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Texto y comentarios

La actualidad de Malthus

Fuentes: Rebelión

Hay un derecho que generalmente el hombre ha creído poseer, y que yo estoy seguro de que ni lo posee ni puede poseerlo: el derecho a su subsistencia cuando su propio trabajo no le permite adquirirla honestamente. Malthus no ponía en duda el derecho a la subsistencia, sin trabajar, de la familia real, los lores, […]

Hay un derecho que generalmente el hombre ha creído poseer, y que yo estoy seguro de que ni lo posee ni puede poseerlo: el derecho a su subsistencia cuando su propio trabajo no le permite adquirirla honestamente.

Malthus no ponía en duda el derecho a la subsistencia, sin trabajar, de la familia real, los lores, los aristócratas, los obispos, los capitalistas cuyo trabajo consiste en explotar el trabajo ajeno y demás parásitos de la especulación y las finanzas.

Es cierto que nuestras leyes proclaman este derecho y obligan a la sociedad a proporcionar empleo y comida a aquellos que no pueden conseguirlo en el mercado normal; pero, al hacer esto, lo que intentan es ir en contra de las leyes naturales,

En efecto, las leyes naturales sólo garantizan el derecho a subsistir a los más fuertes, de donde la afirmación del economista-portavoz- de la naturaleza, quien no tiene el poder, pierde el derecho. Ello le distingue de nuestros burgueses modernos: él no era demagogo. Nuestros burgueses han acabado reconociéndonos todos los derechos; dicen: «todos tenéis derecho de comprarlo todo, de acuerdo con vuestro poder…de compra.»

Y, en consecuencia, es de esperar no solamente que fracasen en su objetivo, sino que los pobres a quienes se pretendía beneficiar sean los que sufran con mayor crudeza las consecuencias de este engaño inhumano al que se los somete.

Malthus consideraba, desde luego no demagógicamente, pero con una cara dura inigualable que el «excedente de pobres» sufriría menos el rigor de su situación dejándose morir lentamente que luchando insensatamente por sobrevivir.

Un hombre que nace en un mundo ya ocupado, si no puede obtener su subsistencia de sus padres, a quienes es justo que se la exija, y si la sociedad no desea su trabajo, no puede reclamar el «derecho» a la más mínima porción de alimento, y en realidad, no tiene ningún derecho a estar donde está.

Nunca había visto reflejado en un escrito una imagen tan exacta del mundo en que vivimos. La anfitriona-naturaleza invita al excedente de las clases inferiores a marcharse — ¡Tremendo! Porque marcharse significaba lisa y llanamente desaparecer, ya que la única puerta que se abriese, la acogida de los países movidos por la compasión, se cerraría inexorablemente porque la invasión de intrusos quitaría el pan de la boca a los invitados al banquete.

Si éstos se conmueven y le hacen sitio, de inmediato aparecerán otros intrusos solicitando idéntico favor; la noticia de que existen provisiones para todo el que llega, llena el vestíbulo de numerosos solicitantes.

Aquel economista que vivió a caballo de los siglos dieciocho y diecinueve, ya anunciaba lo que los políticos de ahora llaman el efecto llamada. Se le consideró una especie de rictus desagradable en un mundo de sonrisas y edulcorados parabienes burgueses. La propia intelectualidad orgánica le tapó la bocaza, le condenó al silencio. Pero su fantasma sale de la tumba tocando a rebato y clamando: ¡Ya os lo dije!

¿Acaso no oímos hoy día a los gobiernos de los países «ricos», (derechas e «izquierdas» bailan al mismo son), clamar: ¡Lo sentimos mucho, pero no podemos escuchar la cantinela moral y demagógica de las almas nobles e ingenuas quienes abogan por el derecho universal de circulación para todos, sencillamente, porque sería una catástrofe para nuestros pueblos y, por lo tanto, también para el excedente de mano de obra que acogiésemos!?

Hemos de concluir por lo tanto que, por pura lógica maltusiana, las alambradas y las murallas son imprescindibles a la supervivencia del sistema capitalista. Nunca como ahora el nudo gordiano que atenaza a la economía se había visto con tanta nitidez. El derecho universal a la libre circulación y con él, el derecho del trabajador a vender su única propiedad, la fuerza de trabajo, se ha desmoronado estrepitosamente, sepultando entre sus escombros, los pocos oropeles que le quedaban a la democracia burguesa. A la naturaleza del capitalismo le sobran bocas. El derecho a la subsistencia, hace tiempo que desapareció para los millones de seres que mueren cada año por hambre y enfermedades derivadas del hambre.

