Recomiendo:
0

Izquierda y post-pandemia, la tarea post-capitalista

Fuentes:

El COVID-19 ahondó la crisis del sistema, que la derecha busca esconder con una mezcla de autoritarismo y caridad; mientras la izquierda intenta unirse alrededor de propuestas post capitalistas que exigen mayor fuerza y más unidad popular para concretarlas.

En el marco que abarca la relación casa común-ser humano, ¿no es entonces una tarea urgente descubrir cómo es diferente el impacto de esta pandemia entre sectores situados en el extremo del beneficio capitalista, a lo que representa para las masas de desposeídos a nivel mundial?

Debemos ser auto-críticos y reconocer que no estábamos preparados en la izquierda para forjar una comprensión holística y para un actuar anticipado o no tan tardío, que permitiera una irrupción contestataria más allá del discurso.

El estado de sitio no puede limitar los derechos sociales

Es imperativo y urgente para la izquierda terminar de desvestir la tragedia de la muerte, y producir la conjunción de fuerzas sociales y políticas para arrebatarle factores de poder al régimen.

Los Derechos Humanos económicos, ambientales y sociales, se traducen en reivindicaciones colectivas y elementales en cualquier democracia: sistemas públicos de salud y cuidados; educación pública, gratuita y de calidad; igualdad de género; agua limpia y saneamiento; vida de ecosistemas; circuitos de empleo digno; renta básica, que garantice un verdadero mínimo vital; reformulación del sistema pensional; entre otros.

Ningún estado de sitio o emergencia puede limitar los derechos civiles o políticos para re direccionar el aparato represivo o de control social autoritario; esa agenda que hoy día es maximalista para las cúpulas de poder, no es más que una tabla de objetivos primarios.

Recrear la nacionalización de las empresas, los renglones productivos y detener las privatizaciones; además fomentar el sentido de exigibilidad y prestación de Estado y bien público para establecer la transición a un modelo de ejercicio de poder ciudadano, con control popular, fiscalización o rendición de cuentas.

El régimen carece de voluntad para hacer transformaciones sociales

¿Puede el régimen que defiende al capital por encima del ser humano y del equilibrio medioambiental, solucionar de forma sostenible el devenir de exclusión que genera la maquinaria depredadora capitalista? No puede; a lo sumo prometerá calmantes y administrará paños de agua tibia por un tiempo a contados grupos humanos.

Demagógicamente posicionan el asistencialismo en vez de proveer programas de intervención y bienestar social con carácter redistributivo de la riqueza; además el Estado realiza acciones populistas con “donativos” de los ricos a los pobres, paradigma que reinó en siglos pasados para legitimar a las castas y la élite gobernante.

En Colombia la foto, literalmente, está representada de forma denigrante en las bolsas de suministros (harina, arroz, aceite y cuatro cosas más) para tres días, que servilmente presta el Estado a cuenta del magnate Luis Carlos Sarmiento y otros prominentes plutócratas, que junto con los políticos utilizan el hambre y las necesidades básicas para robar y apropiarse de dineros públicos.

Ante esa agresión a la dignidad es urgente para la izquierda buscar alternativas al actual sometimiento al capitalismo y su hegemonía, no es sólo arribar con fórmulas descriptivas. Es perentorio encarnarse como sujetos que postulan el qué hacer estratégico, articular luchas que incorporen la consciencia de la dignidad común.

Unidad, velocidad y radicalidad del sentido común

La cuarentena nacional ha interrumpido la dinámica en las calles, la izquierda está orientada para anteponer una visión integral, no parcelada, y en consecuencia sostener con nuevas dinámicas todas las demandas legítimas de la sociedad.

Es preciso prever la protesta unitaria y la propuesta de confluencias, ante el abandono y la política económica que busca hacer pagar a los de abajo los costos de esta crisis.

La izquierda no puede ser lenta sino vertiginosa y creativa, para contraponer ya las contradicciones y unas facultades éticas y epistemológicas superiores que están dadas en la apelación a lo que Gramsci llamó un “sentido común”, siendo imperioso más que nunca construir consensos para derechos de la totalidad social, para la conquista y defensa de lo que se incorpora a ese viejo y nuevo sentido común.

Es urgente traspasar de la solidaridad y el legítimo deseo de la protección individual-familiar, a la constitución organizativa, a ‘ser alternativa con otros’, es decir, avanzar en verdaderos procesos unitarios, incluyendo ese sentimiento de reclamos que ha despertado de nuevo en muchas sociedades.

En la radicalidad y en el rechazo al sectarismo, está el futuro probable, es una tarea infalible que distinguirá la izquierda, la alternativa, de lo que no lo es, y para ello el mapa de la América Latina actual es lo bastante claro como para sacar ya grandes conclusiones.

No se puede pedir desmovilización a los rebeldes o a quienes confrontan el statu quo, y predicar el cambio social manteniendo incólume la barbarie de las oligarquías; como no se puede tampoco ser revolucionario y corrupto a la vez.

Los movimientos de la izquierda asumen ahora el relevo con mayor consciencia histórica, en diferentes países que han vivido la reorganización de insumisos e insumisas, deben saber distinguirse y denunciar todas las prácticas de convivencia con el poder dominante.

Colombia: otra vez laboratorio del bandidaje

En Colombia esas posibilidades de ser multitud movilizada ponen en evaluación las formas de articulación ya conocidas y desplegadas por la izquierda, que no han logrado aún superar los escenarios electorales inmediatistas, o de parciales expresiones en coyunturas acotadas, que estaban siendo convergentes en la fructífera experiencia reciente del Paro Nacional en noviembre de 2019.

Se precisa de nuevo esa mirada de los tiempos de las crisis, la sincronía, la celeridad de una indignación que puede disiparse antes que el COVID-19 termine de instalarse en la normalidad; una mirada de la izquierda que se transforme y multiplique en el acto afirmativo de su existencia, siendo capaz de probar las aristas de ilegitimidad del régimen.

La izquierda en tránsito de instituciones no puede jugar al desarme material y moral, a satanizar los medios de lucha del pueblo en histórica situación límite, bajo la excusa de privilegiar un orden público policivo y bélico como marco de representación colectiva.

Por eso es urgente desde la izquierda enfrentar con una cultura de pensamiento crítico y acción radical, el reflejo de aislamiento que ahora crea el confinamiento en un sentido existencial práctico, para no dar más patente de corso a un Estado pirata como es el que timonean Uribe-Duque, que, usando la pandemia, hace del país un laboratorio donde refuerza la seguridad estatal y paraestatal en función de más bandidaje empresarial, para la reproducción del capital en sus recintos legales o en su perímetro de narco-establishment, sostenido en cientos de tentáculos, del que la Ñeñepolítica es apenas uno, de lo que Luis Jorge Garay ha llamado la captura del Estado por parte de aparatos criminales.

La izquierda debe impugnar mirándose, ciertamente, pero no su ombligo, sino en el espejo de las resistencias de un mundo donde ya se agotó el prototipo neoliberal; es ese su marco, para desarrollar con amplitud novedosas tácticas de presencia social heterogénea, de asalto no sólo emblemático sino para calar en el registro político cotidiano de una confrontación real, de identidades resistentes versus socios de esa globalización capitalista (Estados, agencias y compañías transnacionales), confrontando sus medios de vigilancia y represión, que buscan sembrar más miedo, división e impotencia.