En los albores de los tiempos, cuando todo era oscuridad, alguien miró el espejo de la vida, reflejándole el cristal una voz tronadora: la cobardía es deleznable, dijo inapelable. A usted, General Director de Carabineros de Chile, aparentemente no le importó. Nada le importó, tanto así que con absoluta impudicia declaró que, en el contexto […]
En los albores de los tiempos, cuando todo era oscuridad, alguien miró el espejo de la vida, reflejándole el cristal una voz tronadora: la cobardía es deleznable, dijo inapelable. A usted, General Director de Carabineros de Chile, aparentemente no le importó. Nada le importó, tanto así que con absoluta impudicia declaró que, en el contexto de las movilizaciones del 21 de mayo en Valparaíso, Carabineros se había sentido inhibido de actuar producto de lo acaecido un año antes. Es decir cuando la institución dejó gravemente herido al estudiante universitario Rodrigo Avilés
Que usted no se haya observado en el espejo de la vida, o al menos escuchado en el susurro del viento la palabra cobardía mientras se perdía en el horizonte, amerita por lo menos algunas reflexiones. Primeramente, constituye cobardía culpar a Rodríguez Avilés de la supuesta inacción de la policía en Valparaíso. Rodrigo fue víctima y permaneció en coma debido a la criminal acción de un pitonero que operaba un carro lanzaguas bajo órdenes superiores. El merece respeto en su dignidad humana y jamás ser injustamente responsabilizado por la acción, inacción u omisión de la institución que usted para bien o para mal dirige. Eso es cobardía.
En segundo lugar, aseverar que Carabineros no sólo se sintió coartado en su accionar por el caso Avilés, sino que también por acusaciones infundadas en su contra, es autovictimizarse. Además, constituye una tergiversación de lo sucedido en el puerto, puesto que la dispersión de los manifestantes mediante la utilización del carro lanzaguas y de gases comenzó temprano en las inmediaciones del Parque Italia en la Avenida Pedro Montt. Asimismo, la ciudad estaba repleta de carabineros que efectuaban controles de identidad y revisaban mochilas y bolsos muchas cuadras antes del punto de partida de la marcha en la Plaza Victoria. En otras palabras sí hubo represión.
Seguidamente, que usted general Villalobos no haya siquiera atisbado el espejo de la vida, no le da el derecho a culpar, como indirectamente pareciera sugerir, a la abrumadora mayoría de los asistentes a la marcha -entre los cuales me cuento- que pacíficamente expresábamos nuestras legítimas demandas sociales y políticas, de la muerte de un trabajador. Eso es cobardía, porque usted tiene la posibilidad de recurrir a los medios de comunicación y los miles de asistentes a la marcha no poseen este privilegio.
La muerte del trabajador Eduardo Lara es execrable y condenable desde todo punto de vista; debe ser investigada y castigados los responsables. Surge la interrogante: ¿Por qué se gaseó a los manifestantes antes y después -incluidas guaguas en coches- que se encontraban en los alrededores de la farmacia Ahumada dejando el lugar despejado para que actuara el reducido grupo de encapuchados? ¿Por qué había un guanaco ubicado en calle Las Heras, esquina Chacabuco, que no intervino para dispersar a aquellos que vandalizaron y, eventualmente, quemaron la farmacia? Es demasiada la oscurana porteña de ese día para no levantar sospechas
Lo que sí está claro es que nadie tiene el derecho a distorsionar la realidad, como lo hizo el alcalde UDI de Valparaíso Jorge Castro, quien sostuvo que la ciudad estaba siendo prácticamente bombardeada. Esto es remitirnos al siglo XIX cuando la escuadra española atacó Valparaíso en 1866; claramente una exageración. Es la política del terror y el disciplinamiento social a través del miedo. Para ello se recurre a tres mecanismos interrelacionados: La autovictimización, la imputación de la culpa al otro y, finalmente, el fortalecimiento de la represión. Todo es imbricado políticamente por el gobierno, fundamentalmente, pero no exclusivamente, desde el Ministerio del Interior.
Y si la epístola va dirigida a usted general, no es porque sea el engranaje principal, sino por ser la espoleta que inició el último debate de autoflagelación tendiente a justificar la política represiva del Estado. Declarar que Carabineros «siempre pone el pecho a las balas», generalizando su labor cuando se discute su accionar en referencia específicamente al 21 de mayo, es condicionar y direccionar políticamente el debate.
El clamar, como se ha puntualizado, que existiría una especie de desgaste espiritual de carabineros ante las persistentes acusaciones en su contra, lo cual inhibiría el control de las protestas porque de alguna manera, uno podría colegir, los afectaría psicológicamente, es autovictimizarse. Además, nos retrotrae luctuosa y peligrosamente y, por cierto salvaguardando absolutamente toda proporcionalidad histórica, a la invención de los camiones de gases por parte de los nazis. Fueron creados para exterminar a los prisioneros durante la segunda guerra mundial luego que las masacres masivas afectaran psicológicamente a los soldados alemanes.
Usted general Villalobos que es experto en inteligencia, no estaba pensando en esto obviamente, no obstante en el comunicado público emitido el mismo día 21 de mayo sí reflexionó cuidadosamente acerca de lo que diría. En este inculpa al Otro generalizado, al Otro abstracto: a la sociedad y a las familias por la quema de la farmacia y la muerte del trabajador Eduardo Lara en Valparaíso. «…falló el país y las familias que no ejercen su rol de autoridad para frenar a los individuos que le perdieron el respeto a la vida», dice usted. Así, con la conjugación de unas cuantas palabras, repetidas por los medios de comunicación e innumerables políticos, pareciera que millares de personas ese día se tomaron la ciudad por asalto y estaban armados hasta los dientes. Nada más alejado de la realidad. Afirmar lo contrario es lisa y llanamente mentira y una cobarde excusa para endilgarle al país entero una violencia que, por la mayor parte, proviene de Carabineros y no de la inmensa mayoría de la gente que se manifiesta de modo pacífico. Hay violencia condenable, vandálica, delincuencia sospechosa, sin duda, pero marginal. Por otro lado, el pueblo también tiene el derecho a defenderse de la agresión policial.
Porque su institución general Villalobos, jamás nunca se ha inhibido para reprimir, y los ejemplos sobran: comunidades mapuche, estudiantes secundarios y universitarios, pescadores artesanales, mujeres. Ello quedó diáfanamente restablecido cuando Carabineros continuó siendo la agencia disciplinadora que siempre ha sido durante la manifestación estudiantil del jueves 26 de mayo. Allí se olvidaron de Rodrigo Avilés, del agotamiento espiritual y de toda descompensación psicológica.
Lo anterior fue respaldado por el gobierno y por la propia presidenta Bachelet quien avaló sus tesis general, en decir -tal como se arguyó- la autovictimización y la imputación de la culpa al otro funcionó tan bien que se fortaleció el rol de Carabineros que ahora puede operar con menos culpa aún. Fue una maniobra política, una movida de inteligencia, una hábil jugada de ajedrez.
El problema general Villalobos es que el espejo de la vida es implacable: no olvida. Porque los muertos no descansan en paz, porque los movimientos sociales no descansan en paz, porque la cobardía es deleznable.
Tito Tricot es sociólogo chileno
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