1. La recesión económica norteamericana, que contamina indiscriminadamente a los países centrales y a las llamadas economías «emergentes», ya provoca en Chile sus primeras consecuencias, más allá de la propaganda gubernamental pobremente convincente. Chile se desacelera económicamente; se congelan los salarios para combatir la inflación; la producción para el mercado interno y las exportaciones asociadas […]
1. La recesión económica norteamericana, que contamina indiscriminadamente a los países centrales y a las llamadas economías «emergentes», ya provoca en Chile sus primeras consecuencias, más allá de la propaganda gubernamental pobremente convincente. Chile se desacelera económicamente; se congelan los salarios para combatir la inflación; la producción para el mercado interno y las exportaciones asociadas al agro «transpiran frío» con la caída libre del dólar y el boom de las importaciones asiáticas; el alza sostenida y creciente del pretróleo y los alimentos a nivel mundial golpea a la mayoría nacional, y en especial, a los más pobres; el empleo se precariza sistemáticamente y las medidas paliativas del gobierno para enfrentar la crisis resultan extraordinariamente insuficientes; el capital persevera en su concentración y consolida, como condición consustancial al modelo neocapitalista, la desigualdad estructural de una sociedad de clases, ya casi estamental, debido al derrumbe del mito de la movilidad social. A todas luces se vive un período -todavía no acotado en el tiempo- donde la lucha por el salario y la estabilidad laboral estarán en el centro del devenir laboral chilena. Este es el marco de relaciones económicas generales sobre las cuales se desenvuelve el quehacer político y social en el país.
2. Las tareas de la geografía descoyuntada de la izquierda anticapitalista y con horizontes socialistas están claras hace tiempo. Independientemente de que el ascenso de los episodios de lucha de clases debe rimar con la reconstitución de las fuerzas orgánicas de los trabajadores y el pueblo, es preciso, desde ya, afinar la puntería, desembarazarse de las debilidades endógenas, los egoísmos, las emociones abanderizadas, y aplicarse a la «razón de la unidad» como punto de inflexión y arranque para la reconstitución del proyecto político de los de abajo. Desde las luchas auténticas del pueblo y sus demandas esenciales; desde la convicción de poder; desde la superación traumática de las izquierdas de inspiración revolucionaria de las décadas pasadas; con independencia de clase y abrazando el socialismo en clave latinoamericana. Como se ha planteado muchas veces, la marginalidad política no está hoy en la ausencia de la izquierda de las instituciones malamente representativas de la democracia burguesa, sino en la incapacidad de construir el empeño unitario, compartido, amplio, democrático, crítico y orgánico para ser parte del actual período de luchas sociales y perspectivar los fundamentos de una nueva hegemonía, en todas sus dimensiones, desde abajo. De no ser así, la movilización de los diversos sectores de los trabajadores y pobres de Chile no saltarán la barrera economicista a la cual está condenado un pueblo sin coordenadas políticas estratégicas. Ni la participación en las elecciones del actual sistema político -remozado y fortalecido por la Concertación-, ni una asamblea constituyente resultan vías sustantivas para la reconstrucción de la fuerza social destacada para comandar las transformaciones profundas que demandan las mayorías nacionales. Con las actuales fuerzas con las que cuenta hoy el campo popular chileno, las vías anteriores sólo pondrían en vitrina sus debilidades e insuficiencias, y legitimarían el presente orden de cosas. Los que estén inscritos en los registros electorales, que voten por la izquierda tradicional: la cuestión es que ese ejercicio no sólo no cambia casi nada, sino que desgasta y confunde al pueblo. Con las actuales correlaciones de fuerzas, poner el acento en la inclusión sistémica -sin descartarla maximalistamente- o siquiera, empatarla a las tareas de reconstrucción de la lucha de los de abajo, es ilusionismo, ingenuidad o conveniencia reñida con los intereses populares.
La izquierda anticapitalista, en un solo movimiento, debe aplicarse a la unidad en la acción y la unidad política, sincrónicamente. De no hacerlo, continuará su derrotero testimonial y perseverará en una suerte de «vocación de minoría», totalmente inconducente y funcional al capital y sus expresiones.
3. Cada vez más aumenta el contingente de trabajadores y pueblo en lucha. Son, por el momento, los sectores más precarizados del empleo; los subcontratados, los sobreexplotados, los que sobreviven con salarios de miseria. El escenario plantea la evidencia histórica respecto de la recomposición de las fuerzas populares sobre la lucha de clases, sea solapada, explícita, parcial o generalizada. Y una de las debilidades centrales de los trabajadores tiene que ver con su pobre sindicalización y dispersión. Ningún objetivo ligado al mejoramiento de la calidad de vida de los asalariados en Chile ha tenido éxito sin la organización amplia, democrática, numerosa y disciplinada de su fuerza de trabajo.
Desde el retorno a los gobiernos civiles y el restablecimiento de la Central Unitaria de Trabajadores, colisiones políticas, miopía político sindical, caudillismos de toda laya, digitaciones desde el poder contra la organización de los trabajadores, y un conjunto de patologías sindicales han convertido a la dirección de la CUT en una expresión debilitada, casi simbólica del mundo del trabajo, la cual, en general, ha sido extensión legitimadora de las políticas gubernamentales para quienes viven de un sueldo.
Sin embargo, por otra parte, todos los empeños por construir alternativas multisindicales han caído en limitaciones graves; «aparcelamientos», escasa acumulación de fuerza laboral organizada, e impotencia. Ninguna de estas apuestas -la mayoría de ellas motivadas por propósitos muy nobles- ha resultado eficaz; ninguna por sí sola ha logrado convertirse en una herramienta eficaz, extensiva, convocante de sus asociados ante el capital. Por el contrario, la diáspora sindical se ha multiplicado para dicha de los poderosos.
