En toda la historia reciente de Colombia, quizás no exista una figura más controvertida que la de Jorge Eliecer Gaitán: caudillo político, abogado, propagandista, populista y senador que marcó, de un modo indeleble, la historia del siglo XX. Buscaríamos inútilmente en los anales de la historia de nuestro país una figura semejante, salvo quizás con la única excepción de su mayor rival político Laureano Gómez. Sin duda, Gaitán ha sido una figura controversial y mucho más después de su asesinato que desató uno de los mayores cataclismos de nuestra historia: la Violencia. Pero para comprender su significado, es necesario situar contextualmente la importancia que tiene Gaitán en su periodo histórico y comprender que muchas de las críticas que realizó en su momento no han perdido vigencia, sino que más bien los fenómenos a los que dio origen su movimiento de masas se han hecho cada vez más actuales, profundizándose los problemas sociales contra los cuales levantó su bandera populista. Entre todas sus críticas, tal vez no exista una que tenga mayor importancia hoy día que su distinción entre un “país político” y un “país nacional”, es decir, el descubrimiento de la existencia de dos sociedades enfrentadas, cada una con su agenda y con sus propios problemas. Gaitán planteó el problema en los términos siguientes: “En Colombia hay dos países: el país político que piensa en sus empleos, en su mecánica y en su poder y el país nacional que piensa en su trabajo, en su salud, en su cultura desatendidos por el país político. El país político tiene rutas distintas al país nacional. ¡Tremendo drama en la historia de un pueblo!” (1). Es decir, la lucha entre una nación compuesta por clientelismo, políticos sin escrúpulos, una burocracia nacional corrompida y una élite económica y administrativa que se usufructúa del Estado en contra de una ciudadanía de productores, gentes ordinarias y hombres de a pie que no ven sus expectativas cumplidas en un ambiente de corrupción general.
Ahora bien, ¿cómo semejante división afectaba a la Colombia de la época de Gaitán y por qué este líder populista llegó a semejantes conclusiones? Si nos retrotraemos en el tiempo y volvemos a la época del caudillo liberal, podemos ver como estos dos países lentamente se perfilan en el horizonte de la Colombia de ese entonces. Podríamos decir que Colombia vivió su máxima ola populista en la primera mitad del siglo XX, cuando las masas colombianas, después de un siglo de guerras civiles y derramamiento de sangre, se vieron por fin lanzadas a la vorágine de la modernización económica, fruto de la exportación del café y la integración de la economía nacional en el mercado global. Este proceso, que algunos historiadores han llamado la época del imperialismo (2), abre en Colombia un inesperado proceso de crecimiento económico en el cual el capitalismo se implanta con gran fuerza. Mientras que el país aún no salía del desconcierto de la pérdida de Panamá, comenzaron a llegar a territorio nacional compañías extranjeras e intereses foráneos, como la United Fruit Company o la Tropical Oil Company, que explotaban a la población nacional de un modo injusto y jamás visto en la historia. “No es falso”, escribe el periodista de derecha Eduardo Mackenzie, “que la United Fruit Company era dura con los obreros. La empresa se negaba a pagar las prestaciones sociales previstas por la ley colombiana, so pretexto de que ella no era el empleador directo. Los trabajadores colombianos de la UFC vivían en condiciones inferiores a los trabajadores extranjeros. La jornada de trabajo era de 18 horas. Algunos obreros llevaban a sus hijos a las plantaciones para que les ayudaran a trabajar, pero los niños no recibían pago alguno… esos salarios eran pagados con bonos que obligaban a los obreros a comprar sus provisiones en las cooperativas de la empresa” (3). Por si fuera poco, a la explotación indiscriminada de las masas por el capitalismo extranjero, se sumaba la aparición de una oligarquía nacional cada vez más rica y con un estilo de vida costoso. El escritor extranjero Negley Farson escribía en un tono de irrealidad este hecho al llegar a Bogotá, y de una forma mucho más contundente después de haber recorrido el país y ser testigo de la miseria de la gente corriente. Se asombró de ver en la capital “limosinas ronroneantes”, camiones y taxis, enmarcados por tiendas “no inferiores a los Picadelly o al Boulevard des Capucines”, y en medio del brillo observaba a “enconados indios” que evitaban las luces del tráfico, “trotando ante las tiendas a las que nunca entraban… enanos que circulaban con una mirada resentida” (4). “Nunca antes”, dicen dos historiadores modernos, “la sociedad bogotana gozó de más lujo, ni fueron más ele-gantes sus reuniones, ni más numerosos los automóviles de alto costo, ni mostró el público mayores deseos de diversiones” (5).
