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Japón y su inserción en el capitalismo

Fuentes: Observatorio de Conflictos

INTRODUCCIÓNEn 1853 una flota norteamericana, comandada por el Comodoro Perry, se hizo presente en Japón para reclamar su apertura al comercio internacional. La clara superioridad militar de estos bárbaros de occidente, que ya habían derrotado a China en la guerra del opio una década atrás, puso a Japón en la difícil decisión de abrir sus […]

INTRODUCCIÓN

En 1853 una flota norteamericana, comandada por el Comodoro Perry, se hizo presente en Japón para reclamar su apertura al comercio internacional. La clara superioridad militar de estos bárbaros de occidente, que ya habían derrotado a China en la guerra del opio una década atrás, puso a Japón en la difícil decisión de abrir sus fronteras tras dos siglos y medio de aislamiento. 52 años después de la incursión del Comodoro Perry, Japón venció a Rusia en una guerra, convirtiéndose en la primera potencia asiática que derrota a un país europeo. Para esta época Japón se había transformado en una nación moderna según los parámetros occidentales, la industria estaba en pleno desarrollo, y había iniciado su fase imperialista, decidido a competir con las máximas potencias occidentales.

¿Cómo se llegó a eso? ¿Cómo se desbarató una estructura de poder que llevaba más de 200 años de relativa estabilidad? ¿Cómo pudo el capitalismo desarrollarse tan rápido en Japón? En el presente trabajo se intentará describir cual fue el proceso que llevó a Japón a pasar de un sistema «feudal» a potencia capitalista, así como ver qué actores sociales fueron protagonistas de este cambio y cómo intervinieron.

I

El régimen Tokugawa se instauró en Japón a principios del siglo XVII. A la cabeza de este sistema se encontraba el Shogun del bakufu (gobierno militar) perteneciente a la casa Tokugawa, que ejercía un poder militar sobre el resto de los grandes señores o daimyo. Estos daimyo tenían cada uno sus tierras (han), de las que eran propietarios beneficiados por el Shogun. El gobierno del bakufu no podía entrar en la administración de estos han, que en total sumaban alrededor de 250 y controlaban el 90 % de las tierras. Los daimyo pueden dividirse a grandes rasgos en tres tipos: los daimyo de los Tokugawa colaterales que estaban en condiciones de dar un sucesor al shogunato (25 % de las tierras); los fudai daimyo, aliados de la casa Tokugawa y de los que procedía el grueso de la administración del bakufu (25 % de las tierras); y los totzama daimyo, señores externos que habían sido enemigos de los Tokugawa (40 % de las tierras)(1). El bakufu controlaba a los señores daimyo obligándolos a mantener una residencia alternada, medida mediante la cual debían permanecer una parte del tiempo en la ciudad de Edo (actual Tokio, residencia del Shogun), y otra en sus territorios, pero dejando en calidad de rehenes a parte de su familia. Este sistema se conoce como Baku-han, o combinación del dominio ejercido por el bakufu y los han, o casas señoriales, en sus propias tierras.

Los ingresos del shogunato procedían de las cosechas de arroz de sus propias tierras, complementados con el monopolio de las minas de oro y plata, con los que se acuñaba moneda. Cada daimyo también obtenía sus ingresos de las cosechas de arroz. Estos ingresos se obtenían como renta en especie a los campesinos, agrupados en aldeas autogobernadas y con tierras autodistribuidas que trabajaban con sus propios medios de producción, y que eran colectivamente responsables del pago de la renta (2). Ésta representaba una carga muy pesada, de aproximadamente el 50 % de la producción. Los campesinos se encontraban sujetos a la tierra, que no podían abandonar, pero en la que tenían derecho a permanecer de por vida sin ser expulsados. No podían comprar ni vender tierras, ni escoger a su amo. De esta manera, podemos decir que se encontraban en una situación servil.

