Recomiendo:
0

Jorge Riechmann, husmeador de lo posible

Fuentes: Rebelión

(Con motivo de una presentación de Jorge Riechmann en Málaga, como poeta, hace algún tiempo, y ateniéndonos a sus textos)

«Oh, alma mía, no aspires a la vida inmortal

y esfuérzate en la acción a ti posible»,

Oda V de Píndaro

Jorge Riechmann (Madrid, 1962) hace profesión de fe de intrascendencia. Acota, así, éste del otro mundo, eligiendo sólo pacer sobre esta T(t)ierra. Como buen ateo, o quizás agnóstico, o ambas cosas, se toma en serio todo eso de «lo de tejas para abajo». Eso sí, de manera desmedida (y antinómica: no soy siervo de nadie y tú eres mi dueña). Como a veces me dice a mí una buena amiga, «que parece que te vas a morir mañana, no escancies el mundo en un solo trago».

Los ateos son gentes muy interesantes. No renuncian ni a lo inesperado, ni a lo probable (a esto para qué), ni a lo improbable posible. Están siempre atentos: Veamos -nos dice: después de una hora contemplando el mar /salta el delfín/ pero los ojos han de estar abiertos. Los ateos escuchan más que ven de vista natural. Tienen también visiones fulgurantes. Adoran las palabras, la palabra que revela: a qué más /si tanta suerte tuve/ de tener la palabra/ palabra.

Saben de su pequeñez, quizás insignificancia comparada con el cosmos: la historia: algunas notas borroneadas a píe de página/ y un puñado de interpolaciones apócrifas/ en el gran hilo humano/ animal mineral bacteriano galáctico/ de la poesía.

La historia (esa remisión inacabable del allende al aquende, que en el límite el tiempo se convierte en espacio) sigue, la vida lo es todo. Los seres humanos no somos apenas una nota a píe de página (otra) de los Diálogos Cósmicos; pero esa breve nota es la que nos proporciona el sentido. Es el hilo de la obra inacabada que nos conecta.

El vínculo, nos lo está siempre recordando Jorge, está ahí, no aquí, ni allí, ahí.

Nos dice: pocas ideas más importantes para mí que la de vínculo. Como dice el texto sioux, todo lo viviente está unido por un cordón umbilical, las altas montañas y los arroyos, el maíz y el búfalo que pace, el héroe más valiente y el tramposo coyote…

¿Qué otros vínculos?: le cedo la palabra al poeta:

Los que unen a los ciudadanos en la asamblea y a los amantes en el lecho; los vínculos entre el pasado y el futuro, y entre la memoria de uno y la de los demás; los vínculos entre uno mismo y su propia experiencia; entre el acto y sus consecuencias; entre los genes del hombre y los del pez; entre el agua que me constituye y el agua del océano. Los vínculos son internos a este mundo.

Y en el reverso, como bien veía Freud «el instinto de destrucción busca la disolución de las conexiones, destruyendo así las cosas».

Ahí. Le hemos seguido el rastro y ha resultado revelador: viene del latín hic como aquí, pero así como este adverbio procede de eccum hic (eccum es meramente enfático), ahí procede de ad hic. La diferencia entre los dos adverbios es la preposición ad, que en latín es «cerca de». Dice Corominas que la acepción que hoy parece típica «cerca del lugar donde tú estas» no está documentada antes de la Celestina.

Hemos llegado a donde yo quería llegar. Decir ahí denota proximidad, espacio-tiempo, territorio-historia, contigo. Nos dice el poeta: «casi todo lo que intento formular está contenido en estas cuatro sílabas: ahí, no, entre: tres palabritas básicas»

El no del non serviam de Lucifer (el hacedor de luz) en el primer acto de insumisión contra el Dios, madre de todas las resistencias y rebeliones.

El no en positivo, del diálogo que no debe cesar, entre la poesía y el devenir histórico del ser humano.

El no de la contingencia de ese devenir «que implica que las cosas no tienen que ser como son actualmente, que se las puede alterar y que pueden ser mejores de lo que son», que dice Bauman, citado por Riechmann en su Resistencia de Materiales. Fin del «Fin de la Historia» y otras finalizaciones neoliberales, pero apertura de otros fines.

 

Entre , la otra palabrita básica, es la relativa al vínculo, la que constituye la comunidad, la que nos salva de la muerte. Por eso Jorge se declara, sin ambages, comunista. Y adjudica a la poesía un carácter anticapitalista; porque la poesía esta ahí, entre nosotros, y el capitalismo individualiza, fragmenta, nos constituye en muchedumbres solitarias, que diría su cuasi homónino Riesman. Por ello lo que une y lo que desune son antitéticos e irreconciliables. Esa comunidad no es una institución ideal de diálogo porque siempre estaremos en medio de malentendidos. Nos dice: vivimos unos con otros a fuerza de entendernos mal. Que no cese nunca este esfuerzo.