Mientras tanto, en Colombia la llegada del capitalismo exacerbó dos de los fenómenos más importantes del siglo XX: el nacionalismo y el socialismo. Y en nuestro país éstas dos corrientes sin duda marcharon de la mano. Comentando la concepción que tenían los socialistas de la primera mitad del siglo XX del patriotismo, el historiador Isidro Vanegas Useche escribe: “Para esos activistas, la Revolución Neogranadina era el origen y el destino de la nación colombiana: el objeto de la intervención en la arena política era culminar el proyecto de independencia nacional frente a las demás naciones, pero también era culminar el proyecto de libertad, igualdad y fraternidad que debía cobijar a todos los ciudadanos” (6). En este sentido, el socialismo era concebido como una garantía de la independencia nacional frente a los poderes extranjeros, y especialmente frente al imperialismo norteamericano, que en ese entonces estaba muy activo en todo el mar Caribe y que había invadido Colombia, Nicaragua, Haití y Cuba. Es en este contexto que aparece Gaitán, representante no de un socialismo tecnocrático elitista y burocrático como el de Alfonso López Pumarejo, o un comunismo importado desde el exterior y al servicio de Moscú como Gilberto Vieira, sino de un socialismo autóctono, nacional y orgánico que hablaba a un pueblo que se encontraba cada vez más radicalizado. Jorge Eliecer Gaitán era el representante de un populismo en ascenso que cargaba una profunda mística. Hijo de una familia empobrecida, se había labrado un lugar para sí al convertirse en abogado, conduciendo autos de último modelo y vistiendo a su mujer con trajes de pieles, sus admiradores contemplaban en este líder nato la imagen de aquello que querían llegar a ser. Él mismo “estableció un vínculo físico entre él y sus seguidores, tomando cerveza y jugando tejo con ellos, y utilizando metáforas orgánicas cuando hablaba, de manera sorprendentemente similar a la de la terminología conocida del discurso social de la Iglesia católica. En aquellos discursos, Gaitán puntuaba sus frases con gestos dramáticos, blandiendo el puño en alto, transpirando a través de su ropa. Los críticos decían que Gaitán se limitaba a imitar el estilo oratorio de Benito Mussolini y se burlaban de la manera como aceitaba ligeramente su cabello, para que ceda sin dificultad al poder de la elocuencia” (7). Los seguidores de Gaitán lo veían como un ejemplo de éxito y lo seguían extasiados cuando el caudillo arengaba a las masas populares a oponerse a un sistema social injusto donde el hijo de un presidente del “país político” tenía todas las garantías del éxito, mientras que se dejaba de lado las necesidades de un “país nacional” empobrecido: “La visión de Gaitán arengando a una multitud de seguidores salvajemente entusiastas e igual de morenos que él intimidaba a los serios integrantes del ´país político´ colombiano. Incluso los dientes de Gaitán intimidaban a sus enemigos políticos. Grandes y levemente protuberantes, eran considerados por algunos como metáforas del amenazador movimiento que dirigía” (8).
Para Gaitán, el problema de Colombia yacía en el hecho de que los medios económicos estaban anclados a una visión individualista de la propiedad privada propia del siglo XIX, pero mientras que la industria había avanzado, era necesario socializar las fábricas y las ganancias para de este modo mantener la paridad económica y nivelar a los actores políticos. Estas ideas, que había expuesto en su tesis de doctorado Las ideas socialistas en Colombia, fueron la guía de toda su carrera política: “mientras las multitudes no se ilustren ni se instruyan, y esto solo es posible cuando el trabajo permita a los hombres retener de la producción lo que la justicia le corresponde, vano y fútil es pensar en la equidad representativa” (9). Pero esta equidad e igualdad económica no significa en ningún modo igualitarismo, ni mucho menos represión de las auténticas capacidades de cada uno. Al contrario, Gaitán jamás cuestionó la desigualdad de los hombres y sus diferentes caracteres, que los veía como una gran riqueza, y en cambio veía en la justicia social un modo de implantar la desigualdad entre los hombres. Comentando la experiencia de la Unión Soviética y su triunfo técnico y militar sobre los alemanes en Stalingrado, Gaitán escribía que “si los campesinos y obreros de ayer han demostrado ser hoy poseedores de una riqueza científica superior… es porque la capacidad personal, la dedicación estudiosa y el trabajo que ambas suponen, fueron reconocidos y estimulados… ¿Quién me negará que este es el fin de la democracia: no la igualdad sino la desigualdad a base de la autenticidad