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A 13 años del asesinato del humorista

Jaime Garzón, sonrisa de limpiabotas

Fuentes: Rebelión

Garzón era un humorista de la tragedia, y su risa de lustrabotas mueco era el eco del dolor de un país. Escoger como personaje y prototipo la figura de un limpiador de zapatos para escupir sobre la crema y nata de la sociedad colombiana es la imagen más precisa de lo que significaba el humor hiriente de Garzón.

«Finalizando el milenio, Colombia es el gran cementerio del mundo. Sus puertas siempre están abiertas. La muerte natural en nuestro país está en desuso, es anacrónica»
Alfonso Carvajal, El Tiempo, 14 de agosto de 1999.

Cinco de la mañana, el tipo sale temprano para el trabajo, nada especial a no ser la camisa a rayas que lleva puesta, la misma que tenía meses atrás cuando se pegó un estrellón que le partió las piernas en la vía al llano. Su mujer lo percibe y siente una corazonada.

Un cuarto para las seis. Occidente de Bogotá. Dos individuos en motocicleta cercan al tipo y lo abalean, le disparan, lo acribillan. Es de noche todavía. Hace un frío de perros y nadie vio, ni siquiera una que después dijo falsamente haber visto. El tipo muere rápidamente pero su camioneta sigue andando y avanza una calle hasta estrellarse con un poste del alumbrado. Otra vez la camisa blanca de rayas cafés. Otra vez un estrellón -¿el último?- esta vez con la muerte.

Siete de la mañana. La noticia se riega, se escabulle por los cafés, por la radio, por las calles y las aceras, corre de boca en boca. Mataron a Jaime Garzón, al lustrabotas, «Están matando a la Zoociedad«, «el humor asesinado», «la muerte de Garzón no puede quedar impune». Frases, titulares de periódicos, vaciedades. Es el 13 de Agosto de 1999.

Payaso al que las balas no pudieron desfigurar la sonrisa, por la simple razón de que la traía destrozada hacía tiempo: sólo tenía cuatro dientes (reales) y hablando en otro sentido, era imposible destrozar más ese humor lamentable que reventaba carcajadas utilizando las peores desgracias nacionales. Garzón era un humorista de la tragedia, y su risa de lustrabotas mueco era el eco del dolor de un país. Escoger como personaje y prototipo la figura de un limpiador de zapatos para escupir sobre la crema y nata de la sociedad colombiana es la imagen más precisa de lo que significaba el humor hiriente de Garzón.

Aquí no empezaba la historia de Garzón. Lo que es peor, todavía no termina.

Días antes un hombre al que encargaron asesinarlo lo buscó y le advirtió el peligro que corría. Sujetos fuertemente armados fueron sorprendidos cuando le tendían una celada en Bogotá, y el propio Garzón intentó reunirse con el paramilitar Carlos Castaño, presunto autor del crimen, para averiguar personalmente los motivos del siniestro.

Activista de izquierda en sus años de estudiante en la Nacho, guerrillero, luego politiquero, y finalmente humorista, Garzón llegó a convertirse en una pieza crucial de las intrigas y contradicciones políticas que se cocinaban en la convulsionada Colombia de los 90. El principal pecado de Garzón era que le prendía velas a Dios y al Diablo, como recuerdan quienes lo conocieron, pues los grupos guerrilleros le tenían plena confianza aun cuando él se codeaba (y burlaba) con la oligarquía aristocrática bogotana, que «lamentó» su muerte. Miremos bien: todos querían a Garzón, un tipo como él, con esa sonrisa de estúpido y esa boca tan fea no podía ser amenaza para nadie. ¿Por qué lo mataron si era el bufón del rey? Lo querían las hermanitas Carol y Ruby Marcela que llevaron flores al restaurante donde siempre almorzaba, lo quería José Gregorio Sánchez el limpiabotas de Cazucá que madrugó al entierro. Todos lo querían. Horacio Serpa «era el sentimiento de un país», Andrés Pastrana «trabajó conmigo en la Alcaldía […] todos estamos muy tristes», el viejo zorro de López, el pendejo de Mockus siempre tan genial «había sido guerrillero cuando chiquito […] ayudó a mi candidatura para la alcaldía…», Cesar Gaviria, Ernesto Samper «ojalá este no sea el comienzo de una nueva etapa de guerra sucia [¡!]», Noemí Sanín tan prudente «lo sufrí [a Garzón] y lo aprecié…»

