A los críticos literarios españoles,los más venales, cobardes e incompetentes del mundo. E pur si muove Lejos de mi ánimo negar legitimidad al uso de la primera persona en un relato, incluso en una novela. Sin embargo, ya una vez señalé que el hecho de que Javier Marías, que se pretende novelista, y al que […]
A los críticos literarios españoles,
los más venales, cobardes
e incompetentes del mundo.
E pur si muove
Lejos de mi ánimo negar legitimidad al uso de la primera persona en un relato, incluso en una novela. Sin embargo, ya una vez señalé que el hecho de que Javier Marías, que se pretende novelista, y al que críticos y profesores de literatura consideran tal, redactase todos los suyos así, debería dar que pensar a unos y otros. A mí no me dio mucho que pensar, porque, apenas leí una docena de páginas suyas, supe que no era novelista ni lo sería jamás. Está incapacitado para levantar un mundo imaginario, ese «segundo mundo», semejante pero distinto al mundo real, en que consiste toda verdadera novela. De ahí que se refugie en su ego, no muy lleno por otra parte.
Generalmente, las narraciones en primera persona no son novelas -no sirven para crear una realidad «otra», un segundo mundo-, sino relatos. Para que sean auténticas novelas, dotadas de realidad aparte, una narración en primera persona requiere estar realizada con el talento del Galdós de Lo prohibido, al que no se aproxima ni tanto así el de Javier Marías, para desgracia suya, de sus allegados, de sus fabricantes, de sus panegiristas y de sus admiradores.
Las narraciones en primera persona rara vez son novelas, digo. Con excepciones como la señalada, son relatos. Aquí, en España, no se tiene en cuenta la distinción entre roman y recit, que sí tienen muy en cuenta los franceses, que hasta consignan uno u otro nombre en las cubiertas de los libros. El lenguaje del relato refiere los acontecimientos de una realidad pretérita. El lenguaje novelístico presentiza esos acontecimientos, aludiendo a sucesos del pasado como sucesos presentes -aunque el redactor utilice el verbo en pretérito- que realiza, los hace realidad literaria, viva como tal en esa cámara oscura en que se constituye la mente del lector. (Vid. M. García Viñó, Teoría de la novela, Barcelona, Anthropos, 2005).
El lector de un relato cree, bajo palabra de escritor, lo que el autor le cuenta. El lector de una novela tiene que ver para creer. Por tanto, el novelista no puede limitarse a decir lo que pasó, tiene que plantarlo, con bulto, consistencia y objetividad, delante del lector. Y esto vale también para la caracterización de los personajes. Demostraré en su momento que Javier Marías no ha creado en su vida un solo personaje, en el sentido estético del término, por muchos nombres que espurree por sus deslavazadas páginas, repletas de digresiones pseudoensayísticas o blandamente memorialistas. A quien quiera narrar al modo novelístico, no le basta con que diga al lector, por ejemplo, que Fulano era un cínico, o un malvado. Tiene que hacer actuar al personaje de manera que el lector deduzca que es una cosa o la otra. En la propaganda (exagerada y mentirosa) de una obra de Marías, se afirmaba que «en esta novela, un avión cruza el cielo de Madrid pilotado por un tuerto…» Ni mucho menos. El autor decía que un avión hacía eso, pero el lector no «veía» ningún cielo ni ningún avión ni ningún piloto ni nada.
Creo que la trampa en que han caído los acomodaticios, influenciables, complacientes y bien dispuestos críticos literarios españoles comienza en las tan bien hechas como embusteras contraportadas de los libros, donde se resumen como las novelas que no son y, donde se dicta a los críticos lo que tienen que ver y a los periodistas lo que tienen que decir y a los lectores lo que tienen que apreciar. Son los métodos de la industria cultural. Y los complacientes críticos pican hasta en casos como el siguiente: en la contracubierta de Mañana en la batalla piensa en mí (Cfr. mi ensayo Mañana en la batalla piensa en Marías (Rebelión, 25-12-05), en el que demuestro cuán ridícula toda esta nivola es. De hecho, en el Centro de Documentación de la Novela Española, se ha demostrado que Marías es lo que allí llamamos un «ente de risión», esto es, un escritor del que se puede uno cachondear hasta perder el habla), en la contracubierta de ese libro, iba a decir, se afirma: <
Javier Marías, sin duda el mayor humorista involuntario del orbe, constituye una estafa editorial, como demuestro en mi ensayo Javier Marías, una estafa editorial (Rebelión, 2-10-05). Pero vayamos con el último producto vomitado por nuestro autor de cabecera: Tu rostro mañana 3 Veneno y sombra y adiós. Pienso que se puede entender sin ese requisito, pero quien no se fíe de mis citas, tenga delante las primeras páginas, hasta el blanco, la obra mencionada.
