Una reconsideración del espacio electoral, una profunda sospecha ante las inconsistencias diarias, el propósito de hablarle al conjunto de la sociedad y la renovación del programa de cambio, son cuatro condiciones para superar la adversidad y reinventar la praxis emancipadora de la izquierda. A propósito de los resultados electorales del 25 de octubre, hace unos […]
Una reconsideración del espacio electoral, una profunda sospecha ante las inconsistencias diarias, el propósito de hablarle al conjunto de la sociedad y la renovación del programa de cambio, son cuatro condiciones para superar la adversidad y reinventar la praxis emancipadora de la izquierda.
A propósito de los resultados electorales del 25 de octubre, hace unos días escribí: «Para la izquierda colombiana estas son las elecciones más regresivas de la historia reciente. Es urgente un recambio de estrategia, de programa y de métodos de trabajo» [1]. Ante la adversidad y el desasosiego, urge reflexionar sobre las carencias y las posibilidades de la izquierda hoy.
Comprender lo electoral en su justa medida
El rechazo de la participación electoral ha sido constante en la izquierda colombiana. Las fundadas sospechas de falta de garantías y la permanente evidencia de que votar no contribuye a la generación de alternativas emancipadoras, ha permitido acuñar frases antológicas, entre ellas, «el que escruta elige», «nuestros sueños no caben en sus urnas», o «si votar sirviera para algo estaría prohibido».
Quienes pronuncian con ahínco la última frase tal vez ignoran que tal afirmación es falsa. Votar estuvo prohibido por mucho tiempo para las mujeres y para los trabajadores, y se nos prohibió votar precisamente porque sí puede servir para algo. A pesar de su presunta utilidad, las grandes transformaciones políticas que se han producido en la modernidad han estado más ligadas a la acción colectiva, al poderío de las organizaciones sociales y a la generación de cambios en las relaciones de fuerza. Siguiendo la metáfora, en las urnas no caben los sueños emancipatorios, pero la disputa electoral es decisiva para las relaciones de fuerza en las sociedades actuales. Para la izquierda lo electoral no debería ser el espacio privilegiado de la política, pero rechazar la participación en ese espacio implica renunciar a la disputa por el Estado y el poder político [2].
En los últimos años en América Latina, y posteriormente en Europa, se configuraron partidos-movimiento, organizaciones cuyo origen está en la movilización social pero que decidieron disputar el espacio electoral. En ese orden, considero que sí hay un lugar privilegiado para la política de izquierda: el lugar de la comunidad, la organización social y la acción colectiva; las elecciones y la participación institucional solo tienen sentido si refuerzan ese lugar privilegiado, y si permiten contener el avance de los sectores conservadores. Los gobiernos locales y nacionales que pretenden generar cambios solo podrán hacerlo apelando a la movilización conjunta con las organizaciones populares, venciendo la frontera artificial entre sociedad civil y Estado, pero procurando respetar la autonomía comunitaria. Así como se ha hablado de «partidos-movimiento», es crucial pensar en «gobiernos-movimiento».
Si eres de izquierda, ¿cómo es que eres clientelista?
«Si eres igualitarista, ¿Cómo es que eres tan rico?» es el título de un brillante libro del marxista analítico Gerald Cohen. Para Cohen, a la hora de hablar de la justicia social no solo cuenta la reflexión sobre cuáles deben ser las instituciones políticas, también es preciso reflexionar sobre las prácticas diarias: «Creo que es necesario un cambio en la actitud social para producir la igualdad, un cambio en las actitudes que la gente muestra hacia los demás en la vida diaria [3]. Aquellos igualitaristas que defienden instituciones sociales orientadas a la redistribución pero cuyas elecciones personales están marcadas por el egoísmo, incurrirán en una inconsistencia en sus creencias y en un comportamiento susceptible de reproche moral.
Uno de los peores errores de la izquierda radica en soslayar tales inconsistencias. La corrupción, el caudillismo y el clientelismo son tres vicios en los que han incurrido no pocos partidos de izquierda y gobiernos progresistas en América Latina; en tales casos encontramos una racionalidad inconsistente que anula el ímpetu transformador. Si un servidor público de izquierda comete actos de corrupción, incurre en un tipo de despojo de lo colectivo, actuando en contra de los principios que dice defender. De manera similar, la tentación caudillista dificulta la creación de nuevas instituciones y nuevas economías, al hacer depender un proceso revolucionario de una voluntad individual o de un pequeño grupo. Incluso cuando los líderes tienen cualidades excepcionales, como en el caso del comandante Hugo Chávez, los procesos de transformación tienden a ser frágiles ante las dificultades de encontrar un sucesor de calibre similar. El clientelismo, por su parte, obstaculiza la profundización de la democracia al reemplazar la consolidación de instituciones impersonales por la transacción para beneficio particular.
