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Materiales para el seminario "De Marx al marxismo latinoamericano: una aproximación"

La acumulación originaria y la industrialización del tercer mundo

Fuentes: Rebelión

El siguiente texto de Mandel, que hemos incluido como material de formación política del Colectivo AMAUTA, se encuentra editado en varios libros. Entre otros, puede consultarse en Ernest Mandel: Ensayos sobre el neocapitalismo. México, ERA, 1971. pp.153-171. Un inusitado reproche dirigido a la teoría económica de Marx ha sido el formulado por Joseph Schumpeter, según […]

El siguiente texto de Mandel, que hemos incluido como material de formación política del Colectivo AMAUTA, se encuentra editado en varios libros. Entre otros, puede consultarse en Ernest Mandel: Ensayos sobre el neocapitalismo. México, ERA, 1971. pp.153-171.

Un inusitado reproche dirigido a la teoría económica de Marx ha sido el formulado por Joseph Schumpeter, según el cual sería imposible elaborar una teoría de la acumulación primitiva del capital acorde con la teoría marxista del «interés» (es decir de la plusvalía) (1). En realidad, uno de los méritos principales de la teoría económica marxista es haber logrado integrar la teoría y la historia económica, no solamente porque Marx parte del carácter históricamente transitorio -es decir socialmente determinado- de las «categorías de la economía política» sino además, porque emplea un método de investiga­ción genética que concibe la aparición, la extensión y la extin­ción de estas «categorías» como un proceso histórico. En el marco de un método de investigación semejante, tenía que subrayar de modo especial el origen histórico y económico del capital y de las diferentes formas históricas de la plusvalía, se­gún se trate de una plusvalía que se origina en la circulación de las mercancías, en la sociedad precapitalista, o de una plus­valía surgida del proceso de producción en la sociedad capi­talista (2).

La teoría del capital de Marx (siendo el capital el valor que se incrementa con una plusvalía) descansa sobre la compren­sión dialéctica del proceso de cambio. En la pequeña produc­ción mercantil, que surge en el seno de una sociedad todavía dominada por la economía natural, se desarrollan simultánea­mente un proceso de simple circulación de mercancías (M-D-M), realizado por artesanos y campesinos, y un proceso de circu­lación de dinero (D-M-D’) que da a luz a las primeras formas de plusvalía encarnadas en el capital usuario y mercantil y originadas por un intercambio desigual. La primera fase de la acumulación primitiva del capital -acumulación primitiva del capital-dinero- que se desenvuelve en Europa occidental en el transcurso de la alta Edad Media, significa apropiación por el capital de una plusvalía que resulta de la expropiación de otras clases de la sociedad. Reyes y señores feudales intercam­bian la renta de la tierra por capital usurario; las zonas más atrasadas del país o pueblos extranjeros intercambian mercan­cías por menos dinero del que reporta la venta de esas mismas mercancías en las ferias de Occidente. El origen del capital reside, por tanto, en el intercambio desigual que se apodera de capas sociales cada vez más amplias en la medida en que se extiende la economía monetaria hasta desembocar en el endeudamiento general de la población con el capital-dinero (3).

En el modo de producción capitalista, este proceso se trans­forma en su contrario. El intercambio de valores iguales se convierte ahora en regla, los engaños en excepción, y quedan marginados en la periferia de la vida económica. La apropia­ción de la plusvalía (D-M-D’) ya no se efectúa en el transcurso de una simple circulación de las mercancías; ahora concierne al conjunto del proceso de producción. En el curso del proceso de circulación, el dinero se transforma en capital, cambiándose primeramente por máquinas, materias primas, etc. (capital constante), y por fuerza de trabajo (capital variable), permi­tiendo a continuación que la fuerza de trabajo cree un nuevo valor en el transcurso del proceso de producción, con ayuda de aquel capital constante, adquiriendo así la forma de una masa de mercancías producidas y realizándose de nuevo bajo la forma de dinero incrementado por una plusvalía, gracias a la venta de estas mercancías.

Si la explotación del capital productivo conduce a la apa­rición de la plusvalía en el transcurso del proceso de produc­ción, gracias al intercambio de valores iguales (compra de la fuerza de trabajo en su valor), no por eso se trata de un in­tercambio equivalente. El intercambio entre el capital y el tra­bajo es un intercambio desigual de valores iguales; porque la fuerza de trabajo tiene el valor de uso específico para el ca­pital de producir más valor de lo que en sí misma cuesta (4). En el seno del comercio capitalista mundial se desenvuelve además un proceso de cambio de valores desiguales, que resul­ta de los niveles desiguales de productividad de las diferentes naciones que participan en este comercio (5).

A la luz de la teoría económica de Marx, el proceso histórico de la aparición y la apropiación de la plusvalía constituye, por consiguiente, una unidad dialéctica que encierra tres momentos diferentes: el cambio desigual basado en valores iguales. Úni­camente teniendo en cuenta estos tres momentos históricos puede responderse a la cuestión de saber cómo se ha consti­tuido el capital en Europa occidental, cómo ha podido incre­mentarse y cómo ha podido ampliar su ámbito a gran parte del globo. Este examen inicial empieza por confrontarnos en dos momentos -el cambio desigual de la época precapitalista y el cambio desigual en el seno del comercio mundial actual-, con una relación específica entre el capital occidental y los países considerados en vía de desarrollo, relación específica sobre la que insistiremos a lo largo de este ensayo.

II

Sabemos que antes de la expansión del modo de produc­ción capitalista, la plusvalía aparece principalmente como re­sultante del cambio desigual. El capital usurario y el capital mercantil de la Edad Media representan, no obstante, sólo etapas preliminares de este cambio desigual. Todo lo más ex­plican cómo pudo producirse la acumulación de masas de di­nero y de capital cada vez mayores en el seno de una sociedad que inicialmente se caracterizaba por una economía natural casi integral y por una enorme escasez de dinero. La historio­grafía contemporánea confirma claramente el papel decisivo que «el pillaje, la piratería y el rapto de esclavos» (por citar a Marx) desempeñaron en el florecimiento inicial de las ciuda­des italianas durante los siglos IX y X. Por otra parte, en la Edad Media ya existe una competencia precapitalista de capi­tales que, inclusive, produce una cierta forma de perecuación de la tasa de beneficio (6).