Decía Edgar Poe, en su Filosofía de la composición -el de composición es término fundamental en estética literaria, como en estética de las artes pláticas, cuyo significado los críticos españoles parecen desconocer-, que todo poema, relato o lo que fuere debe supeditar su fuerza a la fuerza del último verso, última estrofa, último capítulo, que debe ser el más potente, aunque ello obligue a rebajar la de los anteriores, algo que siempre he entendido como dicho con una intención más programática que real.
No creo que Javier Marías haya pretendido seguir a Poe, como pudiera dar a entender el hecho de que el primer párrafo de su libro es literariamente endeblísimo, porque la verdad es que, tras él, inicia la cuesta abajo a más que endiablada velocidad. Voy a hacer algunas consideraciones. Busque el lector dónde acoplarlas.
-Las enumeraciones inútiles -no aportan realidad alguna aunque sean exhaustivas–, que parecen no tener otro objeto que engordar el texto forman parte del (no)estilo de este (no)escritor.
-El de hacer generalizaciones estúpidas -lo hemos señalado muchas veces- es vicio común a todo el grupo de escritores del sistema, los bestsellerados, por otra denominación. Así, por ejemplo, para el propio Marías (Todas las almas), todos los basureros de Oxford hacen lo mismo, minuto a minuto, desde que salen a la calle. En otra «novela» (Corazón tan blanco), absolutamente todos los traductores españoles de la ONU, «sólo pueden dedicarse los domingos […] a pasear un poco, mirar desde lejos a los toxicómanos y a los delincuentes futuros […], leer el New York Times gigantesco durante todo el día hasta beber zumos energéticos o de tuttifrutti…» En la misma novela (221), dice que todo el mundo duda de su mejor amigo. Para Rosa Montero, absolutamente todas las escritoras de literatura infantil son una viejas resentidas que odian a los niños, y todas las ancianas en silla de rueda van a los aeropuertos para cometer alguna acción perversa. Para Almudena Grandes, todo hombre al que no le gusten las mollejas es aburrido en la cama. Para Muñoz Molina, la totalidad de los gatos del planeta, por la noche, son pardos. Tengo fichados numerosos ejemplos.)
-En este texto, Marías retuerce el fluir de su débil pensamiento, tanto formal como conceptualmente, hasta perderse en las nubes olvidándose del lector.
-La precisión de que ya no hay trincheras constituye una chorrada memorable, en la que sólo puede incurrir quien es víctima del prurito de la exhaustividad, que es mucho menos expresiva, literariamente hablando, que la simple sugerencia o la alusión y de la dificultad de expresar lo que desea expresar.
-En su vana enumeración, Marías anacolutiza hasta al encuadernador: homogeneiza términos de contenido tan dispar como batalla y bombardeo, por un lado, y escuadrilla y trinchera por otro.
-La incapacidad de Marías para decir lo que quiere a que acabo casi de referirme la he mostrado, y demostrado, en críticas anteriores.
-Según él, a lo que irreflexiva y aburridamente enumera, se oponen «excepciones extraordinarias». Estoy seguro de que el académico ha tenido ocasión de contemplar muchas excepciones ordinarias.
–Marías, como escritor, es de una torpeza inusual, como he hecho ver al tratar de otros libros suyos. Ni una sola vez resuelve los problemas expresivos que se le presentan, lo que a veces le obliga a dar un rodeo desmañado, por las trincheras o por cualquier otra parte. Su escritura se muestra completamente reñida con la armonía y la claridad, y por supuesto con la literareidad. Yo reto a sus panegiristas a que señalen un solo párrafo suyo que se pudiera poner de ejemplo a los niños de los colegios en una clase de redacción. Por otra parte, tampoco es expresiva. Más bien ayuda a que los objetos o los acontecimientos tiendan a desaparecer de la atención del lector.