Las innovaciones institucionales requieren un trasfondo de cambio de las prácticas diarias, pues la afectividad y la moralidad también son asuntos políticos y son un campo de disputa. De eso se trata la hegemonía.
¡Es la hegemonía!… estúpido
En 1976, en el bicentenario de la Declaración de Independencia de Estados Unidos, se realizó una encuesta donde los participantes debían escoger frases que identificaran como parte del célebre documento. Una de las expresiones más escogidas fue «De cada cual según su capacidad. A cada cual según sus necesidades», oración que no fue escrita por Jefferson, Adams o Franklin, sino por Karl Marx en su Crítica del Programa de Gotha.
En muchas ocasiones las concepciones morales de las mayorías coinciden con valores políticos igualitaristas o solidarios, pero si la izquierda no tiene la capacidad de promover tales valores para el conjunto de la sociedad, no podrá avanzar en la disputa por el poder político. Creo que uno de los factores que explican la reciente derrota de Clara López, radica en la incapacidad de llegar a los sectores de opinión que apoyaron las candidaturas progresistas de años anteriores. La izquierda bogotana hoy cuenta con medio millón de votos, pero parece que esos apoyos hacen parte de los sectores más fieles al Polo, la Unión Patriótica, Progresistas, Mais y los Verdes de izquierda; así que hoy los sectores de izquierda en Bogotá consolidan un ejercicio disciplinado de voto alternativo, pero no logran convencer a sectores que otrora simpatizaron con las propuestas de nuevo gobierno.
Si las organizaciones emancipadoras no logran hablarle al conjunto de la sociedad seguirán siendo derrotadas, aunque sean masivas y tengan fuerza movilizadora. Un proyecto político solo logra hablarle a la sociedad promoviendo medios de información y difusión, centros de investigación e intelectuales que defiendan tesis bien justificadas.
Lo anterior hoy cobra mayor relevancia por una situación poco reconocida: Lo «alternativo» ya no es patrimonio exclusivo de la izquierda. Muchos esfuerzos provenientes del movimiento de mujeres, de las luchas LGTBI o incluso procesos ambientalistas, hoy son recogidos por organizaciones liberales y por partidos conservadores. El primer alcalde abiertamente gay de Colombia fue elegido en el municipio de Toro (Valle) y fue avalado por el Centro Democrático; el parlamentario más comprometido con la causa animalista es integrante del tradicional Partido Liberal; la Cámara de Comercio LGTBI se posiciona viendo a su comunidad como un «nicho de mercado»; la venta de servicios ambientales y los mercados de carbono desarrollan estrategias de capitalismo verde…
«Lo alternativo» está en disputa, y aunque los valores de igualdad, no discriminación, autonomía, redistribución, reconocimiento y defensa de los ecosistemas han estado más ligados a la izquierda que a la derecha, sin una estrategia que vehicule tales luchas y principios en un programa transformador, lo alternativo será recuperado por los nichos de mercado y los proyectos conservadores.
¿Cuál es el programa de transformación?
La política de nuestro tiempo revela una extraña paradoja. En Inglaterra y Estados Unidos causan sensación figuras como Jeremy Corbyn y Bernie Sanders, quienes se declaran abiertamente socialistas en las tierras donde hicieron época Thatcher y Reagan; en Grecia y Portugal las coaliciones de izquierda lucen fuertes en sus parlamentos; uno de los libros más influyentes de los últimos tiempos es El capital en el siglo XXI de Thomas Piketty, una demoledora crítica del neoliberalismo; en la feria del libro de Fráncfort en 2008 el libro más vendido fue el primer volumen de El capital, el más solicitado en la feria de Madrid de 2012 fue una nueva edición del Manifiesto comunista; uno de los filósofos vivos más conocidos del planeta es el versátil y errático Slavoj Žižek, comunista declarado; la figura del Papa Francisco entusiasma a viejos y nuevos fieles con su crítica del capitalismo voraz y las consecuencias ambientales de la civilización industrial. Sobran los motivos para pensar que la hegemonía neoliberal hoy sufre serias fisuras.
