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Juegos Olímpicos: medalla de oro para los negocios

Fuentes: Rebelión

«Hace algunos años, en las olimpiadas para personas con discapacidad de Seattle, también llamadas «Olimpíadas Especiales», nueve participantes, todos con deficiencia mental, se alinearon para la salida de la carrera de los cien metros lisos. A la señal, todos partieron, no exactamente disparados, pero con deseos de dar lo mejor de sí, terminar la carrera […]

«Hace algunos años, en las olimpiadas para personas con discapacidad de Seattle, también llamadas «Olimpíadas Especiales», nueve participantes, todos con deficiencia mental, se alinearon para la salida de la carrera de los cien metros lisos. A la señal, todos partieron, no exactamente disparados, pero con deseos de dar lo mejor de sí, terminar la carrera y ganar el premio. Todos, excepto un muchacho, que tropezó en el piso, cayó y rodando comenzó a llorar. Los otros ocho escucharon el llanto, disminuyeron el paso y miraron hacia atrás. Vieron al muchacho en el suelo, se detuvieron y regresaron… ¡Todos! Una de las muchachas, con síndrome de Down, se arrodilló, le dio un beso y le dijo: «Listo, ahora vas a ganar». Y todos, los nueve competidores, entrelazaron los brazos y caminaron juntos hasta la línea de llegada. El estadio entero se puso de pie y en ese momento no había un solo par de ojos secos. Los aplausos duraron largos minutos, las personas que estaban allí aquél día, repiten y repiten esa historia hasta hoy. ¿Por qué? Porque en el fondo, todos sabemos que lo que importa en esta vida, más que ganar, es ayudar a los demás para vencer, aunque ello signifique disminuir el paso y cambiar el rumbo. Porque el verdadero sentido de esta vida es que «todos juntos ganemos» y no cada uno de nosotros en forma individual». 

Esta historia circula en el ciberespacio desde hace algún tiempo, y con ocasión de los actuales Juegos Olímpicos de Beijing, en China, se ha reactivado profusamente. Según parece, es verídica solo a medias. Algo parecido sucedió en 1976, no en Seattle sino en Spokane, Washington, en unos juegos para personas con discapacidad: en un evento de deportes de pista y campo de juego un participante tropezó en la partida, y uno o dos de los otros atletas volvieron para ayudarle, culminando la carrera cruzando la línea de meta juntos; pero fueron uno o dos y no todos los participantes del evento. El resto continuó la carrera. Independientemente de su ocurrencia real, el solo hecho de plantearla -y más aún: de plantearla en el contexto de esta fiebre olímpica que vivimos en estos días, invadidos no de deportes sino de la cobertura mediática sobre lo que hacen algunos deportistas profesionales- abre obligadas preguntas. Más allá de las formales declaraciones de unidad y espíritu solidario que el gran evento promueve -declaraciones, por lo demás, que no van más allá de lo políticamente correcto- tal como están las cosas nadie podría tomarse en serio aquello de «todos juntos ganemos».

En estas dos semanas el planeta entero pone sus ojos en China para seguir una edición más de los Juegos Olímpicos. El despliegue en juego es fabuloso: más de 300 pruebas deportivas en 41 especialidades, con 41.000 millones de dólares de inversión en su preparación (fondos públicos del gobierno chino y de empresas privadas patrocinantes), cifra que triplica el presupuesto que en 2004 se destinara a la realización de los Juegos Olímpicos de Atenas. De ese monto, 20.000 millones están destinados a publicidad. Inversión -he ahí lo más importante – que retornará con creces . El despliegue tecnológico puesto en movimiento para dar soporte a toda esta fiesta es igualmente monumental: solo como dato, en cada estadio se ubican 10.000 computadoras personales, 4.000 impresoras, alrededor de 1.000 servidores y 1.000 mecanismos de seguridad y red. Viendo toda esta faraónica demostración podríamos pensar que la práctica deportiva avanza cada vez más en el mundo. Pero en realidad lo que avanza son los negocios. La idea de amateurismo, de deporte aficionado como sano esparcimiento y actividad recreativa útil para el equilibrio psicofísico, hace ya largos años que va esfumándose. Si persiste, es en circuitos alternativos. El mundo oficial que marcan los grandes poderes está signado por la competencia feroz, por el darwinismo social. Ser un «perdedor» es degradante.