Los grandes señores se encontraron apoyados por su casta militar, los samurai, que aunque en principio eran recompensados con el usufructo de porciones de tierra, pronto se les fue exigiendo que se instalaran en la ciudad-castillo del daimyo. Se convirtieron así en asalariados que cobraban su estipendio en arroz directamente de manos de su señor, quedando alejados del proceso productivo (3). Eran los únicos que podían poseer armas, con lo cual aseguraban el control de los grupos inferiores ante una eventual revuelta. Debido a la larga paz Tokugawa, los samurai se dedicaron cada vez más a la administración, transformándose en una elite letrada y burocrática, con fuertes rasgos confucionistas, siendo la lealtad a los superiores y la piedad filial los valores supremos seguidos por esta clase (4).

En la cúspide simbólica de este sistema se encontraba el emperador, factor último de legitimidad de cualquier grupo que quisiera gobernar. A lo largo de la historia de Japón el emperador significó siempre la unidad y, para que los Tokugawa se hicieran con el poder, debían recurrir a su figura y gobernar en nombre de él. Sin embargo, el emperador quedó relegado de las decisiones políticas y se transformó en una figura semi-mística, recluido junto con su corte en Kyoto.

Esta estructura se mantuvo estable por más de dos siglos. Esto se debió en parte a la política aislacionista de los Tokugawa, transformando a Japón en un «país cerrado». Sólo se podía comerciar con el exterior a través de la ciudad de Nagasaki, y en este caso únicamente con holandeses y chinos, y el gobierno del bakufu mantenía un estricto control sobre este puerto. Con estas medidas se pretendía alejar a Japón de las malas influencias occidentales, como el cristianismo; asegurar la paz interior; y monopolizar el comercio internacional, no permitiendo que otros daimyo aumentaran su poder. Sin embargo, y pese a la larga paz y aparente consolidación en el poder, este sistema sufrió grandes cambios a lo largo de su historia, apareciendo contradicciones que minaban la base de la estructura Tokugawa.

II

En principio, la legislación Tokugawa dividía a la población en cuatro clases, que en orden de jerarquía eran: samurai, agricultores, artesanos y comerciantes. Cada cual tenía que respetar una forma de vida según la clase a la que perteneciese. Los samurai no podían comerciar, los comerciantes no podían tener tierras, los campesinos no podían tener armas. Ahora bien, según esta jerarquía, los comerciantes ocupaban el último eslabón en la escala social. Sin embargo, debido a la expansión del comercio interior y el crecimiento de las ciudades-castillo, muchos mercaderes empezaron a elaborar poco a poco una fortuna que no podían invertir en compra de tierras, fortuna netamente urbana. La clase samurai debía monetarizar en las ciudades el excedente de arroz, y mantener un estilo alto de vida. Por otro lado, el sistema de residencia alternada significaba un gran gasto para los señores. Muchos daimyo y samurai se vieron endeudados con los comerciantes y tanto el bakufu como los han se convirtieron en deudores permanentes de los mercaderes (chonin). Sin embargo, este capital mercantil en crecimiento no podía prosperar, porque jurídicamente los chonin se encontraban a merced de los señores, que frecuentemente anulaban deudas u obtenían «regalos» forzados. Tampoco podía desarrollarse hacia fuera por las prohibiciones al comercio exterior. Pero se habían formado poderosas familias de comerciantes que, aunque dependientes de los grandes señores, evidenciaban los límites del sistema.

En cuanto al campesinado, se empieza a ver desde el siglo XVIII una disgregación. El crecimiento de la economía monetaria aumentó los censos señoriales, lo cual empobreció a gran parte de los campesinos, que hipotecaron sus tierras y terminaron vendiéndolas de hecho a otros campesinos más favorecidos, ignorándo las restricciones legales. De allí se produjo una concentración territorial que dividió al campesinado en dos clases: los pequeños campesinos arrendatarios dependientes (kosaku), y los campesinos propietarios no agricultores (jinushi). Estos jinushi se hicieron de tierras mediante préstamos a los campesinos pobres, o invirtiendo en nuevas tierras que pagaban menos renta, contratando mano de obra entre los kosaku, que así se transformaban en arrendatarios. Como la renta no disminuyó su tasa, podemos ver que la productividad era mayor, y que este nuevo excedente quedaba para los jinushi (5).

