Si no existe una identidad común, ni un propósito común, ni una fe común, ni un destino común, dicho de otro modo si la nación no existe, si la sociedad no existe… ¿qué sentido tiene participar en política si no es en provecho propio?
Curiosamente, lo primero que vino a mis mientes fue la Marcha de la Patria Joven (junio 1964). Su himno estaba un pelín inspirado en las Deustche Soldatenlieder und Märsche, cuya letra -si me apuras un poco- tiene resabios del All’armi siam fascisti con el que desfilaban las tropas de Mussolini, para no mencionar el Cara al sol de los franquistas españoles. Era la DC, grandes demócratas ante el Eterno que desde su fundación se dieron el apelativo de Falange Nacional, más claro echarle agua.
No sorprende pues que quién promoviera y financiase la Campaña del Terror contra Salvador Allende en 1964 fuese la CIA. No lo invento: en los USA hubo una investigación del Senado (Comisión Church, la bien nombrada…), mira ver:
También apoyó activamente a Frei el gobierno de los Estados Unidos, gastando más de US$4.000.000 en cerca de quince proyectos de acción clandestina, sin contar con el dinero que ofrecieron privados, tal como fue acreditado ante el Senado Estadounidense en el Comité Church. El dinero lo entregaba la CIA disfrazándolo como dinero entregado por fuentes privadas.
La juventud participó activamente en la campaña ya sea por Frei ya sea por Allende, identificándose con ideas que encendieron movilizaciones mucho más allá de las fronteras del país. La Revolución Cubana era aún muy joven y América Latina como un todo soñaba con ideales de independencia y cambios profundos.
La Iglesia, cuya significativa influencia jugaba en contra, apostaba claramente a la conservación del régimen imperante.
Lo que importa es que la sociedad -como un todo,- sentía formar parte de la Nación, apoyaba a una u otra coalición, aspiraba a un mundo mejor, deseaba ser protagonista de un nuevo amanecer.
Seis años más tarde, en 1970, Salvador Allende sería elegido presidente de Chile a la cabeza de una coalición política -la Unidad Popular- que superó a Radomiro Tomic, candidato DC, y a Jorge Alessandri, adalid del más añejo conservadurismo.
Lo que sigue es conocido. Asesinatos, magnicidios, atentados, terrorismo, golpe de Estado… todo organizado y financiado -una vez más- por una CIA que buscaba hacer olvidar su ineficacia y/o su incompetencia: por primera vez se iniciaba una verdadera revolución en el marco de los límites de la democracia burguesa.
Los movimientos anticolonialistas e independentistas ganaban terreno: Vietnam derrotó definitivamente al Imperio en el año 1975…
Cincuenta años más tarde el panorama está lejos de ser el mismo. No sólo en Chile.
La política ya no es el camino que acerca a la realización de las utopías sino el ascensor que eleva y nutre a los mediocres. Ya no se trata de sacrificar parte de la propia vida en pos del bien común, sino una forma de ganársela tanto más bien cuanto que se carece de competencias.
En 1970 murió Charles de Gaulle, Mon Général, ese gigante… Quien preside hoy es Emmanuel Macron… Intenta calcular la pendiente que hundió Francia a este nivel. En 1970 elegimos a Salvador Allende: hoy preside Gabriel, Gabito (no confundir con González Videla, aunque cueste)… La pendiente que nos trajo a este nivel es más o menos la misma que descendió -penosamente- Francia. Puede que no seas un fan de Churchill, un gran reaccionario colonialista, pero de Winston a Rishi Sunak el camino de Gran Bretaña no fue cuesta arriba precisamente.
Este fenómeno es el tema del último libro de Emmanuel Todd, La derrota de occidente. Todd apunta que elementos tan importantes para la identidad nacional como la religión, o las utopías políticas comunes, perdieron importancia, han desaparecido. Sustituidas por el espejismo individualista que introdujo el neoliberalismo. Ablación resumida en la célebre frase de Margaret Thatcher There is no such a thing as society (La sociedad no existe).
Palabras proféticas que había escuchado cuando todavía era un escuincle: Cada uno para su santo y a la mierda el resto.