Y hasta sus asesinos, esa mansa ovejita de Carlos Castaño Gil que negó hasta el final su participación en el hecho, ese señor general de la república Roso José Serrano «nos hacía pasar ratos alegres», y creo que hasta un tal honorable señor Narváez, asesor del ejército, amigo de unos «muchachos» [1] muy honorables como él en Córdoba y Urabá a los que enseñaba a «matar comunistas», asesor de FEDEGAN y luego destacado subdirector del DAS [2] .

Bueno, entonces ¿Por qué lo mataron? Cuando Francisco Santos habló en su columna de unos militares implicados los altos mandos castrenses lo llamaron «incendiario» [3] . El Tiempo había salido un día después del asesinato a postular sus teorías:

«Las autoridades manejan tres hipótesis. La primera apunta a los paramilitares. La segunda señala a un sector de la Fuerza Pública inconforme con sus acercamientos con las Farc y el Eln. Y la última está dirigida a un grupo de las Farc que intenta torpedear el proceso de paz.» [4]

Fueron los paramilitares, fue el estado en cabeza del ejército o fue la guerrilla. ¡Qué sapiencia! El artículo parece más bien un chiste póstumo de Garzón, con una lógica demoledora que proclama que en todo caso quizá lo más probable es que a lo mejor quien sabe: ¡fue alguien al fin de cuentas!

Las teorías que surgieron después, ciertas o falsas, no sirven para esclarecer nada, pero si demuestran que Garzón era un eslabón clave en varios asuntos sumamente sensibles de la realidad nacional: los militares lo odiaban por sus amistades con la guerrilla (cuando era alcalde del Sumapaz en 1989 llegó a acuerdos para cogobernar la zona con las FARC y luego fue el moderador en el primer encuentro entre el gobierno y esa guerrilla en el Caguán en 1999, además se reunía periódicamente con los jefes del ELN presos en Itagüí); los guerrilleros más intransigentes no lo querían porque estaba buscando una desmovilización; los paramilitares lo consideraban un instrumento de los secuestradores ya que ayudó a concretar numerosas liberaciones [5] en las que familiares pagaban millonarios rescates; la ultraderecha lo consideraba un subversivo y la extrema izquierda un bufón del régimen; Todo indica que Garzón tenía conocimiento de un sector del Ejército que vendía armas y secuestrados a la guerrilla; incluso se llegó a decir que era primo del comandante insurgente «Romaña» cuyo segundo apellido por coincidencia también era Garzón.

Finalmente, por las calles bogotanas, entre viejos amargados, lustrabotas, vigilantes, cocineras y estudiantes desgreñados, se murmuraba otra hipótesis el día de su entierro, probablemente más verdadera que todas: «lo mataron porque él sí decía la verdad». El régimen no tolera ni a sus bufones.

¿Quién mató a Garzón? La historia no acabó con su asesinato. Una valiente periodista llamada Claudia Duque a la que el DAS y el Estado Colombiano quieren asesinar desde el 2001, ha llegado bastante hondo en el caso y sus pesquisas llevan al honorable señor José Miguel Narváez, funcionario del DAS, al que varios jefes paramilitares señalan por su cuenta como el hombre detrás de Carlos Castaño en el asunto (y en muchos otros asuntos). Narváez trabajó de la mano con Jorge Noguera, director del DAS intimo del señor ex-presidente Uribe; era sin duda un «buen muchacho» íntimo también de Mancuso, Jorge 40 y «El Alemán». Como tantos otros crímenes, Castaño resultó el único responsable; el problema es que Castaño está muerto hace varios años, lo que quiere decir que es el chivo expiatorio que garantiza la impunidad de todo el aparato estatal, implicado por donde se le mire.