Y ocurre que hoy los trabajadores nuevamente han vuelto a la pelea dura. Y requieren de una organización potente que todavía no existe. Una multisindical inspirada en la CUT de Clotario Blest; con independencia política de clase respecto de los patrones y los gobiernos de turno, y vocación emancipadora, profundamente democrática, inclusiva, porosa, reunida en objetivos de alta sintonía y atractivo para los trabajadores; una CUT a la altura de las luchas que demanda el período y con el tonelaje, ética insobornable y orgánica ajustada a modelos de organización que convenza y sume al trabajador del siglo XXI.
Al respecto, las diversas corrientes y agrupaciones sindicales en clave independiente y liberadora, tienen la responsabilidad de enfrentar un debate de carácter estratégico e insoslayable. La participación en la CUT de los sectores más consecuentes del mundo del trabajo, en potencia, variaría considerablemente el panorama de la organización histórica de los productores de la riqueza del país. La CUT -si bien opera muchas veces como cuartel general de militancia que apuesta a la colaboración de clases, y defiende hasta con violencia «su feudo»- no es el parlamento burgués, ni una estructura impenetrable. En su interior conviven contradicciones profundas. En este sentido, el ingreso crítico a la Central comportaría una modificación en su correlación de fuerzas que, con dificultades y asperezas, descompensaría su ordenamiento interno, ahora funcional a la Concertación y sus partidos. La unidad de los trabajadores, y las apuestas político sindicales con independencia de clase y horizonte anticapitalista, deben jugarse en terreno pedregoso también. Y la estatura ética y política de los que están fuera de la CUT llama a la tarea histórica de reconstruir la multisindical más importante del país para ponerla en tensión contra el capital. Luego de tanto tiempo de dispersión inútil y en un contexto completamente adverso para los millones de trabajadores chilenos, la necesidad de la unidad se convierte en tarea prioritaria.
4. Que la Concertación de Partidos por la Democracia -luego de 18 años en el Ejecutivo, como un PRI mexicano que ya cumplió mayoría de edad- sufre una crisis de sentido, resulta una verdad a voces. Inversamente a lo ocurrido durante la Unidad Popular , los desprendimientos militantes (o de grupos de poder) de la Democracia Cristiana y el PPD se sintetizan con la derecha histórica, y el Partido Socialista, luego de su Congreso XXVIII, confirma sus posiciones liberales y subordinación al capital. El agotamiento de la Concertación -si es que alguien aún mantenía alguna expectativa, en el sentido de reformular las relaciones entre el capital y el trabajo a favor de este último- es tangible, agobiante e irreversible. Que se agregue de la forma que sea la izquierda tradicional al conglomerado en el gobierno, en el mejor de los casos, podría oxigenarlo temporal y mediáticamente. Sin embargo, desde abajo, la Alianza por Chile y la Concertación se ven iguales; y desde los intereses de clase que promueven, de manera concluyente, son un solo bloque en el poder con matices adjetivos respecto de los requerimientos de los trabajadores y el pueblo. Las disputas preelectorales polarizan en la apariencia a ambas alas del sistema político dominante, mientras la burguesía gremializada en la Confederación de la Producción y el Comercio continúa poniendo sus huevos en ambas canastas en espera de las elecciones municipales y los resultados de las encuestas.
Aquí podemos aventurar algunas hipótesis. El sistema político chileno se funda sobre dos expresiones de un mismo patrón de acumulación capitalista, y, entonces, no existe un peligro auténtico para las clases dominantes respecto de un intercambio de roles (que el gobierno se convierta en oposición, y la oposición en gobierno). Con una leve supremacía de la Concertación hasta ahora, el empate técnico entre ambas componendas se ratifica en cada elección (más allá de la abstención y no inscripción de millones en la arena electoral); la presidencia del Senado ya está en la derecha y los desgajamientos concertacionistas se han inclinado invariablemente hacia ese sector. ¿No es posible que para reblindar la legitimidad del actual modelo, sectores de la Concertación vean como un evento no catastrófico la llegada de la derecha a La Moneda ? Es decir; al igual que en USA, un sistema político sostenido sobre dos agrupaciones primo hermanas, podría requerir de un recambio para dotar de legalidad y sentido a un orden que lleva casi dos décadas en el Ejecutivo. No resultaría extraño que sectores democratacristianos alentaran palaciegamente cuatro años de Lavín o Piñera, de la derecha arriba. Es un tiempo relativamente breve y podría servirles para intentar constituirse en oposición «refrescante», tratar de reestablecer lazos con «las bases» y el mundo social; criticar más o menos abiertamente lo que hoy defienden con uñas y dientes; concentrarse en recomponerse partidariamente, y luego retornar en gloria y majestad (a la española) el 2013, después de un «antipopular» gobierno derechista. ¿Es que acaso un complejo político democrático burgués y sin pueblo no se legitima en la apariencia necesaria del relevo político, sin modificar sus estructuras fundantes? ¿Sería muy extraño que sectores concertacionistas (haciendo abstracción de las granjerías que ofrece el poder) no tuvieran a bien considerar un gobierno de derecha, bajo la mirada de un parlamento repartido, para volver más presentable la democracia de los poderosos?
Sólo es una hipótesis. Sobre sus consecuencias, habría que tensionar la imaginación política. Aquí la pregunta clave es ¿las cosas podrían ser peor para los trabajadores y el pueblo en un gobierno de la Alianza por Chile?
Andrés Figueroa Cornejo (Polo de Trabajadr@s por el Socialismo)