El espíritu amateur que se pusiera en marcha con la reedición moderna de los Juegos Olímpicos de la mano del Barón Pierre de Coubertin en 1896 en Atenas, ya no existe. Quizá las últimas Olimpíadas donde eso pudo persistir aún fueron las de Melbourne, Australia, en 1956; a partir de allí, la profesionalización y mercantilización de la justa deportiva han venido imponiéndose a pasos agigantados. Hoy día las Olimpíadas son un fabuloso negocio, que esconde igualmente intereses geopolíticos cada vez más globales. «Los Juegos Olímpicos implican la defensa de los valores de hermandad entre los pueblos del mundo como sólo el movimiento olímpico puede hacerlo», declaró recientemente un alto directo de la empresa estadounidense McDonald´s. Valga agregar que para la ocasión la marca abrió en Beijing cuatro nuevos locales: uno situado en la Villa Olímpica, para que concurran los atletas; uno en el principal centro de prensa para los más de 30.000 medios que cubren el certamen, y dos en el campo olímpico para los espectadores. Igualmente, anunció la aparición del McCombo Beijing con stick de arroz y vasos olímpicos de colección, línea que se implementa en todo el mundo.

El deporte, por cierto, no nació como actividad profesional; distintas sociedades, a su modo, lo han cultivado a través de la historia, siempre como culto a la destreza corporal. La profesionalización y su transformación en gran negocio a escala planetaria es algo que solo el capitalismo moderno pudo generar.

Hoy día, en un mundo marcado crecientemente por la empresa privada con su búsqueda de lucro y donde los grandes poderes deciden/controlan en forma planetaria las actividades humanas, el mundo del deporte ha devenido, pareciera que en forma irreversible: 1) gran negocio y 2) instrumento de control social.

Si todo es mercancía negociable no tiene nada de especial que el deporte, como cualquier otro campo de actividad, sea un producto comercial más, generando ganancias a quien lo promueve. Esto, en sí mismo, no puede ser reprochable dentro de la lógica comercial que mueve la sociedad planetaria actual. Simplemente la reafirma. En el capitalismo, hoy ya absolutamente globalizado y triunfal, todo es un bien para el intercambio mercantil: recreación y salud, alimentos o vida espiritual, educación, pornografía, la guerra, la ciencia, las fiestas navideñas, etc. ¿Por qué el deporte no habría de serlo también?

En este contexto, del que hoy ya nada y nadie pueden escapar, la práctica deportiva ha llegado a perder -al menos en buena medida- su carácter de esparcimiento, de pasatiempo. Continúa siéndolo, sin dudas, pero cada vez más se agiganta la faceta comercial. Lo cual trajo como consecuencia su ultra profesionalización con la aplicación de modernas tecnologías a sus respectivas esferas de acción. Todo lo que, por tanto, ha llevado a su mejoramiento, y sigue haciéndolo con un ritmo vertiginoso, disparando en forma exponencial su excelencia técnica. Día a día se rompen records, se logran resultados más sorprendentes, se superan límites ayer insospechados. Las actuales Olimpíadas sin duda lo reafirman.

Pero ello lleva a plantearse el lugar que, en todo estos mecanismos cada vez más monumentales y fastuosos, ocupa la población de a pie, los que nos pasaremos estas dos semanas embobados mirando deportes en una pantalla de televisión en vez de estar practicándolos. La población más bien pasa a ser mera espectadora pasiva (consumidora) de un espectáculo/negocio, montado a nivel internacional, en el que no tiene ninguna posibilidad de decisión; la recreación termina siendo «sentarse a mirar ante un pantalla». Se espera que esta XXIX edición de los Juegos Olímpicos sea vista por 5.000 millones de personas.

No todos practicamos deportes, pero sí todo el mundo, en mayor o menor medida, consumimos alguna mercadería deportiva. Ligado cada vez más al ámbito de la comunicación -otro de los campos más dinámicos de la libre empresa moderna- su crecimiento como negocio ha sido fenomenal en estos últimos 50 años. De hecho ha inundado la cultura cotidiana tanto de países ricos como pobres, llegando a todas las clases sociales, a hombres y mujeres, a jóvenes y viejos. ¿Quién podría resistirse hoy a mirar, aunque sea un rato, la fiesta de Beijing?

