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Fallece el teórico de la ‘movida’ madrileña

Kike Turmix se quema

Fuentes: Rebelión/Maverick Press

Kike Vitoria, ‘Kike Turmix’ para la discografía y para Malasaña, distrito que revitalizó y regeneró junto a otros ingenios levantiscos en movida de ocupantes que evitaron su demolición especulativa yéndose allí a residir, se largó al otro barrio hecho polvo, quemado y sin chaucha. Acumulaba Kike una insólita erudición en sociología rockera y pop, desperdiciada […]

Kike Vitoria, ‘Kike Turmix’ para la discografía y para Malasaña, distrito que revitalizó y regeneró junto a otros ingenios levantiscos en movida de ocupantes que evitaron su demolición especulativa yéndose allí a residir, se largó al otro barrio hecho polvo, quemado y sin chaucha. Acumulaba Kike una insólita erudición en sociología rockera y pop, desperdiciada por los editores. Encarnó su humanidad de dandi búdico sin complejos el tótem de una década pródiga en talentos. El suyo se le reconoce algo tarde, como a Mozart, que fue el ‘punk-ska’ del barroco.

Las cenizas se esparcirán entre sus dos pueblos escogidos, Malasaña, en Madrid, y Deba, Gipuzkoa, donde nació y comenzó sus malandanzas en tenaz ‘agitprop’ de los todos los sístoles, diástoles y seísmos rockeros más novedosos y cosmopolitas. Actuó, cantó y practicó la provocación, sin pasarse de la travesura culta. Pero, lejos de las tablas y los bafles, fue transformándose simultáneamente en teórico, en entomólogo de los valores sociomusicales y en estudioso de los géneros sincopados derivados del rock como paradigma en continua evolución.

Alojado en Malasaña con su envidiable colección de discos y su teorética de cuanto se tramaba en la vibrátil troposfera pop, fue el embudo plenipotenciario que canalizaría la ‘movida’ madrileña hacia unas coordenadas experimentales. Arrebató sus complejos al capitalino sumergido en la cutrez y el existencialismo; concentró a sus talentos dispersos y se movió por esos mundos para desovar en el Manzanares cuanto iba captando. Así imbuyó en Madrid, patria y matria ajena a su condición histórica, sus posibilidades de rebeldía e innovación, más allá de la contracultura oficial. Todo ello sin renunciar, mucho menos renegar de sus orígenes vascos. Visitaba Euskal Herria con frecuencia, practicando la distanciación política, y en ella se casó hace pocos años. Ha fallecido en el distrito que contribuyó, indirectamente, a transformar en divino: Malasaña, o Maravillas, según los puristas castizos. La patata le había avisado hace unos años, pero según los bareros aquello sólo moderó relativamente su condición epicúrea. No es que fuese gordo, es que iba de gordo. Jamás le venció el culto al cuerpo según las proporciones áureas, porque sabía que su obesidad en él trascendía a atributo distinguido, y no a defecto. Su abundoso corpachón, junto con los ojillos chinescos, le concedían un cierto aspecto de atleta de de ‘sumo’ japonés. Siempre, en todos los sentidos de la palabra, se guisó lo que devoró.

Aquellas tribus

Cayó en buen surco su semilla, y de allí surgiría el RRV, rock radical vasco, que Kike desdeñaba sin remilgos como subproducto. En una época de desconcierto y crisis de identidad juvenil, ejerció sobre el escenario, como líder de «Los pasapurés» y «Nacional 634», un estilo estridente y zoológico, con algo de «Sex Pistols», acogido por la incomprensión cazurra del respetable. También fue pionero en la cultura de la pegata, las chapas heteróclitas, los pírsins y demás indumentaria que, por cierto afán gregario, a veces rebañego, de las masas conversas, fue distribuyéndose en contraculturas tribales de forma específica. «Sí que existen las tribus urbanas», admitía desde su sede, al aire libre, de la Plaza del Dos de Mayo, en Malasaña, para añadir de inmediato: «Yo no pertenezco a ninguna de ellas». Era muy esmerado en lo que a su perfil se refería, y sólo se empeñaba en compromisos puntuales, jamás en sectas o clanes estructurados. Por lo demás comunicativo e hipersocial, su proselitismo obró el milagro y Madrid rompió las cadenas que le mantenían esclavizado a los 40 Principales, los clubs juveniles de ‘musicales’ de las matinés domingueras y los muchos pastiches de los Beatles y los ‘Everly Brothers’ que todos tenemos en el magín, y que por entonces industrializaban un españoleo seudorocker que Kike abominó. Otra fobia, más comedida, hacia el tecnopop lírico, le sugirió un heterónimo artístico que insinuaba, además, su pasión por lo culinario: «Turmix».

Un ‘gourmet’ estoico

En el valioso cuaderno que obra en nuestro poder, y donde anotamos sus autodefiniciones dentro de una agónica ‘movida’ de finales de los 1980, se descubre que este comilón contumaz se contentaba con poco. Explica: «Durante la semana, el barrio es tranquilo. Te tomas unas cañas, entre ‘El Puerto’ y ‘Marcelino’. Comes en algún restaurante barato.