Por lo demás, hay que decir que toda presunta coartada aludiendo a mezcla de géneros, autobiografía, recreación de la historia, etc. intenta ocultar la impotencia de Marías, como de tantos pseudonovelistas (Juan Manuel de Prada, Millás, Cercas, etc), para escribir una auténtica novela, así como el mal momento que atraviesa la literatura española, como todo el mundo reconoce, aunque sin señalar culpables.
En cuanto al «pensamiento»….
-Allá él con su egoísmo miserable, que le lleva a preferir la muerte de un ser amado, «incluso un hijo», a la suya, pero las estadísticas y la escala de valores de las personas de bien -la mayoría– señalan exactamente todo lo contrario a lo que él afirma. Y es que en el hombre, como dijo Albert Camus, en su memorable discurso en Estocolmo, hay más cosas dignas de admiración que de desprecio. Aparte de que nadie puede prever cómo va a responder un ser humano ante una situación límite. El está seguro de cuál sería su cobarde y nada altruista actitud ante un peligro, la cual, afortunadamente, no es la que dicta el sentir común de la colectividad. Es, la suya, otra de las generalizaciones estúpidas a que me refería antes. Más aún, todo cuanto dice en el desdichado arranque de su libro, que ya veremos que no es novela, contradice lo que, en el culturalmente venturoso siglo XX, se pregonó sobre el escritor como referente moral de la sociedad (V. mi artículo Nostalgia del escritor como héroe). Un tipo de escritor que Muñoz Molina y Arturo Pérez Reverte, como el propio Marías, se toman a broma. Ellos defienden la novela de entretenimiento y se burlan de la novela con mensaje. El que quiera mandar un mensaje, parece ser que dijo un imbécil, y Muñoz lo repite siempre que puede, que ponga un telegrama.
Se trata de una dejación total de -y una traición a– lo que Nietzsche consideraba el estado de escritor. Tomar el ser escritor como una profesión, como lo toman los inquilinos de las listas de libros más vendidos para bien de la industria cultural, debe ser tomado, cuando menos -añadía el creador de Así habló Zarathustra— como una manifestación de estulticia.
Permítase poner unos ejemplos de la antes aludida torpeza de Javier Marías. Y de sus incorrecciones lingüísticas y gramaticales, que ni con la mejor voluntad se pueden considerar, como pretende él mismo y como pretenden también sus hagiógrafos, experimentos o detalles de vanguardismo. El siguiente sublime párrafo es de Todas las almas (p. 144):
<
«Que tenga la polla en la boca de Muriel es incomprensible».
«Ahora no bebe ni fuma ni mastica, ni ríe ni dice nada, porque tiene mi polla en la boca y está distraída, y sólo eso cabe. Yo tampoco hablo, pero no estoy distraído, sino que estoy pensando».
«Con ella no echo en falta lo que siempre echo en falta cuando me acuesto con Clare: que la polla tenga ojo».
«Tengo la polla en su boca o ella tiene su boca en ella, puesto que ha sido su boca la que ha venido a encontrarla».>>
Quien escribe algo como lo transcrito, se ha dicho en el CDNE, es un capullo, aunque disfrute de la clarividencia necesaria para saber que tiene en la boca lo que tiene en la boca -asombroso-, y ejerza su menester de pensador durante una felación. En las dos última líneas de la cita, obsérvese la torpeza de alguien que no es capaz de decir lo que intenta decir.
Se trata de la misma persona que, en un artículo publicado en El Semanal, informaba de que «ETA mató a un concejal sevillano con su mujer incluida». Sólo esto bastaría para descalificar a alguien como escritor. Pero aduzcamos otro rotundo ejemplo, éste de Corazón tan blanco (188):
<>. Estas tres líneas constituyen otro delito, asimismo merecedor de que la RAE, en lugar de nombrarlo académico a dedo, desprovea a quien lo ha cometido del permiso de escribir. Ignora lo que quiere decir viril, confunde aroma con perfume y distintos con dispares, habla de contaminación al referirse a la permanencia de un olor y demuestra creer, como tantos analfabetos, que sendos significa dos. (En pág. 242 hablará de «sendos fines de semana, para referirse también a dos.
