A raíz de la instalación de los diálogos de La Habana y de la organización de la Mesa de conversaciones, en Colombia se inició un nuevo ciclo político. Con las lecciones aprendidas en otros procesos y en el marco de una estrategia más sopesada, las partes y sus delegados plenipotenciarios, organizaron un escenario para adelantar […]
A raíz de la instalación de los diálogos de La Habana y de la organización de la Mesa de conversaciones, en Colombia se inició un nuevo ciclo político. Con las lecciones aprendidas en otros procesos y en el marco de una estrategia más sopesada, las partes y sus delegados plenipotenciarios, organizaron un escenario para adelantar intercambios sobre temas vitales en la solución del conflicto social y armado que caracteriza a la nación desde hace casi 60 años.
El funcionamiento de la Mesa y las coincidencias, tanto en el tema agrario como en el campo de la democracia participativa, han creado un marco de reactivación del campo político mediante la movilización de agrupaciones colectivas y expresiones sociales y populares que han formalizado pliegos de demandas y reivindicaciones esenciales, con agenciamientos que han apalancado paros, huelgas, bloqueos de carreteras y otras formas de lucha que han sacudido la institucionalidad del modelo neoliberal imperante.
El reciente paro campesino, con evidentes continuidades territoriales, fue una explosión de proporciones insospechadas. Su despliegue ha detonado una crisis política estructural.
El traumatismo ha sido absoluto y la salida no puede remitirse al procedimiento contemplado en la mecánica electoral.
Santos ha llegado a una extrema debilidad y su aislamiento es innegable. Su gerencia de los intereses del gran capital es recelada por los más poderosos clanes de la élite dominante (banqueros, multinacionales, burocracia, generales, etc) que barajan con celeridad otras alternativas para la dirección del Estado. Vivimos, en palabras de Gramsci, un equilibrio inestable y catastrófico, y la homeostasis natural buscara los equilibrios necesarios para que la dinámica social siga el curso de los dueños de todos los hilos del poder. Es lo que explica la insistencia en el nombre del señor Vargas Lleras, dispuesto a la traición y la audacia para acceder a las posiciones claves del régimen político.
Sin embargo, Santos ha recompuesto su equipo ministerial y explora otras formas de rearticulación con la sociedad civil para normalizar una interfase complementaria a su estrategia de mediano y largo plazo. Le apuesta a la continuidad y a un inminente Acuerdo de paz con la guerrilla de las Farc para consolidar su liderazgo en la solución del largo conflicto armado que empantana la proyección histórica nacional. El jefe de Estado parece no querer ser inferior a los retos que le plantea el momento.
Esa es su lógica. Analizarla y comprenderla obliga superar enclaustramientos mentales y esquemas que se alimentan del dogmatismo y la rigidez epistémica. Los ataques personales y las descalificaciones caprichosas son inútiles y de una enorme esterilidad política.
Consideración que también lo incluye a él. Siendo evidente su voluntad en favor de la paz es inexplicable que descarte el proceso constituyente y la conformación de una Asamblea soberana que asuma claramente la crisis mediante la construcción de nuevas bases del Estado y la democracia participativa.
El referendo que se tramita y el Marco legal son una perfecta coartada de la vieja política. Un salto al vacío que destruye lo avanzado. Por lo contrario, una Asamblea Constituyente es un recurso extraordinario para cerrar correctamente el trabajo de la Mesa de La Habana.
Hay que hacer a un lado los temores y los prejuicios. En su momento, la Asamblea Constituyente de 1991 probó ser una herramienta óptima para superar el atasco de la crisis institucional heredada por el Frente Nacional. No ocurrió la catástrofe anunciada por las aves de mal agüero de aquella etapa. Hechas las elecciones, ocurrida la deliberación y aprobado el nuevo texto, el Estado social de derecho valido los acuerdos del gobierno con las guerrillas de la clase media que se desmovilizaron en los años 90.
Es lo que nos permite reafirmar la propuesta de convocar una Asamblea Constituyente como alternativa consistente a la actual crisis política que conmueve a Colombia.
La coyuntura demanda más audacia, Presidente Santos. No se asuste y de el paso que en su momento dio el Presidente César Gaviria.
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