Hacía meses que la noticia se sabía. La Katia, la de Tres Álamos, la del CODEPU, la que hizo terapia con el hijo de esta y la hija del otro. Sí, esa. Se moría lentamente de un invasivo cáncer. El miércoles 18 de enero sonaron todos los tambores. En Santiago en la Clínica Indisa, alrededor […]
Hacía meses que la noticia se sabía. La Katia, la de Tres Álamos, la del CODEPU, la que hizo terapia con el hijo de esta y la hija del otro. Sí, esa. Se moría lentamente de un invasivo cáncer. El miércoles 18 de enero sonaron todos los tambores. En Santiago en la Clínica Indisa, alrededor de las cinco, antes del amanecer moría la Reszczynski, apellido judío polaco endemoniado, que ahora sí tendríamos que aprender a escribir.
La red charkikan tocó redobles. Aunque, podría ser que la noticia aún no llegue a todos, avisándoles que esta doctora término su largo turno.
La casa de la Hormiguita, «Michoacán», con los fantasmas de Neruda y sus engaños, acogía con el pasar de las horas a muchos ex. De los campos de concentración, las cárceles y la clandestinidad. Las mujeres de Tres Álamos acudían golpeadas al aquelarre, porque volvían a perder a una de las más significativas referencias de entre las suyas. Se hacían presentes los derechos humanos y el MIR, sus culturas y sensibilidades. Canosos, más viejos y viejas, enfermizos, allí estábamos encontrándonos de nuevo, en medio de ese parrón que quizás qué historias ya conocía.
La ofrenda del CODEPU presidía junto a muchas otras las guardias que se rotaban para esta vez a ver, si nosotros la cuidábamos a ella, devolviéndole un poco todas esas claridades y energías insufladas. Esa era «la tarea» y con disciplina, este mundo disperso, se volvía a reunir desde esas redes invisibles que parece solo teje la memoria y el dolor.
Cuentan que la Katia se despidió por carta de sus pacientes y dejó precisas instrucciones a sus hermanas que la acompañaron este último año. A ellas, su única familia, el cáncer les había devuelto un tiempo privilegiado con esa hermana que iba y venía enmisionada en la vida. Dijo «Michoacán» y allí estaba. Dijo crematorio y ya llegaría. Sus cenizas, en algún momento se fundirán con la Villa Grimaldi.
La mejor de su curso en medicina, la que trabajó haciendo aseos en Europa, la que vio el bombardeo de La Moneda desde una altura del Hospital «José Joaquín Aguirre» junto a otras colegas, incluida la presidenta electa. La que entró al Comité Pro Paz y fue secuestrada por la DINA. La doctora de los pacientes en Talca y Rengo, la que hizo clínica, siempre clínica. Atendiendo como fuera su favor, pero siempre de turno. Esa, ya no estaría.
En el velorio se escucha a Mercedes Sosa en una modesta radio junto al cajón con los restos de la Katia. Guardias de honor se sucederán y lo más sorprendente es que junto a su generación del MIR y los derechos humanos, también se harán presentes jóvenes consternados. Son «sus sobrinos», sus pacientes arrancados de la depresión, los fracasos académicos y las drogas. También los sin-sentido que muchos atribuyen a este tiempo. Están consternados de quedarse sin la doctora, que a muchos acompañó a reencantarse en la vida.
Ahora ¿qué sala, qué consultorio, qué centro de salud …qué del PRAIS llevará su nombre? Reconociendo con posterioridad esa tarea silenciosa que muchas veces fue ignorada. Así, «la reparación» de la doctora Reszczynski, resultaba más efectiva que muchas tibias políticas públicas reparadoras.
Cuentan que la Katia en Tres Álamos ya estaba de turno. Con trenzas y siendo parte del Consejo de Ancianas iba y venía sin desmayo. Escuchando y callando, apuntando con la frase justa y el gesto exacto. Olvidándose de sí misma, mientras repartía fuerzas a las primerizas y aprendía resiliencias.
Europa, Cuba y Centroamérica la vieron pasar. Allá va la Katia enérgica y armada de su ronca voz y sus juguetones ojos. Allá va la Katia echándose sacos de dolor a la espalda. Por su generación sobreviviente tan poco reconocida, que busca mejor subsistir, además de nuevos sentidos. La tortura parece carcomer con efecto retardado, mientras compadres y comadres, ahora pueden expresar los dolores de antes. Pero esto no termina, vienen los hijos, los amigos de los amigos. Y la Katia aún no sale del turno.
Por dignidad se encerró, amurallando su deterioro remarcó su colega Paz Rojas. Porque quiso que nos quedáramos con la doctora-machi, la de trenzas o el pelito corto, la que si tenía cabellos. Porque por algo había ayudado a salir a tantos del dolor y ahora le tocaba a ella.
Y en el crematorio fueron los testimonios. La Gladys Díaz al frente. La Soledad y la Rosita. Parece que muchas están presentes. La Marisa y la Margarita, además de la Cristina, Cecilia, Amanda y muchas más. Todas, entonando el «Himno a la Alegría». Escucha hermana cantan y aplauden estas mujeres que todavía se intercambian blusas fabricadas a mano o guardan los soporopos famosos. Las mujeres de Tres Álamos, de la calle Llico donde todavía no hay una placa ni museo, que ahora también recuerde a esta Katia.
Llegan también otras mujeres. Son de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, vienen a despedir a la doctora amiga de tantos «casos». Mientras, el cáncer opera como tortura retardada. Es la muerte con silenciador que parece ya rondar.
Cuando se escriba de leyendas en esa otra historia que ya asoma en las tesis de estudiantes busquillas, ciertamente estarán estas mujeres que transformaron en escuela los campos de concentración y se trenzaron unas con otras para aguantar el terror de la tortura, la desaparición y la muerte.
¿Cuántos jóvenes no «trabajaron» con la doctora sus penas de retorno, de orfandad, de no-pertenencia, al desconocer este país que a veces se pone amnésico? ¿Cuántos lolos y lolas acudieron a la doctora luego de feroces crisis originadas en las drogas y el alcohol, que los dejaban en el abismo de sus vidas? ¿Cuánto dolor golpeó la consulta de Almirante Grau o las otras? Ahora, díganles a todos, que la «Tía doctora» ya salió de turno, ahora sí que sí, definitivamente.
¿Y cuál fue su secreto de bruja roja? Lágrimas y silencios y de nuevo las palabras y todo como desahogo para salir más livianos al mundo y adjudicar a la milagrosa doctora, la hechicería de esa sanación. Mientras escribimos estas líneas, resuena de fondo el candombe del «Negro José»… despidiéndola para siempre, luego de hacerla presente, ahora y siempre en las gargantas.
La mejor alumna de medicina que simultáneamente y para callado estudiaba filosofía. La que concurrió a foros internacionales a denunciar la tortura que estudió, además de experimentarla.
Ayer en el cuaderno de condolencias, entre muchas notas decía: «A veces sin darse cuenta uno deja restos imborrables en las vidas de otros. Mi hermana se llama(ba) Katia también por ti y ahora mi hija se llama Katia también…» decía el texto firmado por Tamara… la mayor de mis hijas.
Canta Paco Ibáñez «Palabras para Julia».. pero tu siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti, pensando en ti como ahora pienso..
Hasta siempre.