la página.

Idem anterior si recordásemos que en Roma antigua (y mucho antes de mayas y aztecas) los sacerdotes de Júpiter llamados flámines lucían túnica blanca, gracioso bonete con mechón de lana en la punta, y cuchillos rituales que fueron borroneando los presupuestos teóricos de la cultura jurídica occidental.

Más atención, posiblemente, suscitarían las esperanzas del autor para que intelectuales y científicos consagrados de nuestros días diesen una pequeña muestra de sensibilidad frente al genocidio cotidiano de ancianos, niños y bebés de Palestina, Irak y Afganistán, donde hombres, jóvenes y mujeres luchan contra el invasor.

De la esperanza excluyo a creadores como Darío Fo, Harold Pinter, Peter Handke o Alfonso Sastre, de irreductibles tendencias filoestalinistas, filoautoritarias, filonacionalistas, filopopulistas, filoislamistas, filocastristas y totalmente reacios al deber ser del intelectual moderno: cínico, liberal, impasible, cosmopolita, flexible, democrático, plural y pedorreto.

Que no teman y Alá los tenga en su gloria. Que nadie se olvidará de los últimos o les pagará menos de lo que merecen para que nos orienten (pero sin estridencia, eso sí) acerca de qué hacer con «el Mal», la «ética», el «holocausto-cinemex-que-se-diviertan», el funesto legado de Saddam Hussein, de Slobodan Milosevic, y de cuanto indio alzado se imponga democráticamente en las urnas.

Y ahora vuelo a la Europa de 1930, cuando Italia sintonizaba el programa radial del poeta fascista Ezra Pound, el filósofo Martin Heidegeer cargaba carné del Partido Nazi, el narrador Louis Ferdinand Céline echaba fobia antijudía, y en el campo de Büchenwald el doctor Hans Conrad Reiter (director de Sanidad del Reich, 1937-45) descubría una forma de artritis reactiva que los reumatólogos llaman «síndrome de Reiter».

«Humanistas» cómplices de ayer, «humanistas» comedidos de hoy. ¿Quién da más? «Se multiplican como ratas», dice de los musulmanes la occidentalísima Oriana Fallacci. Y en su libro best seller La rabia y el orgullo los trata de «fanáticos extremistas». Giovanni Sartoris, gran «gurú» de la libertad y la tolerancia, sostiene que el Islam «… es incompatible con la sociedad pluralista y abierta de Occidente».

Los escritores de la «sociedad abierta» son muy racionales y precisos. Luego de zafarse de un juicio por injuria racial e incitación al odio religioso, el francés Michel Houllebeq aclaró: «Nunca he manifestado el menor desprecio por los musulmanes, pero sigo teniendo el mismo desprecio por el Islam». De haber dicho algo similar del judaísmo, Houllebeq estaría vendiendo billetes de lotería en el metro de París.

Meses atrás, un grupo de intelectuales asiáticos y europeos publicó un documento en el que dicen: «Después de haber vencido al fascismo, al nazismo, al estalinismo, el mundo se enfrenta a una nueva amenaza totalitaria mundial: el islamismo… radical». Firmado: Salman Rushdie, Taslima Nasreen, Bernard Henry Lévy y otros menos divulgados.

De sus desdichas (v.gr., Rushdie) han corrido océanos de tinta. ¿Por qué omiten a los niños quemados con fósforo blanco en Fallujah, a las millones de pelotitas fluorescentes y explosivas que el Bien arroja sobre los campos de Afganistán para atraer a los niños, a los bebés que en las noches de Gaza succionan con desesperación las tetas ahuyentando con sus manitas los vuelos rasantes del pueblo sacrificado en Auschwitz y la alianza de Occidente con el islamismo radical de Arabia saudí?

¿En qué putrefactas raíces abrevó su «cultura» el antisemitismo occidental reciclado en islamofobia new age? ¿Tiene papá algo que ver en esto? Por no hablar con el suyo a tiempo el gran escritor Kingsley Amis (1922-95), su hijo Martin, también escritor y famoso, no deja de odiarlo. Y entonces embiste contra el Islam.

En una entrevista con la revista Ñ (Clarín, Buenos Aires, 31/12/05), Amis asegura que si bien en el siglo XV el Islam tomó conciencia de «nosotros» (sic), «… después fueron eclipsados por nosotros (sic dos). Están perdiendo. Perdieron… Algo anda mal en su relación con Dios» (sic tres).

Manuel Vásquez Montalbán decía que la operación de descrédito de la razón crítica fue protagonizada por una beautiful people intelectual compuesta por «… ex filósofos, ex sociólogos y ex líderes de opinión que conocían los carros que llevan a la mesa del señor, según la antigua enseñanza de escribir sentado».

Flagelos propios de la siquiatría profunda, la judeofobia y la islamofobia afectan con fuerza singular a intelectuales y escritores nacidos en cuna de intelectuales famosos y combativos.

La lucha generacional, dialéctica, muestra a un viejo en pijama cerrando con siete llaves la biblioteca donde atesora sus incunables, y a un joven que aventando la puerta de casa le grita «¡estalinista!» y se va para siempre.