Se trata, sin embargo, de procesos que en gran parte trans­curren en la periferia de la vida económica, es decir al margen de la producción y de la circulación concerniente a esa pro­ducción. La usura, el crédito otorgado a los príncipes, el co­mercio al por mayor de productos exóticos y de lujo son los campos de aplicación más importantes de este capital. Si con motivo de mayores acumulaciones de capitales pueden pro­ducirse seguidamente actividades de este tipo, eso no significa que el capital llegue nunca a adueñarse de una economía en condiciones todavía predominantemente feudales. Y política­mente permanece sometido, bien sea a la propiedad feudal de los príncipes, bien bajo el dominio proteccionista de los gre­mios de artesanos.

Sólo en el transcurso de la segunda fase de la acumulación primitiva, que comienza a finales del siglo XV y principios del XVI -acumulación primitiva del capital industrial-, el capital conquista definitivamente su posición dominante en la economía y en la sociedad. La enorme extensión del capital comercial con la aparición de las primeras sociedades por acciones; la aparición de la deuda pública moderna y de la Bolsa ; el crecimiento de la banca moderna; la penetración del capi­tal en la producción industrial y agrícola (en particular con el desarrollo de las «nuevas pañerías», de la producción en co­mandita –Verlagssystem-, de la manufactura y la agricultu­ra moderna en Bélgica, en Italia del Norte, en el norte de Francia y más tarde en Inglaterra); son etapas ya conocidas del progreso del capital occidental en la época de la acumula­ción primitiva propiamente dicha que precedió a la revolu­ción industrial de mediados del siglo XVIII y que en gran parte la hizo posible.

Los problemas económicos que plantea esta revolución his­tórica son numerosos y complejos. ¿De dónde proviene esa enorme y brusca acumulación de capitales que requería la pe­netración del capital en la industria? ¿Cuáles son las causas de las rápidas transformaciones en las relaciones sociales que hicieron posible esa misma penetración? ¿Qué cambio en las relaciones de fuerzas políticas coincide con estas transforma­ciones? ¿Cuáles eran las reacciones, de orden feudal en el cam­po y corporativo en las ciudades, frente al asalto de las nue­vas fuerzas revolucionarias? ¿Qué cambios técnicos -no sola­mente de la técnica productiva, sino también de la técnica co­mercial y bancaria, por ejemplo de la técnica contabilizadora – hicieron posible y facilitaron esta revolución?

En el conocido capítulo XXIV del primer tomo del Capital, dedicado a la acumulación primitiva, Marx acentúa expresa­mente las precondiciones sociales de esta acumulación (des­taca, en primer lugar, la violenta exclusión de gran número de productores de cualquier acceso tradicional de los medios de producción y de los alimentos, especialmente del acceso a la tierra) y sobre el origen económico del capital acumulado en el pillaje: saqueo del extranjero (sistema colonial), saqueo de la propia población (tributos y proteccionismo) , saqueo del Estado (deuda pública), de tal modo que podemos definirlo por analogía con una observación de Engels sobre el modo de producción asiático (7). Entre todos estos fenómenos, Marx in­siste sobre todo en el cambio desigual, del que la rapiña no disimulada y el pillaje no son sus últimas expresiones lógicas.

Como referencia a la problemática contemporánea de los países llamados en vía de desarrollo, parecería indicado inten­tar una evaluación, aunque sólo sea por orden de magnitud, a la contribución involuntaria que han aportado estos países a la acumulación primitiva del capital en Europa occidental. Marx ha escrito: «El descubrimiento de los países del oro y de la plata en América; el exterminio, la reducción a la esclavitud y el entierro en las minas de la población indígena; el principio de la conquista y del saqueo de la India oriental; la transfor­mación de África en un territorio de caza comercial de pieles negras, fueron los procedimientos que caracterizaron la aurora de la época de producción capitalista. Estos idílicos procesos constituyen los momentos principales de la acumulación pri­mitiva» (8). La investigación contemporánea ha venido a darle plenamente la razón. Se podría incluso afirmar que Marx ha subestimado la importancia del pillaje del tercer mundo para la acumulación del capital industrial en Europa occidental.

Ya hemos intentado en otra ocasión (9) efectuar este cálcu­lo de transferencia de valores de las colonias hacia Europa oc­cidental durante el período 1500-1750. He aquí el resultado apro­ximado de esa evaluación:

a) E. J. Hamilton calcula el valor del oro y la plata trans­feridos por los españoles, desde América del Norte y del Sur, hacia Europa, entre 1503 y 1660, en 500 millones de pesos-oro.

b) H, T. Colenbrander estima el botín arrebatado a Indo­nesia por la Compañía Holandesa de la India Oriental , durante el período 1650-1780, en 600 millones de florines-oro.

c) El R. P. Rinchon calcula los beneficios obtenidos por el capital francés -solamente con el comercio de esclavos durante el siglo XVIII- en cerca de 500 millones de libras-oro francesas; sin añadir los beneficios obtenidos del trabajo de esos mismos esclavos en las plantaciones de las Antillas.

d) H. V. Wiseman y la Cambridge History of The British Empire evalúan los beneficios obtenidos del trabajo de los es­clavos en las Indias Occidentales británicos en 200-300 millones de libras-oro inglesas.

e) Exclusivamente el saqueo de la India durante el período 1750-1800, reportó a la clase dominante británica entre 100 y 150 millones de libras-oro (10).

La suma de todas estas cantidades supera los mil millones de libras-oro inglesas, es decir ¡más que el valor total del ca­pital invertido en todas las empresas industriales europeas hacia 1800! La afluencia de estas enormes masas de capitales ha­cia las naciones comerciales europeas entre el siglo XVI y fi­nales del XVIII, no solamente creó una atmósfera favorable a la inversión de capitales y a la expansión del «espíritu empresa­rial» . También se puede demostrar que, en numerosos casos, financió directamente la fundación de manufacturas y fábricas, dando de ese modo un impulso decisivo a la revolución indus­trial (11).

