Este martes 3 de marzo en el auditorio del Museo Nacional aconteció un acto de amor que venció al imperio de la muerte en Colombia. Se cumplían veinte años del día desgraciado en que un jovencito traído de una barriada de Medellín al aeropuerto El Dorado, en Bogotá, disparo en un instante 28 balazos sobre […]
Este martes 3 de marzo en el auditorio del Museo Nacional aconteció un acto de amor que venció al imperio de la muerte en Colombia. Se cumplían veinte años del día desgraciado en que un jovencito traído de una barriada de Medellín al aeropuerto El Dorado, en Bogotá, disparo en un instante 28 balazos sobre la humanidad de José Antequera, un brillante y promisorio líder comunista de treinta cuatro años nacido en Barranquilla, en la Costa Caribe de Colombia.
Antequera había denunciado el proceso de exterminio sistemático de los integrantes de la Unión Patriótica , iniciado desde el momento mismo de la constitución de esa formación política en 1985 , y había anunciado que le iban a matar porque el gobierno de turno , Virgilio Barco , carecía de la voluntad política para cesar la acción de los grupos paramilitares que actuaban con la licencia de altos mandos de la fuerza pública formados en las doctrinas hemisféricas del anticomunismo y el enemigo interior. Y José , pese a las cobardes amenazas sobre su vida que empañaban la dicha de su hogar junto a su compañera y sus dos pequeños hijos , continuo con derroche de amor por su pueblo y valentía su briega por la paz autentica.
Ese 3 de marzo de 1989, Antequera se dirigía a Barranquilla con el propósito de visitar su señora madre y escapar un poco a la terrible atmosfera que respiraba sometido a la alarma constante de ver irrumpir el arma asesina en cualquier resquicio. A las tres de la tarde de ese viernes infausto Pepe Antequera pasó a ser la victima 721 de la aniquilación metódica de hombres y mujeres de la Unión Patriótica. La sindicación falaz de » la combinación de las formas de lucha» esgrimida por voceros de los victimarios para justificar el genocidio , cae por el peso de su propia ignominia , pues la monstruosa serie de asesinatos arrebato las vidas de quienes la cuestionaron , y en su valerosa acción pública en favor de los humildes de Colombia , estuvieron armados tan solo con el valor de sus ideas , la pureza de sus sueños y su integridad sin tacha. Un decoro, este si temible , para la nauseabunda alianza de los poderes geopolíticos, económicos y de la casta política tradicional, heredera de los repugnantes privilegios de la colonia.
La noche de ese terrible tres de marzo, María Eugenia, la viuda de Antequera, alzó en sus brazos a su pequeño hijo José, de cinco años, y le dijo «Mataron a tu padre». Erika, la hermanita, con diez años, podía comprender con más exactitud el revuelo que inundo su casa que no tenía teléfono para evitar el tormento de las amenazas. Veinte años después, tutelado por las imágenes del ímpetu de su padre y las leyendas proyectadas que decían: Podrán matar la flor, pero no la primavera, y en medio del auditorio abarrotado que fue necesario cerrar pues el numero de asistentes supero la amplia capacidad del recinto, José Antequera hijo1 señalo: «Es cierto, las ideas no se matan. Pero las ideas no se pueden abrazar, ni besar, ni compartir con ellas el juego inolvidable. Mi padre merecía vivir, su sueño era el sueño de un pueblo.»
María Eugenia intento desde 1989 y durante un tiempo esclarecer el crimen, establecer la cadena de mando que unía la mano asesina con el designio criminal. Por su intento de que hubiera verdad y la justicia institucional funcionará con quienes dieron la orden y fraguaron el asesinato, recibió múltiples amenazas. El crimen debía permanecer, como permanece hasta hoy casi la totalidad del Genocidio, en la impunidad absoluta. María Eugenia contemplo sus dos pequeños hijos y optó por consagrar la vida a su cuidado y evitar que además de la vida de su padre, que les había sido arrebatada, se les robase también la memoria de la dignidad que él encarno, y que una muy pensada campaña de desinformación y olvido se ha encargado de velar.
Con el paso de los años, los hijos han buscado al padre. La noche de este tres de marzo se proyecto en el auditorio del Museo Nacional el extraordinario documental «La historia que no contaron» elaborado por Erika Antequera y el cineasta canario Ayoze O´Shanahan. Un documento audiovisual con formidable potencia esclarecedora que nos recordó que «la mentira puede correr cien años pero la verdad la alcanza en un día», una obra libre de odio y con niveles de lucidez implacable que muestran los efectos insalvables de la costumbre de mentir en los rostros macilentos y las miradas turbias, en contraste con la invencible potencia vital que florece en la honestidad sin fisuras. Una critica demoledora a la idea funesta que justifica los medios utilizados por el fin pretendido , y un homenaje estremecedor a la pureza de los sueños y la entereza indoblegable.
Esta obra nos revelo que la nueva política que emerge, en este tiempo en que tanto se precisa, esta enraizada en la memoria del amor, que congrega y reúne. En la memoria de nuestros pueblos germina el nuevo mundo.Hay un mínimo de amor propio sin el cual es imposible vivir como seres singulares y como pueblos, y los yacimientos de este amor habitan en esta memoria prodigiosa capaz de revelar la vida que vence la muerte.
Finalizada la proyección del documental, por sobre un emocionado aplauso que no cesaba, Erika Antequera con el bebe que espera, agradeció el apoyo de muchos de quienes hicieron posible la obra, y en especial agradeció al padre que descubrió en este duro viaje hacia el recuerdo, al hermano amigo y a la madre presente junto a ellos que brindo con todos por sus hijos que continúan la saga del decoro y por José. La atmosfera era electrizante y a las lagrimas que rodaron durante la proyección, lagrimas de mujeres y hombres recios que han agotado hace tiempo las reservas de llanto con que venimos al mundo, se sucedió el sentir una inundación de energía interior, la certeza de la presencia de la fe y la determinación irradiada por quienes han encarnado lo mejor de nuestro pueblo. Quizás el aserto de un caribeño cuya imagen dibujada en un muro de la Universidad del Atlántico fue recogida muy fugazmente en el documental pueda expresar la magia que aconteció la noche en que el amor venció la muerte: No reposa: ¡se esparce! No se es hombre: se es fuerza; se es naturaleza.
1 Integrante de la organización hijas e hijos por la memoria y contra la impunidad.www.hijoscolombia.org