Se observa también para esta época un desarrollo de la industria rural como ocupación adicional, fomentada por la política señorial, para que se mantenga la capacidad de pago de los censos. Esta producción industrial era aprovechada por empresarios comerciales y los campesinos más ricos que contrataban al campesinado pobre o le anticipaban la materia prima. Para la década de 1830 aparecen fabricantes independientes y patronos industriales, que basan sus empresas en la división del trabajo asalariado. En este contexto aparece una oposición creciente de la pequeña burguesía rural al sistema monopolista de los grandes comerciantes y financieros, aliados a los poderes señoriales y grandes propietarios jinushi (6)

III

En esta coyuntura, en que comenzaba a percibirse una contradicción entre las clases no productivas que controlaban el poder político y el dinamismo cada vez mayor del capital mercantil, Japón tuvo que enfrentar la llegada de occidente. Ante la evidente supremacía técnica y militar de las potencias occidentales el bakufu se vio obligado a negociar y abrir las puertas al comercio internacional. Sin embargo, dentro de la misma dirigencia Tokugawa no había unanimidad en cuanto a la política a seguir. Esta nueva presencia podía ser capaz de remover todo el esquema que había sido construido por más de dos siglos. En medio de la incertidumbre se consultó por primera vez a otros daimyo, lo cual mostraba la debilidad política de los Tokugawa. Pero no se podía expulsar al bárbaro que, sin dudas y a los ojos del gobierno, era más poderoso.

Tras la firma de tratados comerciales con cinco naciones extranjeras, comenzó a hacerse presente una oposición al bakufu, cada vez más fuerte, procedente sobre todo de casas tozama y dirigida por samurai de las clases inferiores.(7) Estos agitadores samurai trataron de arrastrar a sus han a luchar contra el bakufu, para conservar la independencia de Japón contra los bárbaros de occidente. Al provenir de la clase samurai, tenían una alta instrucción confuciana en cuanto a la lealtad. Se apoyaron en su lealtad al emperador con el fin de proclamar un gobierno central fuerte dirigido por el emperador, eliminando al bakufu.

Después de 1860, los daimyo Satsuma y Choshu, de donde provenía la mayor fuerza anti-bakufu, se nutrieron de armamento occidental, que los ayudó a vencer las fuerzas del gobierno Tokugawa. Una vez eliminado el bakufu, establecieron un nuevo gobierno en nombre de la suprema autoridad del emperador. Se iniciaba así la restauración Meiji, pero en gran medida gobernaron estos nuevos líderes independientemente del emperador, al que se consideraba por encima de las luchas políticas de su tiempo. El emperador se convirtió una vez más en el sustento ideológico para la unificación de Japón, pero sin decidir directamente la política a seguir. Las fuerzas que habían comenzado su lucha con la consigna de expulsar a los extranjeros, consideraron ahora que, para mantener la independencia, era fundamental fortalecer al país para enfrentarse a la amenaza exterior. Para esto creyeron preciso modernizarlo al estilo europeo. Bajo la consigna fukoku-kiohei (país rico-ejército fuerte) llevaron a cabo una serie de reformas que acabaron siendo revolucionarias. Se estableció la igualdad legal de todas las clases, se crearon escuelas estatales, se abolió la propiedad feudal de la tierra y se dieron títulos de propiedad a muchísimos campesinos, se liberó la compraventa de tierras, se implementó la libertad para escoger ocupación, etc.(8)

Ahora, para competir con occidente, era necesario desarrollar la industria. Para lo cual, Japón importó la industria y la tecnología más moderna. En la década de 1870, miles de expertos extranjeros fueron contratados por el Estado para enseñar las ciencias básicas que hicieran posible el desarrollo de la industria moderna. Las industrias más importantes fueron, en un principio, estatales. El Estado fue quien impulsó la modernización, y se comenzó a ver todo lo occidental como más avanzado. Las instituciones se copiaron en parte de occidente, de manera selectiva, eligiendo en cada sector el modelo que parecía más adelantado, para instaurarlo en Japón.(9)

IV

Para lograr la centralización, era necesaria la eliminación de la soberanía parcelada. El nuevo gobierno eliminó el sistema de han controlados por los daimyo, del cual vivía la numerosa clase samurai. Esto fue posible porque a los daimyo se les recompensó con suculentas indemnizaciones y el Estado se hizo cargo de sus deudas. Los samurai también fueron indemnizados, pero con sumas menores, y muchos terminaron cayendo en la escala social. Sin embargo, el Estado trató de ayudarlos con subvenciones para negocios o nuevas industrias, u otorgándole cargos en la administración o en la educación. Se dividió el país en prefecturas, que dependían directamente del gobierno central, y que ninguna relación tenían con la tierra.