Una analogía histórica puede destacar la amplitud de esta concentración internacional de riqueza, que coincide con el co­mienzo de la revolución industrial. Es sabido que, al principio de nuestra era, en todo el ámbito de la cultura antigua, entre el Sahara, el Rhin-Danubio, el Mar Negro y la India , los tesoros amasados sucesivamente por los Imperios egipcio babilónico, persa y helénico, afluyendo hacia Roma, financiaron durante varios siglos el poderío militar del Imperio romano y el lujo de sus clases dominantes. Una concentración internacional aná­loga de riquezas se produjo entre fines del siglo XV y finales del XVIII. La mayor parte de los metales nobles y de las ri­quezas amasadas en cinco continentes (con excepción de China y Japón) afluyeron hacia Europa Occidental y aún fueron in­crementados con los productos de la trata de esclavos, de la explotación del trabajo de éstos y del comercio basado en el cambio desigual.

La aparición del capital usurario y mercantil, en una socie­dad todavía dominada por la economía natural, no es un fe­nómeno típicamente europeo. Se produjo en la sociedad anti­gua, en Bizancio, en el Islam, en la India , en Indonesia, en China y Japón antes del contacto con los conquistadores eu­ropeos, e incluso en el Imperio precolombino de los aztecas. El mecanismo económico de este proceso fue esencialmente idéntico al de la Edad Media europea: apropiación de una fracción de la renta agraria y de las rentas del Estado (o del Tesoro Público) por parte de la burguesía usuraria, mercan­til y bancaria. La acumulación primitiva del capital-dinero solía con frecuencia ser importante y, algunas veces inclusi­ve, cuantitativamente superior a lo que fue en la Europa medieval (12). La base técnica de la revolución industrial (es decir, los conocimientos técnicos, la manufactura, la salida potencial de los productos en el comercio internacional, etc.), se produjo algunas veces antes que en Europa.

Sin embargo, no ha sido casual que la revolución industrial se produjera primero en Europa Occidental y no en el seno de las civilizaciones antes citadas. Las causas las señala Marx en los Grundrisse, aunque no las elabore plenamente. Aparecen li­gadas a relaciones diferentes entre el poder de Estado y la cla­se burguesa (aquí, es predominante mientras que el Estado es aquí origina un proceso continuo, allá un proceso discontinuo aquí origina un proceso continuo, allá, un proceso discontinuo de acumulación de capitales. En último análisis, el diferente desarrollo de la agricultura y de las relaciones diferentes entre las masas de tierra, de agua y de hombres que aquí hicieron posible la agricultura parcelaria con una marcada descentra­lización del super-producto social, mientras que allá conduje­ron a la agricultura de regadío que requiere una fuerte centra­lización de ese super-producto (13).

No convendría, sin embargo, exagerar la desigualdad de la acumulación primitiva del capital-dinero en las diversas civili­zaciones. Conocemos al menos un caso, el de Japón, donde a pesar de un retraso de varios siglos en la acumulación primi­tiva de capitales, el salto de la acumulación primitiva de capi­tal-dinero a la acumulación primitiva de capital industrial, de que, una misma transición habría podido producirse igual­mente en otras civilizaciones si, a partir del siglo XVI, no se hubiera producido bruscamente el proceso de concentración internacional de capital-dinero.

La doble tragedia de los países subdesarrollados consiste en que no solamente han sido víctimas de este proceso inter­nacional de concentración de capital-dinero, sino que a conti­nuación tuvieron que buscar la forma de recuperar su retraso industrial, es decir efectuar su acumulación primitiva de ca­pital industrial, dentro de un mercado mundial que ya estaba inundado de mercancías industriales occidentales. En otros tér­minos: mientras el mercado y la economía mundial han esti­mulado poderosamente la industrialización en Occidente des­de el siglo XVI al XIX, fundamentalmente por la afluencia hacia Europa Occidental de metales nobles y tesoros que constituye­ron una de las fuentes primordiales de la acumulación primi­tiva del capital industrial; el mercado y la economía mundial representan, desde fines del siglo XIX, uno de los principales obstáculos para la industrialización del tercer mundo, precisa­mente en la medida en que frenan la acumulación primitiva del capital industrial.

III

Los recursos disponibles para una acumulación primitiva del capital industrial que existían en Europa Occidental a fi­nales de la Edad Media y comienzos de los tiempos modernos, a partir del siglo XIX existen en numerosos países del tercer mundo y, en el siglo XX, en casi todos ellos. La lenta pero cons­tante desintegración de las comunidades tribales y aldeanas a causa de la penetración de la economía monetaria y mercan­til, la desvinculación progresiva de los campesinos de la tierra, ya sea por razones de fuerza, expulsión, por endeudamiento o por presión excesiva de población sobre el campo, son fenó­menos que pueden constatarse en casi todos los países consi­derados actualmente en vías de desarrollo. Los campesinos ri­cos, los comerciantes, los usureros, los políticos corrompidos, arrebatan a los campesinos todo cuanto puedan arrancarles. La fuente esencial de la acumulación primitiva mana a raudales. Su resultado se precipita bajo la forma de una creciente mi­seria campesina, de hambre, periódica o crónica, aumento con­siderable del subempleo y de un éxodo rural creciente, todo lo cual conduce hacia las excrecencias cancerosas de las me­trópolis bajo forma del chabolismo, bidonvilles, favellas o slums (14).

Examinando el ejemplo de la India , llegamos a una sorpren­dente demostración del hecho, que se presentan como «histó­ricamente determinantes en la historia de la acumulación pri­mitiva» todas las revoluciones que «sirven de palanca a la clase capitalista en vías de formación: pero, sobre todo, los momen­tos en que grandes masas de hombres se ven súbita y violen­tamente despojados de sus medios de subsistencia y arrojados al mercado del trabajo en calidad de proletarios fuera de la ley. La expropiación de tierras de los productores rurales y de los campesinos constituye el fundamento de este proceso» (15).

