Juan Manuel Santos Calderón a sus 58 años de edad siente que le llegó el momento de intentar su aventura cumbre: ser presidente de Colombia. No oculta las ganas, se le nota en todo momento y como si creyera que nadie se diera cuenta hace todo lo posible por hacerlo evidente. Se hace recibir como […]
Juan Manuel Santos Calderón a sus 58 años de edad siente que le llegó el momento de intentar su aventura cumbre: ser presidente de Colombia. No oculta las ganas, se le nota en todo momento y como si creyera que nadie se diera cuenta hace todo lo posible por hacerlo evidente. Se hace recibir como jefe de Estado en Washington pasando por encima del ministro de Relaciones Exteriores y del propio presidente. A su regreso a Bogotá se encasquilló el camuflado y rodeado de altos oficiales se fue de safari a la selva para presentar ante el mundo la caverna que «le servía de refugio al mono Jojoy». Se cuida de que el maquillaje y la puesta en escena tengan todo el efecto posible. Antes había soltado irresponsables afirmaciones (en su caso, casi todas) contra el gobierno ecuatoriano que merecieron las acostumbradas rectificaciones por parte del Palacio de Nariño. En el gobierno Uribe es rutina comenzar la semana con la debida llamada de atención al mindefensa. Desautorizar al ministro es un ejercicio habitual.
Su primer cargo en la burocracia se extendió 11 años, en Londres, donde representó al país ante la Organización Internacional del Café. Antes había estudiado economía en las universidades de Kansas y Harvard. De vuelta al país se integró al periódico de la familia hasta que es nombrado ministro de Comercio en el gobierno de César Gaviria, luego titular de la cartera de Hacienda en el de Andrés Pastrana y finalmente responsable de Defensa en el segundo periodo de Álvaro Uribe. Por decisión del senado de la República es nombrado como último designado de la nación antes de crearse el cargo de vicepresidente. En realidad Juan Manuel Santos nada se ha ganado producto de su esfuerzo personal todo se lo ha dado su apellido.
Desde que Eduardo Santos, patriarca de la estirpe, fuera presidente de Colombia su descendencia no ha abandonado las mieles del poder. Ya sea desde el gobierno, la oposición o los medios han estado siempre en primera línea. Por eso, ser presidente, en Juan Manuel, se convirtió en obsesión. Su estrategia es mostrarse más radical y agresivo que su propio jefe Álvaro Uribe. Lo cual ya es mucho decir. De tanto lanzar improperios ya nadie le presta atención, el más reciente es la guerra preventiva contra otros países (línea Bush) alegando la legítima defensa. De vez en cuando la secretaría de prensa de palacio le cambia la fecha al comunicado ya institucional para amonestarlo. Pero él sigue lanzando disparos a todo lo que se mueva.
Mirado hasta ahí se diría que Juan Manuel es un triunfador, pero no es cierto. Su éxito relativo se debe al poder de marca de la familia, él en esencia como político ha sido un fracaso, su talento es limitado. Nunca ha ganado una sola empresa electoral, todo lo que ha disfrutado le ha sido obsequiado vía nombramientos. Como líder no posee carisma, es desangelado y no logra conectar con la opinión. Es un político que siempre ha tenido poder pero nunca votos. Los ha buscado por todos los medios y discursos y siempre los guarismos le son esquivos. Errático y descabellado en sus propuestas; por hacerse notar en el partido liberal falló al nacionalizar la tercera vía de Blair, nunca pudo hacerse un sitio en la colectividad roja y por eso se alquiló a cuanto gobierno surgía negociando el apellido. El ejecutivo sabía que cuando firmaba el decreto de nombramiento más que calificar un mérito personal estaba premiando a la casa Santos.
Ha ensayado la conspiración en desmedro de la ley e igual se ha topado con resultados de opereta. Un criminal de marca mayor, Salvatore Mancuso, en una declaración libre con efectos judiciales confirmó que Santos en compañía del jefe de los paramilitares, Carlos Castaño, planeó un golpe de Estado contra Ernesto Samper. Ello fue corroborado también por un vocero del ELN, como quiera que la idea de este prohombre era lograr un consenso entre guerrilleros y paramilitares para tumbar el gobierno. Hoy día aparece como implacable ante las FARC, en defensa ineluctable del Estado de Derecho, pero ayer quería ser socio de estás en la rebelión. Como se ve, Santos dispara para todos lados sin medir consecuencias. En una de esas vueltas murió en extrañas circunstancias, nunca reveladas, Álvaro Gómez Hurtado, máximo ideólogo conservador.
Ahora está en plan de suceder a Uribe y de ganar de éste, a toda costa, el guiño para comandar la doctrina. Pero en el gobierno todos saben que Juan Manuel no tiene electores y si bien accedió al gabinete, como cada cierto tiempo lo hace, no fue por su fortaleza en las urnas sino porque administró un partido, el de la U, con sufragios prestados no santistas. También se sabe que tan pronto deje el gobierno, como puede ocurrir en los próximos días, Santos se desinflará por la frialdad con que es recibido por el elector de a pie.
Sin embargo él sabe que este es su momento, no habrá otro, los medios en Colombia (dentro de ellos, los regentados por la familia) lo declararon al año anterior, 2008, el personaje del año. Justo cuando se supo que los logros y victorias de la cartera militar estaban salpicados de «falsos positivos». Manera como la prensa maquilla más de 1.500 asesinatos, precedidos de desapariciones y torturas a que han sido sometidos anónimos ciudadanos cuyos cadáveres son luego presentados como caídos en combate y por los cuales algunos miembros del estamento militar cobran prebendas. En justicia también hay que decir que bajo su égida han sido sancionados decenas de altos oficiales por los mismos hechos. Pero ello no le quita bríos al pistolero en el momento de tirar del gatillo.