En su trascendencia inmanente, Jorge nos propone recuperar lo sagrado para deshacer el monopolio de los profesionales del ramo (porque, nos dice, el cielo del materialismo no está huero: es también un espacio para la epifanía de lo sagrado, para el despliegue del poder de creación de los seres humanos).

  Recuperar la oración: la meditación sobre un texto esencial es una forma de meditación, comenta Riechmann.

Recuperar la propia meditación, para soportarnos pascalianamente cuando andemos en la soledad de nuestra habitación propia.

Recuperar lo que cuenta: la dignidad, la amistad, el respeto franciscano ante el universo: hermano lobo. Ferlosio se resiste a darle carácter sagrado a la palabra, como estaríamos tentados nosotros de incluirla en la anterior relación. Lleva razón, si se sacraliza se descomunaliza, aunque, como dice Riechmann, el lenguaje es el vínculo esencial, y vínculo es religión, etimológicamente reunión. Conclusión dialéctica: la palabra es profana (común) siendo sagrada (descomunal).

Los que están a cubierto, resguardados por sus dioses, se ríen del barón de Munchausen porque trata de elevarse tirándose inmanentemente de su propia coleta. Los que atisbamos que los fundamentos se remiten unos a otros indefinidamente, apreciamos la inteligencia vital del barón que sabe que estando a la intemperie el sol culminará su empeño. Somos hijos de las estrellas desde el principio al fin, y el grave extravío civilizatorio que sufrimos se debe a nuestra imposible pretensión de ser como dioses, y poder independizarnos de Gaia. Nos queda como guía fundamental para evitar la catástrofe la biomímesis, de la que Riechmann acaba de regalarnos un impagable ensayo (como todos los que él hace) donde la prosa y poesía se entreveran.

No es lo mismo ocho que ochenta , como repite Jorge contra el relativismo moral y epistemológico de nuestra época.

Se queja, qué difícil mantenerse en ese lugar de frontera que es el nuestro: el de los seres humanos.

Y nos propone: polvo somos y al polvo volveremos (la famosa letanía del miércoles de ceniza): pero entre medias, como recordaba el dicho jasídico, podemos beber un buen vaso de vino y echar una buena siesta en la hamaca.

 

Por la urgencia de los tiempos, primero veamos cómo trata el relax de Occidente: Vivimos dentro de un orden socioeconómico que exhibe un grado de injusticia y destructividad inaudita (en términos no ya históricos sino hasta cósmicos) pero la actitud que prevalece entre los escritores, intelectuales y artistas del Imperio del Norte no es otra que una encanallada – y supuestamente elegante- «relájate y disfruta»

Porque, mirando la situación con frialdad, las perspectivas de que la especie humana se sobreviva a sí misma con alguna dignidad más allá del siglo XXI no parecen especialmente halagüeñas.

 

Hay una línea de alta tensión que une el «arte por el arte»con el fascismo.

Aquí cabe la pregunta de siempre y la respuesta de Bertolt Brecht:

En los tiempos sombríos/¿se cantará también?/también se cantará/ sobre los tiempos sombríos.

El ajuste de cuentas con el constructivismo radical lo despacha como siempre, en un serpenteo de, ni solo en contra, ni menos a favor:

«No hay experiencia directa y sin mediaciones de la vida inmediata y sensible».Nuestro reino es el de lo mediado siempre. Por el lenguaje, el inconsciente y la cultura: fuera de estas tres instancias no hay nada propiamente humano. Y como suscribiría Bateson, continúa: todo lo humano es inventado, construido; tal es la ley íntima- histórica- que rige nuestras vidas.

 

El constructivista radical se pregunta ¿hay algo fuera?, y así pone en duda la realidad exterior objetiva. Jorge responde inmediatamente:

Algo hay, claro. Algo como la mancha y el aroma de medio vaso de vino tinto… Algo hay, claro. Algo como el delicado amarillo del pan embebido en aceite.

Y cierra la discusión, porque en los tiempos que corren no disponemos de mucho tiempo para estas cuestiones, diciendo: Yo he dejado de prepararme para nada.

Leche agria de la ambivalencia, leche nutricia , podríamos concluir con él mismo.

Le molesta especialmente a Riechmann el primitivismo. Ese pretender que todo se frustró al abandonarse el paraíso de la inocencia, con la aparición del homo sapiens sapiens. Y nos puede llamar a engaño que, a la vez, abjure del progresismo imposible, del estilo del que espera que todo tiempo futuro será inevitablemente mejor. Por ello nos propone, también, desandar lo andado pero sabiendo que uno se va a encontrar en lugar diferente a aquel que estuvo, porque ha cambiado el sitio o ha cambiado uno: canta: han pasado cuatro años y eres otra- la misma, claro, y otra-, la metamorfosis se ha cumplido. Esto me recuerda a aquella sentencia enigmática de Maturana que en un festival de propuestas de cambio inesperadamente apostillaba «todo cambia en torno a lo que permanece». Claro, si leemos bien a Jorge para «avanzar» es necesario «volver» a la comunidad, a la interioridad, a la biomímesis (retroprogresividad, podríamos titular a esto).

