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Izquierda y Capitalismo 3.0

Fuentes: Rebelión

«Incluso los durmientes son obreros y cooperantes de cuanto sucede en el mundo.» Heráclito de Éfeso No es fácil ser de izquierdas hoy en día. Cada vez, aunque debería ser al contrario visto la que está cayendo en el mundo, nos lo ponen más difícil. La lógica cultural (destructiva) del Capitalismo 3.0 ha entrado como […]

«Incluso los durmientes son obreros y cooperantes de cuanto sucede en el mundo.»

Heráclito de Éfeso

No es fácil ser de izquierdas hoy en día. Cada vez, aunque debería ser al contrario visto la que está cayendo en el mundo, nos lo ponen más difícil. La lógica cultural (destructiva) del Capitalismo 3.0 ha entrado como un virus en los sentimientos y en las ideas (preconcebidas) de la población. Los partidos políticos y las organizaciones sindicales (antiguos instrumentos de cohesión) se han vuelto entes ajenos, extraños, y cualquier forma de representación política estructurada provoca rechazo. El individualismo, una de las señas de identidad del caos de nuestros días, ha pisoteado el terreno de la colectividad y lo común (desde los bancos de la calle a las plazas pasando por asociaciones y grupos) ha dejado paso a las relaciones (in)existentes en la red. La realidad «imaginaria», compuesta por docenas de relatos que se cruzan sin escucharse, un tumulto, ha suplantado a la realidad «material» donde el discurso coherente, histórico, portado por un sujeto (el que sea), primaba sobre la supuesta autonomía de la voluntad. No es fácil correr sobre un campo abonado con cristales rotos.

La frágil subjetividad -con las consiguientes terapias y distracciones alternativas- se ha apoderado de nosotros. La reivindicación de lo uno (ignorando el devenir del cuerpo social) se ha impuesto sobre lo múltiple haciendo de nuestras vidas una extraña competición donde el bienestar del consumo -impulsado por la agitación financiera- determina nuestro lugar en la escala social. La «sociedad del espectáculo», ya denunciada por Guy Debord, se ha transformado en una sociedad de pasivos espectadores (valga el juego de palabras) donde cada uno interpreta el rol que le corresponde (papeles fijos asignados por el capital) sin rechistar. La protesta, entendida como acción práctica (política) ante la injusticia, se ha convertido en pieza de museo. La conciencia de la colectividad, articulada años atrás por medio del trabajo y la pertenencia a una clase, ha sido suplantada por un escenario de inseguridades y desconfianzas. En este universo líquido, dominado por la insatisfacción permanente -ya que es imposible acceder a todos los placeres presentados en el escaparate- la fragmentación y la duda han ganado espacio a la razón práctica. Este terreno, el Capitalismo 3.0, que ataca a la construcción de las emociones y las conexiones neuronales, es el espacio, lleno de trampas, que habitamos.

Pese a la apariencia, nuestra psicología de vida y consumo es una psicología que se nutre de lo social. Igual que es social (perteneciente al territorio de la comunidad) nuestro lenguaje y nuestra forma cotidiana de enfrentarnos al mundo que nos rodea. Esta forma de adaptación y protección imperante hasta los años 80 del siglo pasado saltó en pedazos con la «deslocalización de nuestras conciencias». Este fenómeno de ruptura de la identidad, acrecentado por la importancia cada vez más exagerada de la virtualidad en nuestras vidas, ha provocado la pérdida de los discursos omnicomprensivos, así como la ausencia de una mirada crítica. Sin discurso armado, coherente, sobre el futuro de la sociedad, ni pensamiento crítico es imposible articular una respuesta de izquierdas, transformadora, capaz de calar en una mayoría. La absoluta ausencia de crítica en los discursos privados, la autocomplacencia vestida de nostalgia y la religación con lo material han hecho de nuestra vida un lugar inhóspito donde es imposible respirar. No hay libertad fuera del Estado (de la sociedad organizada), escribió Spinoza.

La izquierda debe pensar, desde otra atalaya, su lugar en el mundo. Esto no quiere decir que nuestras propuestas -desde la salida de la crisis con una mayor inversión pública hasta la defensa de los derechos humanos- hayan caducado o no tengan sentido. Lo que no tiene sentido es la forma de establecer la comunicación. En una sociedad que ha perdido la capacidad de escuchar, no parece lógico seguir hablando. Es la acción lo que puede constituir un nuevo discurso ético. Una acción sostenida en diferentes frentes (desde las propuestas por una nueva República hasta la negación de los intercambios materiales en régimen desigualdad) que impulsen una democracia participativa, un espacio de entendimiento entre los ciudadanos. El derrotismo (o el cinismo moderno), igual que en la guerra, es el caldo de cultivo del enemigo. Ser de izquierdas es participar del ser-común. Fuera de ese contexto creativo de comunidad, fuera de lo que nos une como seres humanos, separados de nuestras aspiraciones y anhelos comunes, las reivindicaciones quedarán como gritos ahogados en una botella. En medio de ninguna parte.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.