El profesor Bonné ha calculado que, la población masculina adulta del pueblo indio que no posee tierras, ha pasado de 7,5 millones en 1822 a 35 millones en 1933 y a 68 millones en 1944 (16). Fuentes indias proporcionan cifras diferentes, pero señalan la misma tendencia. Según un sondeo efectuado por el Ministerio de Trabajo, los trabajadores agrícolas obligados a vender su fuerza de trabajo, representan con sus familias el 13 por 100 de la población agrícola total en 1891 y el 36 por 100 en 1951 (17). El profesor Mahalanobis estima que, en el período 1950-55, de 10 a 12 millones de indios estaban sin trabajo, y de 25 a 30 millones, no trabajaban más que la mitad o las dos terceras partes del tiempo de trabajo normalmente disponi­ble (18). Por otra parte, la expropiación de campesinos indios prosigue a ritmo creciente, como puede deducirse del hecho que, entre 1950-51 y 1956-57, el porcentaje de familias de tra­bajadores agrícolas asalariados que ya no poseen tierras ha aumentado del 50 al 75 por 100 y el porcentaje de esas mismas familias endeudadas ha pasado del 45 al 64 por 100 (19).

En Europa Occidental este proceso condujo a la expulsión de los campesinos de sus tierras, a la miseria campesina, a la proletarización masiva del campesinado por una parte, pero, por otra, a la formación del capital industrial, con la aparición de un número creciente de empresas industriales. En los países subdesarrollados sólo la primera parte del proceso se ha reproducido enteramente; la segunda sólo se repite de manera parcial y totalmente insuficiente. Hay que examinar, por tan­to, las causas por las que la acumulación primitiva de capital-dinero, en rápido aumento, no ha conducido a una suficiente industrialización del tercer mundo. Sólo se puede responder a esta cuestión examinando el conjunto de la estructura socio­económica del tercer mundo y la forma específica de su inte­gración en el mercado mundial capitalista.

Los países subdesarrollados fueron incluidos en el mercado mundial por iniciativa del capital occidental. En la mayoría de los casos éste carecía de la posibilidad (demanda local insuficiente) y del interés (voluntad de evitar la concurrencia en relación a su propia industria metropolitana) , de crear en ellos una industria manufacturera moderna. Pero, de cualquier forma, los países subdesarrollados debían producir mercancías para un mercado esencialmente exterior. Era lógico, por tanto, que las inversiones realizadas en ellos fueran fundamentalmen­te complementarias de la industria capitalista occidental y centrada en la producción de materias primeras minerales o ve­getales y en la producción de alimentos.

Así se desarrolló, en el marco del mercado mundial capi­talista, una división específica del trabajo que apenas si guar­daba relación con las condiciones geográficas o climatológicas (como se pretende con frecuencia), sino que correspondía, en última instancia, a las necesidades de explotación del capital occidental en una determinada etapa de su desarrollo históri­co (20). El sector económico «moderno» de los países conside­rados en vía de desarrollo, se limitó a las plantaciones, las minas y los pozos de petróleo, conduciendo al fenómeno sobra­damente conocido del «monocultivo» y la «monoproducción» que hace dependen al tercer mundo de las fluctuaciones de precios del mercado mundial y de los grandes trusts de mate­rias primas que controlan sus riquezas nacionales (21).

Esta división internacional de trabajo implica, por una par­te, q0e un recurso importante de acumulación primitiva del ca­pital industrial se agota en los países del tercer mundo, es de­cir una buena parte de la plusvalía producida en esos países. Esta plusvalía se realiza en el mercado mundial; o bien no entra de ninguna forma en el país (cuando los trusts consiguen imponer sutiles formas jurídicas de reparto de beneficios, en­tre sociedades productoras y sociedades de transporte y de venta, todas ellas filiales de las primeras), o bien no entra sino provisionalmente, para retornar inmediatamente a Occidente bajo forma de dividendos, porcentajes, intereses, honorarios bancarios, primas de seguros, etc. (22)

La división internacional del trabajo implica, por otra par­te, una estructura del comercio mundial basada en el intercam­bio desigual, según el modelo que Marx ha analizado clásicamente en el tercer tomo del Capital: «Los capitales invertidos en el comercio exterior, pueden reportar una tasa de beneficio más elevada: primero, porque compiten con mercancías pro­ducidas por países con facilidades productivas inferiores, de tal manera que el país más avanzado vende sus mercancías por encima de su valor, aunque a más bajo precio que los países competidores. .. El país favorecido recibe más trabajo en in­tercambio de menos trabajo, aunque esta diferencia, este ex­cedente, sea acaparado por una clase, como de hecho ocurre en el intercambio entre el trabajo y el capital…» (23).

El análisis contemporáneo de los efectos desastrosos que ha supuesto -para los países desarrollados- la evolución desfa­vorable de los términos de cambio, aporta una confirma­ción empírica a este diagnóstico teórico. Porque ¿qué significa esa deterioración de los términos de cambio -desde el punto de vista del tercer mundo- sino que cada vez más tra­bajo cristalizado en sus productos tiene que ser exportado, para poder importar la misma cantidad de trabajo que antes se importaba de los países industrialmente avanzados? El co­mercio internacional entre naciones de diferentes niveles de des­arrollo industrial se basa, por tanto, como en la época de Marx, en un cambio igual de valores desiguales que conduce a que las naciones industrializadas se apropien de una fracción de la plusvalía producida en los países pobres (24).

Antes que haga su aparición en la escena del tercer mundo el propietario de capital-dinero, una parte importante del fondo de acumulación potencial ya ha sido desviado al extranjero, perdiéndose para la acumulación primitiva del capital indus­trial. Hay que insistir, además, en el hecho de que esta pérdida supera ampliamente al conjunto de capitales prestados al tercer mundo bajo forma de «ayuda a los países subdesarrollados» y que, en realidad, no es más que una ayuda a la exportación de los bienes de equipo de los países imperialistas, al mismo tiempo que una póliza de seguros contra revoluciones sociales. Las cifras resultan especialmente elocuentes a este respec­to (25). Si una parte de la «ayuda» a los países subdesarrolla­ dos, cristaliza, a pesar de todo, bajo forma de nuevas indus­trias manufactureras, esto no puede considerarse más que como subproducto de la política general, un subproducto que, ade­más, provoca cada vez mayores críticas en los medios finan­cieros occidentales (26).

Pero he aquí que ahora irrumpe en la escena de los países del tercer mundo, el propietario de capital-dinero. Ya sabemos que la acumulación primitiva de capital-dinero se prosigue en ellos sin cesar. Una fracción de capital queda perdida para la economía nacional. Pero lo que subsiste bastaría para finan­ciar un proceso de industrialización acelerado. Si esto no se pro­duce es porque, en las condiciones socio-económicas dadas, los propietarios indígenas de capitales-dinero no tienen interés en transformar su capital-dinero en capital industrial.