Si no existe una identidad común, ni un propósito común, ni una fe común, ni un destino común, dicho de otro modo si la nación no existe, si la sociedad no existe… ¿qué sentido tiene participar en política si no es en provecho propio?
El Hombre, la Humanidad, siguen confrontados a una cuestión esencial: ¿Cuál es el sentido de nuestra existencia? ¿Para qué estamos aquí? ¿Hacia dónde vamos?
En la ausencia de una respuesta colectiva, dice Todd, las sociedades -esas que no existen- se vuelcan a adorar la nada, la violencia, las guerras, el dinero, el lucro… la nada. Eso es el nihilismo: la adoración de la nada.
No hace mucho Albert Camus (1913-1960) era una de las figuras emblemáticas de la filosofía del absurdo, escuela de pensamiento que exploró la naturaleza paradojal y desconcertante de la existencia humana.
En el meollo de la filosofía del absurdo encontramos una idea central: nuestro Universo carece de sentido o de objetivo intrínseco, lo que genera el sentimiento de absurdo en nuestras vidas. Camus ilustraba aquello mediante una analogía: la figura mitológica de Sísifo (Σίσυφος) condenado a empujar una gran roca hasta la cumbre de una colina, pero la piedra cae, y vuelve a caer, antes de llegar a la cúspide.
Todo esfuerzo humano está, pues, condenado a la futilidad, a la inutilidad, a la vanidad: no podemos cambiar, alcanzar, lograr nada, aún al precio de los más grandes esfuerzos. El Hombre repite sus acciones en un mundo indiferente a sus aspiraciones. Los obstáculos que se alzan ante él hacen que sus actos aparezcan inútiles y desprovistos de sentido. Para Camus, el único modo de lograr un cierto tipo de libertad consiste en aceptar ese absurdo.
Visto así… la muerte de Allende, el asesinato y la desaparición de miles y miles de militantes, la lucha por el retorno de la democracia, los sacrificios auto impuestos por quienes no se resignan a vivir en el Chile heredado de la dictadura y de la Concertación no tienen destino. Lo nuestro es levantar la roca intentando alcanzar la cima, sin lograrlo jamás.
Sé que me dirás que esto parece un Editorial del Mercurio y llevas razón. Sin embargo, si examinas la historia del Imperio constatas que los EEUU, de los 248 años de su vida independiente han pasado más de 230 años en guerra. ¿Qué buscan los EEUU con tanta guerra? ¿La libertad? No bromees.
Emmanuel Todd va hasta a asegurar que lo mejor que le podría pasar a la Unión Europea es la desaparición de los EEUU: por fin, dice, viviríamos libres y en paz.
Desafortunadamente los imperios no desaparecen por arte de birlibirloque. Ni lo hacen en un par de semanas.
Mientras tanto nos queda decidir qué hacemos.
En un mundo de descreídos, escépticos y agnósticos -de boludos que no creen ni en su madre- podemos aceptar la inutilidad de toda acción política, seguir actuando de acuerdo a las reglas del juego impuestas por los poderosos, aceptar -como Camus- lo absurdo, jugar al Un, dos tres momia!, tener el buen gusto de morirnos, rezar, sumarnos a la magia que une en el poder a tirios y troyanos (o lo que queda de tales murgas), hacernos ermitaños, ponernos al servicio -convenientemente remunerado- del status-quo.
O bien, hacer como el tío Ho-Chi-Minh, o como Mandela (27 años en cana, antes de triunfar), o más cerca de nosotros, como Allende (toda una vida al servicio de la causa de los pringaos), o como Fidel, el Ché y Camilo. O más modestamente, hacer como Missak y Mélinée Manouchian y sus 22 camaradas del Afiche Rojo, partisanos fusilados en el Mont Valérien por los nazis. O como hicieron nuestros padres y abuelos durante décadas… Militar hasta el fin de nuestras vidas por el cambio revolucionario de la sociedad de la que formamos parte.
¿Y el nihilismo? ¿Y la filosofía del absurdo?
¿Te sorprendería si te digo que me los paso por el forro?