El «Estado de la Cuestión» (o el ¿»mercado de la cuestión»?) Ya van más de tres meses de protestas y movilizaciones en las que los estudiantes chilenos han dicho «NO MÁS» a un modelo educativo que encarna todos los perjuicios que el capitalismo más crudo cierne sobre la vida social y cultural de nuestros pueblos. […]
El «Estado de la Cuestión» (o el ¿»mercado de la cuestión»?)
Ya van más de tres meses de protestas y movilizaciones en las que los estudiantes chilenos han dicho «NO MÁS» a un modelo educativo que encarna todos los perjuicios que el capitalismo más crudo cierne sobre la vida social y cultural de nuestros pueblos. Un modelo educativo neoliberal, tecnocratizante, formalista y sometido a un proceso que en Chile desde 1981 profundiza y reproduce las desigualdades e injusticias sociales a través de la privatización de sus instituciones, donde el que puede estudiar es el que tiene el estómago de someterse a la indignidad de la deuda y el interés usurero, el capaz de vender a su madre para poder pagar el arancel, y el capaz de postergar su futuro para «comprar» su matrícula y título universitario.
El movimiento estudiantil ha sido capaz de convocar a una sociedad completa, de sumarla al debate y de superar de manera definitiva la abulia y apatía de los jóvenes frente a la política nacional en la década de 1990. Ahora los jóvenes estamos ahí, y a muchos pareciera eso molestarles. La expresión de esta molestia y verdadero «terror» de la clase dirigente a la participación proactiva del pueblo en la construcción política del país, se refleja principalmente en dos ámbitos: la represión policial militarizada y la criminalización en los medios de comunicación. El mercado de la represión y el mercado de los medios masivos de aletargamiento de la «opinión pública», como siempre, se han aliado para justificarse mutuamente. Sobre la represión brutal a la que se ha visto sometido el movimiento estudiantil y social durante los últimos gobiernos, particularmente el actual 1 , no me referiré mayormente. La ciudadanía ya la ha declarado como vergonzosa con las jornadas de cacerolazos populares, así como ha declarado indignante el monto de dinero empleado por el Gobierno para financiar esta represión: $117.000 cuesta la bomba lacrimógena más barata 2 , sin contar cómo esta aberrante desigualdad y desproporción en las prioridades de la «clase política» se refleja en la distribución del gasto del PIB en el presupuesto nacional.
Por otro lado l os medios de comunicación han oscilado desde la celebración de la «creatividad» de los jóvenes hasta la criminalización más burda de su movimiento (y más desesperada, también). No sorprende que le den pantalla y tribuna a «dirigentes» estudiantiles sin bases (dicho en chileno, a un «pobre pelagato») que convocan a marchas donde llegan 7 personas (la marcha convocada por la Juventud RN para «volver a clases»), y le den la misma cobertura que a masivas movilizaciones que vuelcan a medio millón de chilenos en las calles en tan solo una jornada; no sorprende la virulencia discursiva de los dinosaurios del ayer y lastres del presente, que ven con pánico la posibilidad de que su feudo político y económico sea tocado; no sorprenden entonces el desfile de declaraciones como las del Presidente del Consejo Nacional de Televisión -primo de Sebastián Piñera-, la funcionaria del Fondo Nacional del Libro, organismo dependiente del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (removida de sus funciones), líderes de las juventudes de los partidos de Gobierno, de Carlos Larraín -Presidente del partido del Jefe de Estado-, o del Presidente de la República mismo, quien baja del Olimpo y nos recuerda gentilmente que «todo se paga en esta vida». La verdad… no podríamos estar más de acuerdo con usted, señor Presidente: todo se paga en esta vida, todo .