Para comprender semejante estado de cosas basta comparar dos series de riesgos y de beneficios potenciales: los de la inversión industrial y los de otros campos de inversión de capitales, en los países subdesarrollados.

Los obstáculos principales a una vía de desarrollo rápido de una industria manufacturera privada y rentable son: la gran pobreza del país; la estrechez del mercado interior a causa de los bajos salarios y la supervivencia de un amplio sector de economía natural; la competencia de los productos indus­triales de los países desarrollados que fabrican productos de calidad superior a precios más reducidos; la ausencia de una red de medios de comunicación y de transporte moderna, que una a los pueblos con los centros industriales, etc. En estas condiciones, la implantación de industrias manufactureras no solamente implica riesgos: es prácticamente imposible sin la ayuda del Estado (27).

Pero además existen esferas de inversión de capitales que reportan mayores beneficios con menores riesgos. Lo que pue­de aplicarse en primer lugar a la compra de tierras y a la especulación del suelo. La enorme presión de la densidad de población y el subempleo en el campo, conducen a una subida constante de las rentas. El éxodo rural y el crecimiento constante de las grandes ciudades, implican igualmente un alza creciente del valor de los solares urbanos. La irrupción de la producción agrícola mecanizada en el campo, también supone elevados beneficios. Todo esto significa que, comprando terre­nos, un propietario de capitales obtendrá beneficios más eleva­dos que construyendo fábricas, y eso afrontando riesgos mu­cho más reducidos (28).

Análogas posibilidades se abren para el capitalista indígena en los negocios de importación-exportación, en la pignoración v la creación de bancos, sin hablar del mercado negro, del fraude, del contrabando y otros negocios turbios de la lumpen burguesía, bastante influyente de los países del tercer mundo. Cierto que en estos casos los riesgos son mayores que los de la especulación del suelo, pero el rendimiento es extre­madamente elevado y posibilita un tránsito rápido a los negocios «legítimos». Condiciones semejantes, sin duda, han exis­tido igualmente en Europa occidental en la época de la acumu­lación primitiva del capital industrial; aún más claramente en Europa Central y Oriental y en la zona mediterránea, a lo lar­go del siglo XIX y comienzos del XX. Pero, por lo menos, en Europa Occidental el contexto socio-económico de conjunto fa­voreció la transformación de la lumpen burguesía en burgue­sía industrial. Hoy desempeña un papel inverso en los países del tercer mundo.

La diferencia entre la concepción de Marx y la de Schumpeter en lo que se refiere a la industrialización capitalista, se perfila en este caso con enorme nitidez. Los dos subrayan el papel de las inversiones productivas, tanto en el análisis global del crecimiento económico bajo el capitalismo, como en el aná­lisis del ciclo industrial. Por esta misma razón, ambos sitúan al capitalista como centro de este análisis. Pero extrapolando el factor «innovación» y elevándolo al nivel de fuerza impulso­ra central del desarrollo económico, Schumpeter (29) aísla un aspecto de la actividad del empresario capitalista del contexto global de la acumulación del capital corriendo el riesgo, al ha­cerlo, de ver su argumentación deslizarse por la pendiente de la pretendida «psicología de los pueblos».

Innumerables estudios y ensayos se han consagrado al tema de saber si tal o cual nación está más o menos predispuesta a manifestar una amplia iniciativa emprendedora, lo que explicaría su retraso, más o menos acentuado, en el proceso de in­dustrialización. El ejemplo de China es especialmente ilustra­tivo sobre los resultados, a veces curiosos, a que conducen semejantes estudios. Se trata de un pueblo que, desde hace siglos, puede decirse literalmente, introdujo el gran comercio (incluido el comercio de dinero) en numerosos países de Asia Oriental; cuyo ahínco en el trabajo y su talento técnico son proverbiales; a cuya capacidad de iniciativa industrial se deben los grandes logros manufactureros de Hong Kong y de las islas Hawai…; y que, sin embargo, antes de la revolución de 1949, no había conseguido impulsar a su propio país por el camino de la industrialización acelerada. Pretender explicar este retraso por la falta de «espíritu de empresa» o por la ausencia de «inclinación a la innovación», es manifiestamente absurdo. El retraso en la industrialización del tercer mundo no puede explicarse más que mediante el análisis de un con­texto socio-económico global que favorece la acumulación pri­mitiva del capital-dinero sin propiciar la acumulación primitiva del capital industrial.

IV

En la teoría económica contemporánea el problema de la acumulación primitiva del capital aparece bajo la forma de teorema del «círculo vicioso de la pobreza», en el capítulo que trata del crecimiento económico de los países considerados en «vías de desarrollo». Se dice que en esos países el bajo nivel de renta «per capita» sólo faculta una tasa de ahorro muy limitada, que conduce a una reducida actividad de inversión, que sólo permite un aumento inapreciable de la renta «per capita». Esta y no otra es la razón por la que estos países tropiezan con tantas dificultades para salir de su pobreza (30).

Paul A. Baran dirigió la ofensiva contra este teorema, des­pués que fuera impugnado por Ragnar Nurkse. Porque ya Nurkse había demostrado que la gran pobreza de los países subdesarrollados se explicaba esencialmente por su acentuado subempleo -cuantitativo y cualitativo (31)-. Descubriendo así una de las claves de una estrategia eficaz del crecimiento económico acelerado. Baran añadió un hallazgo de equivalente importan­cia al de Nurske, al constatar que el «excedente» económico -preferiríamos la utilización del concepto marxista de «super producto social»- representa la mayoría de las veces, en los países del tercer mundo, una fracción superior y no inferior a la de los países industrializados (32). La verdadera dificultad para la industrialización de los países considerados en vías de desarrollo, no reside, por tanto, en la falta de recursos -o di­cho de otro modo, en la falta de capital-dinero- , sino en el conjunto de condiciones socio-económicas que entorpecen la movilización y la inversión productiva en la industria del super producto social existente.