Un abismo se abre entre el ciudadano turista y el proletario emigrante; a los primeros se los recibe con los brazos abiertos; se levantan barreras ante la llegada de los otros. ¿Por qué no nos planteamos la pregunta de lo que ocurriría si los habitantes de los continentes empobrecidos considerados excedentes, deciden, un día, hacer sentir su pesar y su cólera a los bienaventurados turistas…? Pero volvamos al texto de Malthus:

Se alteran el orden y la armonía del banquete; la abundancia antes reinante se transformará en escasez, y la felicidad de los invitados desaparece ante el espectáculo de miseria y dependencia observable en cualquier parte del vestíbulo y por la clamorosa importunidad de quienes con toda razón se enfurecen al no encontrar la provisión con la que habían creído que podían contar. Los invitados comprenden demasiado tarde el error que han cometido al contravenir las órdenes estrictas dadas a todos los intrusos por la gran anfitriona del banquete, quien, deseosa de que todos sus invitados tuvieran abundancia y sabedora de que no podría proporcionársela a un número ilimitado de ellos, se negaba humanitariamente a admitir nuevos invitados cuando su mesa ya estaba completa.

Malthus, ya lo he dicho, no era un demagogo, pero su hipocresía no tenía límites. Que Doña Naturaleza, aplicando la ley de la jungla, rechazase compartir el banquete con los intrusos, era, nunca mejor dicho, natural; pero que se presente el rechazo como humanitario era el colmo del cinismo.

El abate Raynal ha afirmado que «avant toutes les loix sociales l´homme avoit le droit de subsister»…Pero ni antes ni después de la institución de las leyes sociales es posible la subsistencia de un número ilimitado; y, tanto antes como después, quien deja de tener el poder deja de tener el derecho. Si las grandes verdades sobre estos temas fueran más ampliamente difundidas y se pudiera convencer a las clases inferiores de que, según las leyes de la naturaleza, independientemente de instituciones concretas —salvo la suprema institución de la propiedad, imprescindible para lograr cualquier provecho considerable—, ningún ser humano tiene derecho alguno a que la sociedad le proporcione la subsistencia si no la logra con su trabajo,

Esta última frase, separada de su contexto, haría de Malthus un peligroso revolucionario, por ello, la precede una salvedad: todos tienen que trabajar para vivir salvo los propietarios y afortunados.

La mayor parte de la nociva oratoria acerca de las instituciones injustas de la sociedad se vendrá abajo por ineficaz. Los pobres en modo alguno tienen tendencia a ver visiones; sus desgracias son siempre reales, pero no siempre son atribuidas a sus causas reales. Si se les explicaran adecuadamente esas causas…, el descontento y la irritación entre las clases inferiores del pueblo se producirían con mucha menos frecuencia que en la actualidad y, cuando lo hicieran, serían mucho menos de temer. Los intentos de los revoltosos y descontentos de las clases medias podrían ignorarse sin peligro si los pobres estuvieran tan informados respecto del carácter real de su situación como para darse cuenta de que si los apoyaban en sus ideas renovadoras lo que probablemente harían sería facilitar los propósitos ambiciosos de otros sin beneficiarse a sí mismos.

Intelectual burgués incomprendido, puso su —mal— genio al servicio de su clase. Estaba impregnado de su historia. En efecto, las revoluciones burguesas las realizaron los pobres en beneficio de los que, en su tiempo, eran portadores de las ideas renovadoras, la burguesía revolucionaria. Hoy se trata, repito, para deshacer el nudo gordiano que nos obliga a vivir en un sistema deshumanizado, de construir, buscando todos los apoyos, la unidad de toda la clase trabajadora, (proletarios excluidos, precarios, estables crecientemente precarizados, trabajadores de la cultura (ciencias, artes, técnica…) para recuperar la dignidad perdida, dejando claro que en este mundo nuestro quienes sobran son los usurpadores y acaparadores, quienes nos roban la riqueza que creamos, los de la lista Forbes y sus émulos de todos los países. En el mundo que queremos construir no hay excedente de gente trabajadora. Cabemos todos, ateniéndonos a la frase lapidaria de Malthus: «Ningún ser humano tiene derecho alguno a que la sociedad le proporcione la subsistencia si no la logra con su trabajo…» …salvo los niños, ancianos, inválidos y enfermos.» Que me perdone Malthus si me importa un pito la institución de la propiedad.