Con buen tiempo, esta terraza del kiosco es fundamental. Aquí se gestan revistas, grabaciones, exposiciones; y siempre encuentras a alguien. El mejor es ‘El Bocho’, de la calle San Roque. El ‘Pepe Botella’ es caro y hortera. Yo encuentro que en Malasaña falta una casa de comidas madrileña. Como ‘Casa Ciriaco’, sí «.

Entre los CDs perduran las estruendosas grabaciones de cuando regresó a los micros en directo con «The Pleasure Fuckers». Duraron diez años. La ‘movida’ estaba parada. La coyuntura y otras miras generacionales la extinguieron, obligándole a dinamizar grupos y solistas como manager, promotor de valores foráneos y, en fin, un trajín que su naturaleza caótica y por paradoja sensata no asumía. Fue como uno de esos ‘cracks’ del deporte que luego no sirven como entrenadores o apoderados. De fino olfato de sumiller, se fijaba para su escudería en lo más postinero y valioso de la discografía mundial en una era, el XXI, donde impera lo chabacano y en la que epatar al burgués, ya atrofiado por una inmediatez mediática rosa y morbosa, resulta poco rentable. Estaba, Kike, en quiebra cardiaca y financiera cuando le llegó la hora.

Una vida muy breve, aunque intensa, para una muerte muy larga. Les pasa, por lo común, a los exquisitos y a quienes se introvierten en su proyecto vital sin pararse a pensar en la autopromo. Les pilla el toro.

Pegatinas de Chillida

Cuando el Gobierno franquista decretó instalar en la Costa Vasca dos centrales nucleares, una en Lemoiz y otra entre Deba y Zumaia, Kike Turmix, para algunos pelagatos Kike Bobo (mote que asumió con sagaz inteligencia, identificándose a veces con él por teléfono) repartía a los transeúntes, en Bilbao, las pegatinas que Eduardo Chillida, en su primer anagrama de traza laberíntica, creó en contra de aquel disparate atómico. Se le contemplaba, a Kike, con raras excepciones, como a un excéntrico y un faltón. Era el primer ‘punk’ en la Piel de Toro y el paredro de Sid Vicious, pero sin vicios. Le perdía el paladar, punto.


No faltaban antecedentes genéticos para su excentricidad. Su padre, Isidro Vitoria, era tambor mayor de la Tamborrada de Deba, espectáculo tan bufo como solemne patrocinado por la sociedad gastronómica «Osio Bide». Un hermano, catedrático en matemática cósmica, hace años que se pluriemplea como celebérrimo payaso de ETB con el seudónimo extraacadémico de «Txilibiton», junto a Txirri y Mirri. Otro más, conocido en la cuadrilla como «Monseñor», ejercería con el tiempo de sacerdote y director del Seminario de Derio. Todos se llevaron siempre bien.

En ‘La Vía Láctea’

Tenía Kike, de ahí sus honras fúnebres, un pie en la meseta y otro en Euskal Herria. Analizaba con lucidez cómo se fue desarrollando el madrileñismo militante. Cuando accedió a explicarse, con la movida ya en marcha gracias al motor espontáneo de Turmix y otros apátridas luego famosos, que más abajo se citan, se buscaba la vida, amén de sus magistrales columnas en «La Luna de Madrid» y otras revistas y fanzines, como pinchadiscos en «La Vía Láctea», una de las criptas más selectas de Malasaña. En esta barriada, como en algunas islas de Oceanía, los días se medían por noches. «Rebelión», ya lo apuntamos, conserva y conservará las declaraciones de Kike recabadas al respecto de aquel fenómeno parasocial efímero porque, es ley de vida, el sistema lo absorbió y neutralizó.

Se sinceró al anochecer, tirando a fresco, en ese reducto tan particular, de gatos, gorriones y vecindario humilde, cuando aparecían las primeras camisetas de «Iron Maiden» o «Motorhead» pegadas a los costillares de las mozas. Dijo por entonces: «Esto, si te fijas, es como un pueblo dentro de Madrid. El Dos de Mayo es la fiesta del barrio, hay verbenas, aluvión, llenazo y marcha. Pero», ilustra su dualidad jánica, «lo mejor es cuando llegan las diversas finales con el Athletic. Entonces aparece la banda de ‘Txomin Barullo’ (grupo contracultural del Casco Viejo de Bilbao, al que se le deben los jápenings más notorios de la presunta transición en los 1970) y se confraterniza con los vascos. Gane quien gane. En mayo del ’76 se celebraron las primeras fiestas de Madrid, y luego vino el Carnaval». Y en el de 1981, Malasaña se llena de Tejeros y de guripas que ofrecían costo en tono de apocalipsis, enróllate, tronko, que se acaba la libertad.