Sobre «bienes de consumo» y la salvación de los que lucran
Me permito una disgresión histórica sólo para darle la razón a su excelencia, don Sebastián Piñera. Han pasado ya casi ochocientos años desde el momento en que la Iglesia Católica decidió inventar el «Purgatorio», un espacio intermedio entre el Cielo y el Infierno para aquellos hombres que -pese a cometer un pecado espantoso- aparecían como un grupo social nuevo que llegaba para quedarse y a los que, por lo tanto, no habría sido «prudente» contrariar. Estos santos pecadores eran los usureros.
Se entendía a la usura como algo antinatural pues hasta el siglo XII la premisa fue » nummus non parit nummus » 3 , es decir, «el dinero no engendra dinero», idea totalmente despedazada con las operaciones llevadas a cabo por el usurero, creando dinero donde no lo hay, y obteniendo beneficios económicos sin trabajar, sin hacer nada más que esperar a que el tiempo actúe y los intereses del préstamo abulten sus bolsillos. El pecado de estos hombres era brutal, pues no sólo le robaban al prójimo al quedarse con parte de sus bienes, sino también le robaban al mismísimo Dios al usar al Tiempo, bien divino y gratuito, como fuente de beneficios económicos mediante el interés.
Pero de alguna manera la usura impuso sus propios términos y forzó a la más moralizante de las instituciones en la Historia de Occidente, a ceder. La fuerza de una economía monetaria naciente y de las condiciones materiales del período triunfaron, y como siempre, el orden moral debió adaptarse, la Iglesia Católica reformularse en función de las nuevas exigencias de un mercado naciente, y los usureros comenzar a pagar por su salvación. La moral se hizo flexible, y el maniqueísmo medieval entre el bien y el mal cedió ante las exigencias de una burguesía emergente.
La bolsa o la vida fue el nuevo paradigma. 4 Los usureros podían evitar ir al infierno, y continuar con sus negocios profanos en la Tierra. Las palabras del Presidente Sebastián Piñera caen de cajón: todo se paga en esta vida. La «salvación» se transforma en el más importante «bien de consumo» que pueden los hombres comprar mediante indulgencias, se hace más breve el paso por el Purgatorio antes de poder irse al Cielo, y se transforma así la Iglesia en la dispensadora del pecado y del perdón, lucra y se pliega al movimiento histórico que las transformaciones económicas estaban gestando : el advenimiento de modernidad, con una economía urbana comercial y de la sociedad burguesa.
Sobre la oferta mesiánica de estos tiempos : la promesa educacional como ascensor social
Parece que mucho de esto ha quedado en la memoria del partido integrista católico de nuestra derecha criolla, la UDI. La salva ción es también un bien de consumo -el mártir de dicha colectividad, Jaime Guzmán, bien lo sabe-, y en tiempos donde la institucionalidad cristiano-católica ha perdido credibilidad y fuerza, reencarna su espíritu bajo otra forma, bajo otro bien de la misma naturaleza de bien transable en el mercado, ahora disfrazado con las túnicas de la laicicidad: es la educación.
Hoy nos quieren vender la salvación a través del estudio, de la obtención de títulos, diplomas, reconocimientos, honores y grados académicos. Comprando cualquiera de ellos, ojalá todos, estaremos salvados. ¿Pero de qué?, ¿cuál es el infierno del que debiésemos alejarnos?. La pobreza, nos dicen. Y efectivamente fue esa la promesa que se hizo en las primeras décadas del siglo pasado a las capas medias: educarse y convertirse en un profesional podía ahuyentar el fantasma de la miseria, y permitir un gradual ascenso social, que otorgaría dignidad moral, status social y estabilidad económica. Pero el ejemplo que pongo tiene una trampa: entonces era el Estado quien hacía la promesa, hoy es el mercado quien la formula.