En contraste, la región que llegó a mostrarse como bastión de la resistencia contra la globalización y el neoliberalismo hoy señala agotamiento. Crecen las voces que diagnostican un fin de ciclo de los gobiernos progresistas en América Latina, sumándose a la perspicaz tesis de Maristella Svampa. Los problemas del gobierno de Dilma Rousseff, el posible giro a la derecha en Argentina, el proceso de moderación en Uruguay, las contradicciones de los gobiernos boliviano y ecuatoriano, y la inestabilidad política y económica en Venezuela, son señales preocupantes para la región. A lo anterior se suma la reducción de precios de los commodities, factor que afecta gravemente a economías dependientes del extractivismo. No obstante, los problemas de estos gobiernos no son coyunturales. Aunque lograron arrebatar el poder político a las oligarquías locales, propiciaron nuevos escenarios de integración desde el sur y redujeron la pobreza, los gobiernos progresistas no lograron una redistribución sustantiva de la riqueza, profundizaron el extractivismo, establecieron problemáticas alianzas con el capital chino y construyeron proyectos políticos que profundizaron el presidencialismo.
A lo anterior se suma que algunos de esos gobiernos impulsaron reformas neoliberales que flexibilizaron el mercado laboral y aprobaron nuevos tratados de inversiones y libre comercio, por lo que han enfrentado fuertes movilizaciones de rechazo a sus políticas. En suma, incluso antes del llamado fin de ciclo, los gobiernos progresistas mostraban problemas de gestión en su proyecto trasformador. Por otro lado, la decepción producida por la derrota del gobierno griego a manos de la troika también deja un sabor amargo.
En ese orden, los proyectos de gobierno que parecían ser el faro para un eventual cambio social en Colombia, hoy tienen serios problemas, tanto por factores externos como por los límites objetivos de su proyecto político.
Hace algunos años Terry Eagleton afirmó que nuestro tiempo parece avanzar en alternativas al capitalismo, pero sin que aparezca una perspectiva socialista en el corto plazo [4]; a lo anterior hay que sumarle que no se vislumbra un auténtico proyecto hegemónico desde la izquierda.
Así se teje una extraña paradoja: Mientras el neoliberalismo muestra señales de decadencia, los principales referentes alternativos parecen agotados o con problemas para derrotar las lógicas del capital. Tal tensión exige un ejercicio de reinvención de los programas transformadores de la izquierda, máxime cuando el contexto global está marcado por la crisis ambiental, económica y energética, y por una geopolítica volátil. En ese contexto gana vigencia un proyecto ecosocialista renovado y reinventado para superar la honda crisis de civilización en la que vivimos.
Pero como toda reinvención, las claves de los nuevos caminos pueden encontrarse en las brújulas pasadas que aún señalan al sur. Los gobiernos progresistas, los movimientos alternativos y las luchas de la clase trabajadora siguen dejando lecciones importantes, y no puede arrojarse al niño con el agua sucia. La mejor manera de caminar hacia el futuro es mirar hacia el pasado y el presente, aprendiendo de los errores y enalteciendo los aciertos. Una de esas brújulas imprescindibles sigue siendo la obra de José Carlos Mariátegui, quién nos enseñó que un programa revolucionario debe adaptar su praxis a las circunstancias concretas de cada país, pero teniendo presente que las circunstancias nacionales están subordinadas a las tendencias mundiales [5]. Ese énfasis en nuestra realidad concreta sin dejar de mirar hacia el planeta, es un enfoque que hoy resulta imprescindible.
Una reconsideración del espacio electoral, una profunda sospecha ante las inconsistencias diarias, el propósito de hablarle al conjunto de la sociedad y la renovación del programa de cambio, son cuatro condiciones para superar la adversidad y reinventar la praxis emancipadora de la izquierda.
[1] Ver «Triunfo de la ‘nueva’ vieja política y ¿crisis en la izquierda?», disponible en: http://colombiainforma.info/politic…
[2] Otra es la trayectoria de la consigna «el que escruta elige», pronunciada alguna vez por Camilo Torres Restrepo. Las irregularidades de la pasada contienda electoral, y la persistente vulnerabilidad del sistema electoral colombiano, le entregan buena dosis de razón a la tan mentada frase.
[3] Ver Cohen, Gerald, «Si eres igualitarista, ¿Cómo es que eres tan rico?», Barcelona, Paidós, 2001.
[4] Ver Eagleton, Terry, «Lenin en la era posmoderna», en Budgen, Kouvelakis y Žižek, «Lenin reactivado», Madrid, Akal, 2010.
[5] Ver Mariategui, José Carlos, «Principios programáticos del Partido Socialista», en «Textos básicos», México, FCE, 1991.