Resulta sencillo integrar la tesis de Nurkse y la de Baran en la teoría de Marx de la acumulación primitiva del capital. La acumulación primitiva de capital-dinero no se transforma en acumulación primitiva de capital industrial más que cuando la desintegración de la economía natural en el campo, la gene­ralización de la producción mercantil, el poder político de la clase burguesa, el papel del Estado en cuanto instrumento de defensa de los intereses de esta clase contra la competencia ex­tranjera (actualmente, sobre todo contra los países ya industria­lizados) , constituyen un complejo socio-económico que favore­ce la industrialización. Cuando ese complejo global no existe, la variante más probable consiste en darle salida a capitales-dinero, algunas veces incalculables, por diversos canales laterales esencialmente no productivos. La posibilidad de industrializa­ción existe. Los recursos están disponibles. Lo que no existe es una clase social que, dentro del marco del orden establecido, disponga de interés y de poder suficientes para abrirse paso en este punto decisivo. Cuando este orden político es derrocado, la clase obrera respaldada por el campesinado pobre y la intelligentsia urbana conquistan el poder político, aquélla es per­fectamente capaz de movilizar y centralizar la mano de obra existente (parcialmente subempleada) y el super producto so­cial (en su mayor parte despilfarrado) , lo que permite acelerar la industrialización. Las condiciones de partida no han cambia­do. Sólo el contexto social ha sido modificado. Esto confirma claramente que el obstáculo principal que impide la industria­lización no residía ni en el carácter atrasado de la economía, ni en la pobreza del país, sino en su estructura social.

El análisis de Rostow sobre las condiciones del take-off in­dustrial, toma en consideración una parte de estos factores, pero subestima otros y, en definitiva, llega a una conclusión incorrecta: hay que concentrarse, al menos durante una pri­mera fase, sobre «quienes desean modernizar la economía» (33). Pero esta conclusión no es una respuesta a la cuestión princi­pal, la de saber si los beneficios de los «modernizadores» serán invertidos esencialmente en la industria o en la construcción de buildings residenciales y de hoteles (34), en la fundación de fir­mas de importación, en la compra de bienes inmuebles, en de­pósitos en los bancos suizos, considerando las condiciones so­ciales predominantes y la relación actual con el mercado mun­dial capitalista.

Rostow reprocha a Marx haber sido «parcial» en su apre­ciación de los hombres; de haber partido de una concepción del hombre como exclusivamente regido por la razón y orien­tado hacia la maximalización del beneficio. Por el contrario, se­gún su teoría, Rostow reconoce que el hombre, ante todo, está ávido de poder, de ocio, de aventura, de continuidad en la existencia y de seguridad (35). Pero este reproche se apoya en una confusión sorprendente. Marx no tenía la menor inten­ción de formular «verdades» antropológicas sobre el «ansia de lucro» del hombre en general. Le bastaba constatar que en la sociedad burguesa -que no había ni deseado, ni aprobado- la economía monetaria y mercantil generalizada, conducían a una búsqueda desenfrenada de bienes materiales y de riqueza, lo que particularmente resulta válido en el caso de los propietarios de capitales. Estos últimos están obligados a someterse a la ley «¡Acumulad, acumulad!», si no quieren correr el riesgo de ser aniquilados por la competencia.

Este análisis de la sociedad burguesa, que Marx condenaba precisamente por los efectos inhumanos y alienantes de ese empeño general y sin escrúpulos de enriquecimiento individual, corresponde a la imagen de la sociedad de los siglos XIX y XX, tal y como nos la describieron los historiadores, sociólogos y novelistas. Rostow no parece enterarse que para la clase bur­guesa en conjunto -si es que no también para cada uno de sus miembros- «poder, ocio aventura, continuidad en la exis­tencia y seguridad» resultan todavía esencial sino exclusiva­mente, de la acumulación del capital y de la consolidación de las fortunas privadas.

Sin duda, existen otros caminos para llegar a la industria moderna: Rusia y China lo han demostrado. Tal vez existan caminos desconocidos que desbrozaran algunos países subdesarrollados. Pero hay una cosa cierta: en una sociedad dominada por las clases sociales, donde el poder están en función de la propiedad privada de los medios de producción y de la acumulación de fortunas privadas, la industrialización no es posible más que cuando la situación socio-económica global despierta en estas clases un mayor interés por emprender el desarrollo industrial.

Marx ha esbozado de la siguiente manera el contexto glo­bal necesario para que la acumulación de capital-dinero se trans­forme en acumulación de capital industrial: «En su origen, el comercio era la condición previa para la transformación del artesanado corporativo y del artesanado practicado a domicilio en el campo, en empresas capitalistas. Desarrolla el producto en mercancía, en parte creándole un mercado, en parte crean­do nuevos equivalentes comerciales y aportando a la produc­ción nuevas materias primas y nuevos productos auxiliares, lo que significa abrir nuevas ramas productivas, que se basan, desde un comienzo, en el comercio, tanto en el mercado nacio­nal y el mercado mundial como en las condiciones de produc­ción provenientes del mercado mundial» (36).

Cuando el proceso descrito en la última fase no se pro­duce -entre otras razones debido a la competencia de mercan­cías extranjeras y a los estrechos límites del mercado interior-, o sólo se produce de manera insuficiente, el proceso de acu­mulación se paraliza en la industria o se efectúa, a un ritmo tal, que no puede hablarse de industrialización acelerada. Si las clases dominantes tropiezan con un obstáculo mayor, y si en­cuentran al mismo tiempo numerosas vías de salida fuera de la industria (37), la «modernización» de la economía y la destrucción de la estructura social semifeudal o comunitaria tri­bal, desembocarán, por supuesto, en una creciente acumulación de capital-dinero, pero que no es una acumulación primitiva de capital industrial. Muchos pueblos y más de mil millones de seres humanos padecen hoy, de manera acuciante, la dife­rencia entre estos dos procesos. La teoría económica de Marx lo había definido hace más de un siglo.

Notas

(1) Joseph Schumpeter: Business Cycles I, p. 229, New York , 1939.