‘Movida’ madrileña

Se crea, así, al socaire del Arco de Monteleón, el madrileñismo. Kike: «Sí que existe una reivindicación al respecto. Antes, ser de aquí era imposible. Nadie era de Madrid. Ahora, los que no somos de Madrid, somos de Madrid. De significar casi un baldón, se ha pasado a que ser de Madrid te dé un cierto tono. ¿Instituciones? Las instituciones han entrado en la ‘movida’ con retraso. No me avergüenza confesar que nos hemos aprovechado de las instituciones a manta; pero, la verdad, no mucho. Resulta incalificable que haya tantos locales vacíos», predecía el fenómeno ‘okupa’, «y que los grupos tengan que pagarse un tugurio donde ensayar. Porque la música, en lo de la ‘movida’, fue el detonante a partir del Ateneo de «La Prosperidad» (barrio liminal). Luego vino la gente del cine, del cómic, de la literatura y otros círculos: Pero sin ‘Kaka de Luxe’ nada hubiera sido lo mismo. Y aquí hay que recordar al ‘Colectivo Premamá’, a la ‘Cascorro Factory’ y a la obra de teatro de Moncho Alpuente ‘Castañuela 70’, estrenada en 1969″.

La historia se reitera. En Deba, Kike Turmix dejó huella, y se formó un grupo garajero, «Dessakato», que grabó en maqueta su tema «Alubias para cenar», y cuyos miembros son hoy ejecutivos, padres responsables y puretas o directores de empresa. Aludía a esta metamorfosis Kike, en 1986: «El jipi del ’68 niega que lo ha sido y va de corbata. Tiene un hijo que se llama Julián y niega haber sido fan de los Beatles».

Rebatió que el rock constituyese colonización USA: «No creo que el rock como música, estética o ideología pueda ser acusado de colonización norteamericana. El que yo lleve un ‘bandana’ y gafas ‘ray ban’ está unido al rollo que hoy constituye un lenguaje universal. Es más, lo que quieren vendernos los norteamericanos son otras cosas, Madonas y eso».

Trago de cerveza. «Gente que está en la oposición hace giras contra Reagan. Aquí de lo que se trataba era de hacer casticismo con ‘rock and roll’. Porque es duro que sean gentes de fuera las que pongan los puntos sobre las íes de rock. Ahí tenemos», surge el entendido, «la banda californiana ‘Love’. Se desarrolló en California Sur, donde existe influencia hispana. El rock pueden ser los sonidos latinos del ‘tex-mex’, o sea, la ranchera-rock. ¿’Rythm’n’ blues? El ‘rythm’n’blues es latino. Tocaban con acordeón. Con acordeón diatónico, como en Donostia».

Los ilustres: Almodóvar, Moriarty…

«En Madrid están», enumeró Kike, según nuestras notas, los ‘skins’, los ‘punks’, los ‘rockers’, los ‘mods’, los ‘jevis’. En Malasaña, jevis hay pocos. Se quedan en San Blas. En el ‘Argentina’. Y en el ‘Consulado’ o el ‘Canciller’. Tienden a no moverse de sus barrios. Aquí en Malasaña se aprecia una mezcla indiferenciada de ‘rockers’, ‘modernos’ y ‘punks’. Gente muy joven. A partir de las once, cambia, se eleva el nivel cultural. Es más dilatado. Gente que viene de un ‘Alphaville’, que ha estado en una librería y luego en una galería de arte. Se les ve en los garitos más serios. En ‘La Vía Láctea’, el ‘King Creole’, que cae en la esquina de Corredera Alta y San Vicente Ferrer. Por ahí van mucho Almodóvar, y Alberto Alix, y Antonio Bartina. Y ‘rockers’ de todo pelaje. Por ejemplo, Poch, de ‘Derribos Arias’. Y luego Jiménez Arnau, o Marta Moriarty». Define su lugar de trabajo, en aquellos días: «La ‘Vía Láctea’ es más estándar. Es obligatorio, más que nada, por su relación con el rock.

Van prensa, música, gentes de distribución. Ahí enfrente, en el ‘Dos de Mayo’, está la sede de la LCR. En cuanto al ‘Choose Me’, puedes ver a la progresía en el poder, al desmadre institucional. Luego está el ‘Café del Foro’ que, oye, el encargado es de Mutriku. Tiene público generalizado. Y se me olvidaba citar a ‘Agapo’. De ‘Agapo’ salen bandas nuevas. Viene a ser lo que fue el ‘Rock Ola’. Siguen saliendo grupos buenos: ‘Desperados’, ‘Enemigo’, ‘Sex Museum’. Ya graban, y mira, son bandas formadas en pequeños clubs. En cuanto la droga, aquí, está institucionalizada».

Se percataba ya, Turmix, de la decadencia de lo decadente, o postdecadente como moda fugaz. «Esto tocó fondo en 1983. Se vino abajo. Camellos, policías, fascistas diversos casi acaban con el barrio. Pero poco a poco se ha ido recuperando. Aparece menos gente guapa».

No existía el colectivo pijo-guai, que aniquilaría al panteón mitológico de ‘Alaska’, Bibi Andersen y los Panero. Cumplió su ciclo, Malasaña. Kike Turmix, un enciclopedista con envidiable memoria, genio y figura, en eterno ensueño de un rock progresivo, que no progresista, habita ya el limbo de los rockeros muertos y no toca el arpa, sino la Stratocaster.