Por otro lado, en 1873 se estableció el sistema de reclutamiento obligatorio, para cumplir con el objetivo de tener un ejército fuerte, con lealtades hacia el Estado central y no hacia sus han. Esto produjo una doble reacción, de campesinos y de samurai. Entre los campesinos, muchos no querían cumplir con un servicio militar obligatorio. Los samurai, por su parte, se vieron privados de la exclusividad en el uso de las armas, lo que les quitaba el fundamento básico de su diferenciación como elite. Esto derivó en diferentes revueltas, cuyo resultado fue el avance de la represión y el reforzamiento de la estructura militar.

Al lado de la industrialización estatal, se propició el desarrollo capitalista e industrial a través de beneficios y exenciones fiscales. A partir de la década de 1880 el Estado comenzó a desprenderse de la mayoría de sus industrias, vendiéndolas a bajo precio. Los beneficiados fueron las antiguas casas comerciales, y los ex-daimyo y samurai indemnizados que, en poco tiempo, se transformaron en los grandes capitalistas que dominaron la economía japonesa y llevaron adelante el avance del capitalismo y la competencia económica con los países occidentales.(10)

V

Para que el naciente Estado moderno pudiera promover la industria e indemnizar a los antiguos señores, de algún lado tenía que conseguir sus recursos. El impuesto agrario de 1873 fue la base en la que se sustentaron todas las políticas posteriores. Al abolirse los señoríos y otorgársele propiedad a los campesinos, se eliminaba la renta en especie. A cambio, los nuevos dueños tuvieron que pagar un impuesto territorial basado en el precio de la tierra. Este nuevo impuesto equivalía aproximadamente al monto que antes pagaban como renta. De esta manera, el Estado solventaba la mayor parte de los gastos de su modernización y podía indemnizar a los antiguos señores. Así, el Estado se convirtió en el mecanismo de transmisión del excedente económico extraído del campesinado a una burguesía industrial y financiera en desarrollo, que salió de los antiguos samurai y de la vieja clase mercantil.(11)

Ahora bien, como ya se dijo antes, sobre el final del período Tokugawa se había producido una concentración de tierras a manos de los jinushi. Esta reforma no alcanzaba a los kosaku arrendatarios, que eran muchos. Estos siguieron pagando a los jinushi, ahora legalmente protegidos como propietarios, rentas en especie. En cuanto a los pequeños campesinos propietarios, se vieron obligados a pagar en dinero, sin que las condiciones económicas y sociales les hubieran convertido previamente en productores de mercancías. Esto llevó al empobrecimiento constante, y a que muchos tuvieran que realizar tareas adicionales en tierras de jinushi. Además, el Estado se adueñó de la mayor parte de los bosques, y los campesinos perdieron así la mayoría de las tierras de uso colectivo.(12) La concentración de tierras se incrementó y a fines del siglo XIX más del 40 % de las tierras eran trabajadas por labradores arrendatarios. O sea que los campesinos no entraron a formar parte de una agricultura de tipo capitalista, y entregaron en gran parte su renta a los jinushi, quienes la convertían en mercancías para pagar al Estado el impuesto en dinero.(13)

VI

La década de 1880 fue una época de revueltas campesinas, así como de luchas de grupos que pretendían un gobierno democrático y representativo en contra del Estado oligárquico. La respuesta fue aumentar la represión y la consolidación del Estado autoritario y centralizado. Pero para fortalecerse y mantener el status quo político, además de mostrar otra imagen hacia el exterior, era necesario crear una constitución. En 1889 finalmente se dicta la constitución, combinando la técnica política occidental con las idea políticas tradicionales japonesas. El emperador es a partir de allí el monarca absoluto y sagrado, superior al primer ministro y a la Dieta (parlamento). Es la personificación del Estado y todo el pueblo es súbdito suyo, debiendo servirle lealmente. El mecanismo de gobierno seguía altamente burocrático y centralizado, y el gobierno efectivo seguía siendo de la oligarquía triunfante en la revolución.(14) La Dieta permitía una pequeña participación popular, ya que los ciudadanos con derecho a voto se determinaban de acuerdo a los impuestos que pagaban, y las mujeres no podían votar. En la primera elección, solo podía hacerlo el 1 % del pueblo. De esta manera, sólo los mayores propietarios se veían representados.(15) El Estado se convertía entonces en el protector de los intereses de los capitalistas industriales y financieros que él mismo iba creando, legitimado por la autoridad tradicional y el aura mística que rodeaban al emperador.

