«Cambiará el universo, pero yo no», dice Borges en El Aleph y Colombia parece decir lo mismo. Hace casi 70 años un alcalde de Bogotá, visionario y tecnócrata, asfaltó los rieles del tranvía para llevar a Bogotá por el camino de la ‘modernidad’. Hoy, otro político y negociante está empeñado en convertir los corredores férreos […]
«Cambiará el universo, pero yo no», dice Borges en El Aleph y Colombia parece decir lo mismo. Hace casi 70 años un alcalde de Bogotá, visionario y tecnócrata, asfaltó los rieles del tranvía para llevar a Bogotá por el camino de la ‘modernidad’. Hoy, otro político y negociante está empeñado en convertir los corredores férreos de la ciudad en troncales de Transmilenio.
Hablemos un poco de Fernando Mazuera Villegas, ‘Mazuerita’ para los amigos. Casi todo lo que diré a continuación lo tomo del mismo Mazuera, quien, en el ocaso de su exitosa vida, decidió escribir sus memorias. «Cuento mi vida», es un compilado de 420 páginas -en letra grande para que se vea más voluminoso- que ilustran a la perfección lo que son nuestros gobernantes: una casta de negociantes arropados con el disfraz de la ‘vocación de servicio’ pero con el único fin de forrarse en oro para gastárselo en París, bien lejos del chikunguña y de sus propias obras.
Mazuera fue un hombre polifacético: emprendedor, golfista, cazador, dandi, pero sobre todo alcalde. Cuatro veces fue inquilino del Palacio Liévano y lo fue a nombre de todas las vertientes políticas. En 1946, el partido Liberal llegó dividido a las urnas para la presidencia: el oficialismo presentó a Gabriel Turbay, pero una disidencia nominó a Jorge Eliécer Gaitán y por entre los dos se coló el candidato conservador Mariano Ospina Pérez. A pesar de ser godo, Ospina designó a Mazuera como alcalde de Bogotá en 1947 y, nuevamente -entre balazos e incendios-, lo llamó en 1948 para que se hiciera cargo de la ciudad después del Bogotazo.