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Joseph Alois Ratzinger, finalista del «torquemada» de marzo de 2009

Fuentes: premiostorquemada.blogspot.com

Joseph Ratzinger nació en Baviera (Alemania) el 16 de abril de 1927. A los 13 años, por decisión propia, se afilió a las juventudes hitlerianas, hecho irrelevante en su carrera al purpurado, pero que cobra fuerza a los efectos de su transfiguración en Papa. Hoy, para redimirlo, se argumenta su deserción en medio de la […]


Joseph Ratzinger nació en Baviera (Alemania) el 16 de abril de 1927. A los 13 años, por decisión propia, se afilió a las juventudes hitlerianas, hecho irrelevante en su carrera al purpurado, pero que cobra fuerza a los efectos de su transfiguración en Papa. Hoy, para redimirlo, se argumenta su deserción en medio de la batalla. Nada nos dice si tal acto supuso el abandono de la ideología nazi.

Estudió en la Universidad de Munich y fue ordenado sacerdote en 1951. Ejerció como profesor de teología sucesivamente en Bonn (1958), Münster (1963), Tübingen (1966) y Regensburg (1969). Durante el Concilio Vaticano II, actuó como consejero del conservador cardenal Frings. En 1977 fue nombrado por Pablo VI arzobispo de Munich. En noviembre de 1981, Juan Pablo II le nombró Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antigua Inquisición). Asumió varios y destacados procesos de investigación y control de la ortodoxia. Continuó la investigación sobre Schillebeeckx, iniciada en 1979, y criticó ferozmente la Teología de la Liberación. El Panzerkardinal, como le apodaban en Roma, fue uno de los colaboradores más estrechos de Juan Pablo II y, a menudo, considerado como el auténtico número dos de la Iglesia durante el mandato del papa polaco, por encima incluso del secretario de Estado, el cardenal Angelo Sodano. Profundamente asociado al pontificado de Karol Wojtyla, Ratzinger fue el teólogo que le ayudó a poner orden en la Iglesia y a decapitar primero, y domesticar después, a la Teología de la Liberación.

En 1984, las condenas formales de la Teología de la Liberación realizadas por este «cancerbero de la fe» permitieron a la derecha católica dejar fuera de juego a toda una corriente innovadora en el campo teológico y social. Impuso una rigidez doctrinal total a la vida intelectual de la Iglesia y una dinámica de control a ultranza de los teólogos. Y el miedo se instauró entre sus filas, hasta el punto de que amonestados, perseguidos, vigilados, en una institución intelectualmente inhabitable, los pensadores de la Iglesia optaron por marcharse (Leonardo Boff), callarse (Gustavo Gutiérrez) o romper la baraja (Hans Küng).

El culmen de la represión teológica por él auspiciada se llegó a alcanzar con la publicación del Catecismo de la Iglesia católica y, sobre todo, con la Dominus Iesus, un documento elaborado por él, en el que se atribuye en exclusiva a la Iglesia católica la posesión de la verdad y de la salvación. La vuelta del axioma tridentino de que «fuera de la Iglesia no hay salvación». Un documento tan desafortunado que hasta protestaron contra él varios cardenales. Silenció con medidas autoritarias todas las cuestiones teológicas debatidas: celibato de los curas, estatuto del teólogo, papel de los laicos, comunión para los divorciados, preservativo contra el sida o fecundación artificial. Impuso la tesis del romanocentrismo, descafeinó la colegialidad y el poder de las Conferencias Episcopales, reduciéndolas a meras sucursales de la Curia, y zanjó casi como dogmático el eventual acceso de la mujer al sacerdocio. En definitiva, Ratzinger desactivó el Concilio Vaticano II.

En 1998 fue nombrado Doctor «Honoris Causa» por la Universidad de Navarra, que el Opus Dei tiene en Pamplona. Ha calificado a la homosexualidad como un mal moral intrínseco, y se ha manifestado en contra del aborto y la contracepción. Durante la campaña para las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos, instó a negar el sacramento de la comunión a los políticos pro ley del aborto. Además de su pensamiento ultraconservador, Ratzinger ha sostenido siempre la idea de que la Iglesia debe mantener una estructura centralizada.

Benedicto XVI se emplea a fondo desde hace años en rebatir el «laicismo», que identifica con la pérdida de las raíces culturales europeas, y el «relativismo totalitario», identificado con un «todo vale» basado en las necesidades y los apetitos de cada momento. Benedicto XVI no describe nunca un futuro mejor y, en cambio, apunta a los desastres que nos esperan si Occidente no abraza su versión del cristianismo.

Ratzinger es un defensor apasionado de la «identidad occidental», para él ligada de forma indisoluble con la religión cristiana, y como otros pensadores pesimistas, invoca la vigencia del viejo lema conservador «Dios, patria y familia»; basta sustituir «patria» por «identidad occidental» para resumir su esquema ideológico. El discurso Verdad del cristianismo, pronunciado en 1999 en la Sorbona de París, ofrece una muestra del pensamiento ratzingeriano. Apela a san Agustín, uno de sus pensadores favoritos, para argumentar que «en el cristianismo, la racionalidad se convirtió en religión», y vincula el humanismo ateniense con el cristianismo.

Fueron la ilustración, el darwinismo (con el que Ratzinger es incapaz de reconciliarse) y las «ideologías materialistas» las que truncaron la supuesta armonía entre cristianismo y humanismo. El Papa, en su denuncia de la ilustración y el materialismo, sólo ofrece una retahíla de los males sufridos por la humanidad en los últimos tres siglos, cuya conclusión viene a consistir en que el materialismo es perjudicial.

En Auschwitz, Benedicto XVI pronunció un discurso en el que destacaba una frase espectacular: «¿Dónde estaba Dios en aquellos días? ¿Por qué calló? ¿Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal?». Algunos vaticanistas, como Marco Politi, de La Repubblica, lamentaron que a esa pregunta terrible no siguiera otra igualmente terrible: ¿Dónde estaba la Iglesia en aquellos días? ¿Por qué calló?

Encubridor de pederastas, neoescolástico, autoritario y presumido, Ratzinger, alias Benedicto XVI, proclamó públicamente en Camerún que el SIDA «no se puede superar con la distribución de preservativos», que, por el contrario, «aumenta el problema». Tras esta declaración, calificada de irresponsable e incluso de criminal en Europa, el «Papa» pidió a la Iglesia Católica, en la segunda jornada de su visita a Angola, que combatiera la brujería. «Muchos de ustedes viven con el miedo de los espíritus, de poderes nefastos que los amenazan, desorientados, y llegan a condenar a niños de la calle y hasta ancianos», afirmó. Por estas últimas razones, el «Papa» ha sido elegido mayoritariamente finalista en marzo de los Premios Torquemada.