El campo socialista, si bien fomentó una nueva actitud hacia el deporte, no contribuyó en mucho a disminuir la tendencia a su profesionalización; por el contrario, también la favoreció. El deporte profesional fue un ámbito más de batalla durante la Guerra Fría, y los disparates humanos a los que llegó la mercantilización capitalista tuvieron su símil (igualmente disparatado) en el mundo socialista. Hoy día China, confusa mezcla entre discurso «comunista» ortodoxo y práctica económica capitalista (socialismo de mercado), no parece ofrecer sino más de lo mismo, y muy probablemente sea el ganador de estos Juegos con atletas hiper preparados, con lo cual se plantea una vez más la pregunta: «¿todos juntos ganamos?». ¿Cómo entender eso hoy día?

Con el rompimiento de marcas y fichajes cada vez más multimillonarios no mejoran las políticas deportivas dedicadas a las grandes mayorías populares. ¿En qué medida influye este «circo» del deporte profesional, convenientemente montado, en la calidad de vida de los habitantes de la aldea global? En realidad, no promueve una vida más sana, sino que es una nueva versión -sofisticada- del «pan y circo» romano.

El desarrollo del perfeccionamiento deportivo («más rápido, más fuerte, más alto») no redunda en una popularización del ejercicio físico para todos. El lema «mente sana en cuerpo sano», pese a las cifras astronómicas que circulan en los circuitos profesionales de los modernos coliseos, o de las Olimpíadas, no conlleva forzosamente un mejoramiento de la actitud para con el deporte (por el contrario crece mundialmente el consumo de drogas, incluidos en muchos casos también los deportistas profesionales).

Parece que mientras más se «consumen» deportes (sentados ante las pantallas, claro está…) menos se piensa, y más ganan los que nos los venden. Para los actuales Juegos serán más de 300 horas de transmisión televisiva, de todas las competencias, así como también en internet y en telefonía móvil, en el momento en que el usuario desee. La cobertura es trasmitida las 24 horas sin interrupciones e incluye todos los juegos y los mejores momentos, fotos en tiempo real, videos, noticias de los entrenamientos y divulgación de los resultados. La población también tiene acceso a blogs de atletas, periodistas y comentaristas directo desde Beijing. La información se actualiza minuto a minuto, con la narración paso a paso de todos los deportes.

El gran negocio del deporte, con astros profesionales que ganan fortunas y que terminan siendo los referentes obligados que marcan agenda -se habla mucho más de deporte que de la pobreza, por ejemplo, o del Sida, o del machismo- no significa un mejoramiento en la calidad de vida de las poblaciones, una actitud más sana, una mejor y más productiva relación con nuestro cuerpo. Toda esta invasión mediática de deportes no habla, en absoluto, de una mejor vinculación con el medio ambiente o de un mejor aprovechamiento de nuestro tiempo libre. Nada de esto; por el contrario, en el norte la gente cada vez está más gorda, y en el sur cada vez más desnutrida. Hay, definitivamente, una tendencia muy peligrosa de utilización del deporte como mecanismo de control social que comporta todo este moderno circo romano.

¿Por qué, mejor, no correr un poco en vez de agrandar el trasero y la barriga sentados ante los televisores? El circo no está preparado para eso, obviamente.

Por eso mientras todo el ámbito deportivo siga siendo negocio y arma de control social, para las grandes mayorías el deporte seguirá siendo un espejito de colores más. Sólo una política pública de fomento del amateurismo puede ser una ayuda real para que el deporte se constituya en un elemento que contribuya a una mejor calidad de vida para la población. Si no, se seguirá comiendo y engordando ante el televisor (al menos los que puedan comer), o esperando algún talento deportivo en la familia para que con un buen contrato nos saque de la pobreza. Pero el verdadero deporte… bien, gracias. ¿De qué nos sirve, en definitiva, que se rompan unas cuantas marcas mundiales en estos Juegos? ¿No nos enseña mucho más la actitud de los corredores de las Olimpíadas Especiales del primer relato?

Marcelo Colussi es montañista aficionado