Junio es un mes grato para el pensamiento revolucionario universal. Corresponde a la fecha de nacimiento de importantes figuras de la lucha popular en distintos confines. El 14 de junio nació Mariàtegui y el mismo día Ernesto Che Guevara. El 16, Juan Velasco Alvarado, el militar patriotas que impulsó cambios profundos en el Perú del […]
Junio es un mes grato para el pensamiento revolucionario universal. Corresponde a la fecha de nacimiento de importantes figuras de la lucha popular en distintos confines. El 14 de junio nació Mariàtegui y el mismo día Ernesto Che Guevara. El 16, Juan Velasco Alvarado, el militar patriotas que impulsó cambios profundos en el Perú del siglo pasado. El 18 vio la luz – en 1882- George Dimitrov, el gran líder revolucionario búlgaro. Y el 26 de junio de 1908 nació en Valparaíso Salvador Allende Gossens, el heroico Presidente de Chile. Honor a ellos y homenaje a sus legados.
El 14 de junio de 1894, en una pequeña ciudad situada en el sur del país, a más de mil kilómetros de la capital, nació José Carlos Mariátegui Lachira, quien sería, quizá, el más ilustre pensador peruano del siglo XX.
Hijo de una madre modesta, el infante se vio en problemas desde sus primeros años de vida. Siendo aún niño, en 1902 y en un juego infantil cayó al suelo y se fracturó una pierna, lo que obligó a un tratamiento médico complicado y difícil en cuyo transcurso se descubrió en el paciente una delicada lesión ósea que, finalmente, lo conduciría a una muerte prematura.
En esos años de dolorida infancia asomaron sus primeras experiencias vitales: el niño José Carlos, internado en una clínica francesa -L’ Maison de Santé- en Lima, tuvo como compañeros de infortunio a personas mayores de nacionalidad francesa. Con ellas se acercó al idioma de Voltaire y tomó contacto con literatura gala que influyó decisivamente en su opción de vida. Probablemente en esos años nació su voluntad de conocer Europa donde años después tuviera ocasión de realizar sus principales experiencias vitales.
Acosado por los apremios materiales de un hogar precario y por el mal que corroía su frágil organismo, José Carlos no pudo continuar sus estudios en la escuela primaria, y no encontró mejor alternativa que buscar una formación autodidacta que resultara después clave para su horizonte intelectual y humano. En ese lapso hizo sus primeros pininos en el mundo gráfico ingresando a trabajar como ayudante de linotipo en el diario «La Prensa» de entonces. Allí escaló pronto y pudo publicar sus propios escritos con el seudónimo de Juan Croniquier a partir de 1914.
Un hecho excepcional que cambió el rostro del mundo se perfiló también en el escenario de Mariátegui: La Revolución Rusa de 1917. La observó a la lejanía y supo de ella a través del inquieto teletipo. Siguió con especial interés la figura de Lenin, al que consideró después como la más descollante figura del nuevo siglo.
En 1918 -lo confesaría luego- «nauseado de la política criolla», se orientaría «resueltamente hacia el socialismo». Atento a lo que ocurría en el país, el centinela de la derecha de entonces atisbó editorializando polémicamente contra el joven Mariategui y sus compañeros a los que apostrofó calificándolos de «los bolcheviques peruanos». Con un estilo que lo pintaría de cuerpo entero, el joven José Carlos respondería. «Bolcheviques peruanos sí, pero sobre todo, peruanos» dijo afirmando su origen, pero también sus ideas.
En 1919 José Carlos era ya un periodista destacado que colaboraba con diversas publicaciones. En las páginas del diario «El Tiempo» se sumó a la demanda obrera por la Jornada de 8 horas, que culminó con la primera histórica victoria de los trabajadores. Ellos, agradecieron el respaldo y desfilaron hasta las oficinas del periódico para dejar testimonio de su gratitud. Fue ese el primer eslabón que ató la vida de Mariátegui con la lucha constante de los trabajadores, y que tendría otros hitos más tarde..
Fue esa relación del periodista con los primeros sindicatos lo que asustó al régimen de entonces que urdió una idea: alejar a Mariátegui del Perú enviándola a cumplir funciones oficiales en Roma. Una suerte de exilio impuesto por la circunstancia que el afectado usó no en provecho de la clase dominante, sino de la clase obrera, de su organización y de sus luchas.
Así se inició una nueva etapa en la actividad de Mariátegui: su estancia europea, que le permitió conocer países: Francia Italia, Alemania, Hungría y otros; pero sobre todo para asimilar experiencias. Quedó, en efecto, fascinado por dos fenómenos contrapuestos: el ascenso de las luchas de la clase obrera en el marco de la llamada «»la revolucionaria del 20», secuela natural de la Revolución Socialista de Octubre; y el surgimiento del fascismo como contrapartida a las expectativas de los pueblos.
