Recomiendo:
2

La bola de cristal (I)

Fuentes: Rebelión

 Parece que la perplejidad, el pasmo, el entusiasmo… que hubo de experimentar, nublaron la mente de la generación de Occidente que empezó la Era industrial, y ni aún los más despejados de aquella época calcularon las consecuencias a largo plazo, un siglo después, por ejemplo. Pero tampoco se ha calculado a lo largo de esta centuria. Las 25 Cumbres del Clima no han servido para nada. Sólo para la apariencia y la foto. De momento y con independencia del empeño, a mi juicio imposible, de controlar el clima, la radio, el teléfono, el coche… pero también la industria (desprendiendo, ya desde el comienzo de la Era, infinitas toneladas de gases y partículas de todas clases que han saturado la biosfera finita), debieron todos los adelantos ofuscar el entendimiento del occidental, incapaz de prever lo que pudiera suceder menos de un siglo después. Lo mismo que sucede hoy, a pesar de vivir dramáticamente las consecuencias, fascinados por las nuevas tecnologías. No obstante hubo de haber -los hay en todos los tiempos- quienes alertaron a la sociedad por los excesos que pudieran cometerse a cuenta del “progreso” y del peligro que a larga representaba si no se marcaba un tempo en realidad incompatible con la voracidad del libre mercado. Pero ni se divulgaron sus alertas, ni era lógico en momentos tan exultantes poner un palo entre las ruedas al desarrollo al que ni por asomo se pensaba que, por el bien de todos, debiera procurarse un ritmo sostenible. Había comenzado una nueva humanidad en Occidente… Por lo que lo último que encajaba en aquel tiempo, eran agoreros. Los que abundamos hoy. Porque si alguno pensó las posibles consecuencias o se consideró visionario, nadie se atrevió a publicar sus advertencias. Incluso le tomaron por loco. Sus predicciones caerían en saco roto y serían de todo punto inútiles. La máquina del “progreso” se había puesto en marcha, y ya era imparable…

 Sin embargo, alguien debió haber dejado escrita su visión de lo que se nos viene encima, sin haber terminado siquiera el siglo XXI. En realidad, en 1921 hubo un profeta, en este caso intelectual, Oswald Spengler quien, de un modo cuasi científico, pues su teoría de las épocas correspondientes así me lo parece, prevé la dictadura universal para más o menos esta década. Pero no hacía falta ser un adivino o un vidente o un profeta o un Nostradamus. Pues la suma de los factores que nos están llevando a la hecatombe, es decir, a la entropía, el progreso para la destrucción, el desorden inherente al sistema, era en realidad fácil de predecir mediante simple reflexión. Lo de la dictadura universal no era más difícil. Es lo que empieza a perfilarse. Aunque la incógnita es el cuánto durará todo esto, pues socio-biólogos, la especialidad mejor dotada para ver los variados aspectos de la marcha de los acontecimientos sociales y el impacto que habrán de producir en las masas, hace muchos años que vienen pronosticando que el suicidio colectivo será el último avatar de la Humanidad. Es sabido que los contemporáneos, como el cornudo de la infidelidad de su pareja, son los últimos en enterarse de las maniobras subterráneas de quienes manejan el mundo. Se diría que está escrito… Ya sabemos que hay quienes, pese a que el planeta es ya una pocilga, que montañas, mares y océanos alojan incontables toneladas de desperdicios sin posibilidad de destruirse, que la biosfera se hace cada vez más invivible, que hay una lógica muy acusada en la mutación del clima cuyo causante ha de ser el comportamiento incontrolado del ser humano, por antonomasia el occidental, niegan el efecto-causa entre desarrollo, decadencia y extinción. Como todo, incluidas las estrellas. Pero así como en todo tiempo hubo profetas, hay en mucho mayor número filisteos, espíritus vulgares dirigiendo el destino de las naciones y ahora del mundo que llaman globalizado porque Occidente se ha propuesto dominar a todo el planeta…

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.