Recomiendo:
0

Juncus maritimus

Fuentes: Rebelión

para Manuel Talens Yo tuve un amigo que en mi horizonte nació faro. Su guía me llevó a bordo de un barco cargado de planes en lugar de sueños, un galeón zarpado varios siglos atrás. Al despuntar el día mi amigo se transformó en proa, vela, boya o sal. La marea subió implacable, los vientos […]


para Manuel Talens

Yo tuve un amigo que en mi horizonte nació faro. Su guía me llevó a bordo de un barco cargado de planes en lugar de sueños, un galeón zarpado varios siglos atrás. Al despuntar el día mi amigo se transformó en proa, vela, boya o sal. La marea subió implacable, los vientos dejaron muy lejos el litoral. Quise aprender a navegar, pero las más de las veces con suerte conseguí flotar. Ahí estaba él, atento a la recalada, guardián de la bitácora con su pluma tenaz. Hasta que sin aviso ni anestesia decidió dejar de estar.

Las horas transcurren imperceptibles. Levanto la cabeza desde el refugio de rocas que las olas por fin se hartaron de golpear. El sol se pone mientras camino hasta el acantilado y los rojos, púrpuras y anaranjados abren paso a la oscuridad total. A saber cuánto durará la noche, el silencio, los movimientos a tientas, el impase. La playa entera está sedienta de un nuevo astillero que no le sé brindar. Un pelícano pasea sin timidez sobre la ensenada, el buche vacío, los ojos encumbrados en el centro perfecto de un pico infinito. Envidio el batir de sus inmensas alas y me pregunto si llegué hasta aquí solo para encallar.

Foto: Atenea Acevedo. Cozumel, México, 2012

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.