de méritos? La desigualdad a la cual se llega por el camino de la justicia, al revés de lo que muchas democracias presentan, la injusticia a través del camino de la desigualdad” (10). Este concepto organicista de la democracia, que se alejaba del igualitarismo marxista y proclamaba una desigualdad por medio de las capacidades, acercaba la posición de Gaitán a las ideas de Tercera Posición, que también condenaban el injusto usufructo de las masas por parte de una plutocracia oligárquica que – nutrida por la usura, el cosmopolitismo y el liberalismo – se habían convertido en enemigos de la nación. La diferenciación entre el “país nacional” y el país político sin duda adquiere aquí su claridad y se convierte en una definición clara de la realidad nacional. El uso de estos conceptos, al igual que el reclamo de una justicia social hacia los más pobres, no pasaron desapercibidos al resto de los actores políticos, que contemplaban con agrado las posiciones que Gaitán había adoptado con los años. “Quienes se encontraban en la extrema derecha, Laureano Gómez y sus seguidores, apreciaron la forma como Gaitán les había ayudado a dividir al Partido Liberal. Pero más allá de esto, encontraban aspectos para alabar en el programa de Gaitán. A Gómez le agradaba la manera «semejante a las Maurras» como azotaba Gaitán al gobierno con la expresión «país político» y la concepción orgánica de la sociedad implícita en la expresión «país nacional».» Gómez aprobaba también el llamado de Gaitán a la restauración moral. Diez años antes, los dos hombres habían sido aliados políticos en una batalla contra la corrupción política en el departamento de Cundinamarca, de donde ambos eran oriundos. Durante aquella campaña, se habían elogiado mutuamente de manera exagerada” (11). El trágico asesinato del caudillo liberal sin duda detuvo la posibilidad de una convergencia entre las dos posiciones políticas, en donde la izquierda disidente del liberalismo se unía poco a poco a la derecha disidente del conservatismo, impidiendo la creación de un populismo integral que hubiera derrocado al país político.
A pesar de todo, la vigencia del populismo gaitanista y sobre todo si pensamos que la brecha abierta entre el “país nacional” y el “país político” está lejos de cerrarse. En todas partes los niveles de corrupción, pobreza y desigualdad se siguen sintiendo, mientras que la división entre ambas sociedades sigue sin cerrarse. Por todas partes, el empleo y el usufructo corrupto del Estado llevado a cabo por “manzanillos, clientes y políticos inescrupulosos” sigue vigente, y mientras siga vigente significa que el “país nacional” jamás ha podido expresarse realmente. En Colombia el populismo ha sido despreciado y, en la mayoría de los casos, considerado como un fenómeno adverso a la política partidista, siendo incluso frenado por medio de la violencia y el destierro o asesinato de sus líderes orgánicos. En este sentido, el populismo colombiano ha sido una fuerza cargada con un gran poder destructivo que ha terminado por naufragar varias veces en la historia y que hoy sigue siendo una amenaza para el orden establecido. Pero debe ser nuestra tarea restaurar este mismo populismo y usarlo como medio político para hacer emerger, una vez más, la cara oculta de la realidad nacional colombiana, la verdadera Colombia, cuyo Sagrado Corazón sigue perforado por el pecado y la injusticia. Allí es donde los guerreros de la Virgen y los profetas intervendrán, abriendo el camino de la nueva radicalidad nacional y social que instaurará el Reino de la Virgen.
Notas:
1. Jorge Eliécer Gaitán, Los mejores discursos de Gaitán, ed., Bogotá, Jorvi, 1968, p. 423.
2. Eric Hosbawn, La Era del imperio, Crítica, Buenos Aires, 2009.
3. Eduardo Mackenzie, Las Farc, Editorial Planeta, Bogota, 2007, pág. 36.
4. Negley Farson, Transgressor in the Tropics, Nueva York, Harcourt Brace, 1938, pp. 148-152.
5. Patricia Londoño Vega y Santiago Londoño Vélez, «Vida diaria en las ciudades colombianas», en: Álvaro Tirado Mejía, ed., Nueva historia de Colombia, vol. 4, Bogotá, Planeta, 1989, p. 336.
6. Isidro Vanegas Useche, “Patriotismo o universalismo proletario”, en Historia y Memoria, N. 7, julio-diciembre de 2013, Tunja, Colombia, pág. 281-282.
7. James D. Henderson, La modernización en Colombia, Universidad de Anitoquia, 2006, Medellín, Colombia, pág. 429.
8. Ibíd.
9. Jorge Eliecer Gaitán, Las ideas socialistas en Colombia, ed., Bogotá, Jorvi, 1968, p. 159.
10. Jorge Eliécer Gaitán, Los mejores discursos de Gaitán, ed., Bogotá, Jorvi, 1968, p. 371.
11. James D. Henderson, La modernización en Colombia, Universidad de Anitoquia, 2006, Medellín, Colombia, pág. 428.