CONCLUSIÓN

En 50 años Japón estableció un Estado moderno, desarrolló un ejército actualizado, creó una industria sobre la cual basar la fuerza armada y diseñó un sistema educativo adecuado a una nación industrial y modernizada. Esto se logró a partir de un grupo de burócratas autocráticos surgidos de la misma clase dominante. Difícil era que estos grupos promovieran una revolución democrática en la que todos los miembros de la sociedad o gran parte de ellos se vieran representados, poniendo en peligro su propio status. La «revolución desde arriba» se inicia entonces ante la necesidad de protegerse ante la posible invasión de potencias extranjeras. El Estado centralizado, autoritario y burocrático, en el que se dio la modernización y la entrada al capitalismo, se condice mucho más con las condiciones socioeconómicas propias de Japón que el nacimiento de una democracia burguesa al estilo occidental. El capital mercantil no estaba suficientemente desarrollado, el sistema de renta en especie no permitía que el campesinado se dedicara directamente a la producción de mercancías, la industria era muy limitada técnicamente comparada con la occidental, los grandes comerciantes se encontraban en estrecha dependencia de los favores de los señores y el trabajo asalariado estaba apenas difundido. Sin embargo, las condiciones de rigidez estamental con que se pretendió sostener el régimen de los Tokugawa estaban siendo socavadas en sus fundamentos, al aparecer estos comerciantes y propietarios no agricultores. El mercado interior se encontraba en expansión. Por arriba y por abajo crecieron los problemas económicos. Los daimyo y samurai habían contraído grandes deudas, y los campesinos más pobres se convirtieron en arrendatarios. Si bien el impulso externo prendió la mecha para la aceleración de los cambios, las condiciones internas condicionaron la forma de su ejecución. Ahora, si el capitalismo se desarrolló con mayor velocidad en Japón que en Europa, se debió en parte a que en Japón no hubo que derribar a una clase ni a la estructura que la sustentaba para hacerse con el poder, sino redireccionar esta estructura y el excedente para los nuevos objetivos, incorporando esta renovada clase dominante en su camino a los sectores que fueran útiles a tal fin. La clave de este desarrollo veloz se encuentra en la base, en la gran cantidad de campesinos que, lejos de verse beneficiados por la emancipación, se encontraron sujetos por la reforma agraria y fiscal. Mientras la industria crecía y el aparato estatal se hacía cada vez más fuerte, la servidumbre a la que siguió viéndose sometida esta masa ahora era legal. El mundo del capital crecía en Japón sustentado en gran parte por trabajadores agrícolas que continuaban pagando su renta en especie.

NOTAS:

1 ANDERSON, Perry; El Estado absolutista, Siglo XXI, 1983, Págs. 455-458

2 TAKAHASHI, Kohachiro; Del feudalismo al capitalismo. Problemas de la transición, Crítica, Barcelona, 1986, Págs. 66-71

3 ANDERSON, Perry; Op. cit. Pág. 459

4 Sobre el confucionismo en Japón: MORISHIMA, Michio; Por qué ha «triunfado» el Japón, Ediciones Folio, 1997

5 TAKAHASHI, Kohachiro; Op. cit. Págs. 75-78

6 Ibid. , Págs. 80-83

7 Publicación Spartacist en español n° 33, La Restauración Meiji: Una revolución proburguesa no democrática (www.icl-fi.org/espanol/spe)

8 Ibid.

9 Ibid.

10 Ibid.

11 Ibid.

12 TAKAHASHI, Kohachiro; Op. cit. Páfs. 98-101

13 Ibid. Pág. 105

14 Publicación Spartacist, Op. cit.

15 TAKAHASHI, Kohachiro; Op. cit. Pág. 113