La Insurrección de Vladaya en 1916, la Revolución alemana de 1919, la República Húngara de los Consejos, se unieron en la observación de Mariátegui a las grandes huelgas obreras en Francia, Italia y otros países. En paralelo el fascismo -la dictadura terrorista de los grandes monopolios, como la definiera certeramente George Dimitrov- enfatuado por el éxito de su «Marcha sobre Roma», se constituyó en el punto de partida para lo que sería años más tarde la gran conflagración mundial: la II Gran Guerra.
Todo este escenario convulso fue apreciado de manera directa por Mariátegui que, a su vez, estudio el proceso de formación de los Partido Comunistas y Obreros, a los que atribuyó una singular importancia estratégica. Su participación en el Congreso de Livorno -allí estuvo también George Dimitrov en su condición de responsable del Buró de la IC para Europa Occidental- y su relación directa con Antonio Gramsci y «L’ Ordine nuovo» le permitió otear el horizonte con nuevas luces y más amplias perspectivas. Quedó de ese modo abierto el camino para su regreso al Perú y su actividad en el retorno.
Cuando en marzo de 1923 Mariátegui reingresó a la vida peruana, se integró, a las Universidades Populares González Prada como una manera práctica y directa de retomar sus vínculos con el movimiento obrero. Por eso también el asumir la dirección de la revista «Claridad», entonces «vocero de los estudiantes libres», la convirtió en «órgano de la Federación Obrera Local», y en 1924 publicó su artículo «El 1 de Mayo y el Frente Unico». El agravamiento de su dolencia, sin embargo, lo postró nuevamente y obligó a los médicos a amputarle la pierna.
A partir de 1925 Mariátegui tuvo una actividad más fecunda. Ese año publicó «La escena contemporánea» y «La novela y la vida», reflejando sus experiencias derivadas del periplo europeo. E inmediatamente después ingresó a la recta final de la existencia en lo que Jorge del Prado llamaría sus «años cumbres».
A ese rico período correspondería, en efecto, el nudo esencial de su obra: la fundación de la revistas Amauta, que aparecería en septiembre de 1926, la fundación del Partido de la Clase Obrera que, con el nombre de Partido Socialista, naciera en octubre de 1928, su participación en la I Conferencia de Partidos Comunistas y Obreros de América Latina, celebrada en Buenos Aires en 1929 y la fundación de la CGTP, en mayo de ese mismo año. Aciones, todas, que fueron sin duda puntos de partida para experiencias vitales que conmovieron la vida nacional en los años siguientes.
Estas acciones no tuvieron un escenario idílico. No transcurrieron en un ambiente bucólico ni paradisiaco. Se desarrollaron en medio de una violencia confrontación social cuando el régimen leguiísta -que representaba de manera inequívoca los intereses de la clase dominante- intentó perpetuarse a espaldas de la voluntad ciudadana. En el periodo, aun se recuerda la represión contra el propio Mariátegui y sus compañeros. Apresado él y confinado en el Hospital San Bartolomé y llevados sus colaboradores más directos a la Isla San Lorenzo; fueron víctimas todos del primer «complot comunista» urdido como una provocación del oficialismo de entonces contra los trabajadores y el pueblo.
La agonía de Mariátegui -en la expresión de don Miguel de Unamuno- fue por cierto, difícil y compleja. Reprimido por la policía y acosado por las autoridades de entonces, debió soportar el agravamiento de su salud y la precariedad de su joven entorno político que aún no estaba preparado para enfrentar las más duras pruebas.
La muerte del Amauta, ocurrida el 16 de abril de 1930, dio lugar a la más grandes manifestación popular de ese periodo. Miles de peruanos cargaron el ataúd envuelto en una bandera roja, por las principales calles de la ciudad capital hasta dejarlo en el Presbítero Maestro. Las columnas se desplazaron entonando la Internacional y expresando su dolor por tan sensible pérdida.
Por su aporte a la vida peruana y al proceso de la formación del pensamiento latinoamericano, José Carlos Mariáegui es considerado hoy el más importante pensador marxista del siglo XX. Su nombre vive en el clamor de las multitudes y sus ideas ganan constante presencia en los más amplios círculos de nuestro continente. Valorando su importancia, Gonzalo Rose, el poeta, diría aludiendo a Mariátegui:
Amigos, él, es nuestro Lenin
Sólo le falta su octubre rojo;
pero con cada día que transcurre,
octubre está más cerca de su víspera…
Lima, junio del 2007
(*) Secretario General de los Amigos de Mariátegui y miembro del CoLectivo de Nuestra Bandera