Y tras el mercado la lógica es aún más tramposa, pues el cumplimiento de «la promesa» está mediado por condiciones, se especula con él y se impone la ley de la oportunidad, la de la coyuntura: se puede acceder a tal o cual beneficio, a tal o cual status, si ante la oportunidad de educarse (de ser salvado) cumplimos las condiciones para hacerla nuestra : pagar el arancel, endeudarse, no formar organizaciones estudiantiles, vivir en los núcleos urbanos -ojalá en Santiago, si es de Plaza Italia hacia arriba, mejor-, etcétera… la condición que usted imagine. Las promesas hechas por el Estado funcionan con una lógica diferente: la de los derechos. Usaré una metáfora que puede ser exagerada, pero creo grafica a lo que me refiero: ante un naufragio el Estado nos asegura que habrá un bote salvavidas que a todos nos rescatará. Por contraparte, el mercado nos dice que: si naufragamos, habrán botes salvavidas, pero podremos acceder a ellos sólo si sabemos nadar hacia ellos, si naufragamos relativamente cerca de donde estos botes se dispongan, si tenemos la fuerza para subirnos a ellos, y finalmente, si no están todos llenos ya, si la «oferta» salvadora no ha sido copada ya por otros «más hábiles».
Si usted no se salvó, el mercado dirá «es su culpa, la oportunidad estaba», fue usted el que no cumplió las condiciones. Con la educación es el mismo dilema. La primera promesa incumplida es que con ella se ascenderá socialmente: en Chile el 10% más rico acumula el 47% de los ingresos mientras que el 10% más pobre sólo el 1,2% 5 , la desigualdad es pan de cada día, y la segmentación social hace que existan sólo dos países: el país de los que tienen (mucho y les sobra) y el país de los que no tienen (más que deudas, pesares y miserias). El salto que debe dar una persona que «no tiene» para «tener» no se cubre con la simple compra de servicios educativos. Es una falacia, pues comprar una «carrera» universitaria no asegura que en el mercado laboral se vaya a encontrar un trabajo mejor que el que se tendría de no tener el título; tampoco asegura que de encontrar un trabajo en lo que se estudió, las condiciones laborales sean humanas, con horarios dignos o seguridad social, por ejemplo. La educación neoliberal comienza a hacer crisis, es un bote que hace agua y que -simplemente- ha demostrado «no salvar a nadie» más que al bolsillo de los intereses económicos tras ella.
Lo único gratuito aparentemente en este país son nuestros recursos, la fuerza de nuestro pueblo trabajador, las bondades de nuestra tierra generosa, regaladas al gran capital internacional. A las grandes empresas y corporaciones el negocio es gratuito, el excedente es estratosférico y la usura santificada por una institucionalidad viciada, copada de conflictos de interés. Pero recuerden: «nada es gratis, alguien tiene que pagar», dijo nuestro Presidente, con sangre, sudor, lágrimas e intereses si es necesario.
La clase media que nació a costillas del Estado a comienzos del siglo XX ya no existe, y la educación como vehículo hacia el «cielo de los ricos» una mentira. Está en nosotros la decisión de seguir creyendo esa retórica falaz que no hace sino encubrir la realidad no sólo de nuestro país, sino de tantos pueblos que hoy han despertado: hay sólo dos clases sociales, la de los que pueden pagar lo mínimo para una vida digna, y la de los que no. El Mercado sólo concede favores a quienes le rezan desde templos bancarios, a quienes eligen la bolsa en desmedro de la vida.
El año o la dignidad: ya no hay nada que perder
Finalmente, después de todo esto, quien escribe ha decidido «no salvarse» si son esas las condiciones. Creo también que el movimiento estudiantil sabrá escoger la lucha por la dignidad de todo un Pueblo antes que resignarse a extorsiones absurdas que nos amenazan con perder algo que no tenemos. «Perder el año» les preocupa sólo por la catástrofe económica y administrativa devengada de una situación así, por nada más, pues saben que yendo a clases no es mucho lo que estamos perdiendo. ¿Qué tenemos a nuestro haber aparte de deudas y frustraciones?. Nos lo han dicho: no somos los dueños del país, no somos dueños de nuestro futuro, tampoco.