Marías cree ver varias veces a una determinada mujer. Una vez, está seguro de que es ella. Lo dice así: «Pero esta vez que fue cierta -diez días después- fue todo muy rápido y además había viento» (Todas las almas, 26). Páginas más arriba (143), ver a la mujer sigue creándole problemas: «Como en aquella segunda oportunidad si es que era ella en esta tercera: hacía más de un año que no la veía, y antes fue tan escaso), me di cuenta […] Yo me volví como aquella otra vez, pero ella no, esta vez que no estoy tan seguro de que fuera ella». (El lector que desee ampliar sus conocimientos sobre quien mejor escribe el castellano en estos tiempos, según los críticos y los profesores universitarios -curiosamente, los catedráticos de instituto son todos muy críticos con Marías-, puede encontrar algo más de un millar de coces mariasnas contra la gramática, el diccionario y el sentido común, en los Cuadernos de Crítica del Centro de Documentación de la Novela Española).
Finalmente: <
Quien esté familiarizado con el método de la crítica acompasada (su consistencia la puede conocer el lector interesado en el primer texto de la sección Cuadernos de crítica de La Fiera Literaria digital: www.lafieraliteraria.com ), quien esté familiarizado con el método de la crítica acompasada, iba a decir, sabe que se hace mediante anotaciones, como su nombre indica, llevadas a cabo al compás de la lectura; anotaciones sobre las que nunca se vuelve para corregir o modificar lo escrito: se trata de comunicar las impresión de un lector especializado. Inmediatamente después de lo comentado, se lee: «Y mientras él hablaba me vino a la cabeza…», lo que pudiera servir para objetársenos de contrario que lo que hemos criticado como defensa del egoísmo más censurable por parte de Marías, no es cosa suya como autor, sino de un personaje. Aparte de que en ninguna obra de Marías hay personajes -Marías está incapacitado para crear personajes, ambientes y demás componentes de ese «segundo mundo» que debe ser una novela, todo lo que hay en sus desordenados relatos son él y sus circunstancias. O lo que es lo mismo, un viaje aventurado en torno a su propio ombligo. La facultad de distanciarse de la realidad para volver a ella desde fuera, esencial para todo creador, como vengo diciendo desde hace medio siglo, no la tiene este conocido hombre de letras. Dicho con otras palabras: Marías no sabe escribir, novelísticamente hablando, de otra cosa que de sí mismo y de lo, más o menos sin médula, que él piensa. Pero, sobre todo, quien esté medianamente familiarizado con algunas otras obras del presunto, y leído algunos artículos suyos sabe que ésa es «doctrina» mariasnal. Y hay que añadir que, como lenguaje coloquial, resulta indamisible.
Del mismo calibre antiliterario e indicador de falta de recursos expresivos que aquél «cuando las había» referido a las trincheras, es la indicación de que unas veces televisan las corridas de toros y otra, no. Y es que Marías, el gran novelista, se ha metido en su primera digresión (pág. 14, segunda del texto, y 15), de las muchas que tendrá el libro. En el CDNE se ha comprobado que la mayoría de los bodrios del oxionense contienen más líneas divagatorias que presuntamente narrativas. Este paseo por las nieblas mentales versa sobre los toreros, quienes temen -¡todos!-«el horror narrativo más que a la peste». ¿Qué será «un horror narrativo»? Para mí es un horror narrativo cualquier libro de Marías, pero ¿para un torero?
La segunda e inmediata digresión -pág. 15– es filológica: sobre cómo traducir la expresión «vergüenza torera».
Pág. 15.- Entre Marías y su amigo y alter ego Tupra establecen que en el Reino Unido no hay toreros.
Id.- Necesita otra cuña de estética antilitetaria (entre paréntesis: «ya sabes, es él o yo») para proseguir la divagación sobre el antiheróico y yo diría que antihumano egoísmo. A las pruebas aducidas, añado en este punto otra: Tupra y Marías se expresan exactamente igual. El lector que espere enterarse de cómo es el «personaje» Tupra puede esperar haciendo crucigramas en inglés.
Pág. 16.- Nueva digresión filológica -antinovelesca- sobre la expresión «sálvese quien pueda», que los críticos españoles habrán disfrutado, pues todos ellos son filólogos, aunque no muy competentes.
Hasta el final del primer capítulo, parágrafo o lo que sea, el autor sigue impartiendo su curso de antinovela. La digresión señalada en el punto anterior, sin perderla de vista, la adorna con unos recuerdos de su servicio militar.