Poderosos enemigos ha tenido la democracia en Colombia. Siempre han estado ahí, atentos a impedir que su gobierno sostenido por el fraude y la violencia no cambie, atentos a que las fortunas de los dueños del poder real permanezcan incólumes como el orden manda en medio del caos que vive nuestra nación.
No hacía falta que trinara el frenético general, ni que la revista Semana sacara su portada de propaganda militar contra un posible gobierno del Pacto Histórico, sabiendo que la posibilidad de un golpe de Estado ante un gobierno alternativo es y ha sido una de las cartas que se jugaría el poder real para mantener el actual estado de cosas; de cualquier manera, con o sin golpe el miedo y la violencia han sido armas fundamentales para mantener el poder economico y politico en Colombia, basta con analizar la diversa caja de herramientas de la que se han valido (por lo menos desde los últimos treinta años) para acumular tierras y riquezas, para ganar elecciones nacionales y regionales, para anular cualquier oposición política, para garantizar su impunidad y controlar las burocracias, etc. Pero sobre todo basta con tener presente el papel protagónico que las FF. MM. han asumido en defensa y consolidación de ese orden fraudulento.
Ya es hora de superar ese formalismo extremo que ha llevado a la mayoría de opinadores a reclamar el cumplimiento del «deber ser» de las FF. MM., o el reclamo academicista de la neutralidad de las instituciones; ya es hora de salir del círculo de la negación, es urgente más bien, que sin miedo se afirme que en nuestro país existe una cínica y agresiva dictadura en la que participan el conjunto de instituciones del Estado y en el que las FF. MM. (que siguen en pie de guerra), tienen carácter y posición política, a las que poco o nada les importa el cumplimiento de la ley o la Constitución. Una dictadura que actúa a la vista de todos, sin recatos ni correcciones políticas, a la que nadie en el mundo se atreve a sancionar, acorralar o denunciar.
La cuestión no es menor porque nos define un hecho y nos ubica en el plano de lo que hay, sin que la añoranza de lo ideal nos confunda. Claridad que necesitamos apropiar todas quienes buscamos un orden distinto que tenga como prioridad darle voz y participación política a las, desde siempre “ninguneadas». Por lo menos debemos reflexionar y valorar los escenarios a los que nos enfrentamos y a los que posiblemente nos enfrentaremos (Fraudes, golpes, persecuciones, sabotajes, asesinatos) se ganen o se pierdan las elecciones. ¿Qué vamos a hacer? ¿Cómo vamos a responder? ¿Cómo lo podríamos evitar? Son preguntas interesantes.
La esperanza que despierta el posible triunfo electoral no puede cegar nuestra razón y entendimiento, porque de las certezas que actualmente se siembran sólo pueden cosecharse profundas frustraciones. El poder no está en la constitución ni en las leyes, ni en un cargo de elección popular. Es mucho más complejo que eso, la Constitución, las leyes y los cargos no son un fin, son un medio. Tenerlos no son garantía para que mágicamente se acabe la injusticia en Colombia. La posibilidad de que un gobierno alternativo abra puertas para ampliar la democracia pasa necesariamente por el hecho de que las comunidades “las nadies”, hagan y sean parte del poder, y porque tengamos presente cómo los enemigos de la democracia van a intentar agitar, chantajear y amarrar al posible nuevo gobierno y ahí es necesario que nos hagamos las preguntas planteadas. Porque el problema de la democracia también va más allá de los personajes, es un problema colectivo, depende de todas las fuerzas que quieran darle vida.
En esta perspectiva no es de extrañar las amenazas de muerte y los atentados a quienes electoralmente representan ese proyecto alternativo, es precisamente una más de las maneras que tienen para impedir el cambio que como “nadies” necesitamos y queremos. Entre otras cosas es evidente que hay que expresar el profundo rechazo ante un posible asesinato de un candidato presidencial, pero es preocupante que cuando le llegan múltiples amenazas a la fórmula vicepresidencial no exista la misma indignación, de nuestra parte, ambas situaciones deben ser rechazadas enfáticamente, no se puede normalizar las amenazas a una mujer, negra, lideresa, con procesos de base y rasgarnos las vestiduras cuando es a un hombre blanco. Como representantes democráticos de una transformación alternativa, hay que defenderlos activamente, en tanto representan parte del anhelo popular.
Fuente: https://telascanto.over-blog.com/2022/05/la-amenaza-del-golpe-y-las-elecciones.html