De algo, sin embargo, nunca se vuelve: del amor a la amada: Amarte sin regreso.

La comunidad está claramente contenida en el poema titulado en los días en que se juzgaba a Scilingo:

 

Cuántos fueron

Cuántos fueron

No basta que me digan treinta mil

Yo necesito saber

si 29.998

ó 30.112

Díganme cuántos fueron.

 

Todos somos hermanos y una unidad es muy importante: por eso que estemos en la época de la historia de la humanidad en la que haya más seres humanos (y otros animales) que padezcan más hambre, sed y sufrimientos que nunca antes jamás, nos califica como una época muy, pero que muy poco civilizada, a pesar de nuestros refinamientos.

Pero no perdamos la esperanza

Tiemblo por el antílope, por el lobo y por el ser humano/ pero quedan y quedarán suficientes mohos, bacterias e insectos/ como para que este planeta siga siendo un lugar muy agradable.

Porque aún estamos a tiempo:

Estás

vivo

ahora

 

Y de nuevo surge la pregunta de Brecht: ¿hay un sitio para la belleza?

 

En nuestras tinieblas no hay un sitio para la Belleza. Todo el sitio es para la Belleza.

Quién así canta es Rene Char, en un impresionante documento de resistencia al nazismo titulado Hojas de Hipnos, del que Jorge es traductor.

Como en aquel chiste, en donde dos que van por calle ven pasar a una mujer y le dice el uno al otro » ¡qué hermosa mujer!», y el amigo, un científico recién moldeado, le apostilla, » pero date cuenta que la mayor parte es agua», «sí -le responde el de a píe-, será verdad, pero agua bendita«, como en aquel chiste, digo, Jorge nos refiere este otro diálogo entre él y dos más: Dice José María Valverde, «el poema es primordialmente ser de palabra», añade Riechmann, «no ser de concepto, ni de pálpito moral», y acota el maestro Viñals «es cierto que la poesía se hace con palabras. Pero con palabras de honor». De nuevo agua bendita.

La poesía, la Belleza, «es lo que ha de ser dicho» por necesidad de escribir, y un intentar, a la vez, «decir lo que no puede decirse», como dice José Hierro. Por eso los poetas verdaderos no saben bien por qué escriben; por eso la poesía no es concepto aunque lo contenga, no es moral aunque transforme y no es un soliloquio (el soliloquio, dice Riechmann, no es poético. El breve tiempo y la demasiada muerte nos vedan tales frivolidades. En poesía todo extrema hacia el tú).

De las lecturas poéticas que de tu obra he realizado para conocer como cantas (aunque he de reconocer que ya te había oído mucho), te digo que he salido tocado, y eso, sabes (te lo ha dicho Martínez Sarrión en el prólogo a tu libro Poema de uno que pasa), es la buena señal de que la obra es de calidad.

«Así como la índole de un hombre es deducible de su obra, la índole de una obra es deducible de la personalidad y de la conducta de su autor», al decir de José Viñals.

Que es desmedido escribiendo, a pesar de las recomendaciones délfícas que él mismo no para de recomendar y que aconsejan «de nada demasiado», lo reconoce en su Resistencia de Materiales cuando anuncia que ya que sabe escribir libros de 500 páginas, ahora quiere aprender a hacerlo de ochenta.

Su obra es ya extraordinaria: ensayos poéticos, éticos y biomiméticos; poesía pura, onírica, amorosa, de la experiencia, vinculada, practicable, sinuosa, metafísica, de acompañamiento…

Su vida lo es también, y que me perdone por decírselo en su cara: es coherente, apasionada, comprometida, o mejor vinculada, amorosa.

Me dieron por nombre Riechmann, del alemán riechen : oler, olfatear, husmear. Riechmann es el husmeador , yo he añadido » de lo posible» , como he tratado de justificar en este texto para aplicarlo a alguien que ama este mundo y que sólo cree en él.

Si mi lectura te ha resultado estúpida, por una vez, hazme el favor, no te culpes.

Te cedo la palabra no sin antes leer este poema tuyo que nos viene como anillo al dedo, en esta provincia de la especulación:

Desaparecen las eras/ y se construyen chalés adosados/ desaparecen los ríos/ y se construyen autopistas/ desaparecen los hombres y mujeres/ y da miedo mirar oler decir/ lo que están construyendo.

Muchas gracias.