Ante esas condiciones no queda más que indignarse y levantarse para recuperar lo que la Derecha y la Concertación nos han negado: el derecho a la vida, a la libertad, a la dignidad y soberanía de nuestro Pueblo. ¡Y es que no tenemos opciones más que la lucha!.
P orque no hay nada que perder, y porque sólo hay un futuro que ganar para nosotros y los que vendrán; si debo elegir entre «consumir» un bien por el que deberé endeudarme lo que resta del año, o por luchar y conquistar el derecho a pensar un país distinto, construido por y para todos; si debo escoger entre un movimiento estudiantil que «pide» a un Poder ajeno y traicionero, o un movimiento social que construye un Poder propio, alternativo y legítimo; si debo escoger entre una vida de concesiones, o una vida de lucha; y finalmente, si debo elegir entre vivir de rodillas o morir de pie, escojo el segundo camino en todos y cada uno de los escenarios. De aquí hasta que me bajen del mundo.
Muertos en vida hemos estado por muchos años, y la salvación prometida no es más que una falacia, un voladero de luces, una pantanosa ciénaga en la cual ellos desearían ver al Pueblo hundirse. Ha llegado la hora de los pueblos que luchan, de los estudiantes que despiertan, de mujeres que dicen ¡basta!, de pobladores que se reapropian de sus territorios, de trabajadores y trabajadoras que recuperan para todos lo que ha sido robado por minorías rastreras, yanaconas y cicateras. Tardarán años en sacudirse de los escombros y entender la crisis que pulverizó el sistema por tantos años profundizado y protegido por ellos y sus intereses mezquinos.
Porque debemos recuperarlo todo, y no hay nada que perder, el Pueblo debe reunirse en sus asambleas, territorios y discursos; debe rearticularse, ya sin miedo, que los únicos que podemos salvar los destinos de nuestras vidas somos nosotros mismos, despiertos, organizados y convencidos de nuestra fuerza. ¡Los estudiantes tenemos los argumentos, la fuerza y la convicción!, ¡y el Pueblo tiene el deber y el derecho de levantarse para recuperar y construir la educación y el mundo que merece para sí!
¡Ha llegado la hora de los pueblos que luchan!, ¡la hora de construir y levantar un proyecto político y social alternativo! Lo único que podemos perder es la dignidad que poco a poco hemos recuperado, es la fuerza que progresivamente hemos acumulado, y es la confianza que diariamente en el trabajo y la acción hemos logrado construir entre quienes creemos y soñamos con que ahora sí estamos comenzando a construir el camino para la victoria final !
Emilia Oxímoron: Estudiante de Pedagogía en Historia y Ciencias Sociales, Universidad de Valparaíso, Chile
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1 Se triplicó la compra de bombas lacrimógenas en los últimos dos años. http://www.lahora.cl/2011/08/16/01/noticias/pais/9-10758-9-compra-de-lacrimogenas-se-triplico-en-los-ultimos-2-anos.shtml
2 Se describe la información de las bombas lacrimógenas utilizadas en Valparaíso. El exagerado número de ellas lanzado al interior de tan sólo una de las facultades de la Universidad de Valparaíso se repite en la Casa Central de la Universidad de Chile con cerca de 500 bombas lacrimógenas lanzadas en su interior, dos veces a la fecha. http://feuv.cl/2011/08/sesentayseis/
3 La escolástica de T omás de Aquino luego demostraría su maleabilidad.
4 Jacques Le Goff, en su libro igualmente titulado «La Bolsa o la Vida», explica precisa y elocuentemente esta transformación política y desviación teológica en la Baja Edad Media, cuando la usura se justificó por el «riesgo» que corría el usurero al invertir o prestar su dinero. Lógica bien conocida por todos nosotros.
5 Datos sacados de «Situación Mundial Social, 2005 : El Predicamento Desigual «, ONU.