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Iván Duque y el crimen de agresión

Fuentes: 90minutos

Todas las guerras son predecibles, porque responden al mismo libreto. Empiezan con frases altisonantes entre los líderes de las naciones en pugna, seguidos de mutuos desafíos y advertencias sobre las terribles consecuencias que los enfrentamientos traerán al pueblo rival, al tiempo que se producen movidas diplomáticas, especialmente ruptura de relaciones y abandono de las embajadas, […]

Todas las guerras son predecibles, porque responden al mismo libreto. Empiezan con frases altisonantes entre los líderes de las naciones en pugna, seguidos de mutuos desafíos y advertencias sobre las terribles consecuencias que los enfrentamientos traerán al pueblo rival, al tiempo que se producen movidas diplomáticas, especialmente ruptura de relaciones y abandono de las embajadas, para anunciarle al mundo el caos que está por llegar, y luego dar paso al movimiento de tropas y ejercicios militares en las zonas fronterizas a la espera de que ocurra el primer disparo o la primera violación del territorio que justifique el ataque, sin que importe en realidad quien lo provocó o si en efecto ocurrió.

Podría pensarse que al ser predecibles las guerras son evitables, pero, por regla general, ocurre que pese a todas las señales los conflictos terminan desencadenándose porque los pueblos sucumben al hechizo del discurso guerrerista y se dejan alimentar del odio a un enemigo, desconocido y anónimo.

Lo que ocurre con Venezuela está escrito en el libreto de la guerra, los personajes se han lanzado acartonados y vulgares improperios, se retan con el gesto y la mirada, permiten que sus emisarios rompan el protocolo y se escupan a la cara, alardean con premoniciones sobre la hora exacta del fin de su enemigo, humillan al contrincante con su pasado y le sacan en cara sus miserias.

Tanto Duque como Maduro guapean haciendo alarde de una hombría sobreactuada y fruncen el ceño ante las cámaras para fingir dureza, pero sus caritas rellenitas y bonachonas los traicionan. Con disimulo miran el guante que está en el suelo y que no se atreven a recoger porque sus abultados estómagos no se los permiten.

Como dos gotas de agua, se identifican en los gustos y se entretienen por ahora en una batalla de conciertos. Ambos son músicos frustrados y en el fondo del alma quisieran resolver la disputa en un escenario, a trova limpia, pero no son dueños de su destino, sino «instrumentos» de una voluntad superior.

Duque, que por su formación académica debería manejar las cosas haciendo uso de la razón crítica, sufre de la ceguera del pequeño Hansel que entretenido engullía la casa de bizcocho de la malvada bruja, ajeno a la suerte que le esperaba. Por eso no entiende las honduras en que se metió al visitar la Casa Blanca. El Patrón del Norte tiene previsto enviar 5000 tropas, para iniciar la «operación de rescate de la democracia» venezolana, como lo ha hecho en Irak, Afganistan, Siria, Yemen, Somalia, Niger, Libia, y tantos otros países que han conocido su mano «salvadora y purificadora».

El vistoso traje de doña María Juliana eclipsó la humillante recepción a Duque en Washington, ignorado por los periodistas quienes tenían la atención puesta en el anfitrión, es decir, en la persona que realmente toma las decisiones, quien dejó claro que en cualquier momento enviará tropas a Colombia.

Pacho Santos, nuestro divertido embajador en EEUU, ha insistido en la solución militar al problema interno de Venezuela y de sus comentarios y actuaciones se colige que esto incluye el envío de tropas desde el exterior, igual piensa Guaidó, el autoproclamado presidente interino de Venezuela, a quien no le importa desear para su país un destino trágico que no desearía para él mismo.

Alguien debería decirle que Duque que la guerra no es un juego. No puede ser que sus asesores en estas materias sean Pacho Santos, quien se cree el conejito de la suerte de la segunda gesta libertadora y Alvaro Uribe, el más vivo ejemplo de hasta dónde puede llegar un hombre de escasa inteligencia, enemigo del conocimiento y la verdad, pero con una astucia sin igual para esparcir el odio y provocar los más brutales conflictos con el fin de satisfacer su ilimitada sed de venganza y su insaciable narcisismo.

Duque no sabe que desde el 1 de enero de 2017, la Corte Penal Internacional, de la cual no hacen parte los EEUU, pero si nuestro país, podrá juzgar los crímenes de agresión. El Estatuto de Roma, acordado en 1998 y puesto en vigencia en 2002, para juzgar el genocidio, los crímenes de lesa humanidad y los crimines de guerra, dejó pendiente de definir o tipificar (según el lenguaje de los abogados) el crimen de agresión. La tarea se realizó durante Conferencia de Kampala (Uganda) donde se adoptaron enmiendas al Estatuto de Roma que incluyeron la definición del «crimen de agresión» y estableció la fecha desde la cual podrá ser juzgado.

Entusiasmado por las palmaditas que le dio su mentor y ocupado en los preparativos del concierto «humanitario», Duque no ha tenido tiempo de revisar su conducta de cara a la definición del crimen de agresión. No creo que su comisionado en Derechos Humanos, firme convencido de que las reglas del Derecho Internacional aplican a voluntad de los gobernantes, considere importante que el presidente sepa que «una persona comete un crimen de agresión cuando, estando en condiciones de controlar o dirigir efectivamente la acción política o militar de un Estado, dicha persona planifica, prepara, inicia o realiza un acto de agresión que por sus características, gravedad y escala constituya una violación manifiesta de la Carta de las Naciones Unidas», y que también se entenderá por acto de agresión el «uso de la fuerza armada por un Estado contra la soberanía, la integridad territorial o la independencia política de otro Estado, o en cualquier otra forma incompatible con la Carta de las Naciones Unidas».

Hace algunas semanas en un foro internacional Duque se preguntó, ante la mirada atónita de los asistentes: «¿Y por qué siete?», refiriéndose a los principios de su economía naranja y enseguida respondió con profundo acento: «Porque siete es un número importante para la cultura. Tenemos las siete notas musicales, las siete artes, los siete enanitos. Mejor dicho, hay muchas cosas que empiezan por siete». Pues bien, siete son también los actos considerados crímenes de guerra, que debe tener en la cuenta nuestro farandulero mandatario antes de cometer el despropósito de involucrarse en una acción bélica contra Venezuela:

1.- La invasión de un Estado por otro.

2.- El ataque (por fuera de lo establecido por la Carta de la ONU) de fuerzas armadas de un Estado contra otras de otro Estado o contra la población civil de este.

3.- Toda ocupación militar que derive de los actos anteriores y que implique el uso de la fuerza.

4.-El bombardeo.

5.-El bloqueo de puertos o de costas de un Estado.

6.- La disposición de un territorio propio de un Estado para que otro Estado pueda agredir a un tercero.

7.-El envío por parte de un Estado de grupos irregulares «paramilitares» o mercenarios que lleven a cabo actos armados contra otro Estado.

Duque apenas está comenzando su mandato y aun cuando no goza del respaldo mayoritario tiene la expectativa de ser un ex presidente más, sin poder ni gloria, pero libre y esto es preferible a ser un reo de la Corte Penal Internacional. Sí esto último ocurre, no tendrá al poderoso Donald Trump para que lo proteja.

Fuente: http://90minutos.co/ivan-duque-y-el-crimen-de-agresion-19-02-2019/