(2) Los principales pasajes en los cuales Marx desarrolla su teoría de la acumulación primitiva del capital son: El Capital I, capítulo 4: Transformación de dinero en capital; capítulo 24: La acumulación primitiva; en parte de los capítulos 11 y 25; El Capital III, 1, capítulo 20: Sobre la historia del capital mercantil (citamos de acuerdo con la edición del Capital, de F. Engels, tomo I, Otto Meissner, 1890, Hambourg; tomo III, Otto Meissner, 1921, Hambourg, y personalmente hemos traducido estos pasajes al francés); Grundrisse der Kritik der politischen Oeconomie, Dietz-verlag, Berlín, 1953: Pasajes pp. 151-156 (el capítulo del dinero en tanto que capital y la primera parte de «proceso de producción del capital»); páginas 224-246 (la acumulación primitiva del capital); pp. 718-734 (Datos precapitalistas, teoría sobre la plusvalía, interés y beneficio); pp. 755-762 (Sobre el tema de la doctrina del comercio exterior); igualmente pp. 375-412 (Épocas progresivas de la formación social económica).

(3) «El engaño en el intercambio es la base del comercio cuando aparece de manera independiente» (Grundrisse, p. 742). «Mientras el capital comercial es intermediario en el intercambio de productos de comunidades no desarrolladas, el beneficio comercial no sólo aparece como engaño y estafa, sino que en gran parte nace de esos fenómenos» (Capital, III, páginas 314-315).

(4) En sus Teorías sobre la plusvalía (III tomo), Marx distingue el cambio entre el capital y el trabajo del cambio entre las rentas y el trabajo, como Adam Smith y Richard Jones lo hicieron con antelación. Resulta decisivo para establecer esta distinción saber si el trabajo está incorporado en la producción de mercancías. La diferencia entre estas dos formas «es toda la diferencia entre el modo de producción capitalista y no capitalista» (p. 496 de la edición Dietz-Verlag, Stuttgart, 1910).

(5) «Comparado con el trabajo menos intensivo, el trabajo nacional más intensivo produce, pues, más valor en el mismo lapso de tiempo, lo que se traduce en más dinero. La ley del valor se modifica todavía más en su aplicación internacional por el hecho de que, en el mercado mundial, el trabajo más productivo es considerado como trabajo más intensivo, y mientras la nación más productiva no se vea obligada por la competencia a tener que rebajar el precio de venta de su mercancía hasta el nivel de su valor» (Das Kapital I, p. 522. Ver también, Das Kapital, III, pp. 218-221).

(6) Consultar a este respecto el artículo de R. López, The trade of Medieval Europe, en el segundo volumen de la Cambridge Economic History of Europe, pp. 334 y ss., Cambridge University Press, 1952.

(7) En Oriente, el gobierno no tiene más que tres departamentos: finanzas (pillaje interior), guerra (pillaje del interior y extranjero) y obras públicas (atenciones dedicadas a la reproducción) (Briefwechsel zwischen Marx und Engels, volumen I, Dietz-Verlag, Stuttgart, 1921).

(8) El Capital, I, p. 716.

(9) Ernest Mandel: Traite d’Economie marxiste, II, pp. 71-74. París, Julliard, 1962. Hay versión castellana, en 2 vols. en Ed. Era, de México. (N. del T.)

(10) Fuentes: E. J. Hamilton: American treasure and the price revolution in Spain, Harvard University Press, Cambridge, 1934; Dr. H. T. Colenbrander: Koloniale Geschiedenis, Martinus Nijhof, 1925, II; R. P. Rinchon: Le trafic négrier, Les editions Atlas, Bruxelles, 1938; H. V. Wiseman: A short history of the British Empire, Cambridge University Press, 1929; Sir Percifal Griffiths: The British impact on India, Mac Donald, London, 1952.

(11) Gaston Martin: Histoire de l’Esclavage dans les Coloníes Frangaises, Presses Universitaires de France, París, 1948: «Cada barco de vuelta (de la trata de negros) ha visto durante el siglo XVIII edificarse manufacturas: refinerías, hilanderías, tintorerías, fábricas de dulces, cuyo número creciente atestigua el esplendor del tráfico y de la industria. A título de ejemplo, se fundaron en Nantes, durante el siglo XVIII, quince refinerías, cinco manufacturas algodoneras. .., dos grandes fábricas de tinturas, dos fábricas de dulces… Las industrias creadas, las fortunas privadas acrecentadas, como la opulencia pública de las grandes ciudades transformadas, la irrupción de una nueva clase -los grandes mercaderes ávidos de desempeñar un papel público- tales son los rasgos característicos con que el tráfico de negros ha marcado la evolución de la nación francesa durante el siglo XVIII»

(12) Algunos ejemplos: la viuda de Muhassin, ministro del califa Muqtadir, debía pagar 700.000 dinares-oro a su señor, y no dejó por ello de conservar una fortuna considerable (Reuben Levy: The Social Structure of Islam, Cambridge University Press, 1962; el príncipe imperial Hsia dejó a su suerte un tesoro de 400.000 catties, es decir, 240 toneladas de oro (Lien Sheng Yang: Money and Credit in China, Harvard University Press, 1952).

(13) Ver Grundrisse der Kritik der politischen Oekonomie, pp. 377-382.

(14) En su Nouvelle Economique (E. D. I., París, 1965), E. Preobra jensky había demostrado desde 1925 que, después de la socialización de los grandes medios de producción, el cambio desigual entre la ciudad y el campo (entre el sector socialista de la industria y el sector privado de la agricultura) constituiría la base principal de la «acumulación socialista primitiva» en los países subdesarrollados. Añadió, sin embargo, que de ese proceso no debería derivarse un empobrecimiento de los campesinos, sino una subida de su nivel de vida, en la medida en que toda esta evolución estaba subordinada al incremento de la productividad del trabajo en la agricultura, cuyos frutos había que dividirlos entre la ciudad y el campo. Stalin emprendió la industrialización con retraso, pero precipitó la colectivización integral de la agricultura, antes de que fuera creada la infraestructura técnica de una agricultura mecanizada. De ese modo destruyó esas proporciones necesarias, provocando una miseria generalizada y un brusco descenso de la productividad del trabajo en el campo, imponiendo sacrificios inútiles a la población soviética durante casi tres decenios.

(15) Das Kapital, I, p. 681.

(16) Prof. Alfred Bonné: Studies in Economic Development, Routledge & Kegar Paul, London , 1957, p. 173.

(17) Agricultural Labour Enquiry, Report on Intensive Survey of Agricultural Labour, Vol. I, Appendix VII, Delhi , 1955.

(18) Citado en Grigory Kotovsky, Agrarian Reforms in India , People’s Publishing House, New Delhi , 1964.