El señor Narváez ha sido asegurado por la fiscalía apenas en 2010. Tardaron once años en aceptar lo evidente. Las noticias en prensa sobre el caso Garzón son muy nutridas en 1999 y vuelven a ser recurrentes una década más tarde en 2008 cuando los paramilitares, disgustados con Uribe que no cumplió sus promesas empiezan a contar la verdad. Entonces se supo que el Estado estaba detrás de todo -como lo estuvo junto al mismo Narváez detrás del asesinato del senador Cepeda Vargas o del secuestro de Piedad Córdoba- aunque naturalmente no hay condenas todavía en el caso Garzón, pero si más de 100 amenazas documentadas contra la periodista Claudia Duque a la que la Corte Constitucional ha dado la razón en varios pleitos contra el DAS [6] .

En otra época, durante su programa televisivo Jaime Garzón lanzó una «profecía» que causaba risas: anunció la dictadura de Uribe Vélez, el hecho más trágico que ha tenido el país en los últimos años. Ríanse ahora, si pueden.

Todos los críticos, políticos, o personalidades que hablan después del asesinato de Garzón coinciden en un punto: la risa de Garzón, esa cualidad suya de hacer cómica la crítica situación del país, el denominado «humor político», era su superior mérito. Reírse de las desgracias, del dolor propio y ajeno. De las matanzas, de la corrupción generalizada, de la miseria y la ignorancia del pueblo, de la indolencia del Estado y las clases dominantes, reírse de todo y de todos, hasta de sí mismo, esa era la personalidad cínica, contradictoria, de Garzón. La misma dualidad que lo movía entre Dios y el Diablo hasta que alguno de los dos (¿o los dos?) conspiraron para asesinarlo. Nadie sonrió ese 14 de Agosto, tragedia nacional que recuerda el entierro de Jaime Garzón. El peor homenaje posible para ese payaso lo fueron las lágrimas funestas que hizo derramar a multitudes de todo un país en su última interpretación de chofer estrellado contra la muerte. El peor homenaje cuando la risa destrozada se tornó irremediablemente en llanto.

¿Y quién mató a Jaime? Deberíamos acaso hablar de aquel exitoso político antioqueño amigo de Pablo Escobar, abanderado de las convivir y de la lucha antisubversiva al que los personajes de Garzón identificaban una y otra vez con los paramilitares. El mojigato paisa se reía seguramente, como reíamos todos, y se reía Garzón con esa boca rota, sin dientes, compulsivo y nervioso mientras brillaba con rabia los zapatos de la rancia clase política. Detrás de la risa de ambos, de esa máscara cómica que usó Garzón para atacar y actuar, había un odio profundo.

Te hiciste el estúpido, Jaime, pero te pasabas de vivo. Está prohibido burlarse de los poderosos, bufón del régimen, y es más imperdonable todavía conspirar contra ellos. Eso fue lo que cobraron el 13 de Agosto de 1999 a las 5: 45 de la mañana. Se pagaron con lo que encontraron a mano, la vida y sonrisa del limpiabotas.

Resulta poético, por no decir trágico, que poco antes de su muerte Jaime haya cantado durante su última entrevista una salsa de César Mora que empieza así: «quiero morirme de manera singular, quiero un adiós de carnaval…». La vida no es verdad, la vida es un chiste , acostumbraba repetir frecuentemente. ¿Y entonces la muerte, nuestro común denominador, qué es Jaime?

La «profecía» de Jaime Garzón


«Heriberto de la Calle» entrevista al entonces candidato presidencial Andrés Pastrana


NOTAS:

[1] El Tiempo, «Enredan a ex jefe de DAS con crimen del humorista Jaime Garzón», 18 de Junio de 2008.

[2] El Tiempo, «Perfil del ex jefe de DAS vinculado al asesinato de Jaime Garzón», 19 de Junio de 2008.

[3] El Tiempo, «Sindicaciones son incendiarias», 18 de Agosto de 1999. Se refiere a las declaraciones del entonces comandante del Ejército Tapias Stahelin.

[4] El Tiempo, «Las primeras tres hipótesis», 14 de Agosto de 1999.

[5] » Liberados retenidos en retén nueve personas retenidas por guerrilleros del frente 53 de las Farc en un retén en la vía Bogotá Villavicencio fueron entregadas en El Calvario (Meta) al gobernador de Cundinamarca, Andrés González Díaz, y al humorista Jaime Garzón….» El Tiempo, Marzo 9 de 1998.

[6] Sentencia T-1037/08, Corte Constitucional, 23 de Octubre de 2008, Bogotá.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.