(19) Agricultural Labour in India edited by v. K. R. V. Rao, Asia Publishing House, Bombay , 1962, pp. 29, 52.

(20) En la etapa presente el interés del capital de los países imperialistas se modifica en la medida en que el interés predominante de los monopolios principalmente se centra en la exportación de bienes de equipo, lo que implica la creación acelerada de una industria ligera en el tercer mundo.

(21) Existe una copiosa e interesante documentación sobre este tema. Ver, simplemente a título de ejemplo: Stacy May and Galo Plaza : The United Fruit Co. in Latin America, National Planning Association, Washington , 1958.

(22) Entre 1950 y 1960, veinticinco mil millones de dólares de rentas de inversiones extranjeras privadas afluyeron a los Estados Unidos, mientras la suma total de capitales privados invertidos en el extranjero durante ese mismo período por los trusts americanos, sólo ascendía a veinte mil millones de dólares (Hamza Alavi: «Imperialism old and new», Socialist Register, 1964). En Oriente Medio, las salidas netas de intereses y dividendos ascendieron en 1960 a 22,7 por 100 del total de los recursos en divisas (Pierre Jalée, Le Pillage du Tiers Monde, Maspero, París, 1967). En la India el servicio de deuda extranjera absorbe, desde 1966, el 20 por 100 del producto en divisas de las exportaciones, y ese porcentaje se elevará un 28 por 100 al final del cuarto plan quinquenal.

(23) El Capital, III, 1, pp. 218-219.

(24) Decimos «naciones industrializadas» y no «países capitalistas» porque los países con medios de producción socializados practican el mismo cambio desigual cuando comercian con el tercer mundo sobre la base de «precios del mercado mundial».

(25) Solamente durante el período 1950-1960, la parte correspondiente de los países denominados en vías de desarrollo, en el comercio mundial, descendió de un 30 a un 20,4 por 100 debido esencialmente a la evolución negativa de los términos de cambio (United Nations Departament of Economic and Social Affairs, World Economic Survey, 1962, / The Developing countries in world trades. En 1962, los precios de las materias primas eran inferiores en un 38 por 100 a los de 1954, lo que implicó una pérdida de once mil millones de dólares para los países del tercer mundo, comparado con los ocho mil millones que recibieron en concepto de «ayuda» durante el mismo, año.

(26) En la revista cubana Teoría y Práctica (núm. 34-35, marzo-abril) Javier de Varona explica esta deterioración de los términos de cambio a expensas de los países semicoloniales por los movimientos internacionales de capitales que desarrollan la producción de una misma materia prima en un número creciente de países; en la medida en que la composición orgánica del capital tiende a aumentar en el país donde la producción de una materia prima fue inicialmente desarrollada (La crisis permanente de la economía cubana y el movimiento del capital imperialista en los países atrasados). De este modo se crea una situación casi permanente de superproducción de materias primas que hace bajar los precios.

(27) Una situación análoga existió en Occidente, en la época de las grandes manufacturas. Pero la diferencia fundamental reside en que, durante esta época, la industria occidental no se vio confrontada con un mercado mundial ya saturado de productos industriales.

(28) Hasta en un país como Grecia, el 80 por 100 de las inversiones efectuadas en 1966 fueron realizadas al margen de la industria y de la agricultura.

(29) Joseph A. Schumpeter, The Theory of Economic Development, Oxford University Press, New York , 1961, pp. 65-94.

(30) W. W. Rostow: The Stages of Economic Growth, Cambridge University Press, 1962. Rostow define incluso el take-off como el aumento de la tasa de inversión del 5 al 10 por 100 de la renta nacional.

(31) Ragnar Nurkse: Problems o/ Capital Formation in Underdeveloped Countries, Basil Blackwell, Oxford , 1953, pp. 33-38.

(32) P. A. Baran: The Political Economic of Growth, Monthly Review Press, N. Y., 1957, p. 227.

(33) W. W. Rostow, op. cit. Ver también A. Lewis: Theory of Economic Growth (Unwin University Books, London, 1963). Que explica la revolución industrial fundamentalmente por «un aumento brusco de la posibilidad de ganar dinero». Lewis comete el error de identificar la acumulación de capital-dinero y la acumulación de capital-industrial. ¿Qué pasaría efectivamente si «el brusco aumento de la posibilidad de ganar dinero» se manifestase fuera del sector industrial?

(34) En Beirut, hay numerosos buildings y hoteles, en gran parte vacíos, donde los feudales árabes han invertido sus capitales para obtener «la seguridad». Desde luego no surgirán de este género de inversiones grandes empresas industriales.

(35) W. W. Rostow, op. cit., p. 149.

(36) Le Capital, III, l, p. 320.

(37) Paul Bairoch ha dedicado varias obras al tema según el cual un incremento rápido de la productividad agrícola, es decir, una «verdadera revolución agraria», debe preceder a la revolución industrial propiamente dicha, como por otra parte ya sucedió en Occidente (ver, entre otros, Diagnostic de l’evolution économique du tiers monde 1900-1960 (Gauthier-Villards Editeurs, París, 1967). Esto corresponde, sin duda, a la opinión de Marx que expresó una idea análoga (Le Capital, I, pp. 710-711) Bairoch radica la debilidad principal de la economía del tercer mundo en el hecho de que la productividad media de la agricultura no llega más que al 50 por 100 de lo que fue en Occidente en vísperas de la revolución industrial (op. cit., p. 63). Si esto se confirma, y añade una razón suplementaria para que los capitales afluyan en esos países más hacia la agricultura que hacia la industria, cuadraría perfectamente con nuestra argumentación. Está claro que esas inversiones en la agricultura suprimen muchos más empleos de los que crean aumentando de ese modo la miseria en el tercer mundo. Desde la realización de la reforma agraria del Partido del Congreso, la renta real del obrero agrícola hindú ha descendido de manera absoluta, porque esta reforma ha aumentado las posibilidades de los campesinos ricos para pasar a la agricultura moderna. La «nueva estrategia» adoptada por el Gobierno indio en materia de producción y de alimentos después del hambre de 1966, se centra en la agricultura intensiva practicada por el campesinado rico, y supone el riesgo, por esta razón, de acentuar